Juan José Pérez-Soba y Stephen Kampowski
La santidad de las familias es la pastoral verdaderamente evangelizadora
El profesor español Juan José Pérez-Soba, docente de Pastoral Familiar en el Pontificio Instituto Juan Pablo II, es autor, junto con Stephen Kampowski, de El verdadero Evangelio de la familia. Perspectivas para el debate sinodal (leerÍndice general, Prólogo e Introducción).
Como complemento a la citada publicación ofrecen, dentro de la colección Iglesia y familia del sitio web del citado Instituto Pontificio, las "30 preguntas clave sobre los sínodos de la familia", distribuidas en los bloques temáticos en que se dividen:
I. El desafío de la cultura pansexualista. II. Misericordia y pastoral de la Iglesia. III. Divorciados «casados civilmente» o que viven en situación de una nueva convivencia. IV. La ley canónica y la flexibilidad. V. Indisolubilidad del matrimonio: justicia y misericordia. VI. El testimonio de la tradición de la Iglesia. VII. La benevolencia pastoral en las situaciones concretas.
I. El desafío de la cultura pansexualista
1. ¿Cuál es el auténtico desafío de la familia cristiana en la actualidad?
En la actualidad el mayor desafío de la familia es de orden cultural. Es debido a la revolución sexual de los años 60 del siglo pasado, que, al cambiar el modo de comprensión de la sexualidad, ha extendido una ideología que debilita la comprensión de la familia al compararla con otros presuntos modelos familiares y dificulta a las personas el vivir de verdad lo que desea su corazón: una familia verdadera.
Esto se evidencia en que los datos sociológicos nos muestran que la familia, tal como la enseña la Iglesia, en la opinión de la gente es con mucho la institución más valorada en muchos países, mientras que culturalmente es combatida. Sin duda, esta es la gran cuestión a la que la Iglesia en su evangelización debe responder so pena de producir un cortocircuito entre lo que dice y lo que las personas comprenden y viven. Se evidencia una correlación entre crisis de la familia y debilitamiento de la fe.
2. ¿Qué es una “revolución sexual”? ¿Cuántas ha habido a lo largo de la historia?
Una revolución sexual es un cambio cultural radical en el modo de comprender las relaciones entre el hombre y la mujer, en los significados fundamentales de la diferencia sexual, en lo referente a la unión de amor y la procreación.
Si nos referimos a la época del cristianismo la primera de ellas fue la revolución moral y sexual del helenismo con la cual se encontró la primera Iglesia. Después hemos de mencionar la del s. XII, con el cambio de la Alta a la Baja Edad Media y el influjo gnóstico de cátaros y albigenses, que dio lugar al amor cortés que era siempre adulterino. En el inicio del renacimiento se produjo la exaltación de ciertas costumbres paganas de una sensualidad sin trascendencia. El iluminismo dio lugar a un libertinismo de carácter cínico que tuvo un influjo extendido que hizo que el movimiento romántico hiciera una crítica muy fuerte al matrimonio como “cárcel del amor”. En el siglo XX la primera revolución sexual fue, junto con la que se dio en la Unión Soviética por la aplicación de un comunismo que consideraba la familia un invento burgués, la de los años 20 en los países occidentales, que propugnaba una separación ideológica entre el cuerpo que se considera algo biológico sin más significado y lo personal que puede imponer cualquier significado al cuerpo.
La revolución sexual de los años 60 del s. XX ha dado lugar a una cultura pansexualista que es la actual.
3. ¿Qué es el pansexualismo? ¿Cómo puede responder la Iglesia al mismo?
El pansexualismo es un modo ideológico de comprender la sexualidad que se extiende culturalmente y que impregna nuestra sociedad. Su propuesta es sencilla: 1º reducir la sexualidad a sexo, esto es, a excitación sexual, sin más significado. 2º Introducir la sexualidad en una sociedad de consumo, de modo que se comercia con ella en todos los niveles. Y 3º considerar positiva esta realidad, como un progreso social que libera a las personas.
