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domingo, 29 de septiembre de 2013

Papa Benedicto: "Querido Odifreddi, le cuento quién era Jesús"

Por el interés que ha suscitado, ofrecemos una traducción al español de un extracto de la carta que el papa Benedicto XVI dirigió al matemático y escritor ateo Piergiorgio Odifreddi, y que está publicada originalmente en el blog que este autor mantiene en el diario La Repubblica  


Ilustrísimo señor profesor Odifreddi, (...) quisiera darle las gracias por haber intentado hasta en el detalle confrontarse con mi libro, y de esta forma, con mi fe: precisamente esto es en gran parte lo que había pretendido en mi discurso a la Curia Romana con ocasión de la Navidad de 2009. Debo darle las gracias también por la forma leal en que ha tratado mi texto, intentando sinceramente hacerle justicia.

Mi juicio sobre su libro en su conjunto, en cambio, es en sí mismo más bien chocante. He leído algunas partes con placer y provecho. En otras partes, sin embargo, me ha sorprendido una cierta agresividad y lo descuidado de la argumentación. (...)

Varias veces, usted me observa que la teología sería ciencia ficción. Al respecto, me sorprende que usted, sin embargo, considere mi libro digno de una discusión tan detallada. Permítame proponerle respecto a esta cuestión cuatro puntos:

1. Es correcto afirmar que “ciencia”, en el sentido más estricto de la palabra, lo es solo la matemática, aunque he aprendido de usted que incluso aquí sería oportuno distinguir entre la aritmética y la geometría. En todas las materias específicas, la cientificidad tiene cada vez su propia forma, según la particularidad de su objeto. Lo esencial es que aplique un método verificable, excluya el arbitrio y garantice la racionalidad en sus respectivas modalidades distintas.

2. Usted debería por lo menos reconocer que, en el ámbito histórico y en el del pensamiento filosófico, la teología ha producido resultados duraderos.

3. Una función importante de la teología es la de mantener la religión ligada a la razón y la razón a la religión. Ambas funciones son de esencial importancia para la humanidad. En mi dialogo con Habermas mostré que existen patologías de la religión y – no menos peligrosas – patologías de la razón. Ambas necesitan una de la otra, y tenerlas continuamente conectadas es una tarea importante de la teología.

4. La ciencia ficción existe, por otro lado, en el ámbito de muchas ciencias. Lo que usted expone sobre las teorías sobre el inicio y el fin del mundo en Heisenberg, Schrödinger ecc., lo designaría como ciencia ficción en el buen sentido: son visiones y anticipaciones, para llegar a un verdadero conocimiento, pero son, precisamente, sólo imaginaciones con las que intentamos acercarnos a la realidad. Existe, por otro lado, ciencia ficción a gran escala también dentro de la teoría de la evolución. El gen egoísta de Richard Dawkins es un ejemplo clásico de ciencia ficción. El gran Jacques Monod escribió frases que él mismo incluiría en su obra seguramente sólo como ciencia ficción. Cito: "La aparición de los Vertebrados tetrápodos... se origina por el hecho de que un pez primitivo "decidió" ir a explorar la tierra, sobre la que sin embargo era incapaz de trasladarse sino saltando de un modo torpe y creando así, como consecuencia de una modificación de comportamiento, la presión selectiva gracias a la cual se habrían desarrollado los miembros robustos de los tetrápodos. Entre los descendientes de este audaz explorador, de este Magallanes de la evolución, algunos pueden correr a una velocidad superior a los 70 km por hora..." (citado según la edición italiana Il caso e la necessità, Milán 2001, pág. 117 y ss.).

En todas las temáticas discutidas hasta ahora se trata de un dialogo serio, por el que yo – como he dicho ya repetidamente – estoy agradecido. Las cosas son diferentes en el capítulo sobre el sacerdote y sobre la moral católica, y aún más en los capítulos sobre Jesús. En cuanto a lo que dice usted del abuso moral de menores por parte de sacerdotes, puedo – como usted sabe – tomar nota sólo con profunda consternación. Nunca he intentado tapar estas cosas. Que el poder del mal penetre hasta tal punto en el mundo interior de la fe es para nosotros un sufrimiento que, por una parte, debemos soportar, mientras que, por la otra, debemos al mismo tiempo hacer todo lo posible para que casos de este tipo no se repitan. No es tampoco motivo de consuelo saber que, según las investigaciones de los sociólogos, el porcentaje de sacerdotes reos de estos crímenes no es más alta que la presente en otras categorías profesionales semejantes. En todo caso, no se debería presentar ostentosamente esta desviación como si se tratara de una inmundicia específica del catolicismo.

Si bien no es lícito callar sobre el mal en la Iglesia, tampoco se debe callar la gran estela luminosa de bondad y de pureza que la fe cristiana ha trazado a lo largo de los siglos. Hay que recordar a las grandes y puras figuras que la fe ha producido -  de Benito de Nursia y su hermana Escolástica, a Francisco y Clara de Asís, a Teresa de Ávila y Juan de la Cruz, a los grandes Santos de la caridad como Vicente de Paúl y Camilo de Lellis hasta Madre Teresa de Calcuta y a las grandes y nobles figuras de la Turín del siglo XIX. Es verdad también hoy que la fe empuja a muchas personas al amor desinteresado, al servicio a los demás, a la sinceridad y a la justicia. (...)

Lo que usted dice sobre la figura de Jesús no es digno de su categoría científica. Si usted plantea la cuestión como si de Jesús, en el fondo, no se supiera nada y que de Él , como figura histórica, nada fuese posible saber, entonces puedo sólo invitarle de modo decidido a hacerse un poco más competente desde un punto de vista histórico. Le recomiendo para esto sobre todo los cuatro volúmenes que Martin Hengel (exegeta de la Facultad teológica protestante de Tübinga) publicó junto con Maria Schwemer: es un ejemplo excelente de precisión histórica y de amplísima información histórica. Frente a esto, lo que dice usted sobre Jesús es un hablar descuidado que no debería repetir. Que en la exegesis se hayan escrito muchas cosas de poca seriedad es, por desgracia, un hecho incontestable. El seminario americano sobre Jesús que usted cita en las páginas 105 y ss. confirma solo otra vez lo que Albert Schweitzer había notado respecto a la Leben-Jesu-Forschung (Investigación sobre la vida de Jesús) es decir, que el llamado "Jesús histórico" es más bien el espejo de las ideas de los autores. Tales formas mal logradas de trabajo histórico, sin embargo, no comprometen en absoluto la importancia de la investigación histórica seria, que nos ha llevado a conocimientos seguros y ciertos sobre el anuncio y la figura de Jesús.

