(Párrafos de un artículo “La sexualidad humana”) del gran pensador y sacerdote Antonio Ruiz-Retegui, fallecido repentinamente hace unos años.)
Frente
a una concepción de la sexualidad cargada de misterio y trascendecia, la
situación cultural de nuestro tiempo presenta un contraste sorprendente. No se
trata evidentemente de la desdivinización del eros. Esa desdivinización fue
realizada de un modo definitivo en la victoria del cristianismo sobre el
paganismo. Se trata más bien de la banalización que la sexualidad va sufriendo
de un modo progresivamente acelerado en nuestro mundo cultural. Las vías de esa
trivialización son varias. Me limitaré a señalar dos: la banalización
científica y la banalización lúdica.
Banalización
científica (Presentaremos la banalización lúdica, en otra entrada)
La banalización científica de la sexualidad corre pareja a la
reducción cientifista del hombre, como consecuencia del método propio de la
Ciencia positiva. En virtud de su corporalidad, el hombre es una parte del
mundo material y, por tanto, puede ser objeto de investigación,
experimentación, explicación y manipulación por parte de la racionalidad
científica y técnica. En virtud de la unidad de la persona, ajena a todo
dualismo, los fenómenos humanos tienen una dimensión corporal, por medio de la
cual no sólo son expresables según el conocimiento científico, sino que
consecuentemente resultan manipulables por la técnica derivada de esa Ciencia.
No
es necesario detenerse ahora a considerar detalladamente la reducción de
perspectiva que supone el método científico y la ausencia de significados
propios y de finalidades naturales en las explicaciones científicas. Baste
recordar que en la medida en que se absolutice el método científico como vía de
conocimiento de la realidad, ésta se presentará a la mirada humana en una
curiosa mezcla de conocimientos e ignorancia: conocimiento exacto,
experimentado y comprobable de las dimensiones cuantitativas de la realidad;
ignorancia de cualquier significado propio o de finalidad natural. La ciencia
positiva alcanza un conocimiento de las leyes de la regularidad del
comportamiento empírico, pero al ignorar metodológicamente cualquier sentido
propio remite necesariamente a una forma de conocimiento distinto, más amplio,
más tensionado hacia la totalidad de lo real, y por eso más profundo. Si esas
formas de conocimiento extracientífico son negadas por el cientifismo, los
significados naturales propios desaparecen, y queda únicamente el significado y
la finalidad que el hombre imponga con su decisión incondicionada, sin más
límites que las posibilidades que se encuentran en el material, neutro de
significación, que le es ofrecido por la Ciencia.
Es
claro que en esta perspectiva la sexualidad humana queda privada de su
importancia y trascendencia. Los fenómenos que se refieren a la sexualidad
pueden ser descritos por la Ciencia, con toda precisión y exactitud, pero desde
ese punto de vista no puede darse esa veneración que encontrábamos aun en
formas más primitivas de cultura. Que aquí se ha producido un empobrecimiento,
no hace falta insistir en ello. No se trata simplemente de una profundización
que sitúa el fenómeno humano de la sexualidad en su justa medida. Se trata de
un cambio de perspectiva que ignora metódicamente, y por eso “radicalmente,
todo significado que trascienda el conocimiento científico.
La
sexualidad resulta así un conjunto de fenómenos biológicos con unas
“propiedades operativas particulares y que ofrecen a las posibilidades
científicas y técnicas perspectivas muy variadas, es decir, se ponen en manos
de los científicos y técnicos capacidades de manipulación y utilización del
material humano en su sexualidad para que realice con ellas lo que desee. Estas
posibilidades, que hasta hace poco eran relativamente reducidas, se presentan
ahora de una amplitud inquietante: desde las manipulaciones genéticas, hasta la
más diversa fragmentación de los procesos naturales de generación humana y la
utilización de las sustancias humanas correspondientes para finalidades
comerciales variadas.
En
la perspectiva científica, la sexualidad se reduce a un fenómeno biológico que
no se distingue esencialmente de la asimilación del nitrógeno nítrico por parte
de las plantas, o de las proteínas por los animales. La única diferencia se
refiere a las posibilidades que se ofrecen a la razón técnica. Con el
cientifismo, la sexualidad, como el hombre y como el mundo mismo, ha perdido su
misterio, pero no por un desvelamiento en profundidad, sino por una negativa a
priori y voluntarista.
Para
defender a la Ciencia del asalto del cientifismo se requiere una conciencia
particularmente viva de la limitación que impone el método, y del consiguiente
riesgo de que ese método engendre una mentalidad pretendidamente
omnicomprensiva. En otras palabras, se requiere un ejercicio constante e
intenso de conocimiento al nivel más elevado. Hoy más que nunca el científico
necesita ser hombre.”
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