Un reciente artículo en el Wall Street Journal describía así la situación: “La literatura moderna sobre la crianza de los niños presenta este tema como un negocio difícil. Haz tu propia comida para bebés, o te arriesgas a volverlo un adicto al azúcar. Si dejas que el niño, cuando esté aburrido, juegue con tu teléfono antes que con bloques de madera obtenidos de forma sostenible, lo estás invitando a la delincuencia. Tales consejos se basan a menudo en ayudar a los padres a criar a sus hijos ‘naturalmente’, como si en el pasado los niños hubieran sido criados de una manera ideal”.
Lo interesante, según explica la humorista Jennifer Traig, madre de dos niños y autora del libro Act Natural: A Cultural History of Misadventures in Parenting, es que a lo largo de la historia y en muy diversos sitios, las personas han hecho “cosas muy locas” en la crianza de los pequeños, como permitirles jugar con cuchillos, dejarlos que duerman a la intemperie, evitarles las verduras por “peligrosas” y, en cambio, darles cerveza, y contarles cuentos de hadas en que se han producido asesinatos crueles. “¿Por qué pensamos que todo esto importa? Las mejores investigaciones revelan que influye muy poco. Por encima de cierto umbral, el modo en que tratas a tus hijos es indiferente”.
Pero la evidencia de que no hay grandes traumas a la vista parece no bastar. Si hoy, dice Traig, podemos compadecernos de quienes opinaban, en el siglo XIX, que el 99% de los casos de enanismo o malformación física se debían a la “insensatez”, la “mala conducta” o la “negligencia” de las madres, algunos se ponen muy serios al asentir a los argumentos de ciertos “expertos” que aseguran que la guardería le arruinará la vida al niño para siempre.
El propio cuestionamiento de una institución como la guardería puede servir de ejemplo de cómo se fomenta lo que Traig denomina “neurosis parental”. La existencia de este tipo de centros ha respondido a una necesidad universal: los padres precisan de un sitio seguro donde dejar a su prole mientras ellos trabajan. Pero si algunos comienzan a teorizar negativamente sobre esto, sencillamente crean un problema donde no lo había. “Muchos de los más espinosos asuntos de la crianza –dice la autora–, como la resistencia a dormir o los caprichos en la comida, empezaron cuando comenzamos a tratar de arreglar algo que no estaba roto”.
Y claro: para cada nueva preocupación artificial existe una solución… que ya encontraremos en los libros, sitios web o conferencias pagadas de determinados especialistas.
Entre lo ideal y lo concreto
“Google es el nuevo abuelo, el nuevo vecino, la nueva niñera”, citaba tiempo atrás el New York Times a Rebecca Parlakian, directora de la organización Zero to Three (De Cero a Tres), que estudia la paternidad. Para muchos millennials (los nacidos entre 1980 y 2000), la aseveración está pegada a la realidad: si hay una urgencia a la que hacer frente, ahí está el célebre buscador para, con solo teclear un par de palabras y pulsar Return, abrir las puertas a miles de respuestas.
Precisamente gracias a las bondades de la tecnología, Aceprensa ha podido contactar con varios progenitores millennials (parennials , que dirían los norteamericanos) para saber cómo ha influido el fácil acceso a los contenidos digitales sobre el parenting (crianza) en el modo en que han sacado adelante a sus hijos.
El periodista Charly Morales, desde El Salvador, dice haber seguido un sitio web, Baby Center, “para tener una idea de cómo proceder, pero no le hicimos más caso que el sanamente comprensible. Ya bastante teníamos con el bombardeo de recetas y consejos, pues cualquiera se siente con potestad de ‘iluminar’ a los futuros padres”.
También su colega Leslie Salgado, en La Habana, accedió a los contenidos del mencionado sitio y a los de un libro de nombre bastante genérico: Natural Parenting. “Al principio traté de encuadrar la manera de criar a mi hija con los textos que leía, por ejemplo, en cuanto a las sugerencias de horarios o comidas o juegos. A veces me frustraba porque las cosas no me salían como decían los textos, pero luego me di cuenta de que cada niño es un mundo y que eso era solo una guía, generalidades”.
Otra comunicadora, Ivette Leyva, no ha buscado libros sobre el tema en particular, pero sí ha leído lo que le ha llegado por vía digital, y su visión del fenómeno no es del todo positiva: los contenidos que lee le hacen sentir que lo ha hecho todo mal. “Agobian, definitivamente. Es cierto que no se puede ser absoluto ni negar la utilidad del conocimiento, pero como decían nuestros mayores, a veces es malo saber demasiado. Una, con los hijos, querría hacerlo todo del modo en que nos dicen que es perfecto, pero no hay tiempo: la maternidad no da tiempo para la perfección”.
La sensación de haberlo hecho mal “nunca te abandona –retoma Morales–, sobre todo a medida que el niño o la niña crecen, porque el proceso es complejo. Llegó un momento en que nos enfadamos y decidimos confiar más en nuestros instintos y en lo que aprendíamos de observar al niño… Por ejemplo, ya no se sabe si el bebé debe dormir bocarriba, bocabajo o de lado; si darle purés cuando los asimile o que lacte exclusivamente el primer medio año… A partir de mi experiencia, a todos los padres les recomiendo hacer lo que entiendan y vean que es mejor para su hijo, que al final es de ellos”.
Otras dos mamás narran sus experiencias. Carmen Díaz, ingeniera en programación, confiesa haber repasado muchos artículos digitales sobre alimentación, comportamientos, etc.: “A veces leo cosas que me confirman que lo estoy haciendo bien y eso me alegra. Pero no suelo angustiarme si algo que hago no está recomendado; más bien trato de cambiar, siempre teniendo en cuenta que entre blanco y negro existen muchos matices”. Algo parecido suele hacer Judith Llaguno, agente de seguros: “Cuando tengo dudas sobre temas como el comportamiento o el desarrollo psicomotor, voy a Internet. Me apropio de lo que creo que me puede funcionar mejor, pero sin presión”.
El pediatra, en YouTube
Los parennials, a diferencia de sus propios padres, que solo pudieron informar de la buena nueva de su nacimiento a los familiares y al barrio, han tenido descendencia en un mundo bastante más interconectado, donde las fotos y anécdotas de sus bebés son del dominio de amigos, conocidos, simples contactos de Facebook y, si fuera de su interés, incluso de la CIA. Si el bebé se ríe o si dice por primera vez “ma”, el resto del planeta se entera casi instantáneamente (según el sitio web Very Well Family, el 81% de los millennials comparte imágenes de sus hijos en las redes sociales, frente al 47% de los babyboomers).
Pero a Internet, además de a mostrar, se va también a adquirir el know how, y el incontable número de blogs sobre parenting , así como los grupos de Facebook o WhatsApp, son una mina para el que tenga dudas. Los padres jóvenes se interesan, principalmente –como han sugerido anteriormente algunas de las encuestadas– por la alimentación, por el crecimiento del niño, por el desarrollo de su creatividad, por cuestiones de educación… y tienen a la mano no solo contenidos de texto, sino audiovisuales. Forbes señala que esta generación de padres ven 2,5 veces más materiales en YouTube que en la TV. Y es que a YouTube se han “ido” igualmente muchos especialistas: pediatras, dentistas, profesores...
¿Es realmente necesario el recurso a tanta información en la web, siendo que la humanidad se reprodujo y se educó durante siglos sin más manual que las nociones heredadas una y otra vez? Los padres jóvenes de hoy, ¿son más activos que los de antaño en la búsqueda de respuestas sobre cómo desenvolverse en el cuidado y la crianza de sus hijos?
“Creo que sí –dice José María Contreras, asesor en temas de familia–. Los padres jóvenes están más preocupados actualmente que hace dos décadas. Venimos de una corriente en que la sociedad era normativa; por tanto, ayudaba a educar. Pero estos padres de ahora se han dado cuenta de que la sociedad no educa, ¡porque además lo han vivido ellos! Por eso, quienes quieren educar se preocupan más”.
Preguntan más porque también saben menos, apunta por su parte Fernando Alberca, máster en Neuro-psicología y Educación y profesor de secundaria. Coincide con Contreras: “Los de antes contaban con una cultura de educación más comunitaria, pues todos contribuían de una forma u otra a ella. Si un niño decía algo impropio en la calle y cualquier adulto lo corregía, el niño se dejaba corregir”.
El panorama, sin embargo, ha variado: “Hoy día los padres están más solos. Se educa menos en la comunidad en que uno vive, de forma que uno lo está haciendo más en la familia, y en ese contexto a veces no se puede imitar el modelo del padre o del abuelo, porque no está. Por eso preguntan más, sobre todo cosas esenciales que se sabían por cultura general y ahora no se conocen. Tenemos menos referentes, menos ejemplos, y, por tanto, los padres tienen que buscar más expertos y leer más libros para obtener información”.
Seguir ejemplos de coherencia
Si, según reza la sabiduría popular, “no todo el monte es orégano”, es de presumir que tampoco todo contenido digital sobre parenting, ni todo experto que se promocione como tal en las redes, tendrán necesariamente el sello de lo confiable.
Para algunos, un indicio de que sería mejor tomar con pinzas un consejo o sugerencia profesional, es constatar qué experiencia concreta tiene quien los emite. “Es fácil creer que sabes qué hacer cuando nunca en la vida has pasado tiempo junto a una criatura”, advierte la ya citada Jennifer Traig.
Un ejemplo práctico, que cita Traig, es la sugerencia pedagógica de Jean-Jacques Rousseau (1712-1778), de que “la única costumbre que hay que enseñar a los niños es que no se sometan a ninguna”. El planteamiento casa perfectamente con cierto ideal contemporáneo que llama a debilitar la autoridad paterna, falsamente identificada con autoritarismo, en pro de que el progenitor sea, sencillamente, “amigo” de su hijo. El niño, sin los límites que le fijan sus mayores, desarrollará plenamente su personalidad, sin ataduras y siempre en sentido positivo. Ahora bien, observa Traig, si caemos en la cuenta de que Rousseau abandonó a su prole en un orfanato y se privó de la oportunidad de demostrar cuán acertada o no estaba su teoría, su reivindicativa frase queda en nada, y quien decida ponerla en práctica se arriesga a un resultado muy mejorable.
El dilema, o uno de ellos, sería entonces discernir la calidad del testimonio. El profesor Alberca recomienda –siempre que sea posible, por supuesto– calibrar qué tal ha sido la experiencia personal de los expertos y asesores que sean padres y madres de familia. Quien carezca de conocimiento directo “es simplemente un acumulador de información, de estadísticas o de libros leídos. Nos sobra mucho todo esto. Nos hace falta mucha más práctica, más habilidades, más virtudes, para saber cómo se adquiere paciencia, voluntad, esfuerzo, motivación, autoestima… Y nos tiene que enseñar alguien que lo haya puesto en práctica y que sepa cómo funciona”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario