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domingo, 19 de octubre de 2008

“Camino”, de Javier Fesser, y la verdadera historia de Alexia


Breve biografía

Alexia González-Barros y González nace en Madrid el 7 de marzo de 1971. Era la menor de siete hermanos. Desde los cuatro años estudia en el Colegio “Jesús Maestro” de Madrid, que tiene la Compañía de Santa Teresa de Jesús en Madrid.

En febrero de 1985, poco antes de cumplir catorce años, se le diagnostica un tumor canceroso en las cervicales que, en poco tiempo, la deja paralítica. Durante diez meses sufre cuatro operaciones y duros tratamientos para intentar detener el proceso de la enfermedad pero finalmente fallece en la Clínica Universitaria de Navarra el 5 de diciembre de 1985.

A lo largo de la enfermedad, Alexia manifestó una madurez humana y una vida cristiana muy profunda que le llevó a aceptar con serenidad el dolor, la inmovilidad y la muerte.

A raíz de la publicación de una breve biografía escrita por una religiosa de su colegio, Mª Victoria Molins, la vida y la ejemplaridad de Alexia comienzan a difundirse y un religioso claretiano, el padre Apodaca, anima a los padres de Alexia a dirigirse al arzobispado de Madrid para poner en conocimiento tanto la fama de santidad que estaba adquiriendo su hija, como la existencia de favores atribuidos a su intercesión. El 14 de abril de 1993, ocho años después de su muerte, se inicia en Madrid la Causa de canonización. El 8 de mayo de 2000, el padre de Alexia entregó en Roma el resultado de la investigación: 11 tomos con más de 4.600 páginas.

En estos años, la devoción a Alexia se ha extendido en todo el mundo, se han editado 9 biografías, traducidas a 11 idiomas y se han recibido más de 100.000 cartas agradeciendo diversos favores.

Acerca de la película “Camino”, de Javier Fesser La base real de la película: ¿Camino es Alexia?

En la rueda de prensa de presentación de la película, Javier Fesser afirmó que su película era una ficción donde no había nada inventado.  Como el propio director manifestó al diario El País el 31 de julio de 2008, tras leer la biografía de Alexia decidió que “allí había una película”.  Un 80% de la historia que cuenta Camino está extraída de tres biografías publicadas en castellano (Alexia, experiencia de amor y dolor vivida por una adolescente, de Mª Victoria Molins, Alexia: alegría y heroísmo en la enfermedad, de Miguel Angel Monge, Un regalo del cielo, de Pedro Antonio Urbina). En ese sentido, en la película hay escenas literalmente copiadas y diálogos trasladados, pero incluidos en contextos y significados diferentes.. Además, al final de la película, hay una mención explícita a la memoria de Alexia González-Barros.  Sobre esta base real, hay numerosas invenciones que deforman la realidad de la historia y le dan un carácter caricaturesco e insultante para la familia de Alexia González-Barros, que vivió en su momento una experiencia muy dolorosa ante la enfermedad y muerte de una hija, o una hermana, adolescente.

Ciertamente, el mayor problema de la película es su significado global, y no se limita a detalles concretos. Sin embargo, respondiendo a preguntas que se repiten acerca de cuestiones puntuales, se incluyen a continuación algunas aclaraciones:  

1. El padre de Alexia: Francisco González-Barros

En la película el padre de Camino-Alexia es un hombre pusilánime,  sin  firmeza en su fe que muere en un trágico accidente antes que su hija. 

La realidad:

El padre de Alexia era un hombre de sólidas convicciones cristianas, que acompañó a su hija en su lecho de muerte, más tarde se hizo supernumerario del Opus Dei, y falleció veinte años después que su hija.

“Tanto mi esposa como yo teníamos una meta muy clara: lograr un hogar luminoso y alegre, recogiendo una frase del Fundador del Opus Dei, donde nuestros futuros hijos pudieran crecer felices para un fin muy determinado: alcanzar el cielo, entendiendo como felicidad vivir la paz y la alegría de un hogar cristiano a pesar de las dificultades, preocupaciones y problemas que la propia vida conlleva”. (Testimonio de  Francisco González-Barros, recogido en www.alexiagb.org)

alexia22. La vida cristiana de Alexia

En la película se presenta a Camino-Alexia como una niña manipulada por su madre, especialmente en el terreno religioso y, al final, sin fe.

La realidad:

“Por sus actitudes, comprendía que Alexia estaba muy cerca de Dios, que hablaba al Señor como a un amigo: con confianza. Ella lo ofreció todo, absolutamente todo, sabía que el tesoro que tenía en las manos, tenía que administrarlo bien, con mucho amor, con renuncia total.

¡Cuántas veces habrá repetido ante el sagrario la frase que el Señor suscitó en su alma cuando era muy pequeña: "Jesús que yo haga siempre lo que Tú quieras"!

Nunca se rebeló y mantuvo su alegría y su paz cada día. Fue ella y no la familia quien hizo que todas aquellas cosas tan difíciles se transformasen en normales. Fue ella quien "tiró" de nosotros y nos llevó a su paso, en tanto que ella andaba al paso de Dios”. (Testimonio de  Francisco González-Barros, recogido en www.alexiagb.org).

La misma Alexia, pocos días antes de morir, contaba de este modo su experiencia a sus compañeras de colegio:

“Todos los días el capellán me traía la Comunión que tanto me conforta.  (…) aunque no lo creáis, Dios da las fuerzas necesarias y todavía te dan ganas de reír un poquito.  (…) Os vuelvo a repetir que noto lo mucho que rezáis por mí y que me tenéis presente. Decidles a las niñas nuevas que, aunque no las conozco, también las tengo presentes y que tengo muchas ganas de conocerlas. (Carta de Alexia a sus compañeras de colegio antes de morir, recogida en www.alexiagb.org)

3. La madre de Alexia: Ramona (Moncha) González

En la película aparece como una fanática religiosa, manipuladora, sin otros intereses, fácil de convencer con planteamientos pueriles, y obsesionada por controlar a sus hijas.  La realidad:

Era una mujer culta, sumamente amable y educada, cariñosa, decidida a que sus hijos conociesen mundo, aprendiesen idiomas y tomasen decisiones por sí mismos después de estar bien informados. El sentido religioso, la fe, y la aceptación serena de los acontecimientos, formaban parte de los valores que vivía con naturalidad en su ambiente familiar.

“Tanto a mi esposa como a mí, nos importaba mucho su formación humana e intelectual, para que sin uniformidad y según el carácter de cada uno, pudieran ejercer la libertad personal y ejercitarla con plena responsabilidad.

Ni con Alexia ni con sus hermanos los padres hemos tomado determinación alguna que pudiera afectarles sin que les fuese previamente razonada, con ello tratábamos de que fueran adquiriendo criterio. Así Alexia lo adquirió con cierta rapidez y sabía ponerlo de manifiesto cuando llegaba el momento de tomar alguna decisión sobre cualquier tema familiar”. (Testimonio de  Francisco González-Barros, recogido en www.alexiagb.org)

4. El “novio” de Alexia

En la película, a Camino-Alexia le gusta un niño que se llama Jesús. Su madre no lo sabe porque ella lo guarda como un secreto. El poner ese nombre al personaje de ficción provoca una buscada confusión entre ese adolescente y la figura de Jesús, Jesucristo, hijo de Dios, a quien la niña se refería en sus conversaciones y oraciones.

La realidad:

A Alexia le gustó un niño que se llamaba Alfonso y que conoció en verano de 1984 en Vall-Llobrega. Fue un amor platónico, de adolescencia, porque nunca llegaron a hablar. Ella se lo contó a su madre que, en este tema, como en tantos otros, era su confidente y cómplice. En una ocasión, su madre le regaló una pegatina que ponía “I love Alfonso”. Al dársela, Alexia comentó sonrojándose: “ ¡Qué cosas tienes, mamá!”.

