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jueves, 10 de enero de 2008

FAMILIA Y TRADICIÓN





Profetizaban algunos finos analistas que si las familias cristianas llenaban las calles de Madrid algunos se iban a poner muy nerviosos. Todos hemos visto lo que ha sido la fiesta de las familias en Madrid y la profecía se ha cumplido. No hay más que echar un vistazo a “El País” para ver planas enteras de artículos dando vueltas y revueltas a lo que llaman “el ataque de la iglesia contra el gobierno”, o “un acto electoral del PP”, o “una intromisión en la actual campaña electoral”, etc.

¿Y dónde está la multitud de familias que salieron a la calle con paz y en defensa de sus legítimos derechos? Algunos pretenden negar torpemente la realidad, pero la realidad se ve, se oye y se toca. ¿Alguien se atreve a negar que en España se están atacando muy gravemente, de modo grosero, aspectos esenciales del matrimonio, de la familia, de la educación y del derecho a la vida? Y estos ataques se hacen saltando por encima de los derechos de muchos ciudadanos que reclaman su libertad. Y cada vez lo harán con voz más fuerte: ¡grita libertad!

Decía el gran G.K. Chesterton que entre las instituciones atacadas de manera nada inteligente “está la creación humana fundamental: la familia. Y es atacada –seguía diciendo- no porque la gente la entienda, sino porque no la entiende en absoluto. Le dan golpes a ciegas, sin pensar un momento por qué fue levantada.” (…) “Es la estructura social de la humanidad, mucho más vieja que toda su documentación histórica, y más universal que cualquiera de sus religiones. Por eso, todos los intentos de alterarla son engaño y estupidez.”

Los socialistas están muy nerviosos por lo que han visto el día 30 en Madrid. José Blanco, entre muchos otros, está bastante alterado. En declaraciones a Onda Cero, el ínclito Pepiño Blanco ha dicho, sobre la fiesta de las familias cristianas, que se trató de "un acto del Partido Popular presidido por unos cardenales" (sic). Asimismo, el dirigente socialista, ha acusado a la jerarquía eclesiástica de "querer hacer una intromisión directa en la campaña electoral".

El secretario de Organización del PSOE ha reclamado una rectificación a la Iglesia Católica (¿?) por afirmar verdades que están en la mente de millones de ciudadanos españoles. Y se permitió añadir -con muy mal estilo- un comentario improcedente, que ha molestado a muchas personas de este país que se sienten y son fieles católicos: se ha permitido decir que “la actuación de la jerarquía provoca en muchos cristianos, entre ellos él, ganas de borrarse” (sic).

Con todos los respetos al señor Blanco, me quedo con las palabras –son como una prolongación de esa fiesta de las familias cristianas en Madrid- con que Benedicto XVI comenzó este año. Entre otras cosas dijo: “Por tanto, quien obstaculiza la institución familiar, aunque sea inconscientemente, hace que la paz de toda la comunidad, nacional e internacional, sea frágil, porque debilita lo que, de hecho, es la principal ‘agencia’ de paz. Éste es un punto que merece una reflexión especial: todo lo que contribuye a debilitar la familia fundada en el matrimonio de un hombre y una mujer, lo que directa o indirectamente dificulta su disponibilidad para la acogida responsable de una nueva vida, lo que se opone a su derecho de ser la primera responsable de la educación de los hijos, es un impedimento objetivo para el camino de la paz. (…) Cuando la sociedad y la política no se esfuerzan en ayudar a la familia en estos campos, se privan de un recurso esencial para el servicio de la paz. Concretamente, los medios de comunicación social, por las potencialidades educativas de que disponen, tienen una responsabilidad especial en la promoción del respeto por la familia, en ilustrar sus esperanzas y derechos, en resaltar su belleza.” Espero que Pepiño Blanco no diga que el discurso del Papa es también “una intromisión en la campaña electoral”, etc, etc.

Reproducimos ahora un artículo de Juan Manuel de Prada titulado “Familia y tradición” (ABC, 31-XII-2007) y que se refiere al efecto de esa fiesta de las familias sobre los que se consideran progres... Es interesante leerlo.