Todo cambia cuando consideramos la sexualidad como una dimensión personal, por medio de la cual las personas se comunican y establecen relaciones firmes. No se puede comerciar con personas, tampoco con afectos. La Iglesia ha de saber ofrecer el Evangelio del matrimonio y la familia como una profunda verdad del hombre, una “antropología adecuada” como la llamaba San Juan Pablo II, el “Papa de la Familia”, en sus Catequesis sobre el amor humano. En ellas se nos ofrece un lenguaje y un camino claro de superación del pansexualismo.
4. ¿A qué llamamos sujeto emotivo? ¿Por qué el sujeto emotivo tiene tantas dificultades en su matrimonio?
El emotivismo es una forma inadecuada de comprender la identidad del sujeto personal. Quien es emotivo se identifica de tal modo con la emoción que siente que valora la moralidad de las acciones según la emoción que le despierta. Un acto es bueno si lo “siento bueno”, es malo si lo “siento malo”. Es un tipo de relativismo radical, que ha impregnado la conciencia como ya vio proféticamente Newman. El emotivista niega cualquier tipo de razón objetiva que pueda guiar a la persona en sus juicios morales. Sobre todo, encierra al hombre en la cortedad de emociones que cambian, colisionan una con otras, se contradicen entre sí, etc.
El emotivismo se transmite en la actualidad por el sistema educativo, que no educa los afectos y, por la imposición de una falsa idea de autonomía, deja la persona encerrada en sus emociones cómo único criterio de vida.
El emotivista tiene una gran dificultad en pensar la vida como un todo, porque la emoción falsifica el tiempo que se ve siempre como un enemigo y el espacio, ya que fragmenta la persona en los distintos ámbitos vitales. Una persona emotivista es distinta en su casa, en su trabajo, en su tiempo libre, con sus amigos, etc. Además, el puro emotivismo impide aprender de las propias experiencias pues se las juzga simplemente como positivas o negativas sin percibir su significado. Produce así lo que se denomina “analfabetismo afectivo” que impide entender lo que los afectos nos dicen para construir nuestra historia.
Es una auténtica enfermedad de la personalidad humana que hay que curar para poder afrontar adecuadamente el matrimonio. Se evidencia así la necesidad de una educación afectiva verdadera que permita a las personas, integrar en un camino de amor sus emociones y sentimientos con toda la positividad que tienen, en la medida que encuentran un cauce en los vínculos personales que conforman. En la tradición de la Iglesia hay autores que han valorado muy positivamente los afectos como un lenguaje de Dios y cuenta por ello con una gran riqueza de sabiduría humana y divina que ofrecer en este campo.
5. ¿Hasta qué punto es un problema pastoral que las parejas se casen con personalidad adolescente y con un amor romántico?
La realidad del sujeto emotivo es la causa de la duración excesiva de la adolescencia en nuestra sociedad occidental. Se ha llegado al caso que las personas llegan al matrimonio con una mentalidad adolescente que no se hace cargo de las verdaderas dificultades de la vida común.
Esta fragilidad se agrava por la interpretación romántica del amor entre el hombre y la mujer que impide ver la fuente verdadera del amor esponsal.
La conjunción de las dos realidades debilita mucho las parejas para poder construir una vida en común según el plan de Dios. Construyen su vida en la arena y quedan expuestas a las circunstancias externas que en muchas ocasiones son contrarias.
Superar estas carencias es una tarea que requiere un seguimiento pastoral, no basta con un cursillo de preparación. Cuando esto no se da, lo que la Iglesia ha de ofrecer es un acompañamiento posterior en los problemas, sabiendo que a las parejas actuales les cuesta mucho pedir ayuda. Nos ha de hacer pensar cómo tantos matrimonios perciben la Iglesia como lejana a sus problemas reales, precisamente cuando pastoralmente es más urgente afrontarlos.
