A fin de comprender la importancia de la ley
natural para la vida social, se exponen a continuación algunas intervenciones
de Juan Pablo II y Benedicto XVI en las que se refieren a esta cuestión. A través
de ellas podremos conocer además algunas iniciativas de la Santa Sede para
promover el estudio de la ley natural.
En la Asamblea plenaria de la Congregación para la
Doctrina de la Fe, celebrada del 15 al 18 de enero de 2002 en el Vaticano, se
acuerda prestar especial atención al tema de la ley natural.
El 18 de enero, Juan Pablo II, se dirige a los
participantes en dicha asamblea y señala las dos grandes razones por las que
resulta de suma importancia la identificación de la ley natural: por una parte,
crea “un vínculo fundamental con la ley nueva del Espíritu de vida en Cristo
Jesús, y, por otra, permite también una amplia base de diálogo con personas de
otra orientación o formación, con vistas a la búsqueda del bien común”[1].
El
fundamento de los derechos humanos
Unas semanas más tarde, el 27 de febrero,
el Papa, en un discurso a la Asamblea general de la Academia Pontificia para la
vida[2],
se refiere de nuevo a la dimensión social de la ley natural. Una concepción auténtica
del “derecho natural” -que no es otra cosa que le ley natural en cuanto regula
las relaciones interhumanas-, “entendido como tutela de la eminente e
inalienable dignidad de todo ser humano, es garantía de igualdad y da contenido
verdadero a los “derechos del hombre”, que constituyen el fundamento de las
Declaraciones internacionales”.
Juan Pablo II advierte
que la interpretación de los derechos del hombre como “expresiones de opciones
subjetivas propias de los que gozan del poder de participar en la vida social o
de los que obtienen el consenso de la mayoría”, o “como derechos de la
subjetividad individual o colectiva”, puede llevar “a los regímenes
democráticos a transformarse en un totalitarismo sustancial”.
Los derechos del hombre
deben referirse, por el contrario, “a lo que el hombre es por naturaleza y en
virtud de su dignidad”. Solo así adquieren su verdadero fundamento y se
convierten en garantía de igualdad entre los hombres.
El Papa se refiere
concretamente a uno de estos derechos: el derecho a la vida de todo ser humano inocente
y en todo momento de su existencia, y afirma que tal derecho solo queda
garantizado cuando se reconoce que pertenece a la naturaleza humana, y, en
consecuencia, no queda al arbitrio de los grupos de poder, ni del consenso de
la mayoría, ni de la subjetividad individual o colectiva.
Juan Pablo II manifiesta
su esperanza de que tomando como base la ley natural, que es algo imperecedero
y esencial en todo hombre, “se puede entablar un diálogo fecundo con los
hombres de cada cultura, con vistas a una sociedad inspirada en los valores de
la justicia y la fraternidad”.
Ley natural y armonía de las libertades
El 12 de febrero de 2007, Benedicto XVI, en
un Discurso a los participantes en un congreso sobre la
ley natural[3],
urge de nuevo a reflexionar sobre el
tema de la ley natural y redescubrir su verdad común a todos los hombres. Solo
tomando como base lo que es común a todos: la verdad del ser humano, es decir,
la ley natural, se puede lograr la armonía de las libertades.
Frente a los postulados
del positivismo jurídico, tan
difundidos en la ética y en la filosofía del derecho, Benedicto XVI recuerda
que “todo ordenamiento jurídico, tanto a nivel interno como a nivel
internacional, encuentra su legitimidad, en último término, en su arraigo en la
ley natural, en el mensaje ético inscrito en el mismo ser humano”. Esta ley
constituye “el único baluarte válido contra la arbitrariedad del poder o los
engaños de la manipulación ideológica”, y “la verdadera garantía ofrecida a
cada uno para poder vivir libre y respetado en su dignidad”.
La
ley natural, base para un diálogo social fecundo
Sobre la base de la
responsabilidad con respecto al hombre y a la naturaleza que le ha sido
encomendada, es posible desarrollar –afirma el Papa- “un diálogo fecundo entre
creyentes y no creyentes; entre teólogos, filósofos, juristas y hombres de
ciencia, que pueden ofrecer también al legislador un material valioso para la
vida personal y social”. En consecuencia, anima a crear las condiciones para
que “se llegue a una conciencia cada vez más plena del valor inalienable que la
ley natural posee para un progreso real y coherente de la vida personal y del
orden social”.
El 5 de octubre del mismo año, 2007,
Benedicto XVI se dirige a los miembros de la Comisión Teológica Internacional[4].
En su intervención, recuerda que muchos centros universitarios y asociaciones,
por invitación de la Congregación para la Doctrina de la Fe, han celebrado o están
organizando simposios y jornadas de estudio “con el
objetivo de encontrar líneas y convergencias útiles para profundizar
constructiva y eficazmente en la doctrina sobre la ley moral natural”. Menciona también el Pontífice el estudio
que está realizando la Comisión Teológica Internacional, orientado sobre todo
“a justificar e ilustrar los fundamentos de una ética universal, perteneciente
al gran patrimonio de la sabiduría humana, que en cierto sentido constituye una
participación de la criatura racional en la ley eterna de Dios”.
