Hace ya mas de diez años, me encontré con este estudio de Walter Redmond, que me impresionó profundamente porque me descubrió una realidad que desconocía hasta ese momento. Y como todo lo que ocurre en Estados Unidos tiene repercusiones rápidas y definitivas en Europa, lo leo con frecuencia. Ahora que se da un resurgir de la Iglesia Católica en ese querido país, nos llenamos de esperanza; no sólo por ellos, sino también por los habitantes de la vieja y harapienta Europa. God bless America!!!
FE Y RAZÓN
"Omne verum, a
quocumque dicatur, a Spiritu Sancto est"
Toda verdad, dígala
quien la diga, viene del Espíritu Santo
(Santo
Tomás de Aquino)
LA CULTURA CATÓLICA
EN LAS UNIVERSIDADES
CATÓLICAS NORTEAMERICANAS
RENACIMIENTO -
SECULARIZACION - BALANCE
Walter Redmond
Austin, Texas, E.U.A.
V Encuentro Internacional de Centros de Cultura, Universidad Popular
Autónoma del Estado de Puebla, México, 5-7 de junio; Pontificium Consilium
de Cultura, Encuentro de los Presidentes de las Comisiones Episcopales de
Cultura de las Conferencias Episcopales de América, 6 de junio de 2001.
Quiero
agradecer al doctor Jorge Navarro por invitarme a hablar con ustedes sobre un
tema tan importante: los recientes cambios en las universidades católicas en
los Estados Unidos y las distintas actitudes que se van formando a partir de
ellos. Pues creo que este recuento nos puede dar indicios de cómo le irá a la
cultura católica dentro de la cultura circundante con la que actúa recíproca e
íntimamente.
Lo que diré
se aplica en primer término a la experiencia de la iglesia norteamericana, pero
espero que sea sugerente para el catolicismo en América Latina (al final haré
breve alusión a la situación iberoamericana) y tal vez para el de otras partes
del mundo. Quiero reseñar lo que se está escribiendo ahora sobre la educación
superior estadounidense ¾ tanto protestante como católica¾ desde el punto de
vista de la religión.
Los tres momentos
La
historia de la iglesia católica y de sus universidades en los Estados Unidos
acusa tres momentos importantes que quiero comentar: un renacimiento
católico, una reacción contra este renacimiento y un balance más
reciente. El renacimiento comenzó en los años veinte y duró hasta los sesenta.
Fue un florecimiento de la cultura católica que sus partidarios vieron como un
"retorno del desierto", una "nueva cristiandad", una
"contracultura" que ellos contrapusieron a las ambigüedades de la
cultura moderna. El contenido intelectual de esta renovación católica se desarrolló
principalmente en las universidades católicas del país.
En los años
sesenta la reacción progresista puso rápido fin al renacimiento. Uno de los
fenómenos más significativos de esta reacción fue una secularización, en
diversos grados, de las universidades católicas. Es decir, las universidades
alteraron su carácter específicamente católico después de liberarse de la
superintendencia de la iglesia y de asimilarse a la cultura académica general.
Los responsables de estos cambios desprestigiaron la mentalidad del
renacimiento anterior como un "gueto" católico, un "remanso (backwater)"
de entusiastas aislados de la cultura norteamericana que se refugiaban
nostálgicamente en una mítica visión de la Edad media. Al mismo tiempo,
criticaron el nivel académico de la educación superior católica, considerándolo
como reflejo del triste estado de la vida intelectual de la iglesia. Y pensaron
que la liberación de la hegemonía de la iglesia significaba que la universidad
católica había llegado a la "mayoría de edad". Sin embargo, la secularización
misma ha causado otros problemas que todavía no han encontrado solución. En
efecto, se habla hoy de una gran crisis en la vida intelectual de la iglesia en
los Estados Unidos
Toda la
reciente historiografía subraya que en el tiempo de la reacción, en los años
sesenta y setenta, tuvo lugar un "gran viraje" en la iglesia,
"un movimiento revolucionario" que produjo "un nuevo
catolicismo". Sin embargo la iglesia estadounidense no fue lo único que
sufrió cambios alrededor de 1970. Pues ocurrió entonces un cataclismo
internacional que causó trastornos en el mundo entero— en la sociedad,
moralidad, política, religión...
Por cierto,
el aspecto político de estas transformaciones ha menguado, sobre todo después
del declive del comunismo; pero en los Estados Unidos, en otros aspectos ¾ en
lo que concierne a los valores tradicionales de la persona, la familia y la
comunidad¾ las innovaciones son cada vez más extensas y radicales, y los
legisladores las encarnan, siempre en mayor medida, en una nueva legislación.
Los cambios que se han introducido y -como parece- se han de introducir se
asocian con lo "políticamente correcto (political correctness)"
y constituyen una nueva moralidad, una verdadera metamorfosis de la sociedad.
Naturalmente,
se ha producido un choque entre los que quieren retener los valores
tradicionales y los que quieren transformarlos. No sin razón se habla
actualmente de una guerra cultural en nuestro país. En ambos lados hay
cristianos, y las amargas divisiones están dividiendo a las iglesias. Específicamente
en la iglesia católica existe una polarización fuerte entre
"tradicionalistas" y "progresistas", y un área
significativa de la disputa atañe a la secularización de las universidades
católicas.
El tercer
momento que mencioné arriba es un balance inédito, una nueva actitud con
respecto al renacimiento católico y a la reacción opositora, y que refleja la
defensa general de los valores tradicionales. Es una especie de resaca que
critica la crítica progresista del renacimiento y evalúa positivamente la idea
y el ideal de fomentar la cultura católica. También cuestiona si la
secularización de las universidades católicas fue necesaria o deseable, sobre
todo ahora, cuando la faz oscura de la cultura moderna parece más antitética a
la cultura católica.
Muchos católicos
—y protestantes— lamentan ahora la pérdida del contenido religioso que era un
motivo principal de la fundación de sus universidades y se preguntan si es
posible alguna recuperación de ese contenido. La fundación Lily proveyó fondos
en los años noventa para apoyar reuniones anuales de las universidades
denominacionales del estado de Texas, precisamente para reflexionar sobre las
incógnitas ocasionadas por la secularización y sobre posibles remedios para
estos problemas. En cuanto al catolicismo, es interesante que la nueva
conciencia ya está proponiendo y llevando a cabo soluciones para la crisis de
la educación católica.
En la
iglesia estadounidense del siglo XX, pues, podemos divisar —y estos son los
tres desarrollos que quiero comentar: una tesis, por así decirlo, el
renacimiento de la cultura católica tradicional visto por sus proponentes como
alternativa a la cultura moderna; una antítesis alrededor de 1970, la
reacción secularizadora vista por sus partidarios como una llegada a la edad
adulta—y, sobre todo desde los años noventa, los comienzos de una síntesis,
una fresca toma de conciencia.