5. La hermana numeraria

En la película, Camino-Alexia tiene una hermana numeraria que se hizo del Opus Dei por un desengaño amoroso propiciado maliciosamente por su madre, que intercepta su correspondencia. Vive en un centro del Opus Dei en Pamplona.

La realidad:

La hermana de Alexia, Mª José, era considerada por sus compañeras de colegio como una persona muy inteligente, independiente, algo rebelde en su pensamiento, con fuerte personalidad. Pidió la admisión como numeraria a los 22 años y, al enfermar su hermana, vivía en Madrid (donde sigue residiendo). En aquel momento daba sus primeros pasos en el mundo laboral después de terminar dos licenciaturas -Farmacia y Antropología americana- que estudió en la Universidad Complutense.

6. La devoción al ángel custodio

En la película, Camino-Alexia tiene horror a los ángeles de los que le habla su madre porque tiene pesadillas con un espantoso ángel siniestro que la acosa.

La realidad:

Alexia tuvo desde pequeña mucha devoción al ángel custodio al que “bautizó” con el nombre de Hugo y al que acudía con fe. La anécdota de la infancia conocida por su familia y amigos fue así: “-Un día, poco antes de hacer su Primera Comunión le dijo a su madre: - Yo quiero que mi ángel custodio tenga un nombre. Eso de llamarle “custodio” como todo el mundo, no me gusta. - Me parece bien. Y ¿cómo quieres llamarle? - Hugo-,  respondió sin titubear. - ¿Hugo? –se extrañó su madre- es un nombre muy poco corriente. ¿Por qué Hugo? - Porque es un nombre perfecto para un custodio” (Mª Victoria Molins, Alexia: experiencia de amor y dolor vivida por una adolescente).

7. El traslado a la Clínica Universitaria de Navarra

En la película, un sacerdote del Opus Dei convence a su padre, en medio de un forcejeo, de que lleve a su hija a la Clínica de la Universidad de Navarra. 

La realidad:

Fue el propio padre de Alexia el que, preocupado por la evolución de la enfermedad, viajó a Pamplona para contrastar el tratamiento y convenció a su familia, después de que un médico de la clínica Puerta de Hierro le dijera: “Si fuera mi hija, la llevaría a Navarra”.  

8. La muerte de Alexia

En la película, cuando muere Camino-Alexia, los médicos, enfermeras, sacerdotes y amigos presentes empiezan a aplaudir. En la rueda de prensa de la presentación de la película en San Sebastián, respondiendo a un periodista que le preguntó si había sido exactamente así, Javier Fesser afirmó que sí.

La realidad:

El propio hermano de Alexia lo aclara tras conocer esa afirmación: “Mi hermana Alexia no murió rodeada de aplausos. Murió rodeada de cariño. Cariño de sus seres queridos: padres y hermanos y con el silencio respetuoso de las enfermeras, doctores y enfermos que motu propio se acercaron a la habitación de Alexia.  Murió mientras intentábamos tragar nuestras lágrimas, porque –no lo olvides- para nosotros era un verdadero drama el pensar en tener que soportar su pérdida. (Carta abierta a Javier Fesser de Alfredo González Barros, recogida en www.alexiagb.org)

9. El proceso de canonización

En la película -mientras la niña está muy enferma, hospitalizada-, un sacerdote del Opus Dei convence a la madre de que sería conveniente que “ayudara” al proceso de canonización de su hija, que sería así la primera santa de la Obra. Sugiere que se provoque una devoción que parezca espontánea.

La realidad:

Durante la enfermedad, muchas personas del entorno de Alexia admiraban la entereza, la fortaleza, la madurez y hasta la alegría serena con la que sobrellevaba una situación tan inesperada como dolorosa. Su ejemplo de fe y esperanza ayudó a no pocos. Y, tras su muerte, los primeros escritos que narraban el proceso vivido empezaron a difundirse con una rapidez y extensión inusitadas.  “En muy poco tiempo, a partir de su fallecimiento, su fama de santidad se extendió de manera espontánea y generalizada, y es mucha la gente que se siente removida por su ejemplo.

