Por Robert, Sarah
La pseudo-liberación del hombre se inscribe en la
historia de los tres últimos siglos, siendo la ideología de género el último
avatar lamentable. Me voy a explicar: La liberación de Dios Padre se produjo ya
hace tiempo cuando las democracias occidentales se formaron en un contexto
deísta. Los grandes pensadores del racionalismo (desde Voltaire a Diderot
pasando por d ́Alembert) dieron lugar a la famosa Revolución francesa, que será
presentada por la corriente laica como la génesis de la liberación del hombre
con respecto al Dios de los cristianos13, y por tanto, con respecto también a la Iglesia y a
su Magisterio, calificados de “opresivos”. Sin embargo, para los racionalistas,
Dios es el arquitecto supremo del universo que se desinteresa totalmente de sus
criaturas. El deísmo de los enciclopedistas ha por tanto matado la paternidad
en Dios. J.J. Rousseau incluso dijo que la paternidad es un privilegio social14. Es lo que yo llamo “cortar el cordón umbilical”, y
esta etapa decisiva va a dar lugar a otras etapas que paulatinamente van a
convertir a la persona en un individuo, y a continuación en un “zombie”.
De hecho, si Dios ya no es Padre, el ciudadano deja de
ser el hijo. Deja por tanto de ser una persona que recibe todo de su Padre; se
convierte en un individuo, abandonado a sí mismo en la organización del mundo y
de su propio destino. Como ya no recibe su identidad (de Aquel a cuya
imagen y semejanza ha sido creado), debe construirla él mismo apoyándose
en su sola razón. Como dijeron los Papas Juan Pablo II y Benedicto XVI, las dos
alas que nos permiten elevarnos hacia la contemplación de la verdad son la fe y
la razón15. Cortando el ala
de la fe, el hombre se desequilibra, y efectivamente, han hecho falta tres
siglos para que el hombre se choque contra la tierra firme de sus propias
convicciones, para que sea pisoteado como un vulgar insecto, primero en los
campos de concentración nazis y en los gulags comunistas, y después, de una
manera más aséptica, en el fango de la ideología del género.
Actualmente con la ideología de género el hombre está
abandonado, denostado, se le destruye, se destruyen sus valores, su sexualidad
y es poco menos que un animal. El hombre está abandonado a su única razón y,
por tanto, pierde poco a poco todo contacto con la Fuente, la paternidad de
Dios, que es la que ilumina su conciencia. Es cierto que las Declaraciones de
los Derechos Humanos, los preámbulos de las Constituciones y las primeras
Cartas de la Sociedad de Naciones (SDN) y de las Naciones Unidas (ONU), en los
siglos XIX y XX son aún en gran medida el reflejo de las normas del derecho
natural, pero el derecho positivo que actualmente reina de manera absoluta, se
aleja poco a poco de ellas y obliga a los legisladores a callarse en el mejor
de los casos, o a negarse a sí mismo en el peor de los casos16. Veamos un ejemplo, el más grave y el más
significativo: los Estados occidentales, al igual que las instancias
internacionales, que ellos mismos controlan, como por ejemplo la Unión Europea,
son incapaces de definir de forma clara qué es un embrión humano, y afirman
aquello que toda conciencia humana ya sabe –basándose en la sola razón y
también la ciencia17- y
que constituye una norma esencial y fundamental del derecho natural18, a saber que, desde el momento de su concepción, el
embrión humano es un ser humano, que, consecuentemente, tiene un derecho
imprescriptible y absoluto a la vida. Entonces, para evitar contradecir el
pseudo “derecho al aborto” y atraer para si la ira de la casta
mediático-política dominante, el legislador “anda por las ramas”, si me permiten
utilizar esta expresión un poco trivial: o bien se calla, y como si fuera un
Poncio Pilato contemporáneo, rechaza pronunciarse como lo hace la Unión
europea, que deja que cada uno de sus Estados miembros se encargue de regular
esta cuestión19; o bien se
esfuerza por encontrar una expresión susceptible de no enfadar a nadie, de allí
esta definición, cuanto menos enrevesada, que la Comisión Consultiva Nacional
de Ética francesa se inventó en el año 1984: “el embrión es una persona humana potencial”.
Hay que entender el término “potencial” obviamente como sinónimo de “en
proyecto” y, por tanto, “aún no existente”. Esto es una constatación: la muerte
de la ontología ha pasado por allí...