El choque con la
modernidad
Antes
de examinar el sentido de estos desarrollos con más holgura, veamos brevemente
cómo el "modernismo", visto como una amenaza para el cristianismo
tradicional, afectó al protestantismo y al catolicismo en los Estados Unidos.
Las
principales universidades norteamericanas se fundaron bajo el patrocinio de las
iglesias protestantes, pero han padecido un proceso largo y gradual de laicización
y secularización. Entiendo "laicización" aquí como el proceso en que
los representantes de la iglesia que ha patrocinado la universidad entregan la
dirección de la misma a una regencia secular, y entiendo
"secularización" como la eliminación de la religión como componente
"oficial" de la vida universitaria.
En las
últimas dos décadas del siglo XX el impacto del espíritu moderno (representado
por figuras como Kant, Renan, Nietzsche, Marx y Darwin) produjo una
polarización entre los protestantes conservadores que lo resistían y los
liberales que se acomodaban a él. Los liberales generalmente consiguieron
dominar las universidades y excluyeron a los conservadores o
"evangélicos" (también excluyeron a los católicos, por cierto). Las
iglesias conservadoras que perdieron fundaron sus propias universidades. Los
liberales que ganaron se desvivían por complacer a sus colegas seculares,
traduciendo su fe a un lenguaje que supuestamente éstos entenderían y buscando
los "valores cristianos" en las humanidades y ciencias sociales que
cultivaban sus compañeros menos piadosos. Pero éstos perdieron el interés en
las diatribas teológicas y se dedicaron más a sus propias especialidades
(siempre más estrechas) y a sus currícula vitae. En la contratación de nuevos profesores,
los requisitos, religiosos al principio, eran siempre más vagos; al principio
los profesores tenían que ser, por ejemplo, metodistas¾ pero
después sólo tenían que ser evangélicos, más tarde sólo cristianos,
después sólo religiosos, luego sólo sanos (wholesome) y,
finalmente, sólo bien dispuestos a los "objetivos de la
universidad".
Las
universidades rompieron el vínculo con las iglesias que las habían fundado en
cuanto pudieron sobrevivir sin su apoyo económico (fondos alternativos fueron
la benefacción filantrópica, contribuciones de los ex-alumnos y subvenciones
del gobierno). En poco tiempo, la laicización, la liberación del patrocinio de
las iglesias, fue seguida por la secularización, y desde los años 1960 hasta la
religión de los liberales está excluida de las universidades, donde el
secularismo reina como única perspectiva académica válida; se trata, en efecto,
de un "establecimiento del descreimiento" que discrimina contra la
religión.
En las
universidades católicas y protestantes la secularización difería de varias
maneras. La mayoría de las universidades protestantes se independizaron de sus
iglesias antes que las católicas (antes de mediados del siglo XX) y el proceso
de cesión tardó mucho más tiempo (desde principios del siglo). También, en el
caso de los protestantes, la pérdida de sus universidades fue acompañada por un
sentimiento de pesar. Los católicos, en cambio, secularizaron sus universidades
rápidamente (en menos de veinte años), y al parecer fueron los únicos en alabar
la secularización como ideal y ver un claustro universitario católico como desventaja.
Los
católicos han patrocinado más universidades (más de doscientas) que cualquier
otro cuerpo religioso en los Estados Unidos. Antes de la guerra civil se
fundaron treinta y ocho (número superado sólo por los metodistas), y setenta y
seis desde 1920 (sólo treinta y dos universidades protestantes aparecieron en
este tiempo). La universidad católica formaba parte del sistema educativo
católico que los inmigrantes, frecuentemente perseguidos en Europa por su
religión, construyeron para garantizar que su fe siguiera viviendo en sus
hijos. El sistema como conjunto entró en crisis alrededor de 1970 (en los años
siguientes fracasó, en promedio, una universidad católica cada semana), pero, más
recientemente, los colegios católicos han cobrado nueva vida, debido no sólo al
deterioro de los colegios públicos (causado sensiblemente por los cambios en la
estructura de la familia alrededor de 1970) sino también a un renovado interés
en la cultura católica.
A
principios del siglo XX, el reto inmediato de la iglesia en la educación fue
remediar el desfase entre su sistema escolar y el del estado. Prácticamente
esto significaba distinguir "universidad" de "colegio".
Antes, el término "college" incluía la escuela secundaria
(como "colegio" en español), pero después, conforme a la costumbre
norteamericana, se limitó al nivel universitario. El proceso de acomodarse a
las normas nacionales continuó por todo el siglo, acelerándose durante las dos
guerras mundiales, y la secularización de las universidades católicas alrededor
de 1970 puede verse como un aspecto —ideológico— del proceso.
El espíritu
moderno también afectó a la iglesia católica en los Estados Unidos, pero las
consecuencias fueron distintas, en comparación con el protestantismo. Alrededor
de 1900 estallaron dos controversias que tenían que ver con la relación entre
la iglesia y el mundo. A fines del siglo XIX, el "americanismo",
definido como la posición de que la iglesia debía mostrarse indulgente con la
modernidad, hasta en materia de la fe. A principios del siglo XX, el
"modernismo", una serie de interpretaciones ¾ vigentes sobre todo en
Europa¾ contrarias a las concepciones tradicionales de las Escrituras, la fe,
la persona de Jesucristo, la iglesia y su magisterio. Las dos controversias
fueron resueltas firmemente por Roma en la condenación del
"americanismo" por León XIII en 1899 y en la del modernismo por Pío X
en 1907.
En
realidad, ni el americanismo ni el modernismo hicieron mucha mella en la
iglesia norteamericana ni en sus universidades. Pero la misma vigilancia
antimodernista del Vaticano tuvo dos repercusiones importantes, una negativa y
otra positiva. Refrenó por medio siglo el empleo de medios modernos de
investigación en filosofía, teología y exégesis, porque los intelectuales eran
renuentes a contravenir las determinaciones del Vaticano. También retardó la
misma investigación del americanismo y del modernismo, pues los historiadores
no querían tocar ese delicado tema. La consecuencia positiva del espíritu
antimodernista de la Santa Sede fue la renovación de la escolástica— el factor
intelectual que catalizó el renacimiento de la cultura católica en la iglesia
norteamericana.
