"Valoraciones éticas y antropológicas sobre el mundo de hoy"
Por Fernando Hurtado
Es la familia el ámbito donde se nace,
donde recibimos la existencia; al principio muy débil pero ya fuerte por el
amor de padres y hermanos. Al nacer nos encontramos perfecta, generosa y
amorosamente sostenidos. No hay que temer la precariedad. Cada existencia
recibida en la familia se convierte en centro para los demás componentes.
Decía San Juan Pablo II que la
familia es el ámbito más perfecto para el ser humano, porque es donde la
persona es tratada más allá de la justicia. En el hogar no cuenta por lo que
vale, o lo que tiene: si es más o menos inteligente, más o menos fuerte, más o
menos sana, o bella, o deficiente… No, no se trata a la persona en la familia
con sentido utilitario. El hijo es considerado en sí mismo, por el inestimable
valor de su existencia, por su vida, y lo que significa dentro de la familia.
Aquí, nadie es medio sino fin; se da la mejor relación entre personas: el
amor. Los méritos son relativos. Todo es de todos, cada uno es igualmente
importante y decisivo, es tratado igualmente, justamente, sin considerar
diferencias ni clases.
Al darse de manera natural la
donación, la generosidad y el amor, es la escuela
más eficiente de socialización, a nivel personal y con los demás. Así aprende
el ser humano a relacionarse.
Con la ayuda
de la prudencia de los padres, hemos aprendido a razonar, hemos sido guiados a
conocer el mejor camino para el futuro.
En el amor de
nuestros padres, hemos aprendido a amar; con ellos, hemos acogido quizá las
vidas de nuestros nuevos hermanos que se incorporaban al hogar. Ellos han hecho
que se desarrollara nuestra capacidad de amor al otro y la tendencia a la
maternidad-paternidad. Hemos vivido con nuestros padres la abundancia y la
escasez; hemos compartido las alegrías y las preocupaciones y tristezas; hemos
sufrido por la pérdida de los seres cercanos; hemos aprendido a servir, a
trabajar, a ser generosos, humildes, sencillos.
Y todos los
pasos han sido dados gradualmente, sin generar desasosiegos o agobios.
La familia no
es sustituible por nadie ni por nada. De ahí que el papel de los Estados sea
subsidiario en la misión de la familia, porque es antecedido y es menos perfecto
que ella; que lo suyo sea ayudarla a alcanzar su fin, no a sustituirla. Si
hiciera los papeles de la familia, los hogares enfermarían de auténticos “cánceres
sociales”.
Como la familia
es la célula de la sociedad, si ésta es sana, la sociedad será sana y buena. Y
de ella procederán nuevas familias, buenas familias.
De la posición
y ayuda del Estado en este campo se puede deducir la categoría y legitimidad de
los gobiernos, y el talante moral de los políticos. El respeto al principio de
subsidiariedad –la ayuda y la no sustitución de personas y funciones familiares-
es la principal señal de idoneidad de políticos y gobernantes.
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