Hace ahora cincuenta años, la revista Time se preguntaba en portada si Dios había muerto. Era una forma provocativa de llamar la atención sobre la importancia que estaba adquiriendo la “teología de la muerte de Dios”, una corriente del protestantismo liberal estadounidense que orillaba lo sobrenatural al tiempo que reclamaba la acomodación del cristiano a lo secular. Según explica Matthew Rose en un artículopublicado en First Things, este movimiento apenas tuvo influencia en la teología, pero ha calado en la opinión pública norteamericana.
Estos teólogos recuperaron las tesis de Dietrich Bonhoeffer, un teólogo protestante asesinado por los nazis en 1945, que al final de su vida aludió a “un cristianismo sin religión”, para referirse a la posibilidad de seguir creyendo en un momento en que la hipótesis de Dios se antojaba ya superflua. Para Bonhoeffer, el creyente estaba obligado entonces a vivir como si Dios no existiera.
Interpretando estas tesis, el primer teólogo de la muerte de Dios, Paul van Buren (1924-1998), explicó que si el ser supremo había dejado de ser un concepto operativo en el mundo moderno, podría condensarse en la ética el contenido del mensaje cristiano y destacar sus ricas enseñanzas morales.
Otro de los teólogos de los que hablaba Time, Thomas Altizer (n. 1927), dotó a este movimiento de su supuesta base escriturística. Su peculiar exégesis de la kénosis pretende rebatir la interpretación teológica aceptada, también en el seno del protestantismo, según la cual ese “vaciamiento” ha de comprenderse en el contexto de las dos naturalezas de Jesús. Altizer, sin embargo, pensaba que constituía la renuncia de Dios a su propia divinidad, la humanización completa del ser divino y su confusión completa con el mundo.
“No es cristiano ser cristiano”
William Hamilton (1924-2012) es quien, según Rose, deduce las consecuencias prácticas de esta corriente. La “muerte de Dios” significaba para él la liquidación de todo el autoritarismo, de la heteronomía y de la represión implicada, a su juicio, en la referencia a un ser supremo. Rebajado su sentido sobrenatural, Hamilton interpretó el cristianismo como un movimiento social y equiparó la esperanza escatológica con la conquista de la autonomía y libertad del individuo.
Como indica Rose, la teología de la muerte de Dios aboga por una radical secularización: lo cristiano, según ellos, es dejar precisamente de ser cristiano. Pero el abandono de lo sobrenatural transforma la vocación de la Iglesia protestante y la convierte en una institución sustituible; está llamada a guiar el proceso de adaptación a lo secular, pero una vez difundido el mensaje emancipador del cristianismo, su misión habrá sido completada y por tanto podrá desaparecer.
Las huellas de la teología sin Dios
Esta teología sin Dios ha guiado el proceso de descristianización del protestantismo liberal; como sugiere Rose, ha “vaciado las iglesias”. Sin embargo, han ido paulatinamente adquiriendo también una importante vigencia social. La tendencia secularista ha permeado la conciencia del creyente de hoy; le ha llevado paulatinamente a dimitir de sus compromisos para asumir con ardor batallas ideológicas que, en muchas ocasiones, no son conciliables con su fe.
Al naturalizar su fe, el creyente ha ido conformándose a los imperativos e ideologías mundanas, por lo que hoy se diferencia poco en sus ideas, actitudes y opiniones de los no creyentes. Más sintomático resulta la generalización de la autocrítica y la sospecha en el seno del cristianismo: para Rose, el cristiano es mucho más crítico y receloso con su propia tradición que otros con sus religiones o idearios.
Rose se refiere a la situación cultural de EE.UU. Pero ¿se ha salvado Europa de la influencia de este “cristianismo sin Dios”? ¿Y el catolicismo? También en el Viejo continente se vislumbran las secuelas de esa disolución de la creencia y de la depuración de todo lo transcendente en una suerte de conformismo cristiano secularista.
El Papa emérito se refirió durante su pontificado a esa pérdida de vigor de la fe provocada por el ascendiente de lo mundano sobre los cristianos. Y propuso como misión de pontificado “conservar la palabra de Dios” frente a los intentos de acomodación. La llamada a la “desmundanización”, como ha recordado en su último libro-entrevista, sigue siendo hoy imperiosa para enfrentarse a formas de entender la fe que defraudan la esperanza cristiana. Benedicto XVI cree que el futuro de la fe depende de la capacidad que tengan los cristianos de resistirse a las tentaciones secularistas.
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