
Para la periodista del New York Times Vivian Wang, el momento actual recuerda al encendido debate que, a mediados de los 90, desató el partial birth abortion, como llamaron los provida al aborto que provoca la muerte del feto por succión del cerebro en el sexto o séptimo mes de embarazo. “El rechazo [de la opinión pública] a esta práctica fue tan firme que los demócratas de la Cámara de Representantes se unieron a los republicanos para votar a favor de una prohibición federal a este tipo de abortos en 1995 y, de nuevo, en 1997”. El presidente demócrata Bill Clinton vetó ambos proyectos de ley. Pero incluso él –sostiene Wang– quiso alejarse del extremismo cuando dijo que el aborto debía ser “seguro, legal y poco común”.
Por entonces, el aborto era un drama para muchos políticos demócratas. Lo que contrasta con el ambiente festivo que rodeó a la firma de la ley de Nueva York el pasado 22 de enero, en el 46 aniversario de Roe v. Wade, la sentencia del Tribunal Supremo que legalizó el aborto a petición en todo el país. El gobernador demócrata Andrew Cuomo hizo iluminar el rascacielos One World Trade Center, levantado en el lugar del atentado del 11-S, y dijo que la nueva ley enviaba “un claro mensaje de que, pase lo que pase en Washington [sede del gobierno federal], las mujeres de Nueva York siempre tendrán el derecho fundamental a decidir sobre su cuerpo”.
La alusión velada a Trump y el nuevo ímpetu de los demócratas en este tema sugiere que el aborto a petición podría ser una de las prioridades de la izquierda en las elecciones presidenciales de 2020. Según explica el periodista John McCormack en National Review, la mayoría de los demócratas que se están postulando a la nominación presidencial –como Kamala Harris o Elizabeth Warren– y otros potenciales candidatos –Bernie Sanders, entre otros– han copatrocinado un proyecto de ley federal que anularía muchas restricciones estatales al aborto en el tercer trimestre. La Women’s Health Protection Act, propuesta y repropuesta en cada legislatura desde 2013, guarda silencio sobre la vida del no nacido desde el mismo título.
Por su parte, Trump ha visto una oportunidad de oro para presentar a los demócratas como “el partido del aborto tardío”, una etiqueta que incomoda a los mismos pro-choice. Según una reciente noticia del Washington Post, la polémica surgida a raíz del fallido proyecto de ley de Virginia “ha interrumpido los planes cuidadosamente establecidos” por las organizaciones abortistas para expandir su causa “en cerca de la mitad de los estados”. La versión de los pro-choice es que las nuevas iniciativas no pretenden abrir un debate sobre el aborto tardío, sino proteger mejor los derechos reproductivos frente a un Supremo que, tras los nombramientos de los jueces Neil Gorsuch y Brett Kavanaugh, es más hostil a la sentencia Roe.
Mirar al no nacido, no a Trump
Apelar al derecho a decidir de las mujeres como ariete contra Trump llevaría al Partido Demócrata a repetir un viejo error. Como dijo Mary Meehan en un texto de referencia (1980) para la izquierda provida estadounidense, “resulta paradójico que tantos de la izquierda hayan hecho con el aborto lo que los conservadores y los progresistas de la Guerra Fría hicieron con Vietnam: marchar en la dirección equivocada, para librar la guerra equivocada, contra las personas equivocadas”.
Entre los enemigos equivocados de la izquierda en este debate, Meehan mencionaba a los ricos que pueden abortar de forma segura, a los creyentes que quieren “imponer” sus puntos de vista a los demás –pese a que “muchos seguirían oponiéndose al aborto si perdieran la fe”– o a los denostados conservadores. Para Meehan, estos argumentos alejan la atención del no nacido, que es quien sale perdiendo cuando solo cuenta el derecho a decidir de la embarazada.
En su opinión, la izquierda debe volver a oponerse al aborto “para salvar su conciencia”; es decir, para no comprometer los valores que dice defender, como el cuidado de los débiles, la igualdad –“no hay igualdad cuando la conveniencia de una persona tiene prioridad sobre la vida de otra”–, la justicia –“el aborto es la huida de una obligación que se debe a otro”–, el feminismo o la diversidad racial.
También los provida pueden traicionar sus valores. La diferencia es que, en este caso, el no nacido no desaparece del debate. Como dice Nathan Blake en The Federalist, que los provida sean más o menos coherentes con sus posiciones no añade ni quita nada al hecho de que en el vientre materno ya existe un ser humano vivo. Por eso, “el aborto sigue siendo un grave mal moral, sin importar si yo, o cualquier otro provida, es el peor de los pecadores o el más santo de los santos”.
“No hagas daño”
Este debate moral –que parte de los hallazgos científicos sobre la riqueza de la vida prenatal– es precisamente el que muchos líderes del Partido Demócrata quieren evitar, al calificar el aborto como un simple acto médico. ¿Cómo lo justifican?
En su libro Política moral, George Lakoff crea un marco conceptual para explicar por qué los progresistas y los conservadores estadounidenses piensan de forma diferente. En su opinión, las posiciones de ambos en una variedad de asuntos derivan de dos visiones opuestas de la familia, cada una de las cuales da pie a sistemas morales distintos: mientras los republicanos defienden el modelo del “Padre Estricto”, los demócratas, el del “Progenitor Atento”.
Aunque este esquema interpretativo favorece a los progresistas –como el propio Lakoff–, es interesante lo que revela acerca de la percepción que tiene la izquierda de sus propios valores. El lingüista de la Universidad de California en Berkeley insiste en que la piedra angular sobre la que descansa el sistema moral progresista es el principio “ayuda, no hagas daño”. De ahí que, entre sus prioridades estén la ética del cuidado, la empatía o la justicia, mientras que el estilo de vida conservador ensalza valores como la disciplina, la competición o la responsabilidad individual.
¿Cómo encaja esta jerarquía de valores en el debate del aborto, en el que es la moral del Padre Estricto la que protege al no nacido? Para Lakoff, no hay incongruencia, pues también aquí los progresistas son fieles a sus valores, al decantarse por el derecho a decidir de las mujeres: “En la moral del Progenitor Atento, la chica adolescente tiene un problema, necesita ayuda y merece la empatía de los demás”.
¿Y el no nacido? ¿No merece también cuidado? Lakoff niega el problema de raíz al afirmar que el embrión no es reconocible aún como miembro de la especie humana y que “los términos ‘embrión’ y ‘feto’ remiten a un contexto médico en el que los problemas son de tipo médico”, no moral. Y aunque Lakoff hace pasar la postura progresista como la éticamente neutra, al final admite que “el problema de la moralidad del aborto queda resuelto cuando decidimos qué palabras usar en cada caso”. Así, “mientras que el uso de ‘conglomerado celular’, ‘embrión’ y ‘feto’ mantiene el debate en el ámbito médico, cuando aparece el vocablo ‘bebé’, el debate se desplaza al ámbito moral”.
Pero no todo es cuestión de elección en este debate. Como dice Ana Maria Dumitru en Public Discourse, la ciencia sí puede decirnos que el embrión formado por la fusión del espermatozoide y el óvulo “tiene el código genético completo necesario para las capacidades que lo convierten en un organismo vivo”, distinto de la madre, y que “el desarrollo humano se da a lo largo de un continuum”. A partir de estos datos –ahora sí–, cada cual decide. Por eso, dice Dumitru: “La principal línea divisoria entre los provida y los proelección no es qué lado se preocupa más por las mujeres, las familias y sus libertades básicas, sino cómo aplica cada grupo los hechos científicos para determinar cuáles son los derechos de las mujeres”.
Los motivos detrás del aborto
La ley de Nueva York consagra en la práctica el aborto a lo largo de todo el embarazo, si un profesional sanitario considera que el feto no es viable o que el aborto es “necesario para proteger la vida o la salud” de la embarazada. Aunque la letra de la ley no especifica si la provisión alcanza a la salud mental, tanto los provida como los proaborto dan por sentado que la norma se interpretará a la luz de la sentencia Doe v. Bolton, dada por el Supremo el mismo día que dictó Roe. En ella consagra una definición de salud que incluye “todos los factores –físicos, emocionales, psicológicos, familiares, así como la edad de la madre– relevantes para el bienestar de la paciente”.
Y para reforzar la idea de que el aborto es un acto médico, la nueva ley lo saca del código penal. Paradójicamente, también elimina el requisito de que sea un médico quien realice los abortos, pudiendo hacerlos “un profesional de la salud autorizado”.
El proyecto de ley de Virginia era todavía más claro en sus intenciones, al permitir el aborto en el tercer trimestre si existía riesgo para la “salud mental o física de la mujer”. Además, explica Alexandra DeSanctis en The Atlantic, pretendía que fuera un médico, y no los tres actuales, quien determinara la existencia de esa amenaza. Y suprimía la referencia que el perjuicio a la salud fuera “sustancial o irremediable”.
La insistencia de los líderes demócratas en presentar sus iniciativas como una respuesta a un problema de salud, no cuadra con los principales motivos por los que las mujeres abortan en EE.UU. Según un sondeo del Instituto Guttmacher realizado en 2004 a 1.209 mujeres que habían abortado, “las razones citadas con mayor frecuencia fueron que tener un hijo interferiría con la educación, el trabajo o la dedicación de la mujer a [familiares] dependientes (74%); que no podía permitirse tener un bebé ahora (73%); y que no quería ser madre soltera o tenía problemas de relación [con su pareja] (48%)”. Entre una larga lista de otros motivos, solo el 12% afirma haber abortado por “problemas físicos” relacionados con su salud.
Ante estos dilemas, los provida han ido extendiendo por todo el país una red de centros de ayuda a las embarazadas. Para George Weigel, del Ethics & Public Policy Center, son estos más de 3.300 centros, y no el aborto, los que de verdad “encarnan la virtud de la solidaridad”. Además de “cuidados médicos que recalcan el valor de la vida” y ayuda material, las mujeres encuentran allí amigas que les brindan apoyo emocional.
Está por ver si finalmente el Partido Demócrata presentará el aborto a petición –en particular, en el tercer trimestre– como una de sus bazas para las presidenciales de 2020. El intenso debate surgido a raíz del proyecto de ley de Virginia, que en parte se ha visto desplazado por una polémica incidental en torno al gobernador del estado, quizá lleve a recular a los líderes demócratas.
El aborto tardío sigue siendo impopular en EE.UU., según el histórico de Gallup. Y a pesar del empeño por quitar las connotaciones morales a este debate, una mayoría de estadounidenses considera el aborto como éticamente inaceptable (el 48% frente al 43%), según datos recientes de la misma organización. Aunque, al mismo tiempo, la mayoría está a favor de legalizarlo en algunas circunstancias (50%) o en todas (29%), frente al 18% de los que lo prohibirían siempre.
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