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miércoles, 30 de noviembre de 2011

La santidad es toda la vida cotidiana: la familia, el trabajo, la justicia y la integridad personal


Joseph Halevi Horowitz Weiler es un hombre peculiar, extraordinario casi. Un judío errante que nació en Sudáfrica y ha vivido en Israel, el Reino Unido, Italia y EEUU.Se educó en un convento católico, «¡donde decía Moisés en vez de Jesús!». 

Discurso de investidura como Doctor Honoris Causa por la Universidad de Navarra de Joseph Weiler, Catedrático de la Universidad de Nueva York.

“[…] En tan solemne ocasión, me gustaría referirme brevemente a la relación que existe entre el Derecho —la disciplina objeto de mi investidura— y la santidad. Me resulta consolador hallarme e incorporarme a una institución académica en la que la palabra santidad no resulta en modo alguno extraña o fuera de lugar, sino próxima y cercana.
¿Acaso el Derecho, la ley, con sus legalismos, no constituye realmente la antítesis de la santidad? Occidente es la Cristiandad y ese antónimo ley-santidad está profundamente enraizado en nuestra civilización. El antinominalismo paulino es un valor compartido tanto por creyentes como por no creyentes. Entendámonos bien: no sostengo que el Cristianismo haya abolido la Ley sino que la revolución paulina abandonó la ley ritual mosaica —la cáscara— para quedarse con el núcleo moral —la pulpa—. Nada tiene de inmoral comer carne de cerdo; ¿por qué mantener entonces la prohibición? 
Quiero recordar en este momento las conocidas palabras del evangelista: no es lo que entra por la boca lo que contamina al hombre; sino lo que sale de la boca. Todos consideramos que el Estado de Derecho en su sentido más amplio, el denominado rule of law, es un elemento constitutivo de nuestro paradigma de valores democráticos. Sin embargo, difícilmente vemos en él un valor espiritual y mucho menos la santidad.
Si esto es así, ¿cómo se explica que nosotros, los judíos, seamos tan obsti…, quiero decir, tan persistentes, tan testarudos? Por supuesto que hemos mantenido la ley moral —No matarás—, pero ¿por qué mantener también las normas alimenticias, la comida kosher? No sólo el cerdo está prohibido, también los mariscos, el caviar; la leche y la carne ni siquiera se pueden mezclar. A veces pienso: si algo es bueno, ¡seguro que no es kosher! Por otra parte, ¿Qué tiene de malo conducir, o ver la televisión, o usar un ascensor en sábado? ¿Por qué no se pueden llevar lana y lino juntos? ¿Es realmente necesario que marido y mujer no compartan lecho doce días al mes?...y, lo que es más importante, ¿qué tienen que ver todas estas leyes —y cientos más como ellas— co n la santidad? ¿Cuál es la razón de ser de esta esclavitud a la que nos somete una Ley aparentemente sin sentido?
Piense cada uno de ustedes en un acontecimiento de su vida al que tenga asociada la idea de santidad. Probablemente fue un momento muy especial, memorable, quizás de gran silencio interior, de profunda emoción, incluso de gran belleza, sublime, rodeado de misterio. En esa clase de momentos, en los que sentimos lo inefable, la presencia de nuestro Creador, creemos experimentar la santidad. De manera similar, pensamos en la santidad cuando estamos en presencia de personas muy especiales, únicas, mártires que han alcanzado la perfección moral después de un gran sacrificio. Creemos que estas personas están particularmente cerca de nuestro Creador y son, por tanto, santas.
Pocos libros han llegado a dominar tanto un área de investigación como el estudio del teólogo luterano alemán Rudolf Otto sobre la idea de lo santo (Das Heilige) con su concepto central de lo “numinoso” No sorprende que el mysterium tremendum, el “temor y temblor” kierkergaardiano, y el mysterium fascinans, que atrae al hombre a lo divino, se encuentren en el centro de la argumentación que Otto ofrece de la idea de lo santo, y que tanto éxito e influencia ha tenido. 
Lo numinoso fue la forma de articular qué significa ser, y no solamente sentir, la santidad. En suma, santo es lo numinoso.
Permítaseme contrastar este concepto de santidad con otro, enraizado propiamente en lo jurídico más que en lo numinoso.Esta visión alternativa es la que encontramos en Levítico xix, un capítulo de la Escritura que, a su manera, resulta también sobrecogedor. Aquí es, por ejemplo, donde hallamos el mandamiento Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Lo he escogido porque este capítulo trata directamente el tema de la santidad. Veamos algunos pasajes.
1Entonces habló el Señor a Moisés, diciendo:
2Habla a toda la congregación de los hijos de Israel y diles: “Seréis santos porque Yo, el Señor vuestro Dios, soy santo.3“Cada uno de vosotros ha de reverenciar a su madre y a su padre. Y guardaréis mis días de reposo (…)
Marcha pro vida en Tucumán
18“No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino que amarás a tu prójimo como a ti mismo; Yo soy el Señor.[LA GRAN MORAL PERO VEAMOS LO QUE VIENE INMEDIATAMENTE A CONTINUACION…]
19 n[o] te pondrás un vestido con mezcla de dos hilos. (…)[¿RECUERDAN EL LINO Y LA LANA?]

¿Qué podemos aprender de estas frases del Levítico?
En primer lugar, la santidad es un desiderátum, algo a lo que uno ha de aspirar, procurar y mantener. Nadie nace santo; uno se hace santo.
En segundo lugar, se trata de un proyecto conjunto, comunitario, y no sólo individual. No está reservada a un orden sacerdotal determinado, sino que es para todos.
En tercer lugar —y este es el aspecto más importante—, es un estado que se logra, no mediante la meditación, el silencio, el éxtasis o el trance, sino a través del cumplimiento de la Ley, del mandato, del Nomos.
Muchas son las cosas que merecen ser consideradas a partir de aquí.El proyecto de santidad es omnicomprensivo, cubre todas las esferas de la vida. La santidad no es algo reservado para el Templo, la iglesia o la sinagoga, sino parte integrante de la vida en todos sus ámbitos.
Probablemente no existe un mandamiento con mayor reconocimiento universal que el de Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Sin embargo, lo más significativo en el contexto del proyecto de santidad son las dos cualidades de esta norma. En primer lugar, su yuxtaposición. Este gran imperativo moral es seguido por lo que a primera vista podría parecer una mera expresión ritual:
(…) ni te pondrás un vestido con mezcla de dos hilos. 
Paradójicamente, aquellas cosas que se hacen porque Dios lo manda –y que de otra manera no se harían–, son las que nos hacen sentir su presencia de una forma más directa. “¿Por qué no debo mentir?”, me pregunta mi hijo. “Porque es inmoral”. “¿Por qué no debo comer carne de cerdo?”, “¿Por qué no debo comer carne los viernes?”, pregunta el niño católico. “Porque Dios lo manda”. Es la especificidad del mandamiento ritual lo que determina que la persona se sienta mandada, sometida y cercana al Creador incluso en las situaciones más banales.
El mandamiento ético es una condición necesaria para la santidad, pero no suficiente; lo ritual, el servicio del Rey de Reyes, es igualmente necesario. Sólo combinados son entonces suficientes.
Volvamos a examinar nuestra reacción inicial, acuérdense: el abandono de todas las leyes rituales relativas a qué se puede comer, cuándo se debe trabajar, qué ropa se puede llevar, etc. Es posible que ahora se entienda mejor: esos cientos de leyes, éticas pero también meramente rituales, conforman una vida en la que la santidad no está limitada al lugar o al tiempo de culto, sino que es parte integrante de nuestro actuar cotidiano, desde que uno se levanta hasta que se acuesta: nos vestimos según sus normas, desayunamos según sus normas, vamos al trabajo según sus normas…
¿Y qué hay de la esclavitud a la que nos somete la ley? No, damas y caballeros. La ley de Dios no nos esclaviza sino que nos libera. Si siguiéramos todos nuestros deseos, si comiésemos todo lo que nos apetece, si entregásemos nuestra vida al trabajo, entonces seríamos esclavos de nuestra condición sexual, de nuestros apetitos humanos, esclavos de nuestras carreras. Nuestra libertad sería algo meramente ilusorio. Cuando, por el contrario, nos sometemos a Dios Todopoderoso, más allá de este mundo, nos hacemos dueños y soberanos en este mundo. Y esto también es parte de la santidad.
En suma: La idea de lo santo que encontramos en el Levítico es prácticamente la opuesta a lo numinoso de Otto. La del Levítico se trata de una idea jurídica. Se vive a lo Divino obedeciendo Su Ley, en la que se combina lo racional y ético con lo inefable y ritual. Es una idea omnicomprensiva, un proyecto de vida. 
¿Me equivoco si pienso que esta idea de santidad no resulta tan sorprendente en esta Universidad, donde servir en la obra de Dios es, aquí también, lo que da pleno sentido a la totalidad de la vida? En hebreo existe una frase muy habitual que define nuestra relación con Dios – Avodat Hashem. Obra de Dios. Significa dos cosas: que la Creación, el Cielo y la Tierra, es obra de Dios pero también que estamos en este mundo para hacer la obra de Dios. Avodat Hashem: Opus Dei. Muchas gracias”.

jueves, 24 de noviembre de 2011

Entrevista a Manuel Pizarro


Es el primer día lluvioso y fresco del otoño. Conforme accedo a la sexta planta del emblemático edificio de Ibercaja en Madrid, en el tramo de la calle Alcalá más cercano a la Puerta del Sol, ya se palpa en el ambiente que en los bancos la vida empieza temprano. Al entrar en el elegante despacho donde estoy citada, apenas me da tiempo de fijarme en la impresionante calidad de los cuadros que cuelgan de las paredes. "Eso es un Picasso", me dirá poco más tarde mi protagonista. El despacho es luminoso y funcional, tradicional y acogedor, como el saludo que tanto a mí como al equipo de TELVA nos dirige uno de los hombres más importantes de la economía y la empresa de nuestro país en los últimos 30 años. Abogado del Estado y Agente de Cambio y Bolsa, ha sido responsable y presidente de todas las instituciones de gestión económica con las que un país puede contar: desde una caja de ahorros hasta una multinacional energética, desde la Bolsa de Madrid hasta la Federación Iberoamericana de Bolsas y Valores. Ha ostentado ocho cargos en direcciones generales del Estado, y tiene una carrera docente universitaria y académica difícil de igualar. Ha tenido tiempo, además, de presidir o ser consejero y patrono de dieciséis fundaciones que trabajan en todos los ámbitos sociales. Así es Manuel Pizarro.

¿Cuál es el remedio para esta crisis de Occidente?

Lo primero que hay que hacer es sanear el sistema financiero para que el crédito vuelva a la sociedad. Hasta que no se haga esto, no se avanzará. Las entidades deben reconocer a través de sí mismas o del Banco de España cuál es su situación real. Hay que premiar al que lo ha hecho bien y castigar al que lo ha hecho mal. Hasta que los responsables de las entidades no dejen de estar preocupados por sí mismos y empiecen a pensar en cómo devolverle el crédito a la sociedad, esto no se arreglará. Porque además, ésa es la función de una entidad financiera. La crisis inmobiliaria se resolvería igual que las crisis bursátiles: bajando el precio de las cosas para adecuarlo al mercado.
"Hasta que los bancos no dejen de estar preocupados por sí mismos y empiecen a pensar en devolverle el crédito a la sociedad, esto no se arreglará"

¿Cuál es el problema de Europa?

La falta de liderazgo. Echo de menos a Helmut Kohl. Cuando cae el Muro, a nadie se le ocurre decir que va a dejar de pagar nada. Al año de trabajar en equipo y ser conscientes de ello. Un país es, en muchos aspectos, como una empresa. Una empresa es mucho más ágil si tiene un equipo cohesionado detrás. Los tuyos te siguen, pero el presidente tiene que ir primero, abriendo camino y dando ejemplo. España, si se pone las pilas, es imparable. A este país no lo arrastra nadie si nos esforzamos por salir adelante. Hemos demostrado que podemos estar entre los mejores, y podemos volver a hacerlo. Pero con esfuerzo, siempre con esfuerzo.

¿Qué valores perdidos u olvidados crees que deberíamos recuperar?

La cultura del ahorro y la austeridad fue fundamental para nuestro progreso. Y el respeto a los valores de la familia como entidad moral pero también civil. La familia y la responsabilidad que conlleva es un eje vertebrador importantísimo en la sociedad. Era una España donde se valoraba todo, desde la ropa de tu hermano y los libros que tú mismo heredabas hasta el respeto a la palabra de tu padre y tus mayores. A partir de los años 80, con el cambio de gobierno, se empezó a cambiar esa forma cultural de vivir. Enseñaron a los jóvenes a no valorar nada y a que el Estado cuidara y pagara por todo. Esa política volvió débil e indefensa a la nueva generación. Y un país sin capacidad de esfuerzo y sacrificio se hunde tarde o temprano. Admiro cada vez más la cultura anglosajona, porque se premia el mérito individual, el esfuerzo y el deporte. Muchos de los que empezaron a ostentar el poder en aquella época, lo alcanzaron sin ni siquiera aprobar exámenes técnicos, y ellos mismos no valoraban el trabajo y la lucha individual. Cuando no valoras lo que tienes, ni las empresas salen adelante ni se crea riqueza para la mejora de la vida de las gentes. La búsqueda de la excelencia es clave en todos los órdenes, la vida es una lucha continua.
"Hay que exigir responsabilidades a políticos, empresarios y financieros. Premiar a quien lo hizo bien y castigar al que lo hizo mal"

¿Cómo ha sido posible el desastre de Lehman Brothers y todo lo que ha venido después?

En EEUU no se han exigido responsabilidades ni se ha controlado el sistema financiero. No se pueden evaporar billones de dólares, que nadie sepa nada y que la Reserva Federal no diga nada.

¿Qué ocurrirá con las pensiones en el futuro?

Las pensiones las pagan los jóvenes que trabajan. Y el paro juvenil crece de forma incontrolada. Así que primero hay que solucionar el paro. Pero para ello hay que flexibilizar el mercado de trabajo y ayudar a los empresarios. Es todo una rueda. Por ejemplo, el proceso concursal de la General Motors se hizo en 3 meses. Aquí ese proceso hubiera durado años. Eso hizo que la empresa pudiera reducir costes muy rápido, y seis meses después estaban de nuevo aumentando la producción. Al final, los beneficiados fueron los trabajadores que recuperaron sus trabajos. También es cierto que aquí, por la educación recibida, la gente espera a que se le recoloque. Hay que saber competir y buscarse un medio de vida. Es cuestión de reubicarse, explotar nuestros talentos que quizá son distintos a los que pensábamos. Es lo que hacemos en la Fundación de Albarracín, y el empleo crece cada año.
"En España tenemos que trabajar mucho, ahorrar mucho y ser conscientes de que tenemos que bajar nuestro nivel de deuda y no nos queda más remedio"

¿Qué tendría hoy que hacer una pareja joven con pequeños ingresos?

Ser muy rigurosos con el gasto. Gastar siempre menos de lo que se gana. Sea como sea, al menos un euro menos. Y en cualquier caso, calcular bien hasta dónde se pueden endeudar. El endeudamiento en sí mismo no es malo, lo malo es cuando entre los intereses que pagas y los gastos que tienes, se gasta más de lo que ganas.

¿Qué mejoras tendría que encarar el nuevo gobierno en las administraciones públicas?

Soy un gran defensor del funcionariado capacitado. Lo malo es cuando el funcionario lo es sin oposición y formación suficiente. Sólo se valora lo que cuesta. Y si el funcionario no se ha capacitado al máximo porque, además, sus superiores tampoco lo han hecho, difícilmente podemos avanzar. Las cúpulas de las administraciones son cargos públicos que deberían exigir y fomentar la máxima capacitación posible en los órganos inferiores. Creo que es lo más urgente por ejemplo, en el departamento de Justicia.

¿Y con respecto a las ayudas europeas que recibe España?

No tiene sentido que se subvencione un producto que no se consume o no se recoge, en el caso de la agricultura. Habrá que repensar qué hacer y cómo gestionar esos medios. Debemos convencernos de que España ya no va a poder competir como país de precio bajo, sino como país de calidad. Toda la clase empresarial y estudiantil tiene que ser consciente de esto.

¿Cree que habrá más fusiones de bancos y cajas?

Lo que tiene que haber es una regularización. Pero hay que dejar que cada uno sea lo que quiera ser. Hay cajas pequeñas que son muy solventes.

¿Cómo resumes tu etapa como presidente de Endesa?

No quisimos tener 'stock options' ni ventajas añadidas. Cuando se trabaja a largo plazo no puedes fijar las ganancias de los accionistas a corto plazo, porque corres el riesgo de acabar gastándote lo que no generas. Es importante tener un gran conocimiento de las posibilidades de crecimiento reales. Y siempre buscar una coherencia entre lo que se piensa (qué es lo que queremos hacer), lo que se dice (lo que vas promoviendo en tus empleados y directivos) y lo que se hace (cómo se trabaja). Y con el mayor rigor y transparencia posibles. En Endesa no sólo se ganó dinero, sino que además conseguimos crear más de mil empleos (en As Pontes, en Ponferrada, en Andorra) que no tenían nada que ver con la actividad energética en sí misma. Eso es hacer empresa.

¿Cuál ha sido tu mejor legado en esta empresa?

Garantizar los derechos de los trabajadores y de los accionistas. Desde 2002 hasta 2007 multiplicamos el precio de las acciones por cinco.

¿Qué empresarios pondrías como modelo a seguir en nuestro país?

En España hay una gran colección de magníficos empresarios. Amancio Ortega, Tomás Pascual, hombres hechos a sí mismos desde abajo. En todo generador de riqueza hay siempre un hombre que cree en sí mismo, que trabaja más que nadie, que ahorra más que nadie. Y en la banca igual. Un Ignacio Villalonga, un Luis Valls... estos hombres se han dejado su vida ahí. En la Bolsa, Jaime Aguilar, Enrique de Benito, Pedro Rodríguez Ponga...

miércoles, 23 de noviembre de 2011

El Papa en Benin: pedid a vuestros padres que recen con vosotros


Poco antes de las 17.00, Benedicto XVI llegó al Hogar Paz y Alegría, donde seis hermanas misioneras de la Caridad de Madre Teresa de Calcuta cuidan de decenas de niños abandonados o enfermos, y aseguran alimentos a otros niños de la zona que padecen malnutrición.
 
  El Papa fue acogido por los niños con cantos y bailes. Tras rezar con ellos y bendecirlos, visitó el Hogar, y seguidamente se dirigió en su compañía a la vecina parroquia de Santa Rita. Allí le esperaban unos 800 niños de la ciudad con sus acompañantes. El coro de la Infancia Misionera animó el encuentro, que inició con la adoración del Santísimo Sacramento. Después del saludo del obispo de Porto-Novo, Mons. René-Marie Ehouzou, y de dos niños, el Santo Padre dirigió unas palabras en francés a los pequeños:
 
  “Os saludo con gran alegría. Gracias porque los que habéis venido sois muy numerosos. Dios nuestro Padre nos ha convocado alrededor de su Hijo y nuestro hermano Jesús (...), que nos quiere tanto y está verdaderamente presente en los sagrarios de todas las iglesias del mundo, de vuestros barrios y parroquias. Os invito a visitarlo con frecuencia para manifestarle vuestro amor”.
 
  “Algunos de vosotros habéis hecho ya la primera comunión, otros os estáis preparando para hacerla. (...) Cuando comulgo, Jesús viene a habitar dentro de mí. Tengo que recibirlo con amor y escucharlo con atención. En lo más profundo del corazón, le puedo decir, por ejemplo: ‘Jesús, yo sé que tú me amas. Dame tu amor para que te ame y ame a los demás con tu amor. Te confío mis alegrías, mis penas y mi futuro’. Queridos niños, no dudéis en hablar de Jesús a los demás. Es un tesoro que hay que saber compartir con generosidad”.
 
  “La oración (...) es un grito de amor dirigido a Dios nuestro Padre, con el deseo de imitar a Jesús nuestro Hermano. (...) Como Jesús, yo también puedo encontrar cada día un lugar tranquilo para recogerme delante de una cruz o una imagen sagrada para hablar a Jesús y escucharlo. También puedo usar el Evangelio. Después me fijo con el corazón en un pasaje que me ha impresionado y me que guiará durante la jornada. Quedarme así por un rato con Jesús le permite darme su amor, su luz y su vida. Y estoy llamado, por mi parte, a dar este amor que recibo en la oración a mis padres, mis amigos, a todos los que me rodean, incluso a los que no me quieren o a los que yo no quiero tanto. (...) Pedid también a vuestros padres que recen con vosotros”.
 
  “Mirad, saco un rosario de mi bolsillo. (...) Tal vez ya sabéis rezar esta oración; si no es así, pedid a vuestros padres que os enseñen. Cada uno de vosotros recibirá un rosario al terminar nuestro encuentro. Cuando lo tengáis en vuestras manos, podréis rezar (...) por todas las intenciones importantes. Y ahora, antes de que os bendiga con gran afecto, recemos juntos un Ave María por los niños de todo el mundo, especialmente por los que sufren a causa de la enfermedad, el hambre y la guerra”.
 
  Después de la bendición final, el Santo Padre se trasladó en automóvil a la Nunciatura Apostólica de Cotonou para mantener un encuentro con los obispos del Benín.

sábado, 19 de noviembre de 2011

La Teología del Cuerpo de Juan Pablo II

El fundamento de la sacramentalidad del matrimonio
Pasajes más relevantes de la comunicación al congreso internacional sobre la Teología del Cuerpo, celebrado en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum, de Roma, del 9 al 11 de noviembre, por el profesor Miguel Paz LC*.


Juan Pablo II pone el fundamento de la sacramentalidad del matrimonio en la “imagen y semejanza con Dios que desde “el principio”, esto es, en el “plan original” de Dios, tiene la unión entre el hombre y la mujer. El paralelismo que encontramos en Génesis 1, 27: “A imagen suya los creó / macho y hembra los creó” revela que la “unión de los dos” representa la más originaria visibilidad del amor de Dios (o de Dios que es Amor) en el mundo. Esta idea la resume Juan Pablo II en la Familiaris Consortio n. 11:
        Dios ha creado al hombre a su imagen y semejanza: llamándolo a la existencia por amor, lo ha llamado al mismo tiempo al amor. Dios es amor y vive en sí mismo un misterio de comunión personal de amor. Creándola a su imagen y conservándola continuamente en el ser, Dios inscribe en la humanidad del hombre y de la mujer la vocación y consiguientemente la capacidad y la responsabilidad del amor y de la comunión.
        La “unidad de los dos” en el capítulo segundo del Génesis se expresa como unión en “una sola carne”. Adán después de haber pasado revista a los animales sin encontrar en ellos un “ayuda semejante” (una “ayuda adecuada” traduce Juan Pablo II), reconoce en el cuerpo de Eva su propia humanidad, la imagen de Dios: “Esta vez sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne” (Gn 2, 23) y de este reconocimiento surge la unión: “por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y se harán una sola carne” (Gn 2,24). El cuerpo sexuado lleva “inscrita” en su visibilidad la llamada al amor y a la comunión más íntima. Es lo que Juan Pablo II llama el “significado esponsal” del cuerpo humano.
        Jesucristo, al expresar su concepción del matrimonio en su respuesta a la cuestión del divorcio (cfr. Mt 19 = Mc 10) se remite “al principio” : Moisés permitió el divorcio, pero “al principio no fue así” (Mt 19, 8) y une Gn 1,27 con Gn 2, 24: «¿No habéis leído que el Creador, al principio, “los hizo varón y hembra”, y que dijo: “Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una sola carne?” De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios unió no lo separe el hombre» (Mt 19,4-6).
        San Pablo, recogiendo la enseñanza de Cristo, tiene en mente Gn 2, 23-24 cuando expresa lo que Juan Pablo II llama la “gran analogía” entre la unión del hombre y la mujer en “una sola carne” y la unión entre Cristo y la Iglesia. En el capítulo 5 de la Carta a los Efesios, exhortando a los esposos cristianos a amar a sus esposas, pone como modelo el amor entre Cristo y su Iglesia: «Porque nadie aborreció jamás su propia carne; antes bien, la alimenta y la cuida con cariño, lo mismo que Cristo a la Iglesia, pues somos miembros de su Cuerpo. “Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una sola carne”. Gran misterio es éste, lo digo respecto a Cristo y la Iglesia» (Ef 5, 29-32).
        Esta “gran analogía” recorre la Sagrada Escritura. Procede de la tradición profética y conecta perfectamente con el hecho de que “la unidad de los dos” “en una sola carne” sea “imagen y semejanza de Dios” desde el punto de vista del amor y la comunión. Y el amor y comunión de Dios con respecto a la humanidad, en la Escritura se llama “Alianza”, primero de Dios con su Pueblo, luego perfectamente cumplida en la unión de Cristo con su Iglesia, la “Nueva Alianza”.
        El matrimonio, para S. Pablo es “misterio” con respecto a Cristo y la Iglesia, esto es, manifestación y participación del plan de salvación de Dios escondido desde la eternidad y en la plenitud de los tiempos revelado y realizado en Cristo. Es sacramento de la Nueva Alianza.
        Vamos a profundizar algo más en esta línea a partir de la expresión “una sola carne”, ¿cuál es su significado? La expresión “una sola carne” en su sentido más físico, hace referencia inmediata a un dato biológico común a todos los seres sexuados: que los órganos masculino y femenino funcionan como un solo órgano para realizar una función que ninguno de los dos puede realizar solo: la generación de un nuevo ser viviente, semejante al padre y a la madre y de su misma especie.
        Este hecho biológico, en el ser humano adquiere un significado muy superior, pues se integra en la unidad de la persona humana y en su relación con los demás y con Dios: «La índole sexual del hombre y la facultad generativa humana superan admirablemente lo que de esto existe en los grados inferiores de vida», nos enseña el Concilio Vaticano II (Gaudium et Spes, n. 51). Es un significado de amor, un “significado esponsal”, que al mismo tiempo es una exigencia moral, una “vocación al amor” pues toda digna relación humana de algún modo se resume en el amor. Esta “vocación al amor” se realiza en el matrimonio o en la castidad consagrada por el reino de los cielos. (También podemos decir que la realiza quien sin casarse o consagrarse vive la castidad propia de su estado y se esfuerza por cumplir el precepto del amor a Dios y al prójimo.)
        La diferencia-complementariedad entre el hombre y la mujer es el más básico ser-el uno-para-el-otro que existe a nivel de relaciones humanas, y hace posible el amor que llamamos sexual. En el ser humano el acto sexual se abre a la procreación como acto de amor. El amor de los progenitores se difunde en el amor hacia el hijo que viene procreado. El matrimonio es el único “lugar” existencial en que el ejercicio físico de la sexualidad alcanza su dignidad de amor, pues se integra en la donación mutua de toda la persona. Dice Juan Pablo II en la Familiaris Consortio n. 11:
        El único "lugar" que hace posible esta donación total es el matrimonio, es decir, el pacto de amor conyugal o elección conscien­te y libre, con la que el hombre y la mujer aceptan la comunidad íntima de vida y amor, querida por Dios mismo (Gaudium et Spes, 48), que sólo bajo esta luz manifiesta su verdadera significado.
        Y es que en el ser humano, este fenómeno de la diferencia-complementariedad entre el hombre y la mujer, que llamamos sexualidad, abarca todos los niveles de la persona: el biológico-corporal, el psicológico, el espiritual, este último entendido no sólo como inteligencia y libertad, sino también en su apertura a Dios. Esta apertura la llena Dios mismo con su gracia, elevando al hombre al nivel de participación a la misma vida divina, a nivel sobrenatural. Los tres primeros niveles están unidos por la naturaleza humana, que es naturaleza racional, capaz de conocimiento y amor, es la naturaleza de la persona humana. El nivel sobrenatural, que da al amor la plenitud última a la que tiende, se alcanza solamente por don de Dios y, aunque implique directamente y en primer lugar el nivel espiritual, precisamente por la unidad sustancial de la persona humana, alcanza también los otros niveles. Es toda la persona la que por la gracia queda unida a Dios. De nuevo citamos el n. 11 de la Familiaris Consortio:
        En cuanto espíritu encarnado, es decir, alma que se expresa en el cuerpo informado por un espíritu inmortal, el hombre está llamado al amor en esta su totalidad unificada. El amor abarca también el cuerpo humano y el cuerpo se hace partícipe del amor espiritual.
        El sacramento del matrimonio encuentra su explicación precisamente en este encuentro entre dos realidades que atañen a toda la persona humana: la sexualidad y la gracia. El matrimonio adquiere un significado y una realidad superior, sobrenatural, a la luz del “misterio”, es decir, de la realización del plan eterno de salvación en Jesucristo.
        Como enseña el Concilio Vaticano II, «Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, revela plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación» (Gaudium et spes n. 22). ¿De dónde viene últimamente la capacidad y la exigencia de amor interpersonal a la que está llamada la sexualidad humana? Toda verdadera unión de amor entre los seres humanos participa del amor de Dios, es su reflejo “a su imagen y semejanza”. Más en concreto, la unión de amor entre el hombre y la mujer es el modo más “originario” en que se refleja el amor de Dios por la humanidad, que encuentra su culmen en Jesucristo, Dios y hombre verdadero, la perfecta Imagen del Padre.
        Jesucristo en los Evangelios se presenta como “el Esposo”; viene a culminar la Alianza entre Dios y la humanidad. Por el amor que recibe de Dios en Cristo, la persona recobra su integridad y la armonía entre todos los niveles de su ser, llega a ser en sí misma “imagen y semejanza” de Dios. Al mismo tiempo, se hace capaz de amar verdaderamente a los demás “a imagen y semejanza” del Amor de Dios. Este Amor ha sido derramado en los corazones de los cristianos con el Espíritu Santo que les ha sido dado (cfr. Rm 5,5). Y es que el matrimonio no sólo es imagen de la comunión Cristo-Iglesia, sino también de la comunión Padre-Hijo en el Espíritu Santo. Estas dos analogías se deducen la una de la otra: la entrega mutua de Cristo y su Iglesia es imagen y realización en la historia de la entrega eterna del Padre y el Hijo. Así se expresa Juan Pablo II, en la Mulieris Dignitatem, n. 7:
        Ser persona a imagen y semejanza de Dios comporta también el existir en relación al otro “yo”. Esto es preludio de la definitiva autorreve­lación del Dios uno y trino: unidad viviente en la comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu San­to. (...) Dios, que se deja conocer por los hombres por medio de Cristo es unidad en la Trinidad: es unidad en comunión. (...) El hecho de que el ser humano, creado como hombre y mujer, sea imagen de Dios no significa solamente que cada uno de ellos individual­mente es semejante a Dios como ser racional y libre; significa además queel hombre y la mujer, creados como "unidad de los dos" en su común humanidad, están llamados a vivir una comunión de amor y, de este modo, reflejar en el mundo la comunión de amor que se da en Dios, por la que las tres Personas se aman en el íntimo misterio de la única vida divina.
        Podemos decir que si la unidad del hombre y Dios en Jesucristo es afirmada y aceptada, entonces se afirma también la unidad entre los diversos componentes de la persona, y la unidad de las personas entre sí en relaciones de verdadero amor. Si se niega la encarnación de Cristo, se niega la unión entre la humanidad y la divinidad y se termina por negar la unidad psicofísica del hombre y la unión entre los seres humanos. No se capta ya el significado humano de lo biológico, y menos todavía el significado sobrenatural de lo humano. Esta disgregación de significados es, según Juan Pablo II, el gran error del pensamiento moderno, como podemos ver en la Carta a las Familias, n. 19:
        La separación entre espíritu y cuerpo en el hombre ha tenido como consecuencia que se consolide la tendencia a tratar el cuerpo humano no según las categorías de su específica semejanza con Dios, sino según las de su semejanza con los demás cuerpos del mundo creado, utilizados por el hombre como instrumentos de su actividad para la producción de bienes de consumo. Pero todos pueden comprender inmediatamente cómo la aplicación de tales criterios al hombre conlleva enormes peligros. Cuando el cuerpo humano, considerado independientemente del espíritu y del pensamiento, es utilizado como un material al igual que el de los animales —esto sucede, por ejemplo, en las manipulaciones de embriones y fetos—, se camina inevitablemente hacia una terrible derrota ética.
(…)
        Para el racionalismo es impensable que Dios sea el Redentor, y menos que sea«el Esposo»,fuente originaria y única del amor esponsal humano. El racionalismo interpreta la creación y el significado de la existencia humana de manera radicalmente diversa; pero si el hombre pierde la perspectiva de un Dios que lo ama y, mediante Cristo, lo llama a vivir en él y con él; si a la familia no se le da la posibilidad de participar en el «gran misterio», ¿qué queda sino la sola dimensión temporal de la vida?Queda la vida temporal como terreno de lucha por la existencia, de búsqueda afanosa de la ganancia, la económica ante todo.
        El gran esfuerzo de la Iglesia en los tiempos modernos está siendo el de suturar este desgarramiento, esta fragmentación en la auto-comprensión del ser humano. El Concilio Vaticano II en la constitución pastoral Gaudium et Spes, la encíclica Humanae Vitae de Pablo VI, las Catequesis sobre el amor humano en el plan divino de Juan Pablo II, junto con la monumental producción de su pontificado en torno al matrimonio y a la familia, son las piedras miliares en este camino contracorriente a una civilización que con lógica implacable se precipita a las conclusiones de unas premisas mal puestas y ciegamente mantenidas.
        Podemos resumir así el evangelio del matrimonio, que hoy más que nunca la Iglesia debe proclamar:
        El amor entre el hombre y la mujer, fundado sobre su diferencia-complementariedad sexual, que les hace ser uno para al otro y les abre a la transmisión de la vida humana, alcanza su digna realización en el matrimonio, el cual, a la luz del plan divino de salvación, es imagen y participación en el mundo visible y sensible del amor único, indisoluble y fecundo de Dios por la humanidad, que encuentra su plenitud en el amor entre Cristo y la Iglesia, imagen y participación a su vez del amor entre el Padre y el Hijo, el Espíritu Santo,en el seno de la Trinidad.
* Miguel Paz LC es profesor extraordinario de Teología del Sacramento del Matrimonio en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum.

domingo, 13 de noviembre de 2011

Operaciones de "cirugía"

Por Alfonso Aguiló

Hemos dicho que consolidar una relación de confianza –con un amigo, con un compañero, con tu cónyuge, con uno de tus hijos– requiere una buena dosis de paciencia, y que de ordinario no conviene empujar ni presionar nada.
        Sin embargo, hay situaciones más extraordinarias en las que las cosas pueden ser algo distintas.
        Por ejemplo, imagínate que has sabido a través de terceros que una persona te oculta algo de importantes consecuencias y que, por su bien y por el tuyo, es preciso aclararlo. Esto puede suceder en el ámbito familiar con uno de tus hijos, porque descubres quizá unas mentiras en cuestiones escolares, o pequeños robos, o que bebe más de la cuenta cuando sale con sus amigos, o incluso que ha hecho sus primeras incursiones en el mundo de la droga, blanda o dura (y sabemos bien que no se trata de posibilidades tan lejanas hoy para el ciudadano medio). O puede sucederte en el ámbito laboral, porque descubres una deslealtad de un compañero, o un atropello de tu jefe, o una camarilla de críticas entre unos subordinados, o lo que sea. O puede tratarse de una dificultad de entendimiento con tu cónyuge, tu hijo o tu suegra. O a lo mejor eres un adolescente que por una serie de detalles has visto ir deteriorándose la relación con tu padre o tu madre, hasta hacerse muy desagradable. O estás pasando un momento difícil en el noviazgo, o ves cómo una serie de agravios y malentendidos han llegado a enfriar una relación de amistad antes muy gratificante.
        Son todas ocasiones que pueden presentarse y se presentan con cierta frecuencia. Es difícil dar reglas generales, pero en muchas de ellas sería un error –a veces un daño grave– dejar pasar las cosas y perder torpemente la oportunidad de tener una amplia conversación clarificadora con la persona en cuestión. Las situaciones pueden ser muy diversas, y es fácil que puedan en su comienzo resultarnos costosas, e incluso algo violentas, y exijan por nuestra parte un cierto ejercicio de fortaleza personal.
        Lo que nunca conviene es ignorar neciamente la realidad: los problemas no desaparecen por ignorarlos.
        Las cosas que no se aclaran a su debido tiempo van formando como un muro de escoria entre las personas, una barrera que se va endureciendo poco a poco a base de inercias y cobardías, produciendo incomprensiones y agravios cada vez más lacerantes, y es una lástima dejar que ese muro crezca hasta hacerse inderribable.
        Si vemos, por ejemplo, que alguien quizá no está siendo sincero con nosotros, y hay motivos que reclaman una solución a esa situación anómala, conviene afrontar el problema con decisión y lealtad. Será preciso comprobar las cosas que parece que no cuadran, atar cabos, contrastar, aclararse, hablar. Y no con una necia o dolida desconfianza, sino con un diligente y respetuoso deseo de arrojar luz y aire fresco sobre una relación que vemos –porque se nota– que se está enrareciendo.
        Son conversaciones muchas veces difíciles, pero es preciso afrontarlas. A veces será necesario pasar por momentos de cierta tensión, porque serán verdaderas operaciones quirúrgicas, en las que quizá haya que causar dolor, porque es preciso abrir hasta dejar a la vista el tumor, y así poder curar.
        Hay que pensar bien la conversación, y acometerla con valentía, ofreciendo nuestra sinceridad y nuestra franqueza al tiempo que solicitamos la suya.
        Y procurar dejarle una salida fácil, sin poner su amor propio en contra de la sinceridad, sino a favor. Y plantear las cosas dejando fácil que se desahogue por completo, ayudándole con preguntas sencillas, quizá incluso aventurando delicada y prudentemente lo que suponemos que está en su mente y no termina de salir a la luz; y lo hacemos incluso pasándonos un poco, para que simplemente tenga que asentir, o matizar a la baja lo que nosotros hemos dicho y quizá a él le costaría decir por sí mismo.
        Quizá, además del dolor propio, causemos también en el otro un dolor inicial, pero es preciso hacerlo, con la delicadeza necesaria, porque muchas veces será la única forma eficaz de ayudar, y otra cosa sería engañarnos, algo así como querer curar un cáncer a base de esparadrapo y mercromina. La cirugía de la sinceridad, si se hace bien, desatasca el cauce de la confianza y hace brotar ese agradecimiento grande que nace del desahogo.
        —Supongo que en los casos en que, después de una cirugía profunda, haya salido a la luz un problema serio, de los que humillan, el postoperatorio puede ser largo...
        Sí, y entonces hay que saber profundizar en la psicología de esas personas en esos momentos, saber hacerse cargo del temporal que puede haberse desatado en su interior, de su posible desesperanza, de su tentación de dar un desplante y tirarlo todo por la borda si no encuentra en nosotros la acogida que él esperaba a su sinceridad. La clave está en saber valorar la dificultad que el otro puede tener para asimilar la humillación que subjetivamente le haya podido suponer.
        —De todas formas, supongo que lo ideal sería que raramente hiciera falta esa cirugía porque haya suficiente confianza.
        Por supuesto. Si uno procura ser asequible, y se ocupa de ser receptivo a los problemas que surgen, pocas veces se presentarán problemas serios, porque se detectarán cuando son aún pequeños y pueden resolverse de forma sencilla.
        Hay que saber aprovechar los momentos favorables, esas ocasiones en que se percibe una mayor confianza, cuando se distingue en la mirada un matiz que invita a la confidencia, una especie de receptividad especial por parte de la otra persona. Es una pena dejar escapar esos momentos en que resulta mucho más fácil hablar de una forma lúcida y relativamente serena acerca de esos temas delicados que necesitábamos tratar, sobre todo en aquellas relaciones personales en las que esos momentos no son frecuentes.
        También hay que procurar llegar a tiempo. En esto sucede como en la medicina: se adelanta mucho si se detecta el mal en sus comienzos, cuando los síntomas son menos notorios. Es verdad que entonces es más difícil hacer el diagnóstico, y deducir cuál es el mal, pero también se cura mucho más fácilmente. En cambio, después, aunque el diagnóstico fuera perfecto, ya no es tan fácil curar. Y siguiendo esa comparación, podría decirse que hay que apostar decididamente por la medicina preventiva: favorecer estilos de vida sanos, diagnosticar a tiempo y dar tratamientos que curen pronto y sin secuelas: ahí se demostrará la calidad de nuestras relaciones humanas.
        Se trata, por ejemplo, de crear a nuestro alrededor un clima que inspire confianza, que fomente la sinceridad y lealtad mutuas; de ser personas de talante positivo, animante, abierto, alentador: que la gente, después de hablar con nosotros, después de escucharnos, se sienta optimista, alegre, ilusionada (y eso aunque alguna vez hayamos tenido que decirles –por su bien– cosas fuertes); de ser personas que no se atrincheran en sus propias afirmaciones, como un retórico grandilocuente que se encastilla en sus excesivas seguridades; de ser personas que escuchan, que desean sinceramente enriquecer su mente con la aportación de los demás.
        Cuanto más profundamente comprendemos los problemas de los demás, más apreciamos a esas personas, y más respeto sentimos por ellas.

Sobre la propuesta «vaticana» a la crisis económica mundial


Por Eugenio Martín Elío

El lunes 24 de octubre del 2011 el Consejo Pontificio “Justicia y Paz” publicó una nota titulada “Por una reforma del sistema financiero y monetario internacional en la perspectiva de una autoridad pública con competencia universal”. Ante la crisis financiera que vive el mundo globalizado, me parece digno de atención que la Iglesia se preocupe por hacer un diagnóstico y buscar soluciones a un problema que nos afecta a todos. Desde el año 2008 nos hemos visto sacudidos periódicamente por noticias preocupantes de volatilidad del mercado, suspensión de pagos, caída de bolsas nacionales, cierre de bancos, inestabilidad de divisas… Hasta los que no somos expertos en economía, nos damos cuenta de que algo no está funcionando en el actual sistema capitalista, y nos preguntamos si no se estará derrumbando y al final serán quienes están en la base de la pirámide los que terminen sosteniendo el peso de toda la alacena y pagando los platos rotos.
        Ya desde la caída del muro de Berlín y la publicación de la encíclica "Centessimus annus”, el Papa Juan Pablo II había advertido que ante el desmoronamiento del sistema comunista, sólo funcionaría el sistema capitalista si aceptaba algunos correctivos. Y señalaba tres condiciones: que el dinero no precediera al trabajo, que el obrero no estuviera sometido al producto y que las ganancias no fueran el único y principal interés, olvidando el bien común. Y en el plano económico, defendía la propiedad y la iniciativa privadas, pero ligadas socialmente y ordenadas por el Estado hacia el bien común. Veinte años después de su publicación, podemos comprobar que el neoliberalismo dominante no sólo se está revirtiendo contra el hombre, sino que –como ha dicho Benedicto XVI en el reciente encuentro de Asís del 27 de octubre del 2011–“la adoración de Mamón, del tener y del poder, se revela una anti-religión, en la cual ya no cuenta el hombre, sino únicamente el beneficio personal”.
        No por nada, algunos agudos pensadores han observado que tanto el sistema marxista-comunista como el capitalista-neoliberal hunde sus raíces filosóficas en la reducción del hombre que propuso Hegel. No sólo el sistema comunista causó un vacío espiritual sacrificando la libertad humana y negando toda trascendencia, sino que también el capitalismo salvaje ha reducido al hombre a una pieza dentro del sistema y se ha confiado ciegamente a la dirección de una mano invisible que no acepta reglas morales ajenas a la ganancia y la suma de los intereses particulares. Por eso el documento de la Santa Sede descubre en el liberalismo económico “sin reglas ni controles” una de las causas de la actual crisis económica, y denuncia la separación de los mercados financieros especulativos de la economía real.
        La globalización de la economía se ha visto más reflejada en una libertad de movimiento de los grandes capitales e inversionistas mundiales que en una globalización de las oportunidades, de los medios y de la solidaridad para todos. Si además añadimos que esa globalización con frecuencia ha obedecido a los intereses particulares de políticos y tecnócratas, no nos sorprenderá constatar cada vez mayores concentraciones de riqueza, desigualdades en su distribución y endeudamientos de los gobiernos, con tal de mantenerse en el poder.
        Entenderemos mejor todo esto si analizamos la economía de los países más ricos del mundo. Tal vez pueda discutirse el modo concreto para llevar a cabo la solución a esta crisis económica mundial y una posible autoridad financiera mundial, como propone el organismo vaticano, pero ojalá no quede en saco roto la urgente necesidad de una reforma que recupere el primado del espíritu y de la ética, para que la economía se ponga verdaderamente al servicio del hombre y del bien común.

¿Qué le pasa a la ONU?

   Por    Stefano Gennarini, J.D       La ONU pierde credibilidad con cada informe que publica. Esta vez, la oficina de derechos humanos de ...