(...) Además debo rechazar con fuerza su afirmación (pag. 126) según las cuales yo habría presentado la exegesis histórico-critica come un instrumento del anticristo. Tratando el relato de las tentaciones de Jesús, sólo he retomado la tesis de Soloviev, según la cual la exégesis histórico-crítica puede ser usada también por el anticristo – lo que es un hecho incontestable. Al mismo tiempo, sin embargo, siempre – y en particular en el prólogo al primer volumen de mi libro sobre Jesús de Nazaret – he aclarado de modo evidente que la exegesis histórico-crítica es necesaria para una fe que no propone mitos con imágenes históricas, sino que reclama una historicidad verdadera y por ello debe presentar la realidad histórica de sus afirmaciones también de modo científico. Por esto no es tampoco correcto que usted diga que yo me habría interesado solo en la metahistoria: todo lo contrario, todos mis esfuerzos tienen el objetivo de mostrar que el Jesús descrito en los Evangelios es también el real Jesús histórico; que se trata de historia realmente ocurrida. (...)

Con el 19° capítulo de su libro volvemos a los aspectos positivos de su dialogo con mi pensamiento. (...) A pesar de que su interpretación de Jn 1,1 está muy lejos de lo que el evangelista pretendía decir, existe sin embargo una convergencia que es importante. Si usted, sin embargo, quiere sustituir a Dios con “la naturaleza”, sigue estando la pregunta de qué o quién es esta naturaleza. En ningún lugar usted la define, por lo que aparece como una divinidad irracional que no explica nada. Quisiera, sin embargo, sobre todo hacer notar que en su religión de las matemáticas no se tienen en cuenta tres temas fundamentales de la existencia humana: la libertad, el amor y el mal. Me sorprende que usted de un solo plumazo liquide la libertad, que sin embargo es y ha sido el valor fundamental de la época moderna. El amor, en su libro, no aparece y tampoco hay información alguna sobre el mal. Diga lo que diga la neurobiología sobre la libertad, en el drama real de nuestra historia esta está presente como realidad determinante y debe ser tomada en consideración. Pero su religión matemática no conoce información alguna sobre el mal. Una religión que descuida estas preguntas fundamentales se queda vacía.

Ilustrísimo señor profesor, mi crítica a su libro en parte es dura. Pero la franqueza forma parte del dialogo; solo así puede crecer el conocimiento. Usted ha sido muy franco y así también aceptará que yo lo sea. En todo caso, sin embargo, valoro muy positivamente el hecho de que usted, a través de su confrontación con mi Introducción al cristianismo, haya buscado un dialogo tan abierto con la fe de la Iglesia católica y que, a pesar de todos los contrastes, en el ámbito central, no falten del todo convergencias.

Con cordiales saludos y todo buen augurio por su trabajo.

Benedicto XVI

El Santo Padre: 'Es triste ver una Iglesia «privatizada» por pequeños grupos'


Queridos hermanos y hermanas, buenos días:

        En el «Credo» decimos «Creo en la Iglesia, una», profesamos por lo tanto que la Iglesia es única, y que esta Iglesia es en sí misma unidad. Pero si miramos a la Iglesia católica en el mundo descubrimos que abarca a cerca de tres mil diócesis repartidas en todos los continentes: ¡muchas lenguas, muchas culturas! Aquí están obispos de diferentes culturas, de muchos países. Está el obispo de Sri Lanka, el obispo de Sudáfrica, un obispo de la India, hay muchos aquí ... Obispos de América Latina. ¡La Iglesia está dispersa por todo el mundo! Y más aún, las miles de comunidades católicas constituyen una unidad. ¿Cómo puede suceder esto?
        1 . Una respuesta concisa la ??encontramos en el (Compendio del) Catecismo de la Iglesia Católica, que afirma: la Iglesia católica extendida en todo el mundo "tiene una sola fe, una sola vida sacramental, una sucesión apostólica única, una esperanza común, la misma caridad" (n. 161). Es una hermosa definición, clara, nos orienta bien. Unidad en la fe, en la esperanza, en la caridad; unidad en los sacramentos, en el Ministerio: son como pilares que apoyan y mantienen unidos el único gran edificio de la Iglesia.
        Dondequiera que vayamos, incluso en la parroquia más pequeña en el último rincón de la tierra, está la única Iglesia; nosotros estamos en casa, estamos en familia, estamos entre hermanos y hermanas. ¡Y esto es un gran regalo de Dios! La Iglesia es una sola para todos. No hay una iglesia para los europeos, una para los africanos, una para los americanos, una para los asiáticos, una para los que viven en Oceanía, no, es la misma en todas partes. Es como en una familia: se puede estar muy lejos, esparcidos por todo el mundo, pero los profundos lazos que unen a todos los miembros de la familia permanecen intactos sea la que sea la distancia. Pienso, por ejemplo, en la experiencia de la Jornada Mundial de la Juventud en Río de Janeiro: en esa inmensa multitud de jóvenes en la playa de Copacabana, se podía oír hablar muchos idiomas, se veían rasgos muy diferentes entre sí, se encontraron diferentes culturas, y sin embargo había una profunda unidad, se formaba una única Iglesia, se estaba unido y se sentía.
        Preguntémonos todos: yo como católico, ¿siento esta unidad? Yo como católico, ¿vivo esta unidad de la Iglesia? ¿O no me importa, porque estoy encerrado en mi grupo pequeño y en mí mismo? ¿Soy de aquellos que "privatizan" la Iglesia para su propio grupo, su nación, sus amigos? Es triste encontrar una Iglesia "privatizada" por este egoísmo y esta falta de fe. ¡Es triste! Cuando oigo que tantos cristianos en el mundo están sufriendo, ¿soy indiferente, o es como si sufriera uno de mi familia? Cuando pienso u oigo decir que muchos cristianos son perseguidos y hasta dan la vida por su fe, ¿esto toca mi corazón o no me llega? ¿Estoy abierto a aquel hermano o hermana de la familia que está dando su vida por Jesucristo? ¿Oramos los unos por los otros? Déjenme preguntarles, pero no respondan en voz alta, sino solo en el corazón: ¿cuántos de ustedes están orando por los cristianos que son perseguidos? ¿Cuántos? Cada uno responda en el corazón. ¿Rezo por aquel hermano, por aquella hermana que está en problemas, por confesar y defender su fe? ¡Lo importante es mirar más allá de su propio espacio, sentirse Iglesia, una sola familia de Dios!
        2. Vayamos un poco más allá y preguntémonos: ¿hay heridas a esta unidad? ¿Podemos herir esta unidad? Lamentablemente, vemos que en el curso de la historia, incluso ahora, no siempre vivimos la unidad. A veces surgen malentendidos, conflictos, tensiones, divisiones, que la hieren, y entonces la Iglesia no tiene el rostro que nos gustaría, no manifiesta el amor, aquello que Dios quiere. ¡Somos nosotros los que creamos las heridas! Y si nos fijamos en las divisiones que aún existen entre los cristianos, católicos, ortodoxos, protestantes... sentimos el esfuerzo de mantener plenamente visible esta unidad. Dios nos da la unidad, pero a menudo tenemos dificultades para vivirla. Hay que buscar, construir comunión, educar a la comunión, a superar malentendidos y divisiones, comenzando por la familia, desde las realidades eclesiales, también en el diálogo ecuménico. Nuestro mundo necesita unidad, es un momento en el que todos necesitamos unidad, tenemos necesidad de reconciliación, de comunión y la Iglesia es la Casa de la comunión. San Pablo decía a los cristianos de Éfeso: "Los exhorto, pues, yo, prisionero por el Señor, a que vivan de una manera digna de la vocación con que han sido llamados, con toda humildad , mansedumbre y paciencia, soportándose unos a otros por amor, poniendo empeño en conservar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz" (4, 1-3 ).
        ¡Humildad, dulzura, nobleza, amor para mantener la unidad! Estos son los caminos, los verdaderos caminos de la Iglesia. Escuchémoslo una vez más. Humildad contra la vanidad, contra el orgullo; humildad, mansedumbre, paciencia, amor para mantener la unidad. Y Pablo continuaba: un solo cuerpo, el de Cristo que recibimos en la Eucaristía; un solo Espíritu, el Espíritu Santo que anima y continuamente recrea la Iglesia; una sola esperanza, la vida eterna; una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios, Padre de todos (cf. vv. 4-6). ¡La riqueza de lo que nos une! Y esta es la verdadera riqueza: lo que nos une, no lo que nos divide. ¡Esta es la riqueza de la Iglesia! Que cada uno se pregunte hoy: ¿hago crecer la unidad en la familia, en la parroquia, en la comunidad, o soy un hablador, una habladora. ¿Soy motivo de división, de malestar? ¡Ustedes no saben el mal que le hace a la Iglesia, a las parroquias, a las comunidades, el chisme! ¡Hacen daño! Los chismes hacen daño. ¡Un cristiano antes de chismear tiene que morderse la lengua! ¿Sí o no? Morderse la lengua: esto nos hará bien, porque la lengua se hincha y no pueden hablar y no pueden chismear. ¿Tengo la humildad de recomponer con paciencia, con sacrificio, las heridas a la comunión?
        3. Finalmente, un último paso más en profundidad. Y, esta es una buena pregunta: ¿quién es el motor de esta unidad de la Iglesia? Lo es el Espíritu Santo que todos hemos recibido en el Bautismo y también en el sacramento de la Confirmación. Es el Espíritu Santo. Nuestra unidad no es principalmente el resultado de nuestro acuerdo, o de la democracia dentro de la Iglesia, o de nuestro esfuerzo para estar de acuerdo, sino que viene de Él que hace la unidad en la diversidad, porque el Espíritu Santo es armonía, siempre crea la armonía en la Iglesia. Es una unidad armoniosa en medio de tanta diversidad de culturas, lenguas y pensamiento. Y el Espíritu Santo es el motor. Por esta razón, es importante la oración, que es el alma de nuestro compromiso de hombres y mujeres de comunión, de unidad. La oración al Espíritu Santo, para que venga y realice la unidad en la Iglesia.
        Pidamos al Señor: Señor, concédenos estar cada vez más unidos, de no ser nunca instrumentos de división; haz que nos comprometamos, como dice una bella oración franciscana, en llevar el amor donde haya odio, a llevar el perdón donde haya una ofensa, a llevar la unión donde hay discordia. Que así sea.