El renacimiento
católico
La
renovación de la cultura católica surgió como remedio y alternativa a la crisis
de la modernidad causada por los horrores de la primera guerra mundial, los
malos presagios de la revolución comunista, la incertidumbre intelectual
ocasionada por las tesis aparentemente paradójicas de Einstein, Heidelberg,
Freud, la geometría no euclideana... Ante estos amagos, Jacques Maritain,
filósofo francés, antifascista, profesor de la Universidad de Princeton desde
1940, habló de una "nueva cristiandad", no como territorio geográfico
sino como una red viviente de focos de vida cristiana unidos en la iglesia a
través de las naciones, una nueva civilización que los católicos debían crear
en filosofía, historia, sociología, política, economía, arte...
El
renacimiento, efectivamente, era transnacional; la iglesia de los Estados
Unidos estaba estrechamente relacionada con la europea. Las figuras clave eran
un francés (Maritain) y un inglés (Christopher Dawson). También en Francia el
filósofo Étienne Gilson y los escritores Paul Claudel, Léon Bloy y François Mauriac.
En Inglaterra el escritor G. K. Chesterton, el historiador Hilaire Belloc, el
editor Frank Sheed, los novelistas Evelyn Waugh y Graham Green. En Alemania los
filósofos Josef Pieper, Edith Stein (santa Benedicta de la Cruz) y Dietrich von
Hildebrand, que enseñó en la Universidad de Fordham. Además la novelista sueca
Sigrid Undset, y autores espirituales como Juan Arintero y Réginald
Garrigou-Lagrange. Y muchos otros.
En los
Estados Unidos se destacan el obispo Fulton Sheen, que elaboró una teología del
cuerpo místico y tuvo un popular programa de televisión, y Virgil Michel, O. S.
B., iniciador del movimiento litúrgico. Había organizaciones católicas de
teólogos, filósofos, escrituristas, canonistas, educadores, psicólogos,
sociólogos, antropólogos, historiadores, artistas, trabajadores, hombres de
negocios, familias, estudiantes, jóvenes.
Dorothy Day
y el ensayista francés Peter Maurin fundaron el movimiento del trabajador
católico en 1933. Contaba con "casas de hospitalidad" para los parias
de la sociedad en veintinueve ciudades (ahora tienen 175 comunidaders, nueve
fuera de los Estados Unidos). Su periódico The Catholic Worker, que
hacía competencia al periódico comunista The Daily Worker, sigue
publicándose. Las "casas de amistad" fundadas por la Baronesa
Caterina de Hueck fueron una de las primeras manifestaciones del apostolado
interracial en la iglesia.
La acción
católica seguía los principios "jocistas" del canónigo belga Joseph
Cardijn: equipos de personas del mismo "ambiente" (edad, sexo, trabajo)
se reunían semanalmente para analizar los problemas de su "ambiente"
y tratar de aportar soluciones. Organismos católicos insistían en las normas
morales en los medios de difusión; la "Legión de la decencia", por
ejemplo, tuvo mucha influencia en Hollywood. En realidad, el influjo de la
iglesia en la moralidad y política social del país suscitó una agresiva
reacción anticatólica.
Las
religiosas desempeñaban un papel clave en este renacimiento, y no sólo como
maestras en los colegios y catedráticas en las universidades católicas. Dos
monjas fundaron la Sociedad del Renacimiento Católico en 1940 y publicaron The
Catholic Renascence in a Disintegrating World. La directora de la
Universidad femenina de St. Mary’s diseñó un programa en teología parecido a la
formación que recibían los sacerdotes; requería 90 horas de cursos, ¡sólo dos
de pedagogía! y, la tercera parte, de teología dogmática, lo cual incluía
lecturas de santo Tomás en latín.
Filosofía
La
filosofía escolástica, en particular la de santo Tomás de Aquino, fundamentaba
la renovación de cultura católica en los Estados Unidos y por medio siglo fue
el leitmotiv de la educación universitaria católica. La posición privilegiada
del tomismo se vinculó con la preocupación de los papas por el modernismo alrededor
de 1900. León XIII vio a santo Tomás como antídoto del modernismo y en su
primera encíclica, Aeterni Patris, (1879) recomendó su estudio; para Pío
X la filosofía era el meollo del problema del modernismo, que consideraba como
consecuencia de "la unión de la fe con la falsa filosofía". La
promoción del tomismo por los papas aceleró la investigación de la historia y
cultura de la edad media. León XIII inició la edición crítica
("leonina") de las obras del santo y promovió una docena de centros
de estudios escolásticos. Uno de los más influyentes fue "L’Institut
Supérieur de Philosophie" (1889) en la Universidad de Lovaina; su
director, Désiré Mercier, subrayó que la escolástica tenía que estar en
contacto con el pensamiento contemporáneo, sobre todo con la ciencia (su
discípulo Maurice De Wulf, enseñó en la Universidad de Harvard). La escuela
tomista era impresionante; contaba con cinco revistas filosóficas en los
Estados Unidos y veinticinco en el mundo.
El tomismo
se concebía como una filosofía— es decir, una disciplina independiente,
o al menos distinguible, de la fe y la teología. Los discípulos de santo Tomás
tenían una gran confianza en la razón, como capaz de llegar a la verdad
objetiva y de establecer la existencia de Dios y otras tesis religiosas
("los preámbulos de la fe"). El respeto a la razón fue considerado
como una característica católica; en uno de los famosos relatos del Father
Brown de Chesterton, el detective, el padre Brown, sabe que el ladrón
disfrazado de cura es impostor porque habla mal de la razón. Hasta los
no católicos participaban en el movimiento: como los tomistas Robert M.
Hutchins y Mortimer J. Adler de la Universidad de Chicago.
Para los
católicos, el tomismo, visto como síntesis de verdad natural y revelación
sobrenatural, formaba la maciza base de la cultura católica. Este complejo
intelectual no se concebía sólo como un conjunto de verdades abstractas; era
una "filosofía para la vida" que la iglesia había de proclamar a
todos los fieles y que el sistema escolar había de impartir a los alumnos. Pues
la ley natural, fundada en Dios mismo, es la guía de la moral personal y
social. El Dios enseñado por la iglesia es el Dios del entendimiento, pero
también del compromiso, del amor: hay que conocerlo y adorarlo en la contemplación.
Para Raissa Maritain, esposa de Jacques, orar y entender es lo mismo; y santo
Tomás enseñó a Edith Stein que su trabajo filosófico era oración, adoración, y
que el estudio es una búsqueda de Dios.
En la
iglesia estadounidense, como en otras partes, la vida intelectual estaba
integrada en la vida litúrgica, en la teología del cuerpo místico y en la
espiritualidad de los grandes místicos como santa Teresa de Ávila y san Juan de
la Cruz. Los "retiros" o "ejercicios espirituales" formaban
una parte integral de la vida católica. Dorothy Day combinaba un activismo
católico radical con la devoción tradicional y el respeto a la jerarquía.
