“Yo no tengo la receta para la crisis de la familia”, dijo el Papa Francisco. “La Iglesia es consciente de la gravedad del problema, y por eso ha convocado un Sínodo”.
El Papa Francisco, por tercera vez en este viaje a Napoles, dejó de lado el discurso oficial y dialogó sin papeles con miles de jóvenes napolitanos reunidos junto al paseo marítimo de la Via Caracciolo.
Tres preguntas y tres problemas fueron los que abordó el Papa en su intervención: la crisis de la familia, los ancianos y el sufrimiento en el mundo. Volvió a insistir en algunos de los puntos que ya ha dicho en anteriores catequesis y discursos.
Sobre la familia, el Papa subrayó la profundidad de la crisis que atraviesa, y especialmente, el sacramento del matrimonio. “Ya no está de moda casarse, es una costumbre social”.
La crisis del matrimonio, para el pontífice, es una crisis del noviazgo: éste “ha perdido su sentido, ya no hay diferencia entre el noviazgo y la convivencia”. El problema de fondo es la falta de fe con la que se accede al sacramento. Un problema, añadió, que “no se soluciona con un cursillo de ocho días”.
Sobre los ancianos, el Papa afirmó que existe “una eutanasia más dañina que poner una inyección, y es negar cuidados y medicamentos a los ancianos”. El principal medicamento, subrayó, es el afecto de los seres queridos. “¿Cómo cumplimos el cuarto mandamiento?”, preguntó a los jóvenes.
Sobre el sufrimiento, el Papa volvió a una de sus frases más humanas, que ya pronunció en ocasión, por ejemplo, de su viaje a Filipinas: el sufrimiento de los niños, que para él constituye el “gran silencio de Dios”. “Los silencios de Dios sólo se entienden mirando la cruz”, añadió.
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