ACEPRENSA 1.AGO.2016
¿Puede ser la pornografía un problema de salud pública, tal como lo es, a día de hoy, la adicción a los opioides en EE.UU.? Pues parece que sí, a juzgar por los resultados de varias investigaciones, una de ellas, la publicada en mayo de 2013 en el Journal of Sex Medicine.
Uno de los hallazgos del equipo de expertos fue que el 26% de los hombres menores de 40 años –la generación que ha asistido al nacimiento y despegue de Internet como medio de difusión– ya buscaban ayuda para superar la disfunción eréctil, pese a que, por causas naturales, ese tipo de afectación no es propio de esa edad. Las conclusiones no son categóricas, pero el diario The Washington Post, que las cita, sí que observa cuán frecuentes son las anécdotas “de mujeres jóvenes, alarmadas porque sus parejas sexuales tienen expectativas que parecen haberse formado de lo que han visto en la pornografía, y de hombres que, al usar frecuentemente [pornografía], han dañado su líbido”.
El problema tiene un nombre y unas siglas: Porn Induced Erectile Dysfunction (PIED), disfunción eréctil inducida por el porno. Y no es, como se pudiera pensar, un asunto exclusivo de “personas muy mayores”. En una reciente entrevista conThe New York Times, un joven de 26 años, Alexander Rhodes, refería la aparición de ese y de otros problemas a partir de su experiencia personal con la pornografía, que comenzó cuando tenía 11 años.
Rhodes sabía que aquello era prejudicial: “Hubo un momento en que dije: ‘Necesito dejar esto atrás. Está distorsionando mi sexualidad hasta un punto que pudiera ser dañino”. Y se salió. Hoy dirige una web y un programa de recuperación,NoFap, en los que ofrece herramientas a todos aquellos que caigan en la cuenta de que han encadenado su cerebro a una imagen irreal y peligrosa de las relaciones sexuales.
Con los afectados, tratar, conversar…
Pero NoFap no es la única tabla de salvación en un mar de pornografía. Hay muchos otros programas que ponen al alcance de los adictos un camino o dos para lograr su recuperación. El sitio web Your Brain on Porn (Tu cerebro en el porno) ofrece varias alternativas pensadas con un mismo objetivo: ayudar a cambiar el chip.
Entre estas se halla, también en EE.UU., la iniciativa Fight the New Drug (Lucha contra la nueva droga), que ha desarrollado la estrategia Fortify (Fortalecer), dirigida a ayudar a los más jóvenes y accesible desde cualquier dispositivo de comunicación moderno. El programa cuenta con 52 videolecciones que el usuario puede recibir con la frecuencia que desee. Aunque se especifica que puede tomarle entre 2 y 5 meses, la invitación es que lo haga a su propio ritmo.
En Europa, entretanto, y concretamente en el Reino Unido,Your Brain on Porn recomienda el Kick Start Recovery Programme, creado por la psicoterapeuta sexual Paula Hall, y que como indica su nombre puede ser, para los afectados, la patada inicial al balón en el partido hacia la recuperación, a lo que pueden seguir otros momentos, con lectura y terapia especializada. En Alemania, otro esquema: Porno-Sucht(Pornoadicción) ofrece entrevistas con médicos y científicos especializados en el tema, conferencias y una guía “de la A a la Z” para informar sobre los detalles de este padecimiento poco conocido, y sobre sus destructivos efectos colaterales.
Por último, para citar una web en lengua española, tenemos el sitio Dale una vuelta, que garantiza a los atrapados por el porno una atención especializada y confidencial, a cargo de expertos en sexualidad y psicología clínica. Estos ofrecen su apoyo al interesado por medio del correo electrónico, el intercambio por plataformas como Skype o, si procede, el encuentro personal.
Experiencias cada vez más fuertes, más…
Según algunos cálculos, la industria de la pornografía genera cada año ingresos por 60.000 millones de dólares, una cifra que, de seguro, es deudora de Internet, pues se estiman en unas 15 millones las páginas web dedicadas a contenido “XXX”, muchas de las cuales son de pago o llevan publicidad.
Las razones para el “éxito” no radican, sin embargo, en el gran ingenio de la industria de la pornografía. Simplemente esta ha vuelto adictas a más y más personas, utilizando mecanismos neuronales propios de su cerebro. Como el de aprendizaje-recompensa, que NoFap explica con prolijidad en su web.