La
"síntesis tomista" era la firme armazón que daba unidad a la
formación universitaria católica, el distintivo intelectual de la educación
católica norteamericana en la primera mitad del siglo XX. En la mayoría de las
universidades católicas la filosofía era requisito para todos los alumnos. Por
ejemplo, en la universidad jesuita Boston College la filosofía fue la experiencia
"capitel (capstone)" que coronaba todo el programa de estudios
(sin excluir cursos como Administración de empresas), y cada alumno debía tomar
diez cursos (28 créditos) de filosofía —hoy en día los exalumnos frecuentemente
lo recuerdan como lo que da sentido a todo lo que han aprendido.
El terremoto espiritual
No
obstante, en los años sesenta, este gran edificio del que la iglesia
norteamericana tanto se enorgullecía se vino abajo con asombrosa rapidez,
víctima del "terremoto espiritual", como dice Gleason, ocasionado por
la convergencia del nuevo radicalismo político que rompió con las tradiciones
éticas y sociales, y, dentro de la iglesia, del espíritu del Concilio Vaticano
II.
Ya había
señales de dificultades en los años cincuenta. Dos tipos de dudas perturbaban
la síntesis tomista concebida como la cosmovisión integradora de la educación
católica. En primer lugar, se objetó que había muchas "filosofías" en
la Edad Media, además de la de santo Tomás (san Anselmo, Abelardo, san Buenaventura,
Escoto...), y también que ha habido muchos "tomismos", tanto en los
Estados Unidos (donde los diversos grupos mantenían reñidas discusiones) como
en el pasado (se insistía en que los comentadores del Aquinate, como Francisco
Suárez y Tomás de Vío Cayetano —seguidos por varios tomistas— no representaban
la "mente" del santo.). Además se negó que el tomismo fuera
"filosofía católica", y algunos, siguiendo un tema de Gilson,
afirmaron que la filosofía de santo Tomás ya estaba mezclada con elementos de
la fe, y por lo tanto no era autónoma ni podía ser una fundamentación racional
de la educación universitaria.
Otro factor
que perjudicó al tomismo fueron las quejas sobre la calidad de la enseñanza de
la filosofía en las universidades católicas. Los jesuitas Gustave Weigel y John
Tracy Ellis hablaron de "adoctrinamiento", adiestramiento en
"habilidad apologética", "métodos seminarísticos",
"ideología oficial", "línea de partido". Estos reproches
formaban parte de una crítica más general al nivel de la vida intelectual de la
iglesia estadounidense. Un influyente artículo de 1955, en que J. T. Ellis
demostró la escasa presencia de los católicos en la intelectualidad del país,
contribuyó a un cambio de prioridades en las universidades católicas: se
comenzó a pensar más en la excelencia académica que en la cultura católica. En
todo caso, para fines del decenio de los cincuenta hubo "una huída masiva
del tomismo".
Luego otras
filosofías, el existencialismo y la fenomenología, comenzaron a hacerse sentir
en las universidades católicas, introducidas a menudo por profesores que se
habían doctorado en Europa. Por ejemplo, en la universidad de Notre Dame, a
mediados de los cincuenta, la mayoría de los filósofos eran tomistas; diez años
más tarde el departamento de filosofía fue "pluralista" con énfasis
en la filosofía de la ciencia. En los sesenta, profesores y alumnos se cansaron
de la enseñanza de una filosofía "exigente", con análisis y
argumentación, y preferían el diálogo, el encuentro entre el tú y el yo, la experiencia
personal, el compromiso social —se pasó "de Aquino a la edad de
Acuario".
La rebelión
contra la neoescolástica fue aún más fuerte en la teología. Los teólogos
comenzaron a interesarse más por las nuevas aproximaciones en estudios
bíblicos, eclesiología, liturgia, teología pastoral y kerigmática, que creyeron
que eran más compatibles con el espíritu moderno.
El "brinco sobre
el muro"
El
espíritu dominante que acabó con el renacimiento y cambió la orientación de las
universidades católicas fue la secularización. La "secularidad
religiosa" estaba de moda después del enorme éxito de The Secular City
de Harvey Cox, teólogo de la Universidad de Harvard en 1965, mientras los
católicos en sus universidades se felicitaban por "llegar a la mayoría de
edad" y por "aceptar lo secular-como-secular", desacreditando
así la crítica anterior del secularismo. Los intelectuales católicos comenzaron
a pensar que ya no tenían que "integrar todo el conocimiento en el orden
trascendental de la verdad".
En general,
las universidades denominacionales en los Estados Unidos se emanciparon de sus
iglesias patrocinadoras cuando las juntas de regentes pasaron a manos de
personas que no representaban a las iglesias. La cesión de las universidades
católicas comenzó en el año 1967. A principios de aquel año, Jacqueline
Grennan, hermana de la orden de Loreto ("Sister J", la "nueva
monja", favorita de los medios de comunicación), presidenta de Webster
College en San Luis, Missouri, cedió la dirección de su universidad a una mesa directiva
seglar. Al hacer la entrega, afirmó que la noción de "educación superior
es incompatible con el control jurídico de la iglesia", y seguidamente,
para funcionar mejor como directora de una institución secular, se salió de la
congregación de Loreto que había fundado la universidad como institución
católica. Unos días después, las universidades de San Luis y Notre Dame
nombraron regentes laicos para sus juntas directivas, eliminando así la
autoridad de los "cuerpos religiosos patrocinadores": los jesuitas y
los padres de la Santa Cruz, respectivamente. Más tarde muchas otras
universidades siguieron su ejemplo. La justificación teórica de la cesión fue
una declaración de independencia respecto de la iglesia, formulada ese mismo
año, en una reunión de representantes de varias universidades católicas en Land
O’Lakes, Wisconsin. Si ha de funcionar una universidad católica, reza el
documento, "debe tener autonomía y libertad académica genuinas ante
cualquier autoridad, laical o clerical, fuera de la comunidad académica"—
estas últimas palabras resultaron aciagas. "En los eventos de los sesenta
llegó a su clímax la transición de una época en que los educadores católicos desafiaron
la modernidad a una época en que la aceptaron".
Una euforia
de cambio llenó la iglesia norteamericana durante aquella época. Y cierto
antiintelectualismo afectó a muchos religiosos quienes, rebelándose contra el
apostolado de la educación, se comprometieron con las causas políticas del
tiempo (la paz, los derechos civiles, los "barrios urbanos"). También
hubo un movimiento para quitar los nombres "políticamente
incorrectos" de las instituciones fundadas durante el renacimiento
católico. El presidente de la Asociación Filosófica Católica Norteamericana,
notando la "pérdida masiva de confianza" en la neoescolástica,
sugirió que la rebautizaran como "Asociación Cristiana", pues creyó
que lo de "cristiana" era "más pertinente filosóficamente".
