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domingo, 27 de diciembre de 2009

Mensaje de Navidad de Benedicto XVI


Mensaje de Navidad que pronunció Benedicto XVI a mediodía del 25 de diciembre
desde el balcón de la fachada de la Basílica de San Pedro del Vaticano,
antes de impartir su bendición "urbi et orbi".
Ciudad del Vaticano, 25 diciembre 2009.


Queridos hermanos y hermanas de Roma y del mundo entero,
y a todos vosotros, hombres y mujeres a quien Dios ama

"Lux fulgebit hodie super nos,
quia natus est nobis Dominus.
Hoy brillará una luz sobre nosotros,
porque nos ha nacido el Señor"
(Misal Romano, Natividad del Señor,
Misa de la aurora, Antífona de entrada).

La liturgia de la Misa de la aurora nos ha recordado que la noche ya pasó, el día está avanzado; la luz que proviene de la gruta de Belén resplandece sobre nosotros.

Pero la Biblia y la Liturgia no nos hablan de la luz natural, sino de una luz diferente, especial, de algún modo proyectada y orientada hacia un "nosotros", el mismo "nosotros" por el que el Niño de Belén "ha nacido". Este "nosotros" es la Iglesia, la gran familia universal de los creyentes en Cristo, que han aguardado con esperanza el nuevo nacimiento del Salvador, y hoy celebran en el misterio la perenne actualidad de este acontecimiento.

Al principio, en torno al pesebre de Belén, ese "nosotros" era casi invisible a los ojos de los hombres. Como nos dice el Evangelio de san Lucas, incluía, además de a María y José, a unos pocos sencillos pastores, que llegaron a la gruta avisados por los Ángeles. La luz de la primera Navidad fue como un fuego encendido en la noche. Todo alrededor estaba oscuro, mientras en la gruta resplandecía la luz verdadera "que alumbra a todo hombre" (Juan 1,9). Y, no obstante, todo sucede con sencillez y en lo escondido, según el estilo con el que Dios actúa en toda la historia de la salvación. Dios quiere ir poniendo focos de luz concretos, para dar luego claridad hasta el horizonte. La Verdad, como el Amor, que ella contiene, se enciende allí donde la luz es acogida, difundiéndose después en círculos concéntricos, casi por contacto, en los corazones y en las mentes de los que, abriéndose libremente a su resplandor, se convierten a su vez en fuentes de luz. Es la historia de la Iglesia que comienza su camino en la gruta pobre de Belén, y a través de los siglos se convierte en Pueblo y fuente de luz para la humanidad. También hoy, por medio de quienes van al encuentro del Niño Jesús, Dios sigue encendiendo fuegos en la noche del mundo, para llamar a los hombres a que reconozcan en Él el "signo" de su presencia salvadora y liberadora, extendiendo el "nosotros" de los creyentes en Cristo a toda la humanidad.

Dondequiera que haya un "nosotros" que acoge el amor de Dios, allí resplandece la luz de Cristo, incluso en las situaciones más difíciles. La Iglesia, como la Virgen María, ofrece al mundo a Jesús, el Hijo que ella misma ha recibido como un don, y que ha venido para liberar al hombre de la esclavitud del pecado. Como María, la Iglesia no tiene miedo, porque aquel Niño es su fuerza. Pero no se lo guarda para sí: lo ofrece a cuantos lo buscan con corazón sincero, a los humildes de la tierra y a los afligidos, a las víctimas de la violencia, a todos los que desean ardientemente el bien de la paz. También hoy, dirigiéndose a la familia humana profundamente marcada por una grave crisis económica, pero antes de nada de carácter moral, y por las dolorosas heridas de guerras y conflictos, la Iglesia repite con los pastores, queriendo compartir y ser fiel al hombre: "Vamos derechos a Belén" (Lc 2,15), allí encontraremos nuestra esperanza.