Antiguos "dogmas" supuestamente científicos



Por Alfonso Aguiló


 —Bien, pero lo del Japón que decías antes es un caso excepcional. Quizá sea un país con una mentalidad tan especial que no puede servir para rebatir un principio que parece elemental: si los recursos naturales de una tierra son pocos, o su orografía es muy difícil, está claro que cuantos menos sean, siempre es mejor; después de todo, más gente significa más bocas que alimentar, más pies que calzar, más escuelas que construir. Más gente siempre supone más problemas.
        No parece que la realidad obedezca a ese razonamiento, sino que se trata de algo más complejo. Podrían ponerse muchos otros ejemplos, además del Japón, que contradicen esa explicación.
        Si nos fijamos en Suiza, vemos también que es un país pequeño, en cuya reducida extensión apenas hay recursos naturales, y que es el más abrupto y montañoso de Europa; sin embargo, es de los más ricos del continente.
        Países como Japón o Suiza (pequeños, montañosos y sin recursos naturales), no son casos aislados. La gran riqueza de esos países -quizá consecuencia precisamente de su pobreza en recursos naturales- está en los recursos humanos: una elevada densidad de población con un elevado nivel de preparación.
        Hay muchísimos más ejemplos de contrastes que niegan esa relación directa entre la pobreza y la elevada densidad de población. Holanda tiene 354 habitantes por kilómetro cuadrado, y la India solo 228. Alemania tiene 246, y Bolivia -un país muy pobre- solo 6.
        —Quizá sea eso cierto para países que ya han conseguido una riqueza económica, pero parece que para los que son pobres, una elevada población siempre supone un gran retraso en el crecimiento económico.
        Sin entrar en grandes disquisiciones macroeconómicas, parece que bastantes naciones pequeñas -por ejemplo Taiwán, Corea, Singapur, etc.- han sido las de mayor crecimiento económico del mundo durante varias décadas. Y todas ellas eran antes pobres y muy pobladas (Corea tiene 409 habitantes por kilómetro cuadrado).
        Hay docenas de países poco poblados que son pobres y sucios y padecen hambre. Y hay multitud de países con población grande y densa, que son prósperos y atractivos. Esto no significa que la densidad de población sea una gran ventaja, pero tampoco parece que sea una gran desventaja.
        Sería un reduccionismo condicionar el éxito económico al bajo número de habitantes. De entrada, es olvidar que la gente no solo consume: también produce.
        —Pero cuando el paro laboral crece, y los puestos de trabajo son escasos, más vale limitar el crecimiento de la población, pues se ve que la economía no admite más trabajadores.
        El sistema económico es mucho más complejo que eso. Muchas veces, el estancamiento de la economía se debe a un freno en el consumo, que es consecuencia a su vez del estancamiento de la población. Para que haya puestos de trabajo, es preciso producir; y para producir, hace falta gente que consuma. Si esa cadena se frena por un parón en el número de consumidores, la economía se frena también.
        La hipótesis de que un buen desarrollo económico exige un fuerte control de la natalidad supone, entre otras cosas, desconocer una lección de la historia: el crecimiento de la población precede al crecimiento económico, y es difícil encontrar un ejemplo de un país que haya mantenido al mismo tiempo una caída de población y un buen desarrollo económico.
        Todas estas realidades innegables han llevado a un heterogéneo grupo de prestigiosos investigadores a contradecir los antiguos dogmas del control demográfico. Personas como Simon Kuznets, Colin Clark, P. T. Bauer, Ester Boserup, Albert Hirshman, Julian Simon, Richard Easterlin y otros, coinciden en que es preciso subrayar el gran potencial creativo de los individuos humanos; la solución está en organizar mejor la sociedad: las personas son su recurso más valioso.
        Como ha escrito Hannah Arendt, el milagro que interrumpe una y otra vez el curso del mundo y el discurrir de las cosas humanas, y lo salva de la decadencia, es, en última instancia, el hecho de la natalidad, del nacimiento. El milagro consiste en que nacen hombres. Cada recién llegado -siempre que se le permita llegar, y luego desarrollar sus capacidades únicas e irrepetibles- es un nuevo potencial de ganancia para la humanidad.