A la Sociedad de los Profesores Católicos de la Sagrada Doctrina le pusieron el
nuevo nombre "Sociedad Universitaria de Teología", pues los maestros
preferían "promover la comprensión de un importante interés humano, pero
no un compromiso confesional". La Asociación Sociológica Católica
Norteamericana cambió su nombre en 1970 a "Asociación para la Sociología
de la Religión".
El
presidente de la Sociedad Teológica Católica de América, Walter J. Burghardt,
S. J., creyó que no se podía justificar la existencia de la sociedad. Los
miembros de la Sociedad de Psicólogos Católicos quisieron suprimir su revista
por su "mentalidad divisiva, sectaria de gueto". "El problema de
la catequística es que exista" dijo un promotor de la reforma catequística
en 1968, y añadió que "la palabra `teología’ debe enterrarse". El
director de la Conferencia Litúrgica dijo que debía eliminarse la palabra
"worship" de la religión ("adoración",
"devoción" individual y comunitaria).
Un primer plano
La
historia de universidad de New Rochelle, en Nueva York, de las monjas
ursulinas, es un ejemplo de la secularización de las universidades religiosas ¾
católicas y protestantes¾ en los Estados Unidos. La madre Irene Gill fundó la
universidad en 1904 con un ambicioso programa de humanidades para educar
"mujeres de cultura, eficiencia y poder, capaces de apoyar los más nobles
ideales del hogar y de la iglesia". Ella misma escogió a los regentes (trustees)
de la junta directiva. Una docena de años más tarde, el Departamento de
Educación incluyó su universidad en el rango más alto de las instituciones del
estado de Nueva York.
La
participación de New Rochelle en el renacimiento católico fue notable. En los
años cincuenta las ursulinas realzaron aún más el carácter católico de la
enseñanza. Todas las alumnas —católicas o no— tenían que seguir el exigente
programa de teología. La universidad contaba con una escuela laboral para poner
en práctica la doctrina social de la iglesia, un instituto familiar católico y
un servicio de consejo matrimonial que acogía al movimiento familiar cristiano
y gozaba de una vida litúrgica impresionante (casi el 60% de alumnas asistían a
misa diaria).
Cuando la
universidad pidió la reacreditación a la agencia certificadora Middle States
Association of Colleges and Schools en 1966, se notó un cambio en la
descripción de la universidad: ya no era "católica" sino que estaba
"bajo auspicios católicos", ya no se hablaba de "Cristo"
sino de una institución "profundamente cristiana". A la sazón, la
universidad perdía estudiantes por la competición de otras universidades y era
necesario pedir subvenciones al estado de Nueva York para sobrevivir. El problema
fue que sólo las universidades que no fueran dirigidas por una iglesia ni
enseñaran doctrinas confesionales podían recibir ayuda económica. Los abogados
instaron a las monjas a aceptar cualquier condición del Departamento Estatal de
Educación.
A fines de
los sesenta, pues, dieron de baja un curso obligatorio, "tradición y
cultura cristianas" porque el examinador del estado dijo que por tratar de
la iglesia no era realmente "historia". Las ursulinas renunciaron a
la clasificación de su universidad como "institución religiosa", se
retiraron de la mesa de regentes y separaron la economía de su comunidad de la
de la universidad. Revisaron el boletín de la universidad para insistir en que
los cursos de religión no se impartieron desde la perspectiva católica (sino de
Schleiermacher, Barth, Buber, Gandhi, Confucio, Santayana, Dewey, Bonhoeffer,
Otto, James, Kierkegaard...). Redujeron los "estudios religiosos"
obligatorios de 16 a 3 créditos. Quitaron las fiestas de la iglesia en su
calendario; sólo se observaban los días festivos del estado. La universidad ya
no pretendía ofrecer una formación católica sino una "apertura a la forma
del porvenir", la "búsqueda del sentido de la vida", el
"crecimiento en la aceptación de sí mismo"— típica retórica
envilecida de la educación superior norteamericana.
No es
sorprendente que la filosofía y la teología prácticamente hayan desaparecido
del programa, pero también se debilitó el contenido humanista. La instrucción
estaba centrada en el entrenamiento profesional y técnico, los estudios
correctivos (remedial: de lo que no aprendían en el colegio) y los
cursos "no curriculares". El nivel académico sufría; no había examen
de ingreso, se ofrecían créditos por las "vivencias (life experiences)"
y el usual menú de cursos "sexi" ("la mujer como
heroína", "la psicología de la vivencia oculta", etc.). Las
usurlinas también sufrían una crisis vocacional; sin embargo se hablaba de una
"presencia ursulina", sin ursulinas.
El
"pluralismo" es un tema constante que los educadores católicos
repiten para justificar o racionalizar la secularización de sus universidades.
Las exalumnas de New Rochelle oyeron en un simposio que su alma mater
aspiraba a preparar a sus egresadas para vivir en un mundo diverso y pluralista
"creando más pluralismo y diversidad dentro de la institución", y que
"es imposible hoy enseñar un curso válido de teología sólo desde el punto
de vista del catolicismo romano." Los funcionarios del estado pidieron que
las ursulinas evitaran la palabra "católica" cuando describían a su
universidad, pues eran más aceptables otros términos como "ursulina",
"judeocristiana". También muchos jesuitas en 1967 afirmaban el
principio de que "el pluralismo está dentro de la universidad, la
universidad no está dentro del pluralismo". En 1974 la comunidad de
jesuitas de Boston College acordó que "una sociedad pluralista exige
instituciones pluralistas" y como las ursulinas evitaron la palabra
"católico" por "sugerir restricciones morales, control dogmático
y estructuras institucionales opresivas, por ejemplo, con respecto a las
mujeres".
En 1960 3%
de las alumnas de New Rochelle dijeron que sólo iban a misa los domingos
(59% iban a misa diaria) y, en 1972, el 94% del cuerpo estudiantil eran
católicos. Hoy el 90% de los estudiantes de New Rochelle no son católicos y la
opinión moral parece cada vez menos "católica": en 1982 tres cuartos
de los alumnos aprobaban el aborto y, la mitad, el sexo entre los que "se
aman" (seis años antes los porcentajes fueron 43% y 29%).
En la
biblioteca dedicada a la madre Irene Gill, valiosa fundadora de New Rochelle
—la universidad que el escéptico clero llamó "el disparate de Irene (Irene’s
folly)"—, Burtchaell visitó una exposición del
"ecofeminismo" donde estaban expuestos a la vista, entre libros sobre
la "diosa" y otros con motivos lesbianos, las obras de Peter Singer,
experto en ética de los derechos de los animales "que defiende con
elocuencia la tesis de que los padres son más libres moralmente de destruir a
sus inoportunos hijos no nacidos, y aún a los recién nacidos, que de matar a
sus mascotas domésticas". ¡Vaya diversidad!
