De Familia Actual 5-2016
Algo profundo y sutil está cambiando en la percepción de la sexualidad de las adolescentes americanas. Así lo ponen de manifiesto sendos libros recientemente publicados: American Girls, de Nancy Jo Sales, y Girls & Sex, de Peggy Orenstein. Estos estudios, basados en entrevistas con chicas adolescentes, detectan que cientos de miles de chicas viven su sexualidad sometidas a lo que demandan las redes sociales, a lo que propone la pornografía y a lo que satisface a los hombres.
En un mundo hipertecnológico e hipervisual son en especial las chicas las que tienen que pagar un fuerte tributo a la apariencia, que en la adolescencia comienza a ser cuantificable mediante los consabidos “me gusta” en las redes sociales. Para Nancy Jo Sales, esa constante búsqueda de la aceptación y el halago de los demás genera una tensión semejante a la de un concurso de belleza inacabable.
En un mundo saturado de imágenes, que focaliza toda la atención en las apariencias, la chicas afrontan el duro trabajo de tener que estar a la altura, una altura que se mide entre el no ser una mojigata y no parecer “sedienta” sexualmente. El concepto que ha acuñado la sociedad de la imagen para expresar este imposible término medio es el de “sexy”, un ideal buscado a cualquier precio, demasiado alto casi siempre.
Más que nunca la mujer se siente cosificada, mejor dicho, muchas adolescentes se ven obligadas a convertirse en cosas, en objetos atractivos a la mirada masculina. Lo más llamativo, para Orenstein, es que esa, podríamos llamar, “autocosificación” la contemplan muchas de las entrevistadas como un poder femenino.
Los dos libros coinciden en culpar a la omnipresente pornografía de estos cambios en la vivencia de la sexualidad de las adolescentes americanas. El porno, dada su gran accesibilidad a edades cada vez más tempranas, está funcionando como guía sexológica, suplantando a los padres y a la escuela. Y además está cambiando las expectativas que pueda tener una chica sobre su sexualidad, pues la pornografía presenta a la mujer como simple expendedora de placer para el hombre.
Las chicas adolescentes son víctimas de su tiempo: de la dictadura de las redes sociales, de la omnipresencia de la pornografía y de la mirada masculina, que les exige ser “sexys”.
Los padres tenemos que desbancar a esas tres tempestuosas corrientes que están arrastrando a muchas adolescentes a vivir la sexualidad de manera impersonal y ambigua:
- En primer lugar, luchar contra la dictadura de la imagen. Quizá sea ahora el tiempo de la imaginación al poder. No todo se tiene que fotografiar. La imagen tiene sus propias exigencias, cada vez mayores: hemos de liberarnos y liberar a nuestros hijos de sus dictados. Podemos retomar el buen sentido de “salir bien” en las fotos.
- En segundo lugar, adelantarnos a la pornografía y no dejar que sea ella la “educadora” sexual de nuestros hijos. Para ello debemos hablar con nuestros hijos desde muy pequeños (poniéndonos en su nivel y atendiendo a su personalidad) y estar vigilantes para que la omnipresente pornografía no se cuele por cualquier pantalla por pequeña que sea.
- En tercer lugar, enseñarles a mirar. No todo se mira; no todo se exhibe. No hay que estar siempre mirando ni pendientes de la mirada ajena. Se podría decir que uno es dueño de lo que oculta y esclavo de lo que enseña. La mejor educación sexual que podemos dar a nuestros hijos es enseñarles a mirar: a mirarse a sí mismos (a saber verse bien), a mirar a los demás y a ser mirados.
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