Sin duda la formación espiritual ha de ocupar un
puesto privilegiado en la vida de cada uno, llamado como está a crecer
ininterrumpidamente en la intimidad con Jesús, en la conformidad con la
voluntad del Padre, en la entrega a los hermanos en la caridad y en la justicia.
Escribe el Concilio: " Esta vida de íntima unión con Cristo se alimenta en
la Iglesia con las ayudas espirituales que son comunes a todos los fieles,
sobre todo con la participación activa en la sagrada liturgia; y los laicos
deben usar estas ayudas de manera que, mientras cumplen con rectitud los mismos
deberes del mundo en su ordinaria condición de vida, no separen de la propia
vida la unión con Cristo, sino que crezcan en ella desempeñando su propia
actividad de acuerdo con el querer divino ".
Se revela hoy cada
vez más urgente la formación doctrinal de los fieles laicos, no sólo por el
natural dinamismo de profundización de su fe, sino también por la exigencia de
"dar razón de la esperanza " que hay en ellos, frente al mundo y sus
graves y complejos problemas.
Se hacen
absolutamente necesarias una sistemática acción de catequesis, que se graduará
según las edades y las diversas situaciones de vida, y una más decidida
promoción cristiana de la cultura como respuesta a los eternos interrogantes que
agitan al hombre y a la sociedad de hoy. (Juan Pablo II, Christifideles laici,
n.60)
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