Y sobre todo que no sólo pretende un cambio social -de la vida social, de la sociedad-, sino el cambio de la naturaleza humana. Además de no atraer, la desdicen los pensadores de todos los siglos, las religiones de todos los tiempos, los filósofos, hasta hace poco -¿están obligados ahora?; no deberían aceptar la coacción- los médicos, los psiquiatras, los fundadores de la psicología, los antropólogos... No es la Iglesia, aunque en la Iglesia hay gente que calla, por cobardía en primer lugar, y por miedo.
Aquí recojo un texto de un hombre sin miedo, el Cardenal Robert Sarah, en su obra ya mencionada por mí en este blog, "Dios o nada". Nuestro Cardenal es muy delicado, porque en el fondo engloba en "esa nada" al hombre, que pasaría a perder su humanidad.
“Según la ideología de género, no existe diferencia
ontológica entre el hombre y la mujer. Las identidades masculina y femenina no
están inscritas en la naturaleza: se trata del resultado de una construcción
social, un papel que desempeñan los individuos a través de tareas y funciones
sociales.
Estos teóricos
consideran que el género es preformativo y que las diferencias hombre-mujer no
son más que opresiones normativas, estereotipos culturales y construcciones
sociales que hay que deshacer para alcanzar la paridad entre el hombre y la
mujer. La idea de una identidad construida niega de modo irreal la importancia
del cuerpo sexuado. Un hombre jamás se convierte en mujer, ni esta en un
hombre, sean cuales sean las mutilaciones que uno y otra acepten sufrir.
Decir que la
sexualidad humana ya no depende de la identidad del hombre o de la mujer, sino
de orientaciones sexuales como la homosexualidad, constituye un totalitarismo
onírico Yo no le veo futuro a semejante superchería. Mi inquietud se dirige más
bien al modo en que los Estados y los organismos internacionales intentan
imponer por todos los medios, muchas veces a marchas forzadas, la filosofía
deconstructivista llamada de género. Si la sexualidad es únicamente una
construcción social y cultural, estamos cuestionando la forma en que la
humanidad se reproduce desde sus orígenes. De hecho, hasta cuesta tomarse en
serio una visión llevada tan al extremo.
Los
investigadores son libres de prestarse a servir a tesis extravagantes y
peligrosas; pero nunca admitiré que estas teorías se impongan directa o
insidiosamente a poblaciones indefensas. ¿Cómo se van a defender un niño o un
adolescente de las zonas rurales africanas más remotas frente a tales
especulaciones engañosas?
Una cosa es
respetar a las personas homosexuales, que tienen derecho a un auténtico
respeto, y otra distinta promover la “homosexualidad como modelo social. Este
modo de concebir las relaciones humanas supone de hecho una agresión a las
personas homosexuales, víctimas de ideólogos indiferentes a su suerte. Hay que
velar por que los homosexuales no sean víctimas de ataques muchas veces
vergonzosos e insidiosos.
No obstante,
creo que es un craso error querer erigir esa sexualidad en ideología
progresista. Percibo una voluntad, por parte de ciertas estructuras
influyentes, de hacer de la homosexualidad la piedra angular de una nueva ética
mundial. Todo proyecto ideológico extremista lleva aparejado su propio fracaso:
temo que, en última instancia, las personas homosexuales sean las primeras
víctimas de tales excesos políticos.”
Pasaje de: Sarah, Cardenal Robert. “Dios o nada (Mundo y
Cristianismo) (Spanish Edition).
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