Del trueno al relámpago
Los
defensores de la autonomía, como hemos visto, declararon que las universidades
católicas, al emanciparse de la hegemonía de la iglesia, habían alcanzado la
edad adulta. Pero hay una paradoja aquí: al liberarse de la iglesia se
sometieron a otra servidumbre: al poder del estado y de la Academia, con sus
agencias certificadoras. Aceptan dócilmente las leyes y restricciones del
estado en torno al sexo y a la etnia de sus alumnos, a la contratación de
profesores, al manejo de los deportes, etc. Los hermanos de La Salle de la
universidad de St. Mary’s obedecieron a la agencia acreditadora Western
Association of States and Colleges cuando les dijo que ya no podían
preferir a los católicos cuando contrataban a nuevos profesores.
Pero lo que
las universidades más acatan es la cultura académica. Como dijo Burtchaell
humorísticamente, las universidades que antes eran de los jesuitas sacarán su
sabiduría "ya no de los Ejercicios de san Ignacio sino de The
Chronicle of Higher Education— y en efecto, del último número [de la revista]".
Los catedráticos católicos que ridiculizaban la escolástica como
"ideología", ahora no parecen tener muchas ganas de criticar la
ideología de la Academia: su ortodoxia de secularismo y naturalismo, su
descreimiento oficial, su discriminación contra la religión. Y ahora, sobre
todo, aceptan dócilmente lo "políticamente correcto" que reina
indicutido en las universidades norteamericanas que sufrieron la secularización
hace más o menos tiempo.
Para
criticar sus posiciones, cada día más exageradas y destructivas, hay que tener
valentía —y seguridad profesional. Veamos un ejemplo en la filosofía que
muestra cuán ambigua es la intelectualidad universitaria. John Silber, en su
discurso de inauguración del XX Congreso Mundial de Filosofía, reprochó lo "filosóficamente
correcto" de varias corrientes que iban a aparecer en las ponencias
durante el Congreso. Hay dos fuerzas en la filosofía reciente, dice. La una es
tradicional e insiste en la centralidad de la razón mientras estamos buscando
la verdad y en la dirección de la vida moral de la persona y la comunidad. La
otra es relativista y secularista, y carece de raíces en tradiciones probadas
por el tiempo: asalta a la racionalidad buscando no la verdad objetiva, sino la
perspectiva del pensador o de su grupo. Este perspectivismo aparece ahora no
sólo en el escepticismo posmoderno sino, sobre todo, en las filosofías que
privilegian la perspectiva de ciertos sectores de la población, como las
mujeres. Silber opina que todas estas posturas, niegan "la experiencia
común del mundo, que restringe nuestra fantasía y posibilita el
conocimiento". Sus partidarios ideológicos empujan sus opiniones hasta el
absurdo, dice Silber, y, parafraseando a George Orwell, agrega: "son
disparates tan grandes que sólo un intelectual puede creerlos".
Marsden
dice que la noción del pluralismo es uno de los pretextos que el
"Sistema [Establishment]" ha usado para suprimir la religión
en la universidad norteamericana. Los educadores emplean varias expresiones en
este contexto: "tolerancia", "diversidad",
"inclusividad", "multiculturalismo", el "crisol (melting
pot)". La idea es que todas las culturas son bienvenidas para fundirse
en el crisol académico, pero después se uniforman. Se acogen hombres y mujeres,
todas las etnias y razas, todas las religiones —con la condición de que acaben
aceptando el sistema "correcto" de creencias. "Pluralismo",
dice Marsden, es una palabra en clave que significa lo contrario: conformismo,
monismo intelectual. Si alguien quiere comprobar el grado de tolerancia de la
Academia universitaria, que trate de publicar un artículo en una de sus
revistas sin usar las expresiones aprobadas (como el "lenguaje
inclusivo."). La "perspectiva" religiosa, pues, no cabe en la
vida académica estadounidense (pero sí caben la feminista y la
multiculturalista), porque el "descreimiento (unbelief)" es la
única perspectiva académica válida— y esto constituye una discriminación contra
la religión.
Burtchaell
tiene la teoría de que el pietismo caracteriza la secularización de las
universidades. Históricamente, un movimiento pietista intenta reavivar al grupo
religioso simplificando su doctrina para aislar "lo único que
importa". Sus énfasis son: espíritu (no letra), compromiso (no
institución), sentimiento (no intelecto), laicado (no clero), iglesia invisible
(no visible). Pero el pietismo es inestable: como iglesia (sin teología),
comunidad (sin orden), piedad (sin moralidad) y predicación (sin sacramento).
Al degradarse, se desenvuelve en dos fases contrarias. Los que siguen siendo
cristianos formulan una tediosa religiosidad liberal, un indiferentismo
superficial pero "de fuertes principios (principled)".
Mientras que los que rechazan las disputas teológicas como disparates se
refugian en el racionalismo con su confianza en la evidencia empírica. Y este
racionalismo va rumbo al deísmo, "equivalente religioso del sexo
seguro".
Los
católicos también fueron afectados por este proceso. Un ejemplo del pietismo
católico es el "credo moderno" que un grupo progresista rezó
recientemente durante su eucaristía: "Creo en la gente [...] Por mi
creencia en Jesús, renuncio toda pretensión a la exclusividad [...] Y creo en
la resurrección— signifique lo que signifique. Amén."
Vuelta a la cultura
católica
La crisis
de identidad de las universidades católicas en los Estados Unidos sigue en pie
hoy, tres decenios después de la secularización. La verdad es que en muchas
universidades católicas hay "poca furia por el morir de la luz". La
mayoría de las universidades que Burtchaell estudió ya no tienen ninguna
relación "seria, valorada, funcional" con las iglesias que las
fundaron, y esta abdicación, opina, es triste precisamente porque no ha sido
necesaria. Despertó recelos en algunos profesores de la Universidad de Notre
Dame la afirmación en el self-study de 1993 de que la mayor parte del
profesorado debe estar integrado por "católicos dedicados y
comprometidos". A veces los educadores quisieran que sus universidades
siguieran siendo católicas, pero dicen que no saben lo que significa "universidad
católica". Pero el Papa Juan Pablo II lo sabe. En su constitución
apostólica de 1990, Ex corde eclessiae dijo que la universidad católica
tiene cuatro rasgos esenciales: es una comunidad (no sólo un grupo de
individuos) de inspiración cristiana que reflexiona sobre el conocimiento
humano en la luz de la fe y se mantiene fiel a la doctrina de la iglesia y se
compromete como institución con la iglesia y la humanidad. Los obispos
norteamericanos se reúnen en junio de 2001 para decidir sobre las
"ordenanzas" prácticas que, tras su aprobación por la Santa Sede,
entrarán en vigor en el país.
