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lunes, 21 de diciembre de 2009

La guerra de Navidad

JUAN MANUEL DE PRADA
ABC, Lunes , 21-12-09

RECORDABA Chesterton que la Navidad es una guerra sin cuartel: «Las campanas
que celebran el nacimiento del Niño suenan como cañonazos». Este sentido
guerrero de la Navidad ha sido bobaliconamente eludido, primero por los
propios cristianos, que han querido convertirla en una fiesta pánfila y merengosa,
olvidando su sentido teológico más profundo; y, por supuesto, este olvido
ha sido aprovechado por los falsificadores de la Navidad, que quieren a la
gente cloroformizada y pacífica, náufraga en un océano de calma chicha, de
sosiego tontorrón, de paz lobotomizada. «Calma», «sosiego», «paz» son las palabras
que se repiten, con obstinación maniática, en los letreros luminosos que iluminan
la madrileña calle de Velázquez, que son algo así como el ensalmo hipnótico
que los falsificadores de la Navidad lanzan a la multitud cretinizada, mientras
ellos la celebran a su manera. Y la manera en que la celebran es la misma
en que la celebró Herodes.

Y es que la Navidad es una subversión del universo; y toda subversión es un
trastorno de las jerarquías establecidas. Quien mejor lo entendió fue
Herodes, que de repente sintió que los cimientos de su palacio se tambaleaban,
removidos por el nacimiento de aquel misterioso rival que había venido a arrebatarle
el cetro; y respondió a la provocación con la ira de un monarca desposeído. Pero
la ira de Herodes es trasunto de la ira de otro monarca de rango superior,
aquel que en el Génesis se nos había pintado bajo la figura de una
serpiente. Este monarca disfrutaba de su posesión con pacífico deleite: había
conseguido que la criatura predilecta de su enemigo, a la que le había sido concedido
el dominio de la Creación, se manchara con los apetitos más sórdidos y
despreciables, entregándose a la traición de los nobles ideales que le
habían sido esculpidos en el corazón por la mano divina. Y, de repente, esa
criatura envilecida por el pecado se convertía en recipiente divino. ¿Cabe concebir
mayor subversión? ¡Dios reafirmaba su alianza con el hombre adoptando su
figura, Dios se rebajaba a habitar en ese nido de inmundicias que la
serpiente creía haber contaminado para siempre! Y, además, no lo hacía bajando en
gloria y majestad del cielo, ni adoptando una forma vagamente antropomórfica, como
ocurría en las mitologías paganas, sino que se gestaba en el vientre de una
mujer, se amamantaba en los pechos de una mujer, se cobijaba aterido e
inerme en el regazo de una mujer. La nueva alianza de Dios con el hombre, que se
sella en la Cruz, se inicia en el vientre de una mujer; y el vientre de la mujer
se convierte, desde entonces, en el epicentro de una guerra sin cuartel que se
inicia el día de Navidad y que se mantendrá hasta el fin de los tiempos,
cuando la monarquía de la antigua serpiente sea derribada de un soplo: «Pongo
eterna enemistad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya».
Cada vez que un niño es concebido, se rememora aquella nueva alianza que
Dios entabló con los hombres; cada vez que un niño es concebido se tambalean los
cimientos del palacio donde mora Herodes. Y la guerra que se declaró en la
noche de Navidad, cuando Dios osó arrebatar a su Enemigo un territorio que
éste creía conquistado para siempre, es la misma guerra que se sigue
desenvolviendo ante nuestros ojos, a poco que apartemos las legañas de la «calma» y el «sosiego» y la «paz» con que los falsificadores de la Navidad pretenden
entorpecer nuestra visión. Herodes sigue celebrando la Navidad combatiendo
la descendencia de la mujer en su propio vientre; y se vale de leyes inicuas
que reafirman su mandato. La guerra de la Navidad se sigue cobrando inocentes;
y las campanas que celebran el nacimiento de Dios resuenen en la noche como
cañonazos, desafiando el poder de las tinieblas.

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