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viernes, 1 de enero de 2010
Afirmar las raíces cristianas
Primero dudan, después se avergüenzan y, finalmente, borran la verdad que les molesta. Sí, Europa, Norteamérica tienen raíces cristianas, y son como son, por esas raíces, aunque se pretenda falsear la memoria histórica de manera burda y descarada. Y ante esta crueldad muchos se quedan pasivos, como si no les importara o temieran quedar en evidencia, porque no es “políticamente correcto”.
Todos los años desde 1949, en el día 25, los lectores del Wall Street Journal, uno de los diarios más vendidos de América, de orientación liberal-conservadora, se despiertan con el editorial “In hoc anno Domini”. Su autor es Vermont Royster, un periodista doble ganador del Pulitzer, que, empezando como reportero, ocupó todas las plazas del diario entre los años 40 y los 80 del pasado siglo. En 1949 escribió ese artículo que, desde entonces, reaparece cada año en el editorial del periódico el día de Navidad.
Es un caso único en la prensa.
Con ello el diario desea resaltar que siempre considerará un hito histórico la fundación y extensión del cristianismo. Pudiendo cambiar las palabras para decir lo mismo, con esta originalidad de reproducir anualmente lo ya publicado, desea resaltar la permanencia del acontecimiento. Merece la pena reproducirlo en español.
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Cuando Saúl de Tarso partió en su viaje a Damasco, todo el mundo conocido vivía conquistado. Había un estado, y era Roma. Había un amo de todo, y era el César Tiberio. Por todas partes había orden civil, porque el brazo de la ley romana era largo. Por todas partes había estabilidad, en gobierno y en sociedad, porque los centuriones así lo garantizaban.
Pero por todas partes había también algo más. Había opresión –para aquellos quienes no eran los amigos del César Tiberio. Había cobrador de impuestos para poder cosechar el grano de los campos y para hilar el lino del huso: para alimentar las legiones o para llenar la hacienda pública con la cual el César divino entretenía a la gente. Había reclutador para llenar de gladiadores los circos. Había verdugos para callar a quienes el emperador había proscrito. ¿Para qué era un hombre sino para servir al César?
Había persecución de los hombres que se atrevían a pensar diferentemente, que oían voces extrañas o leían extraños manuscritos. Había esclavizamiento de los hombres cuyas tribus no provenían de Roma, desdén para quienes no tenían el aspecto familiar. Y sobretodo, había por todas partes un desprecio de la vida humana. ¿Qué era, para el poderoso, un hombre más o menos en un mundo sobrepoblado?
Entonces, de repente, hubo una luz en el mundo, y un hombre de Galilea, diciendo, dá al César lo que es de César y a Dios lo que es de Dios.
Y la voz de Galilea, que desafiaría al César, ofreció un nuevo Reino en el cual cada hombre podría caminar con la frente en alto y postrarse a ninguno excepto a su Dios. Como trataste a los más pobres, así me trataste a mí. Y él envió este evangelio del Reino del Hombre a los extremos de la tierra.
Y así la luz entró en el mundo y los hombres que vivían en oscuridad tuvieron miedo, e intentaron bajar una cortina de modo que el hombre continuase creyendo que la salvación emanaba de los líderes políticos.
Pero ocurrió durante algún tiempo en lugares diversos que la verdad liberó al hombre, aunque los hombres de la oscuridad intentaron apagar la luz. La voz dijo, apresuraos. Caminad mientras tenéis luz, a menos que os caiga la oscuridad, porque quienes caminan en oscuridad no saben donde van.
En el camino a Damasco la luz alumbró brillantemente. Pero después Pablo de Tarso también tuvo miedo. Él temió que otros Césares, otros profetas, podrían un día persuadir a los hombres que el hombre no era nada excepto un trabajador de ellos, que los hombres cederían sus derechos otorgados por Dios a cambio de pan y circo y ya no caminarían en libertad.
Entonces podría darse que la oscuridad triunfaría nuevamente sobre las tierras y habría quemar de libros y los hombres pensarían solamente de lo que deben comer y de lo que deben usar, y prestarían atención solamente a Césares nuevos y a falsos profetas. Entonces podría darse que los hombres no mirarían hacia arriba para ver incluso a la estrella del invierno en el este, y una vez más, no habría luz alguna en la oscuridad.
Y por eso Pablo, el apóstol del Hijo del Hombre, habló a sus hermanos, los Gálatas, las palabras que él quiso que recordásemos luego en cada uno de los años de su Señor: Aferraos entonces a la libertad con que Cristo nos ha liberado y no os enredéis nuevamente bajo el yugo de la esclavitud.
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