Con la pornografía sucede de modo semejante al in crescendo que experimenta el ludópata o el narcodependiente: a más estímulos, mayor deseo de recompensa y mayor ansia de “novedades”, de experiencias más fuertes, que puede hallar en la oferta casi infinita de contenido porno de fácil acceso. El umbral de tolerancia del individuo se va ensanchando, tras “normalizar” todo lo que ya ha consumido, y surgen nuevos peligros, en comparación con los cuales la disfunción “pornoinducida” es, con seguridad, una nimiedad.
La mujer, víctima “complaciente”
El sitio Fight the New Drug es categórico en el enunciado de uno de sus apartados: “El porno lleva a la violencia”. El equipo que dirige este proyecto –también destinado a informar sobre las consecuencias de esta adicción–, tira de estudios para ilustrar la realidad escondida tras el fenómeno.
Uno de ellos es el análisis de una selección de 50 filmes pornográficos, elegidos al azar. El examen arrojó que, de las 304 escenas de sexo del conjunto, el 88% contenía episodios de violencia física. Sin embargo, a diferencia de las películas de acción de toda la vida, en la que al puñetazo del bandido le sigue la bofetada del policía, en la muestra porno el 95% de las personas que resultan golpeadas se mantienen neutras o responden con placer. Y otro porcentaje, no por esperado, menos triste: en el 94% de las veces son mujeres las que reciben el ataque.
“La vasta mayoría del porno visto por millones de personas cada día les está enseñando que la humillación y la violencia son parte normal de lo que se supone que tiene que ser el sexo (…). Mientras más el porno nos enseña que la agresión es parte del sexo, más invisible se vuelve esa violencia”.
Por su parte, una especialista en el tema, la socióloga Gail Dines, autora del volumen Pornland: cómo el porno ha secuestrado nuestra sexualidad, cita en un artículo en The Washington Post un estudio con cifras preocupantes, como que el 83% de los universitarios estadounidenses consumían pornografía, y que, de la muestra examinada, fueron los proporno los que manifestaron mayor probabilidad de cometer una violación si tenían la seguridad de que no serían penalizados por ello.
Asimismo, el informe reveló que los adictos al porno eran los que con menos probabilidad intervendrían para detener una agresión sexual si esta se cometía a la vista de ellos. Y añade Dines: “Un reciente metaanálisis de 22 estudios efectuados entre 1978 y 2014, en siete países, concluyó que el consumo de pornografía está asociado con una incrementada probabilidad de cometer actos de agresión sexual física o verbal, con independencia de la edad. Un metaanálisis de varios estudios, en 2010, encontró ‘una abrumadoramente significativa relación entre el uso de pornografía y las actitudes que apoyan la violencia contra las mujeres’”.
Como el avestruz: no hay tal “pornoadicción”
Lo más preocupante de todo este asunto pudiera ser que las instituciones con capacidad de influir para que se le preste atención a esta crisis, no la consideran tal.
La pelota –o mejor, la bala de cañón– está en el tejado de entidades como la Asociación Americana de Psiquiatría (APA), que en su Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-5) se ha negado a incluir la adicción a la pornografía entre los problemas de salud, pese a que cuenta con un cuadro de síntomas digno de ser tratado como un padecimiento por adicción.
Un miembro prominente de la APA, el Dr. Martin Kafka, desarrolló una ponencia sobre el diagnóstico de “trastorno hipersexual”, que proponía incluir en el hoy vigente DSM-5. Entre los comportamientos vinculados a ese padecimiento mencionaba la “pornodependencia”. Según el experto, es un “grave trastorno clínico” que puede ser asociado con el embarazo no planificado, las relaciones disfuncionales en la pareja, la separación y el divorcio, o la enfermedad y mortalidad a causa de infecciones de transmisión sexual.
La APA, sin embargo, desestimó la sugerencia del psiquiatra, y con ella su referencia a la adicción al porno. No se entiende por qué la renuencia, a la vista de la semejanza de señales que emiten el pornoadicto y, por ejemplo, la persona “enganchada” a las drogas, según un estudio publicado en 2014 por la Universidad de Cambridge, que halló idéntica respuesta cerebral en ambos casos.
Las pruebas están a la mano, pero la APA, como el avestruz, acomoda la cabeza bajo tierra. Con seguridad el león de la pornografía se lo agradece, pues se siente más libre para seguir engullendo a media sabana.
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