Asimismo, aconsejamos la lectura del artículo "Interesante histeria en el gobierno español, y en el partido (Psoe) y el diario (El País) que lo apoya, tras el 'Encuentro de las Familias' " publicado por Juan José García-Noblejas en el blog Scriptor.org y de otro artículo publicado en La Gaceta que lleva por título "La lengua de los socialistas"
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FAMILIA Y TRADICIÓN, por Juan Manuel de Prada

La celebración de la fiesta de las familias cristianas les ha dejado el cuerpo a los progres como a la niña de «El exorcista». El progre, que es analfabeto y se vanagloria de serlo, cuando se refiere a la familia le añade desdeñosamente el calificativo de «tradicional»; pero decir «familia tradicional» es como decir «cigüeña ovípara». El progre es ese tío que está dispuesto a defender la existencia de cigüeñas que se reproducen al modo mamífero, o por esporas; y, del mismo modo, pretende vendernos la moto de que existen familias no tradicionales. Al decir «familia tradicional», el progre revela dos rasgos constitutivos de su idiosincrasia: su incultura supina (ignora el muy zoquete que traditio significa «entrega», «transmisión»; y huelga explicar que no puede existir familia si no existe transmisión de vida, afectos y valores) y su odio atávico, inveterado, insomne a la tradición.

Y es que la razón vital del progre no es otra que acabar con la tradición, romper los vínculos que unen a unas generaciones con otras. La tradición es una larga cadena viviente en la que cada generación absorbe el acervo moral y cultural que la precede y lo entrega a la generación siguiente; y en ese proceso de transmisión, que no es inerte ni fosilizado como pretende el progre, cada generación enriquece el legado recibido mediante aportaciones propias. Así ha ocurrido desde que el mundo es mundo, en el arte y en la vida; y la civilización humana ha crecido de este modo, sobre el humus fecundo de los tesoros que las generaciones anteriores se han encargado de preservar y ceder en herencia a quienes venían después. El progre sabe que, mientras esta cadena no se quiebre, no logrará imponer sus designios; de ahí que quiera destruir el mundo heredado de nuestros antepasados y sustituirlo por otro nuevo en el que ya no existan vínculos entre generaciones. Por supuesto, este afán destructivo no es inocente: el progre sabe que el hombre desvinculado deja de ser hombre para degenerar en monicaco; sabe que, desamparado de la tradición, el hombre se convierte en carne de ingeniería social. Por eso, el progre abomina de las fiestas y ritos que nos vinculan al pasado, por eso destierra de sus planes educativos el Latín y lo sustituye por Educación para la Ciudadanía, por eso trata de matar los afectos que sólo en el seno de la familia adquieren sentido. Pero el progre no puede completar su designio destructivo sin ofrecer algo a cambio, una pacotilla que anestesie el desvalimiento humano. Y así, aprovechándose de ese desasosiego que deja en el corazón del hombre la falta de asideros, le vende progreso y modernidad como lenitivos de su terrible desvalimiento; y se los vende a través de la propaganda de los medios de adoctrinamiento de masas, logrando que el hombre alienado de su naturaleza (de la tradición que lo constituye) crea que esos lenitivos son más atractivos, logrando arrasar esa silenciosa y pensativa conversación de generaciones que a lo largo de los siglos había garantizado la transmisión de afectos y valores morales.

El progre sabe que para llevar a cabo su misión necesita destrozar el tejido celular de la sociedad, los vínculos que unos hombres entablan con otros según un impulso cordial y sagrado. También sabe que la primera sociedad natural es la familia: destruida ésta, será mucho más sencillo llevar a cabo sus designios. Y disfruta orgiásticamente contemplando los efectos de su devastadora acción: matrimonios deshechos porque sí a velocidad exprés, hogares desbaratados con el menor pretexto o sin pretexto alguno, hijos desparramados y convertidos en carne de psiquiatra, abortos a mansalva, nuevas fórmulas combinatorias humanas negadas a la transmisión de la vida, etcétera. Cuando, por el contrario, descubre que aún hay familias que se resisten a su ingeniería social; cuando descubre que aún queda gente con sueños comunes, con ideales compartidos, con afectos heredados de sus mayores que se renuevan en sus hijos; cuando descubre la fidelidad y la perseverancia de los buenos en medio de una generación que ya creía pervertida; cuando descubre que, además, toda esa resistencia numantina se funda en Dios... bueno, es natural que se le ponga el cuerpo como a la niña de «El exorcista».

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