sábado, 14 de septiembre de 2013

El Papa: mi carta a los que no creen


Scalfari, intelectual de izquierda y ateo, había dirigido al Papa varias preguntas sobre la religión y el hombre en la sociedad actual en dos editoriales publicados en julio y agosto pasados.
El papa Francisco respondió mediante un largo y complejo texto a las preguntas del periodista, que fueron publicadas por el diario con el título “El Papa: mi carta a los que no creen”.
El director de la Repubblica dijo apreciar "mucho" el gesto del nuevo Papa, y aseguró que esta carta le resultó "escandalosamente fascinante". Para él, es la prueba de "la capacidad y el deseo del Papa de superar los obstáculos del diálogo con todos, en la búsqueda de la paz y el amor".
A continuación, el texto completo:
“Estimado Dr. Scalfari,
Es con gran cordialidad que, si bien sólo a grandes líneas, quisiera intentar con esta mía responder a la carta que, desde las páginas de "la Repubblica", ha querido dirigirme el 7 de julio con una serie de reflexiones personales suyas, que luego ha enriquecido sobre las páginas del mismo periódico el 7 de agosto.
Le agradezco, ante todo, por la atención con la que ha sabido leer la Encíclica "Lumen fidei". La misma, de hecho, por voluntad de mi amado Predecesor, Benedicto XVI, que la ha concebido y en gran medida redactado, y de quien, con gratitud, la he heredado, está dirigida no sólo a confirmar en la fe de Jesucristo a aquellos que ya se reconocen en ella, sino también a abrir un diálogo sincero y riguroso con quien, como Usted, se define "un no creyente desde hace años interesado y fascinado por la enseñanza de Jesús de Nazaret".
Creo que es sin duda positivo, no solo para cada uno de nosotros como individuos sino también para toda la sociedad en la que vivimos, que nos detengamos a dialogar sobre una realidad tan superior cual es la fe, que evoca la enseñanza y la figura de Jesús.
Pienso que existen, en particular, dos circunstancias que hoy día hacen necesario y precioso este diálogo, el cual constituye además, como es sabido, uno de los objetivos principales del Concilio Vaticano II, convocado por Juan XXIII, y por el ministerio de los Papas quienes, cada uno con su sensibilidad y su aporte, han seguido desde entonces el camino trazado por el Concilio.
La primera circunstancia - como se desprende de las páginas iniciales de la Encíclica - deriva del hecho que, a lo largo de los siglos de la modernidad, se ha asistido a una paradoja: la fe cristiana, cuya novedad e incidencia en la vida del hombre desde los orígenes se han expresado justamente a través del símbolo de la luz, a menudo ha sido etiquetada como la oscuridad de la superstición que se opone a la luz de la razón. De este modo entre la Iglesia y la cultura de inspiración cristiana, por una parte, y la cultura moderna de matriz iluminista, por la otra, se ha dado la incomunicabilidad. Ahora es tiempo, y precisamente el Vaticano II ha inaugurado este ciclo, de iniciar un diálogo abierto y sin preconceptos que reabra las puertas para un serio y fecundo encuentro.
La segunda circunstancia, para quien busca ser fiel al don de seguir a Jesús en la luz de la fe, deriva del hecho que este diálogo no es un accesorio secundario de la existencia del creyente: sino que es una expresión íntima e indispensable. Permítame que le cite a este respecto una afirmación de la Encíclica que considero muy importante: puesto que la verdad que la fe atestigua es la verdad del amor - se lee en ella - "se ve claro así que la fe no es intransigente, sino que crece en la convivencia que respeta al otro. El creyente no es arrogante; al contrario, la verdad le hace humilde, sabiendo que, más que poseerla él, es ella la que le abraza y le posee. En lugar de hacernos intolerantes, la seguridad de la fe nos pone en camino y hace posible el testimonio y el diálogo con todos." (n. 34). Es éste el espíritu que anima las palabras que hoy le escribo.
La fe, para mí, nace del encuentro con Jesús. Un encuentro personal, que ha tocado mi corazón y ha dado un nuevo rumbo y sentido a mi existencia. Y así mismo un encuentro que ha sido posible gracias a la comunidad de fe en la que he vivido y que a su vez me ha permitido acceder a la inteligencia de la Sacra Escritura, a la vida nueva que como agua fluyente brota de Jesús a través de los Sacramentos, a la fraternidad con todos y al servicio de los pobres, verdadera imagen del Señor. Sin la Iglesia - créame - no habría podido encontrar a Jesús, bien sabiendo que ese inmenso don de la fe reposa en la frágil vasija de arcilla de nuestra humanidad.
Pues es precisamente a partir de aquí, de esta experiencia de fe personal vivida en la Iglesia, que me encuentro a gusto escuchando sus preguntas y buscando, junto con Usted, las sendas que nos permitan, quizás, comenzar a andar un trecho del camino juntos.
Me disculpo por no seguir punto por punto los razonamientos que Usted me propone en su editorial del 7 de julio. Me parece más fructífero - o digamos que me es más natural - tocar directamente la esencia de sus consideraciones. No repropongo tampoco la modalidad expositiva de la Encíclica, en la cual Usted señala la falta de una sección dedicada expresamente a la experiencia histórica de Jesús de Nazaret.
Observo solamente, para comenzar, que un análisis de este tipo no es secundario. Se trata en efecto, siguiendo por lo demás la lógica que guía el articularse de la Encíclica, de focalizar la atención sobre el significado de lo que Jesús ha dicho y ha hecho y de esta manera, en definitiva, sobre lo que Jesús ha sido y es para nosotros. Los Escritos de san Pablo y el Evangelio de San Juan, a los cuales se hace particular referencia en la Encíclica, se basan en el sólido fundamento del ministerio mesiánico de Jesús de Nazaret que alcanza su culminación resolutiva en la pascua de muerte y resurrección.
Por lo tanto, es necesario enfrentarse con Jesús, diría, en la concreción y aspereza de sus vicisitudes, tal como nos las narra sobretodo el más antiguo de los Evangelios, el de san Marco. Se constata aquí que el "escándalo" que la palabra y los actos de Jesús provocan a su alrededor derivan de su extraordinaria "autoridad": una palabra, ésta, registrada ya en el Evangelio de san Marco, pero de difícil traducción. La palabra griega es "exousia", que literalmente hace referencia a aquello que "proviene del ser", que se es. No se trata de algo exterior o de algo forzado, sino de algo que surge de dentro y que se impone por sí mismo. De hecho Jesús conmueve, desplaza, innova a partir - él mismo lo dice - de su relación con Dios, llamado familiarmente Abba, quien le confiere esta "autoridad" para que él la emplee en favor de los hombres.
Así Jesús predica "como uno que tiene autoridad", cura, llama a sus discípulos a que lo sigan, persona... todas cosas que, en el Antiguo Testamento, son de Dios y sólo de Dios. La pregunta que recurre en el Evangelio de san Marco: "Quién es éste que...?", y que se refiere a la identidad de Jesús, nace de la constatación de una autoridad diferente de la del mundo, una autoridad que no tiene como fin ejercitar un poder sobre los otros, sino servirlos, darles libertad y plenitud de vida. Llegando al punto de poner en juego la propia vida, al punto de experimentar la incomprensión, la traición, el rechazo, al punto de ser condenado a muerte, de caer en el estado de abandono en la cruz. Pero Jesús permanece fiel a Dios, hasta la muerte.
Y es precisamente en ese momento - como exclama el centurión romano al pié de la cruz, en el Evangelio de san Marco - en el que ¡Jesús se muestra, paradójicamente como el Hijo de Dios! Hijo de un dios que es amor y que quiere, con todo su ser, que el hombre, que cada hombre, se descubra y viva él también como su verdadero hijo. Esto, para la fe cristiana, es la confirmación del hecho de que Jesús ha resurgido: no para triunfar sobre quien lo había rechazado, sino para probar que el amor de Dios es más fuerte que la muerte, el perdón de Dios es más fuerte que cualquier pecado, y que vale la pena emplear la propia vida, hasta lo último, para testimoniar este inmenso don.