6. ¿Por qué el amor romántico es contrario al matrimonio?
El amor romántico surgió como respuesta cultural a un racionalismo que ignoraba los afectos, por eso aparece como una explosión afectiva irracional. Por ello, el amor se considera meramente espontáneo fuera de toda obligación y se piensa que la verdad del amor se mide sólo por su intensidad. Cuando esto ocurre el tiempo se convierte en enemigo del amor, parece que lo desgasta internamente, lo persigue hasta acabar con él. Por último, el amor romántico es intimista se encierra en la inmediatez de la relación de pareja y es refractario a cualquier ayuda externa.
El matrimonio como institución y realidad social se ve, entonces, como contrario al amor, pues lo encierra en obligaciones formuladas en normas jurídicas positivas.
El cristianismo cree, en cambio, que el amor es un acto de libertad que implica toda la persona y que su verdad está en el bien que promete, no en la intensidad con la que lo siente. Por eso mismo, la fórmula del consentimiento del matrimonio es una promesa. El vínculo matrimonial, por consiguiente, se genera en el intercambio de promesas en la medida que remiten a una autoridad mayor, al mismo Dios. Por eso, el tiempo ayuda a ver que la fuente del amor de los esposos reside en un Amor más grande que los precede, es este el que les da la roca firme donde construir una relación firme sostenida por el don divino.
II. Misericordia y pastoral de la Iglesia
7. ¿En qué se diferencia la misericordia de la compasión?
La misericordia es el más grande de los atributos divinos, porque nos habla de lo íntimo de Dios. Sólo podemos acceder a su auténtico contenido por medio de la revelación que Dios ha realizado al hombre en la historia. En ella, el atributo de la misericordia aparece como fidelidad a la Alianza a pesar de la infidelidad del hombre. En esta revelación, el mayor mal del hombre es vivir fuera de la Alianza y volver a ella es el contenido real de la salvación que Dios promete al creyente.
La compasión, en cambio, indica la reacción afectiva que nos permite poder salir de nuestros propios afectos para hacernos cargo de los de otra persona, lo cual es especialmente importante en lo que corresponde al sufrimiento, dentro de una medida humana. La misericordia supera con mucho la mera compasión pues nos muestra lo más profundo de la omnipotencia divina que Dios es capaz de vencer toda miseria humana, en especial lo que toca el pecado y la muerte.
8. ¿Por qué hemos de distinguir misericordia y tolerancia?
La tolerancia nace de la dificultad de convivir con el mal. Hemos de tolerar algunos males, para poder perseverar en la búsqueda del bien, pues de otro modo la experiencia enseña que sobrevienen males mayores. La misericordia, por el contrario, no habla de tolerancia con el mal, sino de la victoria sobre el mismo.
Es cierto que el amor a una persona es lo que nos hace tolerar algunos defectos suyos, pero siempre con el deseo de que los supere, pues queremos para ella el bien máximo. La misericordia, al contrario de la mera tolerancia, lo que hace es perdonar el mal, esto es dona un amor que supera la ofensa y permite la reconciliación.
Nos aparece ahora la diferencia fundamental: un dios sólo tolerante sería aquel al que no afectarían nuestras ofensas que no le importan porque está muy lejos de nuestro pequeño mundo. Un Dios misericordioso es el que se sabe ofendido por nuestros actos y quiere curarnos del mal de estar separados de nuestra Alianza con Él. Es un Dios sorprendentemente cercano que supera cualquier componenda con el mal.
En un mundo como el nuestro, radicalmente individualista, en el que el solo respeto se propone como norma suprema de relación humana, la confusión entre misericordia y tolerancia es una tentación próxima y una auténtica falsificación de la misericordia.
9. ¿Qué significa que la misericordia es la “justicia suprema” como afirma Santo Tomás de Aquino?