Sin
embargo, ya existen iniciativas para fomentar la cultura católica en las
universidades católicas, y ya se ponen en práctica. Tienen la finalidad de
transmitir a los estudiantes un catolicismo tradicional y, al mismo tiempo,
conectado con el mundo actual— "nova et vetera", como dijo el
Papa. Hay varios tipos de solución. Una es simplemente fundar una nueva
universidad católica, o renovar una universidad católica ya existente. Ejemplos
son Christendom College en Front Royal, Virginia y la universidad franciscana
de Steubenville en Steubenville, Ohio. Otra solución son los programas de
Estudios Católicos que han comenzado a aparecer en varias universidades
católicas. Un ejemplo es el Centro de Estudios Católicos de la Universidad de
St. Thomas en San Pablo, Minnesota. Actualmente 30 alumnos están inscritos en
el programa menor (minor) y 130 en el mayor, es decir, se especializan
en Estudios Católicos (major); de éstos, muchos optan por una doble
carrera: Estudios Católicos y una especialidad más "práctica".
Tambien desde 1994 hay encuentros de verano para discutir problemas pertinentes
y programas de desarrollo para profesores de las universidades católicas y
maestros en los colegios católicos.
Estas
iniciativas forman parte del nuevo balance mencionado arriba que se compromete
expresamente con la cultura católica y contrarresta la secularización de las
instituciones de la iglesia. Este ideal se entronca con la renovación de la cultura
católica en el catolicismo norteamericano de la primera mitad del siglo XX. Tal
vez podemos hablar de un segundo renacimiento católico que se está despertando
en este momento, cuando tanta gente en los Estados Unidos, cansada de las
rebeliones "correctas" contra su moralidad y su religión, busca una
ética sensata que respalde el amor y la unidad de sus familias, y una
espiritualidad madura que la lleve por encima de la vulgaridad de la ciudad
secular que la rodea. Al principio de este ensayo hablé del nuevo balance como
una síntesis; creo que los nuevos compromisos en efecto pueden combinar
lo mejor de los desarrollos anteriores: la firme dedicación a la cultura
católica del renacimiento fundamentada sobre la seriedad académica de la
reacción.
El poeta T.
S. Eliot, buen observador de la modernidad, creyó que el fracaso del matrimonio
y de la familia, la injusticia social de la izquierda y la derecha, la religión
desgastada, el sentimiento de futilidad, desesperación, tedio, era una
"tierra baldía". Nunca perdió este pesimismo, ni perdió su convicción
de que la única salida es la redención, la cual encontró descrita en la
espiritualidad de san Agustín, san Juan de la Cruz, Juliana de Norwich... Creo
que si Eliot viviera hoy, diría que la crisis de la modernidad es más grave de
lo que era hace ochenta años cuando escribió La tierra baldía.
Mencioné
que muchos reconocen una guerra en los Estados Unidos entre la cultura
tradicional y la "correcta". Los promotores de la "cultura
correcta" son mucho más agresivos, y congelan sus causas en una nueva
legislación que obliga a todos los ciudadanos a seguir sus ideologías. Es
imposible prever el futuro, pero no creo que favorezca a los cristianos
tradicionales. Por otro lado, no debe sorprender a los católicos que la ley de
su país permita el aborto, el matrimonio entre personas del mismo sexo, tal vez
el infanticidio, el "amor intergeneracional" (pederastia), etc.
Kierkegaard
no daba por sentado que viviera en una cristiandad, donde los valores de las
personas y las estructuras de la sociedad reflejaran el cristianismo auténtico.
Es posible que la iglesia se asemeje siempre más a la de los primeros siglos y
que viva en lo que es, en algunos aspectos por lo menos, una sociedad
pagana. Me parece que la idea de la nueva cristiandad de Maritain es más
oportuna, deseable y necesaria, que nunca; es decir, no como cierta región en
cierta época, sino como personas de todas partes unidas en la iglesia de
Jesucristo que se enorgullezquen de tener una cultura, por bendición, distinta
de la del mundo, pero con un compromiso con ese mundo: "ouk erotõ hina
arês autous ek tou kosmou all’ hina terêsês autous ek tou ponêrou.
Filosofía
Gleason
termina su excelente relación de la reciente historia de las universidades
católicas en los Estados Unidos recomendando una tarea a los católicos:
[...]
forjar, a partir de los recursos filosóficos y teológicos descubiertos en el
medio siglo pasado, una visión que provea lo que proveía la neoescolástica por
tantos años: una base teórica para apoyar la existencia de las universidades
católicas, con su peculiaridad, dentro de la educación superior norteamericana.
Es claro
que la filosofía sigue siendo un aspecto crítico de la presente crisis —como
han insistido los papas desde León XIII hasta Juan Pablo II. Pero yo ignoro lo
que puedan ser aquellos descubrimientos, al menos en la filosofía, hechos a
partir de 1950 que, según el autor, puedan fundamentar la educación católica
del futuro.
Puede
decirse, sin menoscabo de los avances filosóficos posteriores a 1950, que la
inmensa mayoría de las tesis filosóficas fundamentales —y verdaderas— fueron
descubiertas antes de esa fecha, y sobre ellas la iglesia, ahora como en el
pasado, debe cimentar su estructura intelectual. El renovado interés actual en
la cultura católica, como el previo renacimiento católico del siglo XX, debe
basarse en la tradición de la iglesia, en íntimo contacto con la filosofía, la
ciencia, la historiografía y otros aspectos de la civilización.
¿Qué decir
de la escolástica y el neotomismo? Me parece que entre los logros del
neotomismo figuran sus aportes a la epistemología y la metafísica. En primer
término, su defensa del realismo metafísico (hay cosas que no dependen
de la mente humana) y epistemológico (las podemos conocer como son). Su labor
constituye un importante correctivo al subjetivismo moderno y al espíritu
idealista y fenomenalista de algunas tendencias recientes.
Sin
embargo, ciertos tipos de aislamento ¾ si no me equivoco¾ contribuyeron
al declive del tomismo en el siglo XX, esta deficiencia se habría superado,
creo, si el desarrollo la neoescolástica no se hubiera truncado,
prematuramente, en los años sesenta. En primer lugar, los neoescolásticos no
participaban de manera apreciable en los movimientos de filosofía
contemporánea. Había excepciones, como Edith Stein con sus dos "queridos
maestros" Husserl y Aquino; y Maritain mismo— pero ambos ya hacían
filosofía antes de su conversión a la iglesia católica. Lo más triste es que
los neoescolásticos estaban aislados de las corrientes, después llamadas
"analíticas", con las que hubieran tenido mucho en común. Más
recientemente, los filósofos de esta tendencia, no católicos en su mayoría, han
desarrollado una filosofía de la religión en la cual echan mano de fuentes
patrísticas y escolásticas (como las nuevas formulaciones del argumento
ontológico de san Anselmo).
El segundo
aislamiento es temático y concierne a la ciencia y la lógica. Mencioné que
desde el principio de la renovación tomista, en tiempos de León XIII, se daban
cuenta de la importancia del estudio de la ciencia. El neotomismo hizo
esfuerzos por relacionar la ciencia con la filosofía (y específicamente con la
filosofía de la naturaleza tradicional), pero no tenía suficiente contacto con
la filosofía de la ciencia. Los neotomistas —otra vez, con excepciones, como el
historiador de la lógica I. M. Bochenski— no sólo estaban aislados de los
importantes avances de la lógica del siglo XX, sino que a veces también incurrían
—y siguen incurriendo— en ciertos malentendidos (por ejemplo, creer
erróneamente que la lógica "simbólica" o "matemática" es
fundamentalmente distinta de la lógica "aristotélica" o
"tradicional").
Otro
aislamiento del neotomismo atañe a su propia historia. La consigna "volver
a Tomás" surgió como reacción a lo que se veía como un exagerado énfasis
en sus comentadores. Este "retorno" a santo Tomás fue importante
(promovió, por ejemplo, la investigación histórica de su pensamiento y de su
ambiente), pero a veces los tomistas restaron importancia a desarrollos
relevantes de la escolástica en el período renacentista. Finalmente, el
neotomismo estaba aislado de otras escuelas escolásticas. El énfasis en santo
Tomás podía dar la impresión de que las otras corrientes escolásticas, como el
"agustinianismo", el escotismo y el terminismo, no eran dignos de
tanta atención. Sin embargo, los estudios recientes recalcan la importancia de
los pensadores franciscanos; no sólo san Buenaventura, sino también, precisamente
en el área de la metafísica y la lógica, Juan Duns Escoto y Guillermo de
Ockham.
La cultura
católica tiene que descansar sobre una base filosófica, y ésta tiene que
incluir la tradición patrística y escolástica, todo en íntimo contacto con las
corrientes recientes de análisis y fenomenología. Yo me atrevería a hablar del
deber de seguir buscando —y hallando— una filosofía perenne.
América Latina
El
descreimiento también se ha "establecido" en muchas universidades
seculares en América Latina, y los colegios y universidades católicos han
desempeñado un papel importante para preservar y hacer avanzar la cultura
católica. Pero la historia de las universidades católicas en el continente
hispanoamericano aún está por escribirse. Lo que sugiero ahora serán comentarios
generales y, me temo, obvios.
Una de las
grandes diferencias "culturales" entre la iglesia católica en las
Américas Latina y del Norte es que la primera compartía la brillante
civilización ibérica de los siglos XVI-XVIII, antecedente ausente en la iglesia
estadounidense. Sin embargo, creo que hay semejanzas entre la historia de la
vida intelectual de la iglesia en las Américas del norte y del sur.
Específicamente, podemos divisar tres momentos análogos a los que describí con
respecto a los Estados Unidos: una renovación católica, un viraje
"progresista" alrededor de 1970 y, actualmente, un interés inédito en
la cultura católica.
La
renovación en América Latina debió mucho a la doctrina social de la iglesia y
al tomismo, promovidos por los papas desde la Rerum novarum y la Aeterni
Patris de León XIII. Ya sintieron este influjo Miguel Antonio Caro
(1843-1909), quien reavivó el pensamiento católico en Colombia, enseñando una
ética basada en la metafísica y la ley natural, y el converso Jackson de
Figueiredo (1891-1928), renovador intelectual y político de la iglesia
brasileña.
Una
renovación católica creció rápidamente desde los años veinte, estimulada en
parte por las universidades católicas. Como en los Estados Unidos, Jacques
Maritain fue un poderoso influjo: afectó al converso Tristão de Athayde (Alceu
Amoroso Lima, 1893-1983), profesor de filosofía en la Universidad Católica de
Río de Janeiro, fundador del movimiento estudiantil católico y del movimiento
de democracia cristiana en América Latina; y a Eduardo Frei Montalva
(1911-1982), presidente de Chile, estudiante y después maestro de derecho
laboral en la Universidad Católica, y promotor, también, de la democracia
cristiana. Agustín Basave Fernández del Valle (1923-), profesor de filosofía en
Monterrey, México, desarrolló un existencialismo cristiano con influjos
tomistas. La acción católica comenzó a florecer en los años treinta, y, sobre
todo después de la encíclica Quadragesimo anno de Pío XI, creció su
dedicación a la doctrina social, la cual fue presentada como una "tercera
vía" entre el capitalismo y el comunismo.
Hasta
cierto punto, la teología de la liberación corrió parejas con la reacción
contra el renacimiento católico en los Estados Unidos, en el sentido de que
representó un movimiento nuevo, distinto en varios aspectos de la teoría y
praxis sociales del pasado. Si bien en Latinoamérica, como en Norteamérica, se
nota en los religiosos un cambio de énfasis en favor del activismo social, un
impresionante cuerpo de pensamiento fue desarrollado por el padre Gustavo
Gutiérrez y sus colegas que ejerció un fuerte influjo en la iglesia de los
Estados Unidos y de otras partes.
Otro
paralelo fue la aceptación de lo "secular". La teología de la
liberación tendió a suprimir el "dualismo" entre lo espiritual y lo
temporal, que atribuían a la distinción de Maritain entre gracia y naturaleza,
y, como en los Estados Unidos, subrayó que nada está "pro fano",
fuera del templo. Prácticamente, este colapso de los dos órdenes podría
significar que lo secular "sube" a lo religioso o lo religioso
‘baja" a lo temporal, y el movimiento de la liberación ha sido criticado
por tender a la segunda opción, sobre todo en el área social y política. Debido
a esto, también creció una polarización fuerte en la iglesia latinoamericana
que se refleja en las universidades católicas.
El desplome
del comunismo al principio de los noventa dejó la "izquierda"
latinoamericana en una tierra de nadie ideológica y, junto con otros
acontecimientos, afectó a la teología de la liberación. Ahora parece que hay un
nuevo entusiasmo por la cultura católica, que no pocas veces incluye una pasión
por estudiar y "rescatar" la rica cristiandad iberoamericana, sobre
todo la del Siglo de Oro.
Me parece
importante que estos renacimientos de cultura católica al sur y al norte —en
ciernes, desde luego— se conozcan, se unan, trabajen juntos. Pues todos nos
encaramos, al fin y al cabo, con las mismas ambigüedades del modernismo.
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