(Presento uno de los capítulos –sin las notas a pie de
página- de un libro que publiqué hasta unos nueve meses, con el título Personalidad y Belleza en la Mujer, en
la colección de la Cátedra de la Mujer, de la Universidad Católica de Ávila. Si
les interesa el libro, lo pueden pedir a su librería habitual, o directamente a la Universidad, por razón de eficacia, a sonsoles.rodriguez@ucavila.es
Por Fernando Hurtado
La gran revolución de la elegancia la ha de promover sobre todo la mujer. Los hombres somos más neutros;
nuestra vestimenta no experimenta evolución
llamativa desde hace
decenios. Aunque también influimos mucho en la calle.
Lo estamos esperando hombres y mujeres, jóvenes y mayores, hasta niños y niñas. Se necesitan mujeres
de todas las edades, en cada ciudad,
que no han de tener precisamente relación con medios de
comunicación, anónimas en ese sentido, que llamen la atención en la
calle y por cualquier lugar donde se
muevan, a todas horas, con una
feminidad y una elegancia sin fisuras.
Se trata de producir un cambio de mentalidad, por contagio. Una revolución positiva, luminosa y alegre. La revolución
de la belleza y la elegancia y la feminidad, que será aire más puro para las
ciudades, montañas y costas.
Su finalidad: reconquistar el perfil verdadero –el de ahora a veces es falso– de
la mujer, modificar los excesos que se han impuesto en sus presentaciones habituales como personas jóvenes
o maduras.
La confrontación
con la mujer
sexy, masculinizada, y en cierto
modo esclaviza- da
como elemento útil al varón, no será agresivo, ni mucho menos, porque la verdad,
la belleza y la bondad se imponen por sí mismas. Todos tendemos con deseo y fruición hacia estas propiedades esenciales, propias de
Dios y de las criaturas hechas a su imagen y semejanza, las mujeres y los
hombres.
Unos pocos cientos de mujeres por ciudad, nada llamativo en apariencia, con la fuerza de la humanidad verdadera,
con clase. Buscándolo. Con un poco de organización
y asociacionismo, el mínimo, el que necesitan también, por ejemplo, las familias numerosas.
Al caminar por las calles,
al utilizar los medios de transporte, en los puestos
de trabajo, en los colegios,
universidades,
en la familia, etc., el contagio de la feminidad como el de la
masculinidad, se producirá rápidamente. Querría resaltar que se trata de algo relativamente sencillo
como proyecto,
que está al alcance de todos y de
todas, porque sólo hay que vivir de
acuerdo con el canon humano de la belleza. No pasaría mucho tiempo sin que se
obrase el cambio en pueblos y ciudades, en colegios, y en las playas.
La elegancia es lo que permite siempre
la manifestación más exacta
de la personalidad. No la crea, porque está en el ser humano,
pero permite que se exprese; la realza y la hace apreciar de modo más adecuado, conforme
a la dignidad de la persona.
Con la elegancia
se mostrará la riqueza del ser, de la persona, de la belleza,
sobre todo la de la mujer, que es la que más necesitamos ahora. Cuando digo elegancia no me refiero a ropa muy cara, trajes de noche, o de boda. Se puede ser elegante en ropa de deporte; una mujer puede
resultar elegante y femenina en la playa. Se trata de esto. hay presentaciones elegantes y bellas, de buen gusto, en todas las prendas, para todas las circunstancias. De este modo, hasta se verá la diversidad
proporciona- da a las diferentes personalidades, porque el elemento
medidor habrá dejado de ser la mayor o menor cantidad
de cuerpo que se muestra
y enseña: será la persona
quien aparece siempre y que se llega a conocer de verdad, porque se da a conocer en la unidad de su cuerpo y de su
alma.
No se trata de ir –sería otro extremo, igual o peor de nocivo– vestida
humildemente. Hasta se ha modificado en el lenguaje
el significado y grandeza de la
poderosa virtud de la humildad. Nunca el vestido
fue concebido expresamente para el
olvido o desapego del cuerpo. No, el sentido
de desprecio del cuerpo bien entendido, sólo es bueno para las personas que se retiran del mundo, en la vida religiosa,
para darnos un testimonio escatológico; es decir, que lo más valioso
es lo que nos espera en la vida futura. Pero la inmensa mayoría de los hombres
y mujeres preparamos nuestra vida futura y la de los que nos rodean, viviendo humana y cristianamente ésta: una vida ordinaria
y normal, donde queremos que reine la caridad, es decir, el
amor, la felicidad.
Se trata de hacer de que el cuerpo se valore, agrade, ilumine, enamore…, porque
no será nunca sólo materia orgánica,
bien dispuesta, con un atractivo sensual. En nuestro cuerpo se muestra
la interioridad; mediante
él nos comunicamos y transmitimos todo lo que somos, las ingentes riquezas
con las que hemos sido creados.
Se trata precisamente de que el cuerpo no presente el atractivo exclusivo sexual
que se consigue por mostrarse de manera desmedida los valores sexuales. No
se olvidan, pero se les trata bien. Voy a emplear la misma expresión otra vez: se trata de
que lo sexual no aparezca en primer plano
para que no se focalice
nuestra mirada, ni nuestro pensamiento, para que la
contemplación del cuerpo nos haga llegar
al interior, al alma de la persona.
Objetivamente aparecerá la presentación femenina, superior
en todas las dimensiones, también en la física, a la denominada presentación sexy; mucho más esplendorosa, y sobre todo bella.
Es además algo esperado desde hace mucho tiempo, sobre todo por
la gente más joven, que quizá lo ha
visto menos veces.
A esto aspiramos: a la expresión
completa y perfecta de la personalidad de la mujer y del varón, con su cuerpo y alma femeninos, con
su cuerpo y alma masculinos. ¡Cuánta luz y luminosidad! ¡Cuánto amor y qué
fuente de enamoramientos!
Porque las personas
nos enriquecemos unas a otras. Nos dan, recibimos, cuando nos ofrecen su perfección humana, sensible
y física, espiritual y armónica. Es la más poderosa y benéfica influencia que pueden ejercer en nosotros; y la que nosotros entregamos a
los que nos tratan y a los que nos rodean.
Encontraremos un inconveniente que antes he obviado a propósito. Ahora mismo, la elegancia es indudablemente más difícil de
conseguir porque hay que pensar más, porque
no se encuentra la ropa tan fácilmente, y también porque
puede ser más cara, suponer un gasto mayor de dinero. Esto sucede porque se ha reducido su uso a poca
gente. Cuando en poco tiempo
se tenga que producir
más material de ese estilo, abundará y bajarán
muchísimo los precios. Y se investigarán numerosas y nuevas presentaciones que acompañan muy bien
sobre todo a la feminidad.
Está llegando el momento de hacer propuestas a los
grandes almacenes y tiendas de moda, que son las que venden.
— Quisiera una cosa así pero más elegante. Por favor…
Si eso lo dice una chica de 18 años, asombrará positivamente a los/as dependientes.
— Un bañador que realce mi personalidad, que sea atractivo…
Belleza que incline y mueva
la sensibilidad, a lo hermoso, que es lo amoroso.
Por ahora sólo hay que preocuparse en hacer propaganda personal por las calles, vistiendo
así, usando esas prendas, presentando a la verdadera
mujer, al verdadero varón, con
delicadeza.
Es algo a tener en cuenta y a enseñar
a vivirlo: a los padres-madres, a los esposos-as, a las hijas/os, y a las amigas/os. Con un a modo de eslogan:
Favorecer
la Personalidad y Belleza de la mujer.
El vestido
no da la belleza, ya que ésta es un atributo del ser. Pero ayuda a irradiarla;
para eso la puso Dios: para él, para ella, para el mundo.
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