De este modo, como resultado del divorcio que se ha
producido entre el individuo y la persona, Occidente, y tras él
el resto del mundo, en particular mediante la colonización y después por la
dominación económico-financiera de los países en vías de desarrollo, el mundo
entero –como digo– se ha hundido en el individualismo y las ideologías. La
historia nos muestra ampliamente que el deísmo ha desencadenado un proceso que
ha conducido a la civilización occidental, es decir, la civilización judeo-
cristiana, de la muerte de Dios y del nihilismo del siglo XIX, a la
misma muerte del hombre durante el siglo XX, para finalmente llegar en
la segunda mitad del siglo XX a un hundimiento sin precedentes de la
institución familiar, vector de la persona humana. Friedrich Nietzsche,
con su teoría del superhombre, que presentaba como el remedio a la
desesperación provocada por la muerte de Dios20, Sigmund Freud con su nueva antropología
basada en las pulsiones primarias como motivación exclusiva de las acciones
humanas, Jean-Paul Sartre21 y su nihilismo libertario, aparentemente genial, estos
tres pensadores han terminado de inocular en la conciencia colectiva y, por
tanto, también en la individual, la idea de que la “liberación” del individuo
pasa por el asesinato del padre, y han llevado a término su plan
diabólico a través de los famosos eventos de complementariedad de los sexos, y,
por tanto, con la maternidad. Margaret Sanger (1879-1966), fundadora de la
“Planificación familiar internacional” y figura prominente del feminismo
occidental, ¿no quería de hecho el acceso libre y gratuito a los
anticonceptivos para “liberar a la mujer de la esclavitud de la reproducción”?
De esta manera hemos asfixiado el sentido de la feminidad y de la maternidad en
el seno de la cultura occidental porque sabemos perfectamente que entre la
contracepción y el aborto legalizado y pagado con fondos públicos no había más
que un solo paso que los legisladores se apresuraron a franquear entre las
décadas de 1970 a 1990...23
A finales del siglo XX el padre, la madre, el esposo,
el hijo y la hija, todos habían perdido su estatus que, sin embargo, se les
debía en una sociedad digna de tal nombre: la “familia” estaba quebrantada en
sus cimientos24. En nuestros
días, la familia incluso se ha convertido en un concepto abstracto e inestable,
sometido a interpretaciones diversas y contradictorias, de donde el malestar
que sienten los legisladores ante la tarea de definirla, y de donde también
esta reciente decisión tomada por el gobierno francés de sustituir el
“ministerio de la familia” por el “ministerio de las familias”.
Según lo afirma, lo ha hecho “para tener en cuenta las diferentes realidades
de la sociedad contemporánea”... ante la indiferencia casi generalizada de
la opinión pública, y con la aprobación ruidosa, esa sí, del entorno
político-mediático dominante.
Hay que entender que este largo proceso que se puede
calificar de “revolucionario”, que comenzó con la muerte de Dios-Padre en el
siglo XVIII y terminó con la muerte del hombre convertido en un simple “individuo”
a finales del siglo XX, conduce directamente a la ideología del género. Pero
¿de qué manera? En este principio del siglo XXI, las sociedades occidentales se
han convertido en desiertos espirituales y demográficos: basta con pasearse por
las calles de Londres, París, Berlín, Madrid o Roma para darse cuenta de ello:
pocos niños, pocos cochecitos o sillitas de bebés, familias reducidas a su
mínima expresión: un hombre y una mujer (que a menudo son simples “compañeros”,
que cohabitan durante un tiempo limitado) con a veces uno o dos hijos, siempre
y cuando no sustituyan a los hijos por mascotas. Y tenemos también a las
parejas homosexuales entrelazados que de este modo expresan cada vez más su
“diferencia”. Después, tenemos también la presencia masiva de una población
extranjera, que en Europa occidental sumerge a los pueblos nativos paralizados,
provenientes de otros continentes, los continentes del hambre y de la opresión
política, y de culturas y religiones diferentes. En definitiva un laicismo y un
indiferentismo generalizados y alimentados por ese famoso díptico del Imperio
Romano en su apogeo y al mismo tiempo abocado a un declive inevitable: “panem
et circenses” o, si prefieren, utilizando un vocabulario más actual,
“bienes de consumo y de ocio” a ultranza... en lugar del esfuerzo y del
trabajo. Estos ciudadanos-individuos, por tanto “individualistas”, condenados a
la soledad en el mejor de los casos y, en el peor de ellos, al suicidio, a
veces “asistido” (y legalizado), son radicalmente indiferenciados: no son más
que consumidores ante los cuales los sitios de Internet hacen su mercado
gracias a las evaluaciones estadísticas de sus deseos. Acabamos de describir el
marco de la sociedad occidental del vacío, que, además, es una hija de mayo de 1968, un movimiento libertario cuyas ideas se
propagaron más allá del antiguo telón de acero, a partir de la caída del muro
de Berlín, en 198922.
A continuación del asesinato del padre, hemos pasado
al asesinato de la madre, con el feminismo radical que enfrenta los
derechos de la mujer, su libertad y su igualdad por una parte, con la identidad
femenina en el marco de la sociedad depresiva y adolescente25. De ahí al bricolaje del “género” solo hay un paso, y
es ese vacío el que ha permitido a los Mefistófeles occidentales, sobre todo
estadounidenses, afinar su proyecto de reconstrucción social basado en bases
pseudo-científicas y laicistas, que son verdaderamente diabólicas. El caldo de
cultivo está listo para la revolución final, que corresponde también al
“combate definitivo” mencionado en el Apocalipsis, la revolución del género que
convierte al individuo en un “zombie”. Es el nihilismo total, radical, absoluto
que es el preludio de la muerte de la humanidad. Es la Hora del combate entre
estas nieblas donde naufraga una humanidad enfrentada a los demonios del
nihilismo libertario, y la Luz que solamente la Iglesia lleva como una
antorcha, que se parece en demasiadas ocasiones a esa pequeña llama de la
Esperanza que cantaba Charles Péguy hace ya un siglo, y que ninguna borrasca
podrá apagar. Porque nuestra fe en Cristo, que es el fundamento de nuestra
esperanza, es decir nuestra fe en Cristo resucitado, el Hombre Nuevo, Dios
hecho hombre, es esa antorcha, esa llama que ilumina nuestras vidas y nuestra
conciencia de hombres y de mujeres creados “a imagen y semejanza de Dios”. La
Iglesia es el último y el único refugio contra esa nueva barbarie del “gender”,
ante la cual resulta que los Hunos de Atila en el siglo V solo eran una amenaza
insignificante. Sí, esos bárbaros que, en el crepúsculo del Imperio convertido
al cristianismo, el Papa León I consiguió detener a las puertas de Roma gracias
a su persuasión, supieron detener ahí su acción maléfica. ¿Harán lo mismo
nuestros “doctores Fausto” contemporáneos? ¿Aceptarán romper su pacto diabólico
con el Adversario que les dice –como dijo a nuestros primeros padres: “seréis
como dioses”? Sí, en la actualidad, la Iglesia es el único y el último refugio
contra esta nueva barbarie, pero teniendo en cuenta las costumbres y hábitos
paganos de este nuestro mundo, la palabra de la Iglesia tiene que ser clara,
límpida, sin ambigüedad y con la fuerza suficiente para sustraer a los
creyentes de aquello que les alejaría de la alianza de Cristo y sus enseñanzas.
A continuación voy a hablar de algo que no está en la
conferencia que había escrito originariamente, pero quiero comentar. Hay algo
que me parece triste. Los países occidentales en cierto modo han decidido
aliarse para oponerse frontalmente y radicalmente a Dios, dictando leyes que
destruyen el designio de Dios sobre la familia y sobre el matrimonio. Hay una
voluntad y medios financieros, técnicos y mediáticos no solamente para romper o
destruir sino también y, sobre todo, diría yo, para acabar con los fines del
matrimonio, para desestructurar y desnaturalizar la célula de la familia. Por
desgracia, algunos prelados de alto rango, aquí sobre todo de países más
opulentos, se emplean en aportar modificaciones a la doctrina y a la moral
cristianas en todo lo que se refiere al matrimonio, a los divorciados vueltos a
casar y a otras estructuras irregulares. Estos guardianes de la fe, que
deberían defender lo que defiende el Magisterio de la Iglesia, tienen que saber
que tendrán que rendir cuentas ante Dios y que el problema fundamental que
supone la destrucción de los fines del matrimonio es un problema de moral
natural. Es en el orden natural donde el hombre y la mujer son llamados a
unirse de forma indisoluble para expresarse ternura, para apoyarse mutuamente
en una complementariedad armoniosa. Esta realidad natural es la que el Señor
elevó a la dignidad de sacramento, y que la Iglesia tiene que defender y
proteger hasta la muerte, para la salvación de la humanidad.
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