El "nosotros" de la Iglesia vive donde nació Jesús, en Tierra Santa, para invitar a sus habitantes a que abandonen toda lógica de violencia y venganza, y se comprometan con renovado vigor y generosidad en el camino hacia una convivencia pacífica. El "nosotros" de la Iglesia está presente en los demás Países del Medio Oriente. ¿Cómo no pensar en la borrascosa situación en Irak y en el aquel pequeño rebaño de cristianos que vive en aquella región? Sufre a veces violencias e injusticias, pero está siempre dispuesto a dar su propia contribución a la edificación de la convivencia civil, opuesta a la lógica del enfrentamiento y del rechazo de quien está al lado. El "nosotros" de la Iglesia está activo en Sri Lanka, en la Península coreana y en Filipinas, como también en otras tierras asiáticas, como fermento de reconciliación y de paz. En el continente africano, no cesa de elevar su voz a Dios para implorar el fin de todo abuso en la República Democrática del Congo; invita a los ciudadanos de Guinea y del Níger al respeto de los derechos de toda persona y al diálogo; pide a los de Madagascar que superen las divisiones internas y se acojan mutuamente; recuerda a todos que están llamados a la esperanza, a pesar de los dramas, las pruebas y las dificultades que los siguen afligiendo. En Europa y en América septentrional, el "nosotros" de la Iglesia impulsa a superar la mentalidad egoísta y tecnicista, a promover el bien común y a respetar a los más débiles, comenzando por los que aún no han nacido. En Honduras, ayuda a retomar el camino institucional; en toda Latinoamérica, el "nosotros" de la Iglesia es factor de identidad, plenitud de verdad y caridad que no puede ser reemplazado por ninguna ideología, un llamamiento al respeto de los derechos inalienables de cada persona y a su desarrollo integral, anuncio de justicia y hermandad, fuente de unidad.

Fiel al mandato de su Fundador, la Iglesia es solidaria con los afectados por las calamidades naturales y por la pobreza, también en las sociedades opulentas. Ante el éxodo de quienes emigran de su tierra y a causa del hambre, la intolerancia o el deterioro ambiental se ven forzados a marchar lejos, la Iglesia es una presencia que llama a la acogida. En una palabra, la Iglesia anuncia por doquier el Evangelio de Cristo, no obstante las persecuciones, las discriminaciones, los ataques y la indiferencia, a veces hostil, que más bien le permiten compartir la suerte de su Maestro y Señor.

Queridos hermanos y hermanas, qué gran don es formar parte de una comunión que es para todos. Es la comunión de la Santísima Trinidad, de cuyo corazón ha descendido al mundo el Enmanuel, Jesús, Dios-con-nosotros. Como los pastores de Belén, contemplemos embargados de maravilla y gratitud este misterio de amor y luz. Feliz Navidad a todos.

sábado, 26 de diciembre de 2009

“Jesucristo, tú que has nacido en Belén”, “entra en mí, en mi alma”

Homilía que pronunció Benedicto XVI en la Misa del Gallo de la Noche Buena, celebrada en la Basílica de San Pedro.
Ciudad del Vaticano, 24 de diciembre de 2009.

Queridos hermanos y hermanas:

"Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado" (Is 9,5). Lo que, mirando desde lejos hacia el futuro, dice Isaías a Israel como consuelo en su angustia y oscuridad, el Ángel, del que emana una nube de luz, lo anuncia a los pastores como ya presente: "Hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor" (Lc 2,11). El Señor está presente. Desde este momento, Dios es realmente un "Dios con nosotros". Ya no es el Dios lejano que, mediante la creación y a través de la conciencia, se puede intuir en cierto modo desde lejos. Él ha entrado en el mundo. Es quien está a nuestro lado. Cristo resucitado lo dijo a los suyos, nos lo dice a nosotros: "Sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo" (Mt 28,20). Por vosotros ha nacido el Salvador: lo que el Ángel anunció a los pastores, Dios nos lo vuelve a decir ahora por medio del Evangelio y de sus mensajeros. Ésta es una noticia que no puede dejarnos indiferentes. Si es verdadera, todo cambia. Si es cierta, también me afecta a mí. Y, entonces, también yo debo decir como los pastores: Vayamos, quiero ir derecho a Belén y ver la Palabra que ha sucedido allí. El Evangelio no nos narra la historia de los pastores sin motivo. Ellos nos enseñan cómo responder de manera justa al mensaje que se dirige también a nosotros. ¿Qué nos dicen, pues, estos primeros testigos de la encarnación de Dios?

Ante todo, se dice que los pastores eran personas vigilantes, y que el mensaje les pudo llegar precisamente porque estaban velando. Nosotros hemos de despertar para que nos llegue el mensaje. Hemos de convertirnos en personas realmente vigilantes. ¿Qué significa esto? La diferencia entre uno que sueña y uno que está despierto consiste ante todo en que, quien sueña, está en un mundo muy particular. Con su yo, está encerrado en este mundo del sueño que, obviamente, es solamente suyo y no lo relaciona con los otros. Despertarse significa salir de dicho mundo particular del yo y entrar en la realidad común, en la verdad, que es la única que nos une a todos. El conflicto en el mundo, la imposibilidad de conciliación recíproca, es consecuencia del estar encerrados en nuestros propios intereses y en las opiniones personales, en nuestro minúsculo mundo privado. El egoísmo, tanto del grupo como el individual, nos tiene prisionero de nuestros intereses y deseos, que contrastan con la verdad y nos dividen unos de otros. Despertad, nos dice el Evangelio. Salid fuera para entrar en la gran verdad común, en la comunión del único Dios. Así, despertarse significa desarrollar la sensibilidad para con Dios; para los signos silenciosos con los que Él quiere guiarnos; para los múltiples indicios de su presencia. Hay quien dice "no tener religiosamente oído para la música". La capacidad perceptiva para con Dios parece casi una dote para la que algunos están negados. Y, en efecto, nuestra manera de pensar y actuar, la mentalidad del mundo actual, la variedad de nuestras diversas experiencias, son capaces de reducir la sensibilidad para con Dios, de dejarnos "sin oído musical" para Él. Y, sin embargo, de modo oculto o patente, en cada alma hay un anhelo de Dios, la capacidad de encontrarlo. Para conseguir esta vigilancia, este despertar a lo esencial, roguemos por nosotros mismos y por los demás, por los que parecen "no tener este oído musical" y en los cuales, sin embargo, está vivo el deseo de que Dios se manifieste. El gran teólogo Orígenes dijo: si yo tuviera la gracia de ver como vio Pablo, podría ahora (durante la Liturgia) contemplar un gran ejército de Ángeles (cf. In Lc 23,9). En efecto, en la sagrada Liturgia, los Ángeles de Dios y los Santos nos rodean. El Señor mismo está presente entre nosotros. Señor, abre los ojos de nuestro corazón, para que estemos vigilantes y con ojo avizor, y podamos llevar así tu cercanía a los demás.

Volvamos al Evangelio de Navidad. Nos dice que los pastores, después de haber escuchado el mensaje del Ángel, se dijeron uno a otro: "Vamos derechos a Belén... Fueron corriendo" (Lc 2,15s.). Se apresuraron, dice literalmente el texto griego. Lo que se les había anunciado era tan importante que debían ir inmediatamente. En efecto, lo que se les había dicho iba mucho más allá de lo acostumbrado. Cambiaba el mundo. Ha nacido el Salvador. El Hijo de David tan esperado ha venido al mundo en su ciudad. ¿Qué podía haber de mayor importancia? Ciertamente, les impulsaba también la curiosidad, pero sobre todo la conmoción por la grandeza de lo que se les había comunicado, precisamente a ellos, los sencillos y personas aparentemente irrelevantes. Se apresuraron, sin demora alguna. En nuestra vida ordinaria las cosas no son así. La mayoría de los hombres no considera una prioridad las cosas de Dios, no les acucian de modo inmediato. Y también nosotros, como la inmensa mayoría, estamos bien dispuestos a posponerlas. Se hace ante todo lo que aquí y ahora parece urgente. En la lista de prioridades, Dios se encuentra frecuentemente casi en último lugar. Esto - se piensa - siempre se podrá hacer. Pero el Evangelio nos dice: Dios tiene la máxima prioridad. Así, pues, si algo en nuestra vida merece premura sin tardanza, es solamente la causa de Dios. Una máxima de la Regla de San Benito, reza: "No anteponer nada a la obra de Dios (es decir, al Oficio divino)". Para los monjes, la liturgia es lo primero. Todo lo demás va después. Y en lo fundamental, esta frase es válida para cada persona. Dios es importante, lo más importante en absoluto en nuestra vida. Ésta es la prioridad que nos enseñan precisamente los pastores. Aprendamos de ellos a no dejarnos subyugar por todas las urgencias de la vida cotidiana. Queremos aprender de ellos la libertad interior de poner en segundo plano otras ocupaciones - por más importantes que sean - para encaminarnos hacia Dios, para dejar que entre en nuestra vida y en nuestro tiempo. El tiempo dedicado a Dios y, por Él, al prójimo, nunca es tiempo perdido. Es el tiempo en el que vivimos verdaderamente, en el que vivimos nuestro ser personas humanas.

