Somos personas, con la misma dignidad, derechos y deberes, correspondientes a la igualdad esencial. Pero la diversidad humana, la mayor o menor perfección de la persona, la encontramos en su personalidad. Hablamos de distinta personalidad –sin ninguna connotación negativa-, de mayor o menos personalidad, de riqueza de personalidad…
El hombre es obra de Dios pero también lo es de sus propias manos. Él se hará a sí mismo poco a poco. Decidirá sobre qué estudiará, en qué trabajará, con la persona con la que se unirá en matrimonio, etc., pero sobre todo, decidirá sobre qué personalidad hará propia; es decir, cómo va a ser su vida, qué persona va a ser. Esto es propiamente la libertad. La personalidad es la gran decisión humana, la gran obra de la libertad.
La personalidad no es algo que nos venga dado. Aunque no del todo, sí nos viene dado, hasta con connotaciones cromosómicas, el temperamento. El temperamento ejerce una poderosa determinación en la persona, aunque siempre será accidental, a no ser que se den patologías neurológicas hereditarias. Respecto a la personalidad, es relativamente indiferente poseer un temperamento flemático o sanguíneo. No se puede hablar propiamente del “mal carácter” o de “carácter humilde”, aunque se tenga una predisposición fisiológica mayor o menos a un mejor o peor “genio”.
El individuo flemático es caracteriológicamente poco apasionado y más reflexivo. De sensibilidad baja y con poca presencia de sentimientos.
La percepción de la realidad por parte de quien posee un temperamento sanguíneo es muy diversa: sensibilidad más rica y capacidad para entusiasmarse, es más vulnerable ante el fracaso, a desilusión y a la tristeza; con tendencia a la dispersión.
La acertada comprensión de las diferencias y complementaciones entre el varón y la mujer, entre personalidad masculina y femenina, es clave para una formación completa. Cualquier indiferenciación trae consigo funestas consecuencias. Es un elemento fuerte en la formación de la personalidad.
Diversos caracteres originan personalidades distintas, pero esencialmente semejantes y realizadas. Por esto, una buena y verdadera educación tiene en cuenta las diferencias de las persona. Advierte que cada uno tiene su camino de realización. Sólo podemos ayudar. La masificación y la uniformidad a nivel social, familiar, colegial, genera personalidades débiles, y agudiza caracteres enfermizos. Es muy necesaria y buena la diversidad.
¿Qué trasciende al temperamento y hace que una persona no dependa sólo de él para alcanzar su perfección humana?
La personalidad la forjan las virtudes
Los que participamos en la tarea educativa, hemos de tener claro que sólo se COLABORA, en la formación de la personalidad. En todo caso, nos debe preocupar colaborar bien.
Cuando transmitimos conocimientos, nociones, análisis, experiencias, actuamos sólo accidentalmente en relación a la personalidad. Son necesarios, sí, pero la influencia en la personalidad necesita una mayor implicación.
Para educar hay que tener una ascendencia acogedora que permita el comienzo de la amistad. Sólo con la amistad, uno permite a otro meterse en su vida. Entonces puede acompañar en su labor de sacar lo que tiene dentro, a desarrollar sus potencialidades.
En cierto sentido, se ha de “emitir” –a esto se le suele llamar dar buen ejemplo- las propias virtudes, la personalidad propia. La virtud se transmite desde la cercanía, desde una cierta comunicación de sentimientos. Entonces es descubierta, despertando atracción y deseo de poseerla. Sólo viéndola hecha vida en otros se entiende la virtud.
Aristóteles trató de la virtud como “hábito”, como “costumbre”, que arraiga en el hombre por la repetición de actos buenos. Pero fueron otros los que captaron en la naturaleza de la virtud lo más vital humano, interno, que nos hace sentir de manera innata y fuerte, la atracción del bien. Las virtudes dan facilidad para la acción, y su ejercicio engendra gozo, paz y felicidad. . Por ejeEl hombre virtuoso es el que distingue con facilidad lo bueno y lo verdadero, y lo realizamplo, un alto grado de la virtud de la veracidad es uno de los grandes bienes que la persona puede conseguir para ella misma y para los demás. Pensemos en la cualidad más necesaria que deseamos en los que gobiernan un país.
Hay que proponerse educar en las virtudes. Ejemplos.
A un niño, a base de mandarle que haga una cosa, la hará, y cada vez con más facilidad. Pero esa repetición puede no perfeccionar a la persona en lo íntimo de su ser. Puede que aquello no lo haya asimilado como algo muy bueno, esencial para su vida, sino sólo como algo útil y provechoso. Ciertamente lo es, pero no sería la virtud.
Con el paso de los años se advierte en los chicos si sus virtudes han crecido en riqueza; si eran verdaderas o ficticias (caben mezclas en diversas proporciones)
En definitiva, una cualidad humana puede llamarse virtud en la medida en que hace a un hombre MEJOR PERSONA.
La veracidad –seguimos con esta virtud, para explicar la adquisición de cualquiera de ellas- es un elemento que puede poseer, y que quiere poseer, tanto el de temperamento flemático como el sanguíneo, ya que supone la misma perfección para ambos. Debemos por tanto enseñar, inculcar, el amor a la verdad, su valoración sobre cualquier bien material, incluso sobre la estimación de los demás. Un chico sólo luchará por ser veraz cuando vea que es uno de sus grandes bienes. Cualquier sacrificio merece la pena para conseguirlo. Es un valor esencialmente necesario para la configuración de su personalidad.
Quién enseñe la veracidad como truco, o como marqueting, o como “aparecer como veraz”; cuando las llamadas “mentiras piadosas” abundan y “son inevitables”, entonces la educación se hace superficial y genera personas superficiales.
Hay que proponerse en directo que vuestros hijos alcancen las virtudes. Un niño reconoce los bienes por la importancia que le dan sus padres. Por ejemplo, hay que reconocer el mérito de los hijos cuando dicen que no han estudiado por pereza, o cuando se autoacusan en público de haber roto el cristal de la ventana de clase… Merecen que los llevéis al cine… porque debéis estar muy contentos de que vuestro hijo valore más la verdad que su honra.
La virtud de la convivencia se apoya en la virtud de la humildad, pues hace reconocer las cosas buenas de los demás. Procurar que en niño sea humilde –sin que disminuya su autoestima- es la inversión social más importante.
Hemos de enseñar a los niños, a vuestros hijos, a ser buenos, que es tener bondad, no a aparentarla. Es un chico educado en el bien, y se le nota externamente por “rebosamiento”. El bien siempre está dentro.
Por eso esta educación de la personalidad es muy precisa, y SUPONE QUE LOS PADRES TIENEN MUCHA PERSONALIDAD; es decir que tienen MUY ARRAIGADAS LAS VIRTUDES. SÓLO PODEMOS EDUCAR CON NUESTRA PERSONALIDAD; ES DECIR, CON NUESTRO EJEMPLO.
¿Cuándo se comienza a educar la personalidad? Consejos desordenados a propósito.
La enseñanza de las virtudes comienza con “la alimentación”. Es más cierto de lo que parece que “las virtudes se maman”. En todo caso, hay que poner todos los medios para que comience a darse desde el principio, en la edad instintiva, cuando es más difícil técnicamente, pero las cosas quedan en nosotros de modo duradero. La configuración del carácter se verifica en los primeros años… Quizá entonces, aunque de manera un poco esforzada y poco natural -se la llama educación temprana-, se debe ir formando.
En cuanto que tienen poco desarrollo de la capacidad de entender y querer, su actuación es poco racional. No entienden el sentido de “querer a mamá porque le ha dado el don de la vida”… El niño pequeño tiene necesidades materiales e instintivamente las busca. A un niño “lo que le interesa” es no tener hambre, o tener aquello de ese color, o no estar solo. Y si no las tiene, grita, chilla. Ese moldeamiento del carácter, aunque sea por medio de premios o reprimendas muy moderados, influirá más tarde poderosamente en la personalidad.
Se les puede acostumbrar a ejercitarse en acciones buenas aunque no entiendan del todo el porqué. No comprenderá completamente que mamá le niega el yogurt color rosa y le dé uno verde. Pataleará… Pero al final se comerá el verde, e internamente habrá conseguido una victoria, que él no apreciará ahora –lo hará en el futuro-: ganar en el dominio sobre las apreciaciones fluctuantes del capricho.
El niño pequeño tiende al “egoísmo”, “capricho”, etc. Si se le mima, se le aplaude, y se le dice constantemente que todo lo hace bien, se le induce un egoísmo instintivo, que le dificultara las cosas para el futuro próximo y lejano.
Ayudar en casa es algo que socializa fuertemente a la persona, que se acostumbra pronto a servir. Recoger lo que ha desordenado va induciendo el orden, el método, la disciplina. Cada vez irá comprendiendo mejor que ese servicio es una manifestación de afecto a sus padres, a sus hermanos, a los amigos. A los seis años pueden tener ya auténticas virtudes.
Los chicos son capaces de entender a sus padres cuando les razonan que aquello que no les apetece, se lo comerían miles de niños en el mundo que no tienen qué comer.
De aquella paga semanal de dos euros, podrían descontar un veinticinco por ciento para ayudar a algún chico con nombre y apellidos de Sudamérica o de África. En un año, podría regalarle unos zapatos.
El estudio tiene premio hasta una determinada edad… Después, el trabajo bien hecho y manifestado en las calificaciones –así lo reconocen ellos- son el mismo premio: no la bicicleta prometida.
La alegría de los padres por las notas no debe expresarse como admiración ni como un agradecimiento. Un “te has portado como esperaba”, vale mucho.
Las cosas tienen un valor… Poco a poco se irá apreciando cuál es… Pero será lo que lo aprecien los padres.
Queridos padres, seguiremos “hablándonos”. Es una tarea… bella, porque la virtud es la auténtica belleza humana.
Felicitaos si vuestros hijos realizan acciones buenas de manera espontánea. Es que las tienen ya en un grado alto.
1 comentario:
Me ha encantado y me ha ayudado mucho.Lo dificil es saberlo poner en práctica.Me encantaria tener este manual escrito en mi cabeza y que surgiera espontáneamente.
Caro.
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