La fe cristiana cree esto: que Jesús es el Hijo de Dios que vino a dar su vida para abrirnos a todos el camino del amor. Por lo tanto tiene Usted razón, ilustre Dr. Scalfari, cuando ve en la encarnación del Hijo de Dios el quicio de la fe cristiana. Ya Tertuliano escribía "caro cardo salutis", la carne (de Cristo) es el quicio de la salvación. Porque la encarnación, es decir el hecho de que el Hijo de Dios haya venido en nuestra carne y haya compartido alegrías y dolores, victorias y derrotas de nuestra existencia, hasta el grito en la cruz, viviendo cada momento en el amor y en la fidelidad a Abbà, es testimonio del increíble amor que Dios nutre por cada hombre, del valor inestimable que les reconoce. Por ello, cada uno de nosotros está llamado a hacer suya la mirada y la elección de amor de Jesús, a entrar en su modo de ser, de pensar, de actuar. Esta es la fe, con todas sus expresiones, puntualmente descriptas en la Encíclica.
* * *
Siempre en el editorial del 7 de julio, Usted me pregunta además cómo entender la originalidad de la fe cristiana puesto que ésta se basa precisamente en la encarnación del Hijo de Dios, respecto a otros credos que en cambio se fundan en la trascendencia absoluta de Dios.
La originalidad, en mi opinión, radica precisamente en el hecho de que la fe nos hace participar, en Jesús, en la relación que Él tiene con Dios que es Abba y, bajo esta luz, la relación que Él tiene con todos los demás hombres, incluso con los enemigos, bajo el signo del amor. En otros términos, el vínculo de Jesús, como nos lo presenta la fe cristiana, no nos ha sido revelado para marcar una separación insuperable entre Jesús y los demás: sino para decirnos que, en Él, todos hemos sido llamados a ser hijos del único Padre y hermanos entre nosotros. La singularidad de Jesús está dada por la comunicación, no por la exclusión.
Sin duda, de ello también se desprende - y no es una nimiedad - la distinción entre la esfera religiosa y la esfera política, sancionada con aquella "Dad a Dios lo que es de Dios y a Cesar lo que es de Cesar", afirmación íntegra de Jesús y sobre la cual, arduamente, se ha construido la historia de Occidente. La Iglesia, en efecto, está llamada a sembrar el fermento y la sal del Evangelio, es decir el amor y la misericordia de Dios que alcanzan a todos los hombres, señalando la meta ultraterrena y definitiva de nuestro destino, mientras que a la sociedad civil y política le compete la dura tarea de articular y encarnar en la justicia y en la solidariedad, en el derecho y en la paz, una vida cada vez más humana. Para el que vive la fe cristiana, esto no significa fuga del mundo ni búsqueda de hegemonía alguna, sino servicio al hombre, al hombre todo y a todos los hombres, a partir de la periferia de la historia manteniendo siempre vivo el sentido de la esperanza que incita a obrar el bien no obstante todo y mirando siempre más allá.
Usted me pregunta también, como conclusión de su primer artículo, qué decir a los hermanos hebreos a cerca de la promesa que Dios les ha hecho: ¿se ha malogrado del todo? Este es -en verdad- un interrogante que nos concierne radicalmente, como cristianos, porque, con la ayuda de Dios, sobre todo a partir del Concilio Vaticano II, hemos redescubierto que el pueblo hebreo sigue siendo, para nosotros, la raíz santa de la cual Jesús ha brotado. También yo, en la amistad que he cultivado durante todos estos años con los hermanos hebreos, en Argentina, muchas veces en la oración he interrogado a Dios, especialmente cuando la mente traía el recuerdo de la terrible experiencia de la Shoah. Lo que puedo decirle, con el apóstol Pablo, es que jamás se ha quebrantado la fidelidad de Dios a la alianza estrecha con Israel y que, a través de las terribles pruebas de estos siglos, los hebreos han conservado su fe en Dios. Y por esta razón, jamás les estaremos suficientemente agradecidos, como Iglesia, pero también como humanidad. El pueblo hebreo además, con su perseverancia en la fe en el Dios de la alianza, nos recuerda a todos, incluso a nosotros los cristianos, que estamos siempre a la espera, como peregrinos, del retorno del Señor y que por lo tanto debemos permanecer siempre abiertos a Él sin jamás atrincherarnos en lo que ya hemos alcanzado.
Paso ahora a las tres preguntas que me hace en el artículo del 7 de agosto.
Tengo la impresión de que, en las primeras dos, lo que le interesa es entender la actitud de la Iglesia hacia quien no comparte la fe en Jesús. En primer lugar, me pregunta si el Dios de los cristianos perdona a quien no cree o no busca la fe. Considerando que -y es la cuestión fundamental- la misericordia de Dios no tiene límites si nos dirigimos a Él con corazón sincero y contrito, la cuestión para quien no cree en Dios radica en obedecer a la propia conciencia. Escucharla y obedecerla significa tomar una decisión frente a aquello que se percibe como bien o como mal. Y en esta decisión se juega la bondad o la maldad de nuestro actuar.
En segundo lugar, me pregunta si el pensamiento según el cual no existe absoluto alguno y por ende tampoco una verdad absoluta, sino solo una serie de verdades relativas y subjetivas, es un error o un pecado. Para comenzar, yo no hablaría, ni siquiera por lo que respecta a un creyente, de verdad "absoluta", en el sentido que absoluto es aquello que es inconexo, aquello que carece de toda relación. Ahora bien, la verdad, según la fe cristiana, es el amor de Dios hacia nosotros en Jesucristo. Por lo tanto, ¡la verdad es una relación! Tanto es así que incluso cada uno de nosotros la percibe, la verdad, y la expresa a partir de sí mismo: de su historia y cultura, de la situación en la que vive, etc. Esto no significa que la verdad sea variable y subjetiva, todo lo contrario. Significa que la verdad se nos revela siempre y sólo como un camino y una vida. ¿No ha sido acaso el mismo Jesús quien ha dicho: "Yo soy el camino, la verdad, la vida" ? En otras palabras, siendo en definitiva la verdad toda una con el amor, exige humildad y apertura para ser buscada, escuchada y expresada. A este punto, es necesario aclarar bien los términos y, tal vez, para salir de los encajonamientos de una contraposición... absoluta, replantear a fondo la cuestión. Pienso que esta es hoy una necesidad imperiosa para entablar ese diálogo sereno y constructivo que tanto deseo y del cual hablaba en mis primeras líneas.
Como último punto me pregunta si, con la desaparición del hombre sobre la tierra, desaparecerá también el pensamiento capaz de pensar Dios. Sin duda, la grandeza del hombre radica en su capacidad de pensar Dios. Es decir en su capacidad de vivir una relación consciente y responsable con Él. Pero la relación se da entre dos realidades. Dios -este es mi pensamiento y esta es mi experiencia, ¡pero cuántos, ayer y hoy, los comparten!- no es una idea, si bien altísima, fruto del pensamiento del hombre. Dios es realidad con "R" mayúscula. Jesús nos lo revela -y vive la relación con Él- como un Padre de bondad y misericordia infinita. Dios no depende, por lo tanto, de nuestro pensamiento. Además, aún si acabara la vida del hombre sobre la tierra -y para la fe cristiana, en todo caso, este mundo, así como lo conocemos está destinado a acabarse-, el hombre no acabará de existir y, de un modo que no nos es dado saber, tampoco el universo creado con él. La Escritura habla de "cielos nuevos y tierra nueva" y afirma que, al final, en el dónde y en el cuándo que se encuentra más allá de nosotros, pero verdadero y hacia el cual, en la fe, nos encaminamos con ansia y espera, Dios será "todo en todos". Ilustre Dr. Scalfari, concluyo de esta forma mis reflexiones, generadas por aquello que ha querido comunicarme y preguntarme. Las reciba como una respuesta provisional, pero sincera y optimista, a esa invitación que me ha parecido vislumbrar de andar un trecho de camino juntos. La Iglesia, créame, no obstante su lentitud, sus infidelidades, sus errores y los pecados que pudo haber cometido y puede aún cometer en aquellos que la componen, no tiene otro sentido ni fin sino el de vivir y testimoniar a Jesús: Él que ha sido enviado por Abba "a traer a los pobres la alegre noticia, a proclamar a los prisioneros la liberación y a los ciegos la vista, a poner en libertad a los oprimidos, a proclamar el año de gracia del Señor" (Lc 4, 18-19).
Con fraternal cercanía
Francisco”