Algunos comentaristas hacen notar que los pastores, las almas sencillas, han sido los primeros en ir a ver a Jesús en el pesebre y han podido encontrar al Redentor del mundo. Los sabios de Oriente, los representantes de quienes tienen renombre y alcurnia, llegaron mucho más tarde. Y los comentaristas añaden que esto es del todo obvio. En efecto, los pastores estaban allí al lado. No tenían más que "atravesar" (cf. Lc 2,15), como se atraviesa un corto trecho para ir donde un vecino. Por el contrario, los sabios vivían lejos. Debían recorrer un camino largo y difícil para llegar a Belén. Y necesitaban guía e indicaciones. Pues bien, también hoy hay almas sencillas y humildes que viven muy cerca del Señor. Por decirlo así, son sus vecinos, y pueden ir a encontrarlo fácilmente. Pero la mayor parte de nosotros, hombres modernos, vive lejos de Jesucristo, de Aquel que se ha hecho hombre, del Dios que ha venido entre nosotros. Vivimos en filosofías, en negocios y ocupaciones que nos llenan totalmente y desde las cuales el camino hasta el pesebre es muy largo. Dios debe impulsarnos continuamente y de muchos modos, y darnos una mano para que podamos salir del enredo de nuestros pensamientos y de nuestros compromisos, y así encontrar el camino hacia Él. Pero hay sendas para todos. El Señor va poniendo hitos adecuados a cada uno. Él nos llama a todos, para que también nosotros podamos decir: ¡Ea!, emprendamos la marcha, vayamos a Belén, hacia ese Dios que ha venido a nuestro encuentro. Sí, Dios se ha encaminado hacia nosotros. No podríamos llegar hasta Él sólo por nuestra cuenta. La senda supera nuestras fuerzas. Pero Dios se ha abajado. Viene a nuestro encuentro. Él ha hecho el tramo más largo del recorrido. Y ahora nos pide: Venid a ver cuánto os amo. Venid a ver que yo estoy aquí. Transeamus usque Bethleem, dice la Biblia latina. Vayamos allá. Superémonos a nosotros mismos. Hagámonos peregrinos hacia Dios de diversos modos, estando interiormente en camino hacia Él. Pero también a través de senderos muy concretos, en la Liturgia de la Iglesia, en el servicio al prójimo, en el que Cristo me espera.

Escuchemos directamente el Evangelio una vez más. Los pastores se dicen uno a otro el motivo por el que se ponen en camino: "Veamos qué ha pasado". El texto griego dice literalmente: "Veamos esta Palabra que ha ocurrido allí". Sí, ésta es la novedad de esta noche: se puede mirar la Palabra, pues ésta se ha hecho carne. Aquel Dios del que no se debe hacer imagen alguna, porque cualquier imagen sólo conseguiría reducirlo, e incluso falsearlo, este Dios se ha hecho, él mismo, visible en Aquel que es su verdadera imagen, como dice San Pablo (cf. 2 Co 4,4; Col 1,15). En la figura de Jesucristo, en todo su vivir y obrar, en su morir y resucitar, podemos ver la Palabra de Dios y, por lo tanto, el misterio del mismo Dios viviente. Dios es así. El Ángel había dicho a los pastores: "Aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre" (Lc 2,12; cf. 16). La señal de Dios, la señal que ha dado a los pastores y a nosotros, no es un milagro clamoroso. La señal de Dios es su humildad. La señal de Dios es que Él se hace pequeño; se convierte en niño; se deja tocar y pide nuestro amor. Cuánto desearíamos, nosotros los hombres, un signo diferente, imponente, irrefutable del poder de Dios y su grandeza. Pero su señal nos invita a la fe y al amor, y por eso nos da esperanza: Dios es así. Él tiene el poder y es la Bondad. Nos invita a ser semejantes a Él. Sí, nos hacemos semejantes a Dios si nos dejamos marcar con esta señal; si aprendemos nosotros mismos la humildad y, de este modo, la verdadera grandeza; si renunciamos a la violencia y usamos sólo las armas de la verdad y del amor. Orígenes, siguiendo una expresión de Juan el Bautista, ha visto expresada en el símbolo de las piedras la esencia del paganismo: paganismo es falta de sensibilidad, significa un corazón de piedra, incapaz de amar y percibir el amor de Dios. Orígenes dice que los paganos, "faltos de sentimiento y de razón, se transforman en piedras y madera" (In Lc 22,9). Cristo, en cambio, quiere darnos un corazón de carne. Cuando le vemos a Él, al Dios que se ha hecho niño, se abre el corazón. En la Liturgia de la Noche Santa, Dios viene a nosotros como hombre, para que nosotros nos hagamos verdaderamente humanos. Escuchemos de nuevo a Orígenes: "En efecto, ¿para qué te serviría que Cristo haya venido hecho carne una vez, si Él no llega hasta tu alma? Oremos para venga a nosotros cotidianamente y podamos decir: vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí (Ga 2,20)" (In Lc 22,3).

Sí, por esto queremos pedir en esta Noche Santa. Señor Jesucristo, tú que has nacido en Belén, ven con nosotros. Entra en mí, en mi alma. Transfórmame. Renuévame. Haz que yo y todos nosotros, de madera y piedra, nos convirtamos en personas vivas, en las que tu amor se hace presente y el mundo es transformado.

lunes, 21 de diciembre de 2009

La guerra de Navidad

JUAN MANUEL DE PRADA
ABC, Lunes , 21-12-09

RECORDABA Chesterton que la Navidad es una guerra sin cuartel: «Las campanas
que celebran el nacimiento del Niño suenan como cañonazos». Este sentido
guerrero de la Navidad ha sido bobaliconamente eludido, primero por los
propios cristianos, que han querido convertirla en una fiesta pánfila y merengosa,
olvidando su sentido teológico más profundo; y, por supuesto, este olvido
ha sido aprovechado por los falsificadores de la Navidad, que quieren a la
gente cloroformizada y pacífica, náufraga en un océano de calma chicha, de
sosiego tontorrón, de paz lobotomizada. «Calma», «sosiego», «paz» son las palabras
que se repiten, con obstinación maniática, en los letreros luminosos que iluminan
la madrileña calle de Velázquez, que son algo así como el ensalmo hipnótico
que los falsificadores de la Navidad lanzan a la multitud cretinizada, mientras
ellos la celebran a su manera. Y la manera en que la celebran es la misma
en que la celebró Herodes.

Y es que la Navidad es una subversión del universo; y toda subversión es un
trastorno de las jerarquías establecidas. Quien mejor lo entendió fue
Herodes, que de repente sintió que los cimientos de su palacio se tambaleaban,
removidos por el nacimiento de aquel misterioso rival que había venido a arrebatarle
el cetro; y respondió a la provocación con la ira de un monarca desposeído. Pero
la ira de Herodes es trasunto de la ira de otro monarca de rango superior,
aquel que en el Génesis se nos había pintado bajo la figura de una
serpiente. Este monarca disfrutaba de su posesión con pacífico deleite: había
conseguido que la criatura predilecta de su enemigo, a la que le había sido concedido
el dominio de la Creación, se manchara con los apetitos más sórdidos y
despreciables, entregándose a la traición de los nobles ideales que le
habían sido esculpidos en el corazón por la mano divina. Y, de repente, esa
criatura envilecida por el pecado se convertía en recipiente divino. ¿Cabe concebir
mayor subversión? ¡Dios reafirmaba su alianza con el hombre adoptando su
figura, Dios se rebajaba a habitar en ese nido de inmundicias que la
serpiente creía haber contaminado para siempre! Y, además, no lo hacía bajando en
gloria y majestad del cielo, ni adoptando una forma vagamente antropomórfica, como
ocurría en las mitologías paganas, sino que se gestaba en el vientre de una
mujer, se amamantaba en los pechos de una mujer, se cobijaba aterido e
inerme en el regazo de una mujer. La nueva alianza de Dios con el hombre, que se
sella en la Cruz, se inicia en el vientre de una mujer; y el vientre de la mujer
se convierte, desde entonces, en el epicentro de una guerra sin cuartel que se
inicia el día de Navidad y que se mantendrá hasta el fin de los tiempos,
cuando la monarquía de la antigua serpiente sea derribada de un soplo: «Pongo
eterna enemistad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya».
Cada vez que un niño es concebido, se rememora aquella nueva alianza que
Dios entabló con los hombres; cada vez que un niño es concebido se tambalean los
cimientos del palacio donde mora Herodes. Y la guerra que se declaró en la
noche de Navidad, cuando Dios osó arrebatar a su Enemigo un territorio que
éste creía conquistado para siempre, es la misma guerra que se sigue
desenvolviendo ante nuestros ojos, a poco que apartemos las legañas de la «calma» y el «sosiego» y la «paz» con que los falsificadores de la Navidad pretenden
entorpecer nuestra visión. Herodes sigue celebrando la Navidad combatiendo
la descendencia de la mujer en su propio vientre; y se vale de leyes inicuas
que reafirman su mandato. La guerra de la Navidad se sigue cobrando inocentes;
y las campanas que celebran el nacimiento de Dios resuenen en la noche como
cañonazos, desafiando el poder de las tinieblas.

domingo, 20 de diciembre de 2009

“Universidad y vida” por Universidad de Navarra

Con motivo de la nueva ley del aborto en España, los decanos de las Facultades de Medicina, Enfermería, Ciencias y Farmacia, y el director general de la Clínica de la Universidad de Navarra queremos proponer y compartir una reflexión serena sobre una realidad compleja que trasciende los límites de nuestro país y el presente que nos toca vivir.

Celebramos que la humanidad ha avanzado tanto a lo largo de la Historia, entre otras razones, porque nos hemos equivocado mucho. Todos. Todos tenemos alguna responsabilidad ante la historia y 2009 puede marcar el comienzo de un hito, como en su momento fue la abolición de la esclavitud y como ojalá pronto sea la derrota del hambre y la pobreza.

Comprendemos el sufrimiento de muchas mujeres ante un embarazo imprevisto. Necesitan un apoyo que sólo personas con corazón pueden prestar… y hay muchas personas así. La defensa de esas mujeres clama a nuestra conciencia y una mirada compasiva nos recuerda que otro ser humano comparte esa tragedia en una posición de mayor debilidad todavía. El avance científico nos brinda hoy datos clave desconocidos en buena parte del siglo XX. Qué coraje social mostramos con esa evidencia desde los ámbitos universitarios, políticos, económicos…

Nos negamos a solucionar la tragedia de un embarazo indeseado con la tragedia superior del aborto. Nos negamos a incorporar las técnicas abortivas a los contenidos de la educación. Nos comprometemos a formar profesionales para curar, investigar y ayudar.

Nuestra ilusión es que la educación y la información lleguen a todas las mujeres. Saber es un derecho.

Nuestra ilusión es que una mujer embarazada nunca se encuentre sola, sino que el padre y el hijo también cuenten. La vida que comienza es asunto de tres.

Nuestra ilusión es que la pugna política y la legislación compitan por la defensa de los más débiles, el hijo y la madre. Una sociedad que protege al débil es fuerte.

Nuestra ilusión es facilitar que padres incapaces de hacerse cargo de un niño encuentren a otros que pueden y lo desean. Una solución para dos problemas.

Nuestra ilusión es que pronto se estudie como histórico el triunfo de una humanidad valiente que superó el aborto como superó la esclavitud. El orgullo de ser humano.

Nuestra ilusión es que los hombres y las mujeres tomemos decisiones hoy que nuestros hijos aplaudan mañana. Podemos transmitir más de lo que heredamos.

Nuestra ilusión es que la medicina, la enfermería, la biología, la farmacia y la universidad en general sean aliados por la vida.

La historia juzgará nuestra pasividad cómplice o nuestro compromiso solidario con el débil. No hay mejora sin cambio. Hoy es el día de cambiar en España, en Europa y en el mundo.

Declaración firmada por:

José Andrés Gómez Cantero, director general de la Clínica Universidad de Navarra;
María Pilar Civeira, decana de la Facultad de Medicina;
Iciar Astiasarán, decana de la Facultad de Farmacia;
Ignacio López Goñi, decano de la Facultad de Ciencias;
Mercedes Pérez, directora de la Escuela de Enfermería

Pamplona, 15 de diciembre de 2009

¿Qué le pasa a la ONU?

   Por    Stefano Gennarini, J.D       La ONU pierde credibilidad con cada informe que publica. Esta vez, la oficina de derechos humanos de ...