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domingo, 8 de marzo de 2015

EL OSCURECIMIENTO DE LA CONCIENCIA (notas de una clase)


Por Fernando Hurtado

         La luz de la inteligencia, perfeccionada por la sindéresis -hábito de los primeros principios-, inclina siempre al hombre a juzgar bien, aunque por ser limitado, puede a veces incurrir en un juicio errado.

         Pero, podría suceder que el hombre no quiera seguir -porque no le interesa-  esa luz, y entonces, de algún modo, la oscurece. Especialmente en la actualidad este fenómeno está muy difundido. Por esto, estudiar este punto nos ayuda a prevenir posibles desviaciones y sanarlas en los demás en la medida en que se dejen.

         La rectitud de la voluntad es condición para que el juicio de la conciencia sea habitualmente recto. Lo advierte la Escritura: "los hombres malos no juzgan con juicio; en cambio, quienes buscan al Señor, juzgan acertadamente" (Proverbios, 28, 15).

         Las disposiciones del corazón son decisivas para el conocimiento de la verdad y del respectivo conocimiento moral. La verdad es el bien de la inteligencia, y la voluntad es la que mueve al entendimiento a su bien. Todos tenemos experiencia: para conocer las cosas hace falta un mínimo de voluntad, que se traduce en interés. Nos enteramos difícilmente de los asuntos que  no nos interesan, y viceversa. Por ejemplo, una madre tiene gran facilidad para conocer a sus hijos, porque los quiere.

         El influjo de la voluntad en el conocimiento se hace especialmente intenso en el juicio de conciencia, donde el conocimiento se presenta urgiendo a la acción. Si la voluntad no es recta, es difícil que se juzgue rectamente del bien singular, especialmente si la contraría.

         Si la voluntad no es recta, el juicio de la conciencia tiende a oscurecerse. Al obrar voluntariamente el mal, el hombre violenta su inteligencia, inclinada naturalmente a señalarle la verdad del bien; su voz se le hace molesta y procurar acallarla, deformándola y llevándola a una progresiva ceguera.  "La conciencia por la costumbre de pecar llega paulatinamente casi a cegarse" (Concilio Vaticano II, Constitución Gaudium et Spes, n.16). De todas formas, la voluntad no posee un dominio absoluto sobre la conciencia: no puede llegar a suprimirla. Sólo tiene capacidad de dejar de aplicarla, negándose simplemente a considerar su juicio, u ocupando la mente en falsos razonamientos que desfiguren la propia responsabilidad.

         El conocimiento de la verdad y el bien no puede alterarse sin un mínimo de complicidad en la voluntad. En concreto, hay que destacar:

         a) El oscurecimiento de la conciencia suele comenzar con un olvido práctico de las verdades morales, y tiende a terminar en el intento de corromper la misma verdad moral. Como no es fácil rechazar la evidencia de los primeros principios de la ley moral, se comienza por apartar su luz, provocando  la duda, dando poca o relativa importancia a un determinado hecho, o pretendiendo encontrar dificultades para aplicarlos en situaciones concretas. Por ejemplo, se buscan casos límites que parezcan contradecir una norma moral: desgracias que se seguirían de la aceptación de la indisolubilidad del matrimonio, o del aborto en ese caso concreto. O se alude a complejidades de la vida real o a dificultades agobiantes que hacen imposible  su aplicación.

         Sin embargo, como los principios siguen iluminando, el intento de tranquilización de la conciencia acaba por exigir que se ponga en duda la vigencia misma de esos principios. Se intenta buscar entonces una verdad nueva, corrompiendo la verdad objetiva o sumándose a representantes de ideas erróneas que justifiquen la propia conducta. Con mucha frecuencia, se acaba intentando difundir esas falsas "verdades", en plan "cruzada" o "reciente descubrimiento" para que parezcan más verosímiles. Es vital contar con la aprobación de otros, cuantos más, mejor.

         b) Este oscurecimiento puede estar favorecido por la situación moral y doctrinal del ambiente, pero en último término se debe a la intervención de la voluntad personal. Especialmente peligrosas son las corrientes del agnosticismo y del subjetivismo que se ofrecen frecuentemente servidas, es decir presentadas por medio de hechos que parecen lo normal, en los medios de comunicación, en algunas lecturas y en la calle. En casos excepcionales puede que alguien se engañe sin culpa, pero, en materias importantes, este engaño suele estar unido a una complicidad interior. Además no se cuenta o se desprecia el testimonio y el ejemplo de gente honrada, de la Iglesia, del Papa...; en estos casos se impone incluso como necesidad, ridiculizar comportamientos y palabras.

         c) En el fondo del oscurecimiento de la conciencia hay una raíz de soberbia. Todo pecado supone un rechazo de la luz de la conciencia. Cuando el hombre se arrepiente, vuelve a percibir con claridad la diferencia entre la buena y la mala conducta. Pero si quiere permanecer en el pecado, la conciencia le estorba, y entonces su soberbia le lleva a buscar los medios para oscurecer la verdad, para no sentir su reproche. En definitiva, se busca una falsa autonomía, respecto a la Verdad, a Dios: no querer depender de El, y convertirse en la práctica en un determinador del bien y del mal, o en un nuevo agente activo del relativismo. Ese fue el pecado de nuestros primeros padres, que quisieron poseer en sí mismos "la ciencia del bien y del mal" (Génesis, 3, 5).  "Seréis como dioses", les había propuesto Satanás.

         No es extraño que algunos den el último paso: de negar la luz de Dios en nosotros, se pasa a la negación de Dios mismo.  Es decir, al ateísmo.





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