domingo, 8 de septiembre de 2013

PAPA FRANCISCO: LA GUERRA ES SIEMPRE UNA DERROTA PARA LA HUMANIDAD




Ciudad del Vaticano, 7 de septiembre (VIS).-Cien mil personas han acudido a la Plaza de San Pedro respondiendo al llamamiento lanzado por el Papa Francisco en el Ángelus del pasado domingo cuando convocó para hoy, 7 de septiembre una jornada de ayuno y oración por la paz en Siria, en Oriente Medio y en todo el mundo a la luz de las circunstancias dramáticas que atraviesa Siria. Desde ese día han llovido las adhesiones a una iniciativa que ha sido aplaudida no sólo por los católicos sino por las otras confesiones cristianas, por los pertenecientes a otras religiones, desde budistas a judíos y musulmanes y también por aquellos que no pertenecen a religión alguna. Se han movilizado parroquias y asociaciones, Caritas y la Comunidad de San Egidio, grupos de oración y órdenes religiosas como las Carmelitas descalzas de Tierra Santa; alcaldes y presidentes de autonomías regionales, organizaciones por la paz, la cooperación y el desarrollo, sindicatos, etc... Al llamamiento se ha adherido una larga lista de personalidades como el arquitecto italiano Renzo Piano, el presidente del Parlamento Europeo Martin Schulz o el Gran Mufti de Siria, lider espiritual de los sunís que esta tarde en Damasco ha invocado la paz en la mezquita de los Omeyas con los jefes religiosos de su nación. En las iglesias católicas de todo el mundo, desde Australia hasta Egipto, se ha elevado esta tarde una oración por la paz.

Ya desde esta mañana la Plaza estaba abarrotada de personas; entre ellas eran numerosas las que querían confesar, a partir de las 17,45 con alguno de los 50 sacerdotes instalados en el Brazo de Constantino y bajo las columnatas, porque Francisco quería que en esta jornada estuvieran presentes los confesores porque, “la verdadera paz nace del corazón del ser humano reconciliado con Dios y con sus hermanos”. A las 18,30 se han vuelto a leer las palabras que el Papa pronunció el pasado domingo como introducción de la Vigilia que ha comenzado a las 19 con el saludo del pontífice y el canto del “Veni Creator”, al que ha seguido la entronización de la imagen de la Virgen como “Salus Populi Romani”, llevada por cuatro Guardias Suizos.

El Papa ha comenzado entonces el rezo del Rosario; cada misterio iba acompañado por la lectura de una poesía de Santa Teresita del Niño Jesús y al final se invocaba a María: “Reina de la Paz, ruega por nosotros. Finalizado el rezo del rosario, el Santo Padre ha pronunciado la siguiente homilía:

“Y vio Dios que era bueno”.El relato bíblico de los orígenes del mundo y de la humanidad nos dice que Dios mira la creación, casi como contemplándola, y dice una y otra vez: Es buena. Nos introduce así en el corazón de Dios y, de su interior, recibimos este mensaje. Podemos preguntarnos: ¿Qué significado tienen estas palabras? ¿Qué nos dicen a ti, a mí, a todos nosotros?”
“Nos dicen simplemente que nuestro mundo, en el corazón y en la mente de Dios, es “casa de armonía y de paz” y un lugar en el que todos pueden encontrar su puesto y sentirse “en casa”, porque “es bueno”. Toda la creación forma un conjunto armonioso, bueno, pero sobre todo los seres humanos, hechos a imagen y semejanza de Dios, forman una sola familia, en la que las relaciones están marcadas por una fraternidad real y no sólo de palabra: el otro y la otra son el hermano y la hermana que hemos de amar, y la relación con Dios, que es amor, fidelidad, bondad, se refleja en todas las relaciones humanas y confiere armonía a toda la creación. El mundo de Dios es un mundo en el que todos se sienten responsables de todos, del bien de todos. Esta noche, en la reflexión, con el ayuno, en la oración, cada uno de nosotros, todos, pensemos en lo más profundo de nosotros mismos: ¿No es ése el mundo que yo deseo? ¿No es ése el mundo que todos llevamos dentro del corazón? El mundo que queremos ¿no es un mundo de armonía y de paz, dentro de nosotros mismos, en la relación con los demás, en las familias, en las ciudades, en y entre las naciones? Y la verdadera libertad para elegir el camino a seguir en este mundo ¿no es precisamente aquella que está orientada al bien de todos y guiada por el amor?”
“Pero preguntémonos ahora: ¿Es ése el mundo en el que vivimos? La creación conserva su belleza que nos llena de estupor, sigue siendo una obra buena. Pero también hay “violencia, división, rivalidad, guerra”. Esto se produce cuando el hombre, vértice de la creación, pierde de vista el horizonte de belleza y de bondad, y se cierra en su propio egoísmo”.
“Cuando el hombre piensa sólo en sí mismo, en sus propios intereses y se pone en el centro, cuando se deja fascinar por los ídolos del dominio y del poder, cuando se pone en el lugar de Dios, entonces altera todas las relaciones, arruina todo; y abre la puerta a la violencia, a la indiferencia, al enfrentamiento. Eso es exactamente lo que quiere hacernos comprender el pasaje del Génesis en el que se narra el pecado del ser humano: El hombre entra en conflicto consigo mismo, se da cuenta de que está desnudo y se esconde porque tiene miedo tiene miedo de la mirada de Dios; acusa a la mujer, que es carne de su carne; rompe la armonía con la creación, llega incluso a levantar la mano contra el hermano para matarlo. ¿Podemos decir que de la “armonía” se pasa a la “desarmonía”? No, no existe la “desarmonía”: o hay armonía o se cae en el caos, donde hay violencia, rivalidad, enfrentamiento, miedo”.
“Precisamente en medio de este caos, Dios pregunta a la conciencia del hombre: “¿Dónde está Abel, tu hermano?”. Y Caín responde: “No sé, ¿soy yo el guardián de mi hermano?” Esta pregunta se dirige también a nosotros, y también a nosotros nos hará bien preguntarnos: ¿Soy yo el guardián de mi hermano? Sí, tú eres el guardián de tu hermano. Ser persona humana significa ser guardianes los unos de los otros. Sin embargo, cuando se pierde la armonía, se produce una metamorfosis: el hermano que deberíamos proteger y amar se convierte en el adversario a combatir, suprimir. ¡Cuánta violencia se genera en ese momento, cuántos conflictos, cuántas guerras han jalonado nuestra historia! Basta ver el sufrimiento de tantos hermanos y hermanas. No se trata de algo coyuntural, sino que es verdad: en cada agresión y en cada guerra hacemos renacer a Caín. ¡Todos nosotros! Y también hoy prolongamos esta historia de enfrentamiento entre hermanos, también hoy levantamos la mano contra quien es nuestro hermano. También hoy nos dejamos llevar por los ídolos, por el egoísmo, por nuestros intereses; y esta actitud va a más: hemos perfeccionado nuestras armas, nuestra conciencia se ha adormecido, hemos hecho más sutiles nuestras razones para justificarnos. Como si fuese algo normal, seguimos sembrando destrucción, dolor, muerte. La violencia, la guerra traen sólo muerte, hablan de muerte. La violencia y la guerra utilizan el lenguaje de la muerte”.
"Tras el caos del Diluvio, dejó de llover, apareció el arcoiris y la paloma trajo un ramo de olivo. Pienso también hoy en aquel olivo que los representantes de las diferentes religiones plantamos en Buenos Aires, en la Plaza de Mayo, en el año 2000, pidiendo que no haya más caos, pidiendo que no haya más guerra, pidiendo paz".
“En estas circunstancias, me pregunto: ¿Es posible seguir el camino de la paz? ¿Podemos salir de esta espiral de dolor y de muerte? ¿Podemos aprender de nuevo a caminar por las sendas de la paz? Invocando la ayuda de Dios, bajo la mirada materna de la Salus populi romani, Reina de la paz, quiero responder: Sí, es posible para todos. Esta noche me gustaría que desde todas las partes de la tierra gritásemos: Sí, es posible para todos. Más aún, quisiera que cada uno de nosotros, desde el más pequeño hasta el más grande, incluidos aquellos que están llamados a gobernar las naciones, dijese: Sí, queremos. Mi fe cristiana me lleva a mirar a la Cruz. ¡Cómo quisiera que por un momento todos los hombres y las mujeres de buena voluntad mirasen la Cruz! Allí se puede leer la respuesta de Dios: allí, a la violencia no se ha respondido con violencia, a la muerte no se ha respondido con el lenguaje de la muerte. En el silencio de la Cruz calla el fragor de las armas y habla el lenguaje de la reconciliación, del perdón, del diálogo, de la paz. Quisiera pedir al Señor, esta noche, que nosotros cristianos, los hermanos de las otras religiones, todos los hombres y mujeres de buena voluntad gritasen con fuerza: ¡La violencia y la guerra nunca son camino para la paz! Que cada uno mire dentro de su propia conciencia y escuche la palabra que dice: Sal de tus intereses que atrofian tu corazón, supera la indiferencia hacia el otro que hace insensible tu corazón, vence tus razones de muerte y ábrete al diálogo, a la reconciliación; mira el dolor de tu hermano y no añadas más dolor, detén tu mano, reconstruye la armonía que se ha perdido; y esto no con la confrontación, sino con el encuentro. ¡Que se acabe el sonido de las armas! L a guerra significa siempre el fracaso de la paz, es siempre una derrota para la humanidad. Resuenen una vez más las palabras de Pablo VI: “Nunca más los unos contra los otros; jamás, nunca más ¡Nunca más la guerra! ¡Nunca más la guerra!”.”La Paz se afianza solamente con la paz; la paz no separada de los deberes de la justicia, sino alimentada por el propio sacrificio, por la clemencia, por la misericordia, por la caridad”. Perdón, diálogo, reconciliación son las palabras de la paz: en la amada nación siria, en Oriente Medio, en todo el mundo. Recemos por la reconciliación y por la paz, contribuyamos a la reconciliación y a la paz, y convirtámonos todos, en cualquier lugar donde nos encontremos, en hombres y mujeres de reconciliación y de paz. Amén”.

Finalizada la meditación del Pontífice, se ha guardado silencio mientras se preparaba el altar para la exposición del Santísimo. Durante la adoración se ha leído una lectura bíblica sobre el tema de la paz, seguida de la oración de un Papa sobre ese mismo argumento,y de una invocación responsorial para pedirla. Al final de cada uno de estos momentos, cinco parejas de personas (en representación de Siria, Egipto, Tierra Santa, Estados Unidos y Rusia) ofrecían incienso en el incensario a la derecha del altar. La oferta iba acompañada de una serie de invocaciones cuyo tema común era la paz, entre ellas “Señor que amas la vida lleva a la paz allí donde se decide la suerte de las naciones” y “Rompe con tu potencia creadora cualquier violencia contra la vida humana”.
A la adoración han seguido las lecturas, “en la forma más larga prevista para una celebración de vigilia”; se ha leído el capítulo 20 del Evangelio de San Juan. Después, alrededor de las 22,15 ha habido, hasta las 22,40, un tiempo prolongado de silencio para la oración personal.
La ceremonia, verdadera y propia, ha concluido con la bendición eucarística que Francisco ha impartido a los presentes. Y hoy, el Papa ha escrito a los 9 millones de personas que siguen su cuenta de tweet: “Rezad por la paz”.

