Acabamos de pasar por las elecciones autonómicas en Andalucía. Sin pretensiones de juzgar acerca de la calidad personal, profesional y moral de los políticos que han concurrido a las elecciones, se me ocurre un comentario rápido.
La probabilidad de que tengamos gobernantes de alto nivel en cuanto a conocimientos, capacidades, cualidades y virtudes es reducida, porque no disponemos de mecanismos para seleccionarlos, encontrarlos y motivarlos, y los mecanismos de control a posteriori son muy limitados. Montar ese mecanismo sería tarea realmente imposible, porque no nos pondríamos de acuerdo sobre qué les vamos a exigir, y porque la selección ya está hecha de antemano, sin esos mecanismos.
De modo que lo mejor es montar un sistema que sea capaz de funcionar con gobernantes mediocres y aun malos -insisto: no estoy diciendo que los que han ganado lo sean; lo diría también aunque estuviese convencido de que son excelentes, porque seguro que tienen también sus puntos débiles. Un sistema que limite los poderes de los gobernantes, establezca mecanismos independientes y efectivos de control de su actividad, y que desarrolle instituciones que favorezcan que los malos no entren en la batalla política, que sí lo hagan los buenos, y que no se perviertan en su trabajo.
Me preguntará el lector cómo se hace eso. Ya tenemos mucha experiencia, de siglos, en muy diversos sistemas políticos y entornos sociales, económicos y humanos. Algún día volveré sobre el tema.
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