Se refiere después el Papa a dos objetivos
esenciales que se logran con la doctrina de la ley natural: “Por una parte,
se comprende que el contenido ético de la fe cristiana no constituye una
imposición dictada desde el exterior a la conciencia del hombre, sino una norma
que tiene su fundamento en la misma naturaleza humana; por otra, partiendo de
la ley natural que puede ser comprendida por toda criatura racional se ponen
los fundamentos para entablar el diálogo con todos los hombres de buena
voluntad y, más en general, con la sociedad civil y secular”. Son las dos
dimensiones a las que ya hacía referencia Juan Pablo II el 18 de enero de 2002.
Ley
natural y positivismo jurídico
En esta ocasión, Benedicto XVI llama la atención
sobre las “enormes y graves consecuencias
para el orden civil y social” que lleva consigo el olvido de la ley natural, y
la presenta, frente a la concepción positivista del derecho, como la única base
que puede garantizar eficazmente los derechos humanos.
Según los pensadores que
defienden la concepción positivista del derecho, la fuente última de la ley
civil es la humanidad, o la sociedad, o de hecho la mayoría de los ciudadanos.
El problema que se plantea no es la búsqueda del bien, sino el equilibro de
poderes.
“En la raíz de esta tendencia –señala Benedicto XVI- se encuentra el relativismo
ético, en el que algunos ven incluso una de las condiciones principales de la
democracia, pues el relativismo garantizaría la tolerancia y el respeto
recíproco de las personas. Pero si fuera así, la mayoría de un momento se
convertiría en la última fuente del derecho. La historia demuestra con gran
claridad que las mayorías pueden equivocarse. La verdadera racionalidad no
queda garantizada por el consenso de una mayoría, sino sólo por la
transparencia de la razón humana ante la Razón creadora y por la escucha de
esta Fuente de nuestra racionalidad”.
En consecuencia, la ley natural se convierte en la garantía ofrecida a
cada hombre “para vivir libremente y ser respetado en su dignidad, quedando al
reparo de toda manipulación ideológica y de todo arbitrio o abuso del más
fuerte”.
Ante los peligros que conlleva el oscurecimiento de la conciencia
colectiva respecto a los principios fundamentales de la ley natural, Benedicto
XVI acaba haciendo un llamamiento a la movilización “de los hombres de buena
voluntad, laicos o pertenecientes a religiones diferentes al cristianismo, para
que juntos y de manera concreta se comprometan a crear, en la cultura y en la
sociedad civil y política, las condiciones necesarias para una plena conciencia
del valor innegable de la ley moral natural. Del respeto de ésta depende de
hecho el avance de los individuos y de la sociedad en el camino del auténtico
progreso, en conformidad con la recta razón, que es participación en la Razón
eterna de Dios”.
La esperanza de un mundo
mejor
En el Discurso ante la asamblea de la Organización de las Naciones
Unidas[5],
Benedicto XVI vuelve a referirse a la ley natural como verdadero fundamento de
los derechos humanos. Arrancarlos de este contexto “significaría restringir su ámbito y ceder a una
concepción relativista, según la cual el sentido y la interpretación de los
derechos podrían variar, negando su universalidad en nombre de los diferentes
contextos culturales, políticos, sociales e incluso religiosos”.
Cuando los
derechos humanos se presentan simplemente en términos de legalidad, “corren el
riesgo de convertirse en proposiciones frágiles, separadas de la dimensión
ética y racional, que es su fundamento y su fin”.
El reconocimiento
de la naturaleza trascendente de la persona como base de los derechos humanos “debe ser reforzado –añade el Papa- si
queremos fomentar la esperanza de la humanidad en un mundo mejor, y crear
condiciones propicias para la paz, el desarrollo, la cooperación y la garantía
de los derechos de las generaciones futuras”.
Un documento de la Comisión Teológica Internacional sobre la ley natural
Citemos, por
último, el Discurso de Benedicto XVI, el 5 de diciembre de 2008, a la Comisión
Teológica Internacional[6].
En dicho Discurso hace referencia al interesante documento que estaba
preparando dicha Comisión, y que está a nuestra disposición en este enlace “En busca de una ética universal: nueva perspectiva sobre la ley natural”. “Gracias al estudio que vosotros habéis emprendido sobre
este tema fundamental –augura el Papa-, resultará claro que la ley natural
constituye la verdadera garantía ofrecida a cada uno para vivir libre y
respetado en su dignidad de persona, y para sentirse defendido de cualquier
manipulación ideológica y de cualquier atropello perpetrado apoyándose en la
ley del más fuerte”.
[1] JUAN PABLO II, Discurso a la
Asamblea plenaria de la Congregación para la Doctrina de la Fe (25.I.2002).
[2] JUAN PABLO II, Discurso a la
Asamblea general de la Academia Pontificia para la vida (27.II.2002).
[3] BENEDICTO XVI, Discurso a los participantes en un congreso sobre la
ley natural, organizado por la
Pontificia Universidad Lateranense de Roma (12.II.2007).
[5] BENEDICTO XVI, Discurso ante la asamblea de la Organización de las Naciones Unidas
(18.VI.2008).
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