Significa que Dios no olvida nunca la justicia y que es el gran garante de la justicia entre los hombres. Por tanto, no existe ninguna misericordia injusta, que ofenda la justicia, porque esto daña la dignidad humana.
La justicia es tan importante que en la Biblia alcanza un valor trascendente, significa vivir según la voluntad de Dios, “ajustarse” a su voluntad. Esto nos abre a una medida mayor que la justicia humana, pues nace de lo profundo del amor de Dios y puede obrar aquello que la sola justicia es incapaz de hacer, esto es, puede reparar cumplidamente la ofensa producida y reconciliar al pecador.
Por eso, mientras la sangre de Abel clama justicia, la de Cristo concede misericordia y cumple de modo excelente la petición de Abel (cfr. Heb 12,24).
No hay mayor falsificación de la misericordia que la que se atribuye en derecho inexistente de obrar contra justicia, aunque sea movida por compasión.
10. ¿Es una adecuada pastoral de la misericordia buscar excepciones a una ley moral?
Buscar excepciones a una ley moral es en sí misma una tergiversación de la misericordia y una falta de comprensión de la ley en su sentido moral, por confundirla con una ley positiva humana. Se debe a un legalismo que sólo ve en la ley la imposición de la voluntad del legislador y que, por eso mismo, podría interpretarse de modos distintos y concebir que está abierta a excepciones puntuales. Es la posición de Ockham: “es bueno, porque está mandado; es malo porque está prohibido” (bonum quia iussum, malum quia prohibitum). Ahora bien, la ley en realidad es la expresión de una verdad del bien que guía nuestras acciones hacia la unión con Dios. Como afirmaba Santo Tomás: “está mandado, porque es bueno; está prohibido, porque es malo” (iussum quia bonum, prohibitum quia malum). Por eso, no caben excepciones a esta verdad, simplemente se puede aclarar más profundamente su contenido.
La misericordia en sí misma es “mayor” que cualquier ley, porque siempre existe la posibilidad de un bien mayor que no puede ser nunca mandado, pero nunca puede entenderse como recurso para ir contra la ley, esto es, para excusar un mal. De aquí que la lógica de la misericordia sea siempre la de vencer el mal y no encubrirlo o considerarlo menos importante.
El poder humano que impone leyes se reserva la posibilidad de restringir el alcance de su mandato para mostrar su benevolencia, con ello muestra su imperfección que no puede tener en cuenta todos los casos particulares. En cambio, el poder divino usa de la misericordia para hacer al hombre capaz del bien contenido en sus mandatos. En muchos casos, fuera de su condición de servicio, la piedad de la autoridad humana tiende a exaltarse a sí misma; Dios, por el contrario, exalta al humilde, al hacer justo al pecador.
11. ¿Se puede negar alguna vez el perdón o la misericordia a alguien?
La enseñanza que Jesucristo hace de la misericordia, como se ve especialmente en la parábola del buen samaritano, es universal y activa pues contiene el imperativo “haz tú lo mismo”. Nadie está excluido del don de la misericordia “que llena la tierra” (Sal 33,5), ni del ofrecimiento consiguiente del perdón. Es un don divino que hay que ofrecer siempre (Mt 18,22), incluso a los enemigos (Mt 5,44), por lo que no podemos aplicarle nunca un límite humano.
Por ser dones divinos, la misericordia y el perdón han de ser recibidos por el hombre, y es aquí donde pueden encontrar una negativa humana que los haga imposibles por alguna razón. Es imposible que reciba el perdón quién no está arrepentido de verdad de su falta, pues esto implica un rechazo interior del pecado. Igualmente, la misericordia no llega a ser recibida de verdad cuando no se vence el mal, cuando no se produce la conversión de aquél a quien se ofrece.
En estos casos, aunque parezca que se niega el perdón o la misericordia a una persona, en verdad lo que ocurre es que ellos mismos se hacen incapaces de recibirla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario