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lunes, 25 de abril de 2016

La lucha contra la corrupción ya no es lo que era (1)


Por Antonio Argandoña, Catedrático de Economía, Universidad de Barcelona
No, la lucha contra la corrupción ya no se lleva a cabo como hace tiempo. Tradicionalmente se planteaba con argumentos morales, a nivel nacional, a golpe de denuncias, investigaciones y castigos y persiguiendo el funcionario o al político corrupto. Pero los resultados no han sido satisfactorios. Por eso hace ya unos cuantos años que esta estrategia ha cambiado.
  • Los argumentos ya no son solo morales, sino, sobre todo, económicos. Algunos “expertos” decían que imponer los argumentos de justicia que rodean a la lucha contra la corrupción era “imperialismo ético”. Por eso, desde los años setenta del siglo pasado, se invocan, cada vez más, razones económicas: la corrupción perjudica al crecimiento económico, aumenta las desigualdades sociales, reduce la confianza y -muy importante para las empresas- crea un terreno de juego desequilibrado, en el que el corrupto tiene todas las de ganar.Además, con argumentos económicos, las instituciones financieras internacionales (Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional, Unión Europea, bancos regionales de desarrollo) pueden intervenir, paralizando, por ejemplo, las operaciones de ayuda al crecimiento.
  • Las mayores operaciones económicas tienen lugar entre países, de modo que una estrategia anticorrupción de alcance nacional no es suficiente. Desde la Foreign Corrupt Practices Act norteamericana de 1977, es normal criminalizar el soborno de funcionarios extranjeros. Por tanto, la lucha ha de ser global.
  • La persecución acabará en el funcionario o político, pero empieza en el que paga: si se seca la fuente de dinero, se acabará la corrupción; si las empresas multinacionales deciden no pagar nunca, será más fácil matar la hidra de siete cabezas.
  • Las amenazas de persecución y castigo no son suficientes. Hay que involucrar a todos, también a los competidores, a los empleados, a las onegés, a los medios de comunicación… Por ejemplo, hay que favorecer la denuncia, protegiendo debidamente al denunciante, al que “toca el pito” (whistleblower).
  • Pero no todos los países quieren o pueden actuar de la misma manera. Se recurre, pues, a la soft law, a la ley blanda. Por ejemplo, se firman convenios internacionales que invlucran a muchos países, en condiciones políticas, económicas y sociales muy distintas; pero lo importante es que se suben al barco: unos actuarán con rapidez, otros no se decidirán, pero todos negocian, discuten, aprenden unos de otros. Ya cambiarán el paso. No hay que ser maximalista.
  • El concepto de corrupción se amplía a conductas que no son corrupción, pero que la alimentan: blanqueo de capitales, fraude fiscal, fraude interno en la empresa… Se trata de no dejar resquicios, porque si en una empresa hay malas prácticas, es probable que estas se extiendan.
  • se extiende a la corrupción privada (por ejemplo, pagar al jefe de compras de una empresa, para aumentar mis ventas). La diferencia entre corrupción privada y pública se está desdibujando; las empresas no aplican criterios distintos para una y otra, y cada vez más la legislación mete a ambas figuras en el mismo saco.
Por hoy ya hay suficiente; seguiré otro día.

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