Antonio Argandoña, Catedrático de Economía, Universidad de Barcelona
Tranquilícese el lector: no me he convertido en un salvador del mundo. Solo quiero hacer unas consideraciones a raíz de una recensión de la versión castellana del libro de Abhijit Banerjee y Esther Duflo, «Repensar la pobreza. Un giro radical en la lucha contra la desigualdad global»(Madrid, Taurus, 2016), que encontró en el blog de Nueva Revista (aquí).
En el fondo, es un argumento en favor de pensar con calma, con visión amplia, con sentido crítico. «La tendencia a reducir a los pobres a un conjunto de clichés impide comprender sus problemas reales. Las políticas gubernamentales destinadas a ayudarles muchas veces fracasan porque descansan en suposiciones falsas sobre sus circunstancias y su conducta».
La tesis central del libro es que los pobres son como nosotros en casi todo. Solo que tienen dificultades para cosas que, para nosotros, son ordinarias, porque «las pequeñas barreras en las que nosotros casi ni pensamos porque ya se nos dan resueltas «se ciernen sobre sus vidas» a veces como muros insalvables».
«El fracaso de las políticas, la causa de que la ayuda no tenga el efecto que debería tener, radica a menudo en «las llamadas “tres íes»: ideología, ignorancia e inercia, por parte de expertos, de trabajadores del ámbito de la ayuda o de dirigentes y gestores locales” (p. 35).
Un ejemplo: el problema de la falta de educación no es la falta de escuelas, o la escasa asistencia a las mismas, porque «conseguir que los niños vayan a la escuela … no es muy útil si, una vez allí, aprenden poco o nada» (p. 104). La calidad de la enseñanza es baja «porque los padres no se preocupan lo suficiente, y no lo hacen porque saben que los beneficios reales de estudiar… son reducidos» (p. 107). Por otra parte, «los profesores aún trabajan [como en la época colonial] con la premisa de que su función es preparar a los mejores alumnos para unos exámenes difíciles que abrirán las puertas» (p. 123). El primer paso para conseguir un sistema educativo que dé una oportunidad a cada niño “puede ser reconocer que las escuelas deben servir a los estudiantes que tienen, antes que a aquellos que quizá les gustaría tener” (p. 137).
¿Controlar la natalidad para mejorar el nivel de vida? Ha sido durante décadas el mantra de la ayuda al desarrollo. «No hay evidencia alguna de que los niños nacidos en familias más pequeñas tengan un nivel de estudios superior» (p. 145). «La disyuntiva entre calidad y cantidad parece no tener lugar» (p. 147). En Kenia las niñas saben perfectamente que las relaciones sexuales sin protección acaban en embarazo. «Pero si piensan que el posible padre se sentirá obligado a hacerse cargo de ellas una vez que den a luz a su hijo, quedarse embarazadas puede que no sea tan malo después de todo» (p. 154). Finalmente, «para muchos padres, los hijos son su futuro económico: una política de seguros, un producto de ahorro» (p. 158).
Las microempresas no son la solución. «Los relatos de éxito empresarial entre los pobres son abundantes y los emprendedores no escasean» (p. 262). «Sin embargo, en este panorama soleado aparecen dos sombras preocupantes. Primera, si bien es cierto que muchas personas pobres tienen sus propios negocios, también lo que que estos son muy pequeños. Y segunda, estos pequeños negocios producen muy poco dinero…» y no se diferencian de los negocios ya existentes, de modo que no pueden crecer. Y una frase que a los que vivimos en España en los años sesenta nos resulta conocida: «En todos los sitios donde hemos preguntado, el sueño más común de los pobres es que sus hijos trabajen para la administración pública» (p. 282).
No hay comentarios:
Publicar un comentario