jueves, 5 de septiembre de 2013

Miedo a la libertad ajena. La educación concertada


Por Alicia Verónica Rubio Calle

En los últimos días hemos leído que algunos dirigentes regionales, concretamente los de Andalucía, Asturias y Galicia amenazan con quitar las ayudas educativas a los colegios concertados como si el dinero público fuera de los citados dirigentes y estos pudiera decidir gastarlo en lo que mejor le pareciera al margen de la opinión de la ciudadanía.
La educación concertada resulta, en términos absolutos y relativos, más barata al contribuyente (y al dirigente que se cree dueño del dinero público). La calidad de su enseñanza es tan buena como la de cualquier centro público y encima es lo que desean los padres que llevan a sus hijos a este tipo de centros. No existen razones objetivas para querer erradicar la enseñanza concertada. Ni existen razones lógicas. Sólo se puede explicar por intereses ajenos al bienestar del contribuyente y a la buena gestión del dinero público: por motivos ideológicos.
Los que jalean este tipo de comportamientos por parte de los gestores del dinero común explican que no hay derecho a que todos paguemos un «servicio exclusivo» a los padres que eligen la concertada. Parecen no darse cuenta de que todos los contribuyentes pagamos los colegios concertados como pagamos los públicos (que precisamente gratis no nos salen), de que los padres que eligen el centro concertado también pagan impuestos y tienen derecho a que su dinero se gaste en un servicio básico que, además de ser el que desean, resulta más económico.  Acerca del «servicio exclusivo», parece raro que si muchos quieren viajar a precio de autobús, se les recrimine por no viajar a precio de AVE y encima se les critique por «exclusivos».
Da la impresión de que los que quieren acabar con la concertada piensan que los niños que están en esos colegios cubren y se les pagan dos plazas, la plaza pública y la concertada por lo que, efectivamente, resultaría un abuso. Sin embargo no es así. No conozco ningún centro público con pupitres vacíos que los niños de la concertada no utilizan para duplicar el gasto yendo a otro colegio. Si no se pagan las plazas de estos niños en la concertada acabarán en la enseñanza pública donde todos igualmente pagaremos su plaza, pero más cara.
El último argumento que he oído apela a que en España hay mucha más enseñanza concertada que en otros países de Europa y por alguna extraña razón hay que imitarlos, obviando que la historia de la enseñanza en España ha estado plagada de obras sociales confesionales que llevaban la enseñanza a las clases más desfavorecidas, donde el Estado no llegaba, y que son el germen y origen de esa enseñanza paralela y complementaria a la instrucción pública de la que ahora disfrutamos.
No quiero pensar mal, pero me temo que los dirigentes que amenazan con eliminar los conciertos educativos van a convertir en elitista una enseñanza que ahora está al alcance de todos los ciudadanos, y van a impedir a los contribuyentes menos pudientes precisamente a causa de esa debilidad económica, utilizar unos servicios por los que pagan impuestos.
No quiero pensar mal, pero creo que los dirigentes que amenazan con eliminar los conciertos educativos no hacen un buen uso del dinero público. Se comportan como si fuera suyo pero, como no es suyo sino nuestro, no les importa malgastarlo y conseguir lo mismo a más precio.
No quiero pensar mal, pero me da la impresión de que si la única razón que mueve a estos gestores del dinero público es la ideológica, esto sólo puede responder aldeseo de controlar completamente un ámbito básico para el futuro de un país como es la educación y del que sienten que se le escapan «flecos de difícil ideologización» perfectamente amparados por la libertad y la Constitución que nos hacer un país libre y democrático.
No quiero pensar mal, pero… ¿qué puedo pensar del que niega a los contribuyentes el servicio básico que demandan incrementando para ello el gasto público, del que niega la libertad de elegir a los ciudadanos por la vía de la insolvencia económica, del que estrangula modelos educativos paralelos y complementarios al estatal para «uniformar» (en el peor de los sentidos) y controlar completamente la enseñanza frente a la iniciativa ciudadana?
Impedir la libertad de elegir es un rasgo típico de gobiernos totalitarios que sólo aporta poder al gobernante y por el contrario, a los demás nos hace menos libres y menos diversos.
La libertad de los demás da miedo porque, muchas veces, lo que los demás quieren no es lo que el aprendiz de dictador de turno quiere imponer a todos.


Madres de alquiler, hijos a golpe de talonario


Teresa García-Noblejas, en Profesionales por la ética


Independientemente de su legalidad o ilegalidad, a nuestro juicio la gestación por sustitución no es digna del ser procreado (hijo) ni de la madre que se presta a gestarlo. Estas son nuestras razones:Hay por nuestras tierras un talludito cantante que presume de tener varios hijos obtenidos por el procedimiento de maternidad subrogada o de alquiler, un procedimiento que no está permitido por la ley española pero que se ha convertido en un lucrativo negocio de abogados y clínicas que facilitan a hombres y mujeres españoles “alquilar” el cuerpo de una mujer para tener un hijo con los óvulos o los espermatozoides (o ambos si se trata de una pareja) propios.
  • Los hijos tienen derecho a nacer como fruto de una relación de amor, expresada en la relación sexual, entre un hombre y una mujer, que son sus padres. Técnicamente es posible que nazcan de otra manera pero debemos plantearnos si todo lo técnicamente posible es deseable para los niños que traemos al mundo. ¿Tenemos derecho a privar a los niños (mañana adultos) de un padre o de una madre? ¿No es una forma de robarles (ahora que se denuncia el robo de bebés)  el derecho a conocer su identidad y la de sus padres.
  • La gestación por sustitución no deja de ser una forma de explotar personas, en la que una mujer alquila (generalmente por dinero) su cuerpo para gestar a un hijo biológico que en realidad nunca va a ser suyo. No es conforme a la dignidad de la mujer prestar su cuerpo (parte fundamental de su identidad, no un simple objeto) como simple alojamiento temporal de otro ser humano al que renuncia a criar y querer como a un hijo.
  • En una sociedad tan preocupada por el medioambiente y el respeto a la naturaleza, ¿no estaremos cometiendo auténticos disparates ecológicos forzando maternidades y paternidades artificiales contra las leyes naturales?
  • La motivación es clara: el deseo de un hijo con mis características genéticas porque renuncio a adoptar niños de otros que habitan orfanatos de muchos países (claro, que no tendrán mis ojos ni mi color de pelo y quizá sean de otro color de piel, vaya vaya). Aquí surge la pregunta: ¿cuál es la prioridad? ¿El hijo en si mísmo o mi deseo por encima de todo? ¿Qué prevalece: el derecho del menor o el poder del adulto que encarga niños a golpe de talonario?


¿Qué le pasa a la ONU?

   Por    Stefano Gennarini, J.D       La ONU pierde credibilidad con cada informe que publica. Esta vez, la oficina de derechos humanos de ...