Desde lugares tan diferentes y lejanos, como pueden ser Canadá o Filipinas, de todas partes del mundo, fueron llegando testimonios de almas que se han acercado a Dios.

Obviamente, nosotros, su familia, jamás hubiéramos pensado en nada parecido, aunque sentíamos que Alexia estaba muy cerca de Dios.  Sin embargo, un religioso claretiano nos hizo ver la obligación moral que temamos, como padres, de llevar a cabo la tarea de someter el ejemplo de la vida de Alexia al juicio oportuno de la autoridad eclesiástica. (Testimonio de  Francisco González-Barros, recogido en www.alexiagb.org) Por otra parte, Alexia nunca perteneció al Opus Dei. Ninfa Watt

Ninfa Watt. Periodista y filóloga, profesora de Ética y deontología profesional en la Facultad de Comunicación de la Universidad Pontificia de Salamanca. Teresiana, ex alumna del colegio en el que estudiaron las hermanas González-Barros y amiga de la familia. Ex directora de las revistas Vida Nueva y  Pantalla 90, crítica de cine y colaboradora en  El espejo de la cultura (COPE),  y miembro de SIGNIS.

"Camino", de Javier Fesser

(Recojo el artículo escrito en www.peliculastv.com, al mismo tiempo que animo a ver esta página con asiduidad para tener un criterio muy objetivo sobre las películas en cartelera)

Javier Fesser asegura que se ha inspirado, para rodar Camino, en la vida de Alexia González-Barros, una muchacha que falleció con fama de santidad en 1985 tras una dolorosa enfermedad causada por un tumor maligno. El heroísmo, entereza y serenidad de la muchacha ante el dolor, y el gran número de devotos que suscitó (y sigue suscitando) su vida y su muerte, dieron lugar a que se iniciara el proceso canónico para su beatificación y canonización.

Un cóctel indigesto
La historia de Alexia es una epopeya de fe, amor y sacrificio (recomendamos visitar su webhttp://www.alexiagb.org/) no así la película de Javier Fesser, que afirma no creer en la verdad (todo es relativo para el realizador madrileño), no comprende la visión cristiana de la enfermedad y el sufrimiento, y me queda la curiosidad, después de ver la película, de qué entiende Fesser por amor. Y mi perplejidad aumenta cuando le oigo declarar que no entiende el significado de ofrecer el dolor por amor (¿en qué planeta vive usted, señor Fesser? ¿Desde cuándo el amor y el sacrificio no tienen nada que ver entre sí?)

También sorprende el cambio de registro que esta película supone en la filmografía del autor, pues salvo su último cortometraje (Binta y la gran idea), todo su trabajo se mueve en el ámbito de la comedia y la parodia (El milagro de P. TintoLa gran aventura de Mortadelo y Filemón). Tal vez por eso, cuando aborda un drama como Camino el resultado sea una película desmesurada, con un metraje de 143 insoportables minutos (miré el reloj varias veces durante la proyección), de los cuales sólo merecen la pena unos 10 ó 15.

Parece que cuando le sacan del gag ingenioso, irreverente o sarcástico, Fesser no se encuentra a sus anchas contando una historia que, como sucede en este caso, le viene muy grande. Tal vez por eso tiene que recurrir cada dos por tres a pegotes (escenas demasiado largas, morbo en las escenas de quirófano, insertos de películas de animación como la Cenicienta, etc.) para disimular la falta de ritmo de su historia.


CaminoGrandes maestros y pequeños burlones


Nuestro director carece del talante y la cultura humanística de realizadores cinematográficos de la talla de Wim Wenders (no hace falta más que comparar la grotesca y rancia visión de los ángeles que nos ofrece el español, con la audaz y genial del alemán en Cielo sobre Berlín) o Richard Attenborough en su genial retrato del sentido del dolor en Tierras de penumbra, un biopic sobre el escritor inglés C.S. Lewis. También se encuentra Fesser a años luz de ese canto a la vida y a la dignidad de la persona (incluso gravemente enferma) que es Despertares. El director de Camino, por el contrario, se encuentra más cerca de directores que exhiben una antropología precaria, de andar por casa, como les sucede a Amenábar (Mar adentro) o Jeunet (Amelie).


Otra actitud ausente en Fesser es la de los grandes directores clásicos (Zinneman, Pasolini, Rossellini, Bergman, etc.) caracterizados por su respeto y comprensión (no identificación) hacia los personajes retratados por sus filmes, sobre todo si eran históricos (santos, o incluso el mismo Jesucristo) y el director no compartía sus creencias o incluso era ateo. Con citar unos pocos títulos, entre cientos, será suficiente: Francesco, juglar de Dios, El Mesías, El evangelio según san Mateo, El séptimo sello, El manantial de la doncella o Un hombre para la eternidad.

La óptica de Fesser se asemeja más a la de Ray Loriga en la fallida Teresa, el cuerpo de Cristo. Una visión que no intenta comprender el fenómeno relatado sino adaptarlo y comprimirlo a su particular visión beligerante. Tales posturas reflejan lo que el director de cine ruso Andrei Tarkovski denunciaba en su ensayo Esculpir en el tiempo, cuando advertía que el “arte moderno ha entrado por un camino errado, porque en nombre de la mera autoafirmación ha abjurado de la búsqueda del sentido de la vida. Así, la llamada tarea creadora se convierte en una rara actividad de excéntricos, que buscan tan sólo la justificación del valor singular de su egocéntrica actividad”.
(¡Lástima de talento visual desperdiciado (el de Fesser y el de Loriga) por culpa de una actitud tan poco comprensiva con el otro! Podrían haber sido dos grandes películas, pero...).

Machismo progre


Camino2Además de su perspectiva chata y escéptica, toda la película destila un machismo que repugna. Los dardos de Fesser apuntan innegablemente a las mujeres del Opus Dei. Casi todas las ironías y críticas se vierten sobre ellas. Da la impresión de que Fesser ha bebido en aguas demasiado turbias y no se ha preocupado por examinar la vida real de tantas mujeres que representan la normalidad dentro de esa institución de la Iglesia Católica. Incluso se atreve a decir que realiza una radiografía del Opus Dei, pero una radiografía, habría que matizar, hecha a despojos o esqueletos, no a un ser real, vivo y de carne y hueso.


Tampoco le parece relevante a Javier Fesser respetar la libertad de la mujer para elegir el tipo de vida que quiera y renunciar, si es el caso, a un marido. Tras el visionado de la película podría deducirse que sin el hombre la mujer no es nada. Y resulta cuanto menos curioso que el director de Camino no se atreva a señalar lo que Santa Teresa de Jesús decía con orgullo acerca de su condición y libertad de mujer célibe, una elección personal que le otorgó una independencia superior a la de muchas otras mujeres de su tiempo. Y aunque Fesser cite a la santa en la película, una vez más demuestra no comprenderla (¡y es que Santa Teresa no es ni Mortadelo ni P. Tinto, señor Fesser, a ver si se entera de una vez!).

En definitiva, como Fesser es intolerante con este tipo de conducta la parodia y ridiculiza hasta la saciedad –ensañándose con las mujeres del Opus Dei– para trazar una figura esperpéntica fruto de su mirada aviesa.

¿Todo es relativo?


Sí, todo es relativo, sentencia Fesser, y se queda tan ancho. Ha descubierto América, ha formulado el dogma incuestionable de lo políticamente correcto. Es cierto que no es fácil hablar de la verdad en nuestros días. En periódicos, debates televisivos, chats o tertulias radiofónicas cualquiera puede defender su opinión con la condición de no que pretenda poseer la verdad. Se defiende la tolerancia, no como respeto a la persona independientemente de sus opiniones, sino como velada aceptación del relativismo: “todo vale y todo es verdad”. Lo contrario podría tomarse como un acto de violencia, pues enfrentarse al relativismo se considera fundamentalismo o conservadurismo.


