La Congregación para la Educación Católica ha publicado Hombre y mujer los creó. Para una vía del diálogo sobre la cuestión del género en la educación , un documento (disponible aquí en italiano) en el que advierte sobre la influencia de la ideología de género en las leyes educativas, destacando al mismo tiempo la belleza de la diferencia y complementariedad sexual. A continuación, ofrecemos un resumen.
El documento señala que nos encontramos en una situación de “emergencia educativa” en el ámbito sexual, donde se ha extendido una concepción antropológica que considera la diferencia sexual un mero constructo social o cultural. Esta idea ha penetrado en algunos planes educativos, con el peligro de que los niños se vean privados de una educación íntegra que favorezca su madurez afectiva.
La Iglesia desea ofrecer su ayuda a quienes se dedican a tareas educativas, con el fin de que profundicen sobre las cuestiones de género “a la luz de la vocación al amor a la cual toda persona es llamada”.
El texto critica el reduccionismo antropológico que ha ayudado a difundir la ideología de género. Pero insta a los educadores cristianos a “transformar positivamente los desafíos actuales en oportunidades”. Porque también la misión evangelizadora de la Iglesia alcanza a la tarea de “dar a comprender el papel del hombre y de la mujer” y aclarar el auténtico sentido de la sexualidad humana.
Diálogo
La Congregación distingue entre la ideología de género y las investigaciones sobre las diferencias de género que ayudan a enriquecer la comprensión sobre la masculinidad y la feminidad.
Hombre y mujer los creó habla así de promocionar una “cultura de diálogo”, lo que no contradice “la legítima aspiración de las escuelas católicas a mantener su propia visión de la sexualidad humana”. Este camino es el indicado para crear relaciones más abiertas y la auténtica alternativa al enfoque ideológico sobre el género que, a pesar de declarar respeto por la diversidad, “considera las diferencias mismas de forma estática, dejándolas aisladas e impermeables entre sí”.
“Escuchar, razonar y proponer” constituyen no solo las partes en las que se divide el documento, sino las disposiciones que, de acuerdo con él, se requieren para que el diálogo sea fecundo.
Género líquido
La primera parte del documento –que cumple con la tarea de la “escucha”– analiza la difusión de la ideología de género en las últimas décadas. La desvinculación de sexo y género, entendido este último como el modo cultural de vivir y expresar la sexualidad, ha dado lugar a diferentes “orientaciones sexuales” que surgen como decisiones del individuo, no determinadas por su configuración biológica.
Se ha impuesto así una noción “fluida” de género e identidad sexual, flexible o líquida, en función del sentimiento individual. No solo existen nuevas identidades sexuales, sino formas distintas de relaciones afectivas, como el poliamor. De ese modo, se han configurado “nuevos derechos sexuales”.
Pero, más allá de la expansión de lo ideológico, en las últimas décadas se han desarrollado investigaciones sobre la diferencia sexual que han recordado que, como enseña el cristianismo, toda persona es digna de respeto con independencia de sus tendencias afectivas. También han servido para revalorizar la feminidad, así como el valor de la “maternidad afectiva, cultural y espiritual”, que recibe en la actualidad mayor atención y constituye un don inestimable, por la influencia que la mujer tiene en el desarrollo de las personas y de la sociedad en su conjunto.
Una ideología que niega la diferencia
En cualquier caso, el documento insiste en que es un error basar la identidad sexual y la familia en los deseos o las tendencias emocionales. Y advierte de la paradoja que supone defender la diferencia sexual, como hace la ideología de género, obviando lo biológico, donde aquella se sustenta.
Una cultura o una educación inspiradas en una ideología que soslaya la distinción entre lo femenino y lo masculino solo puede servir para desarrollar una “identidad personal y una intimidad afectiva radicalmente separadas de la diferencia biológica entre el hombre y la mujer” y, por tanto, empobrecedoras. Por otro lado, socava la base de la reciprocidad, el encuentro amoroso y la fecundidad.
De ahí que, en la búsqueda de ese diálogo que desea promover, la Congregación apele a la importancia de la corporeidad tanto para el desarrollo de la identidad personal como para las relaciones humanas. La formación del yo requiere la experiencia de la alteridad. Como se explica en la segunda parte del texto –“razonar”–, el desarrollo de la identidad se puede ver obstaculizado por una comprensión errónea de la sexualidad y causar daños psicológicos graves.
Corporeidad y diferencia sexual
La misión de la Iglesia, sin embargo, no es solo escuchar para favorecer el diálogo, sino también proponer, y es eso lo que pretende hacer la Congregación en la última parte de Hombre y mujer los creó, en la que recuerda los principios de una auténtica ecología humana. Esta, que constituye la base de la enseñanza cristiana sobre la sexualidad, revela que el hombre posee una naturaleza que no puede manipular a su antojo.
Esa ecología humana no puede pasar por alto la diferencia sexual. “Hombre y mujer –se explica– son las dos formas en que se expresa y realiza la realidad ontológica de la persona humana” y lo que hace posible la comunión familiar.
Desde la perspectiva de esta “ecología” acorde con la verdad del hombre y la mujer, alcanza su sentido pleno y fecundo la sexualidad humana, se aprecia en toda su hondura el valor de la corporeidad y se es capaz de estimar la riqueza de la diferencia sexual.
La familia y la escuela, claves en la formación sexual
Ante el influjo de la ideología en la enseñanza, el texto afirma que una auténtica educación afectiva y sexual debe dar a conocer el significado del cuerpo, así como descubrir el sentido originario de la masculinidad y la feminidad. Es imprescindible que enseñe además a cuidar y respetar el propio cuerpo.
La familia constituye el lugar natural en el que se enseña el “valor y la belleza” de la diferencia entre hombre y mujer, se asimila con naturalidad la complementariedad, se aprende el verdadero respeto y se halla, a fin de cuentas, el revulsivo frente a una cultura que banaliza la sexualidad.
Junto con la familia, también los centros educativos y, en concreto, los de inspiración católica, están llamados a participar en la transmisión de esta ecología humana. La escuela es el “espacio agápico de las diferencias” y, por tanto, además de formar, debe promover los valores del diálogo, la tolerancia y la confianza.
Dar testimonio de la verdad del hombre
La educación afectiva y sexual “necesita un lenguaje adecuado y moderado” y debe tener siempre en cuenta la madurez de quienes la reciben. La Congregación considera indispensable desarrollar en los jóvenes que se educan en colegios católicos el sentido crítico ante las modas sexuales y los mensajes reduccionistas, y buscar, por otro lado, influencias positivas.
A este respecto, la parte final del texto se refiere a un asunto especialmente importante: la “formación de los formadores”. “La educación de la persona –apunta– requiere un cuidado particular y una actualización constante”. Se recomienda que quienes desempeñan actividades docentes no solo tengan una sólida formación antropológica, sino que reciban también preparación adecuada sobre temas de género y las leyes vigentes.
Junto con el personal docente, los directivos deben velar para que la enseñanza y el ambiente de los colegios sean coherentes con la verdad de la persona y adecuados para que los alumnos descubran la hondura de la comprensión cristiana de la sexualidad. Y, en relación con los católicos que desempeñan tareas educativas en colegios no religiosos, la Congregación les invita a dar testimonio y promover lo verdaderamente humano también en esos ámbitos, con valentía y sin complejos.
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