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sábado, 1 de julio de 2017

¡Oh, la sabiduría...!


Por Antonio Argandoña, IESE, Barcelona
He llegado a la conclusión de que la sabiduría es un bien escaso en este mundo. De entrada, yo no la tengo, de modo que no puedo darla, entre otras razones porque la sabiduría no puede enseñarse, pero sí se puede aprender. Sabiduría no es inteligencia, brillantez intelectual, cultura, conocimientos, ni, por supuesto, información. De estos productos hay una buena oferta en todas partes. Pero me parece que la sabiduría es mucho más escasa, no solo en el mundo de la empresa, sino, en general, en toda la sociedad. Y así nos va.
No me pregunte el lector qué es la sabiduría. Yo diría que tiene que ver con entender la esencia de las cosas, la profundidad de las situaciones, hacer las conexiones adecuadas, tener capacidad de reflexionar. Y, de ese modo, la sabiduría sirve para tomar decisiones correctas, que tienen en cuenta muchas dimensiones de los problemas, que se preguntan por la consecuencias de las decisiones sobre muchas personas, empezando por el propio decisor… La persona sabia se interesa siempre por la visión de conjunto, la pantalla grande, las relaciones entre los fenómenos, más allá de sus propios puntos de vista. Procura no ponerse nervioso cuando le dicen algo que no entiende o que no le gusta.
La persona sabia, me parece, debe estar abierta a los demás, dispuesta a escuchar, reflexionar y aprender, lo que no significa que sea gregaria. Debe ser humilde, porque reconoce su limitada capacidad para conocer, y está dispuesto a aceptar las cosas como son, no como le gustaría que fuesen. No es pedante, claro, porque no trata de quedar bien, de ganar en una disputa, de recibir un premio: su premio es la misma sabiduría. Sabe poner las cosas en perspectiva y entender los puntos de vista de los demás.
He dicho antes que la sabiduría no se puede enseñar, pero se puede aprender. Pero uno no la puede aprender solo, sino con los demás. Tampoco es cuestión de años, no sea como le ocurría a aquel profesor del que contaban que, después de haber dado clases durante cuarenta años, no tenía cuarenta años de experiencia, sino un año repetido cuarenta veces. Hay, por supuestos, medios para desarrollar la propia sabiduría, pero siempre contando con otros, dispuesto a aprender siempre, dispuesto a salir de la zona de confort, a entenderse con personas distintas de uno mismo, a aprender de sus errores (y de los de los demás)…
Al llegar a este punto, todavía no sé por qué me ha dado por escribir hoy sobre este tema. Pero seguramente el lector, que tiene ya mucha sabiduría, se habrá dado cuenta de que aparecen en esta cualidad unas cuantas virtudes, capacidades o potencialidades de las que hemos hablado tantas veces en este blog, y que son necesarias en nuestras organizaciones, en nuestras escuelas, en nuestra política (¡oh, la sabiduría del político!), en nuestra sociedad…

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