Pero decir que ‘algo es verdad para ti’, o ‘que todos tenemos la verdad’, viola una norma básica de nuestro pensamiento y de la realidad: el principio de no-contradicción. Si todas las opiniones son válidas resulta que una misma realidad sería verdadera y falsa a la vez, buena y mala, bella y fea. El hombre sería libre y no-libre; el asesino, culpable y no-culpable; el embrión, humano y no-humano, etc. Quizá por eso Javier Fesser se ha permitido engañar a la familia de Alexia, y al público, como puso de manifiesto la carta publicada en el diario La Razón por Alfredo González-Barros el 27 de septiembre pasado.


Parece mucho más sensato, y honesto, superar las opiniones subjetivas, como dice Antonio Machado:


¿Tu verdad? No, la Verdad,
y ven conmigo a buscarla.
La tuya, guárdatela.

Si todo es relativo, como pretende el director de Camino, también el relativismo lo es. De igual modo que si todo es mentira, es verdad que todo es mentira. El escepticismo y el relativismo no tienen salida, son una jaula para locos. Si no se pudiera conocer la verdad, no tendríamos experiencia del error. Está claro que las circunstancias históricas y sociales o la educación recibida pueden influirnos en nuestras opiniones y juicios. Pero esa cárcel de los prejuicios tiene una salida, como también la tienen la caverna platónica y el mundo virtual de Matrix.

El subjetivismo, en la práctica, lleva a transformar las normas morales según el propio gusto, provocando la desaparición de todo punto de referencia y creando una situación de desconcierto moral y hasta psicológico. Actualmente, para salvar su ‘autenticidad’, muchos afirman no estar arrepentidos de nada. Pero algunos psiquiatras advierten que esta es la causa de muchas de las neurosis actuales.


Quizás por eso, nuestra sociedad necesita, para su buena salud psíquica, de los grandes sinvergüenzas: unos personajes ‘inauténticos’ que no cambiaban la realidad ni justificaban su conducta modificando a su gusto las normas éticas, más bien –nos recuerda Jacinto Choza– asumían el error de sus debilidades. Como prototipo de estos personajes encontramos a Lope de Vega, Carlos V o Felipe II, quienes arreglaban sus problemas de conciencia con sus confesores. Frente a ellos el ‘auténtico’ (y colérico) Enrique VIII, hizo pasar la conciencia de sus súbditos por las sábanas de su cama. Modificó la moral para tranquilizar su conciencia, pero no tuvo reparo en eliminar, no sólo a varias de sus esposas, sino a muchos de sus más cualificados amigos, Tomás Moro entre ellos.

CaminoMr. Peebles y la verdad


Para Fesser da lo mismo hablar de Mr. Peebles (el enano mágico deCamino), que de un gnomo, un hada o Dios. En el fondo, todo sería producto de nuestra imaginación, o de nuestros deseos de placer o de poder sublimados. Pero más bien habría que decir que nuestra psicología profunda es mucho más rica que todo lo que las escenas oníricas de Camino pretenden: porque está abierta a la infinitud de lo real. No sólo nos interesa dominar o disfrutar. También la verdad, el amor y la belleza mueven al hombre.

Que la persona sea un misterio conlleva que el sentido de sus deseos e impulsos esté en la realidad y no en la subjetividad. Sería absurdo decir que la sed, por ejemplo, crea o se inventa el agua. Si existe la sed es porque hay agua (o algo similar que la calme). Lo mismo ocurre con el deseo de felicidad: tiene que haber una realidad que lo colme, pues en caso contrario no existiría la experiencia de la desesperación y el hombre sería un ser absurdo, una pasión inútil. Tal postura resulta casi imposible de sostener en la práctica (Sartre no pudo), pues en tal situación la vida no merecería la pena ser vivida. Pero desde el instante en que decidimos vivir, reconocemos implícitamente un sentido en nuestra existencia.


En definitiva, el psicologismo (y Fesser con él) parece no advertir que los deseos remiten más allá de ellos mismos. No podemos reducir el misterio del hombre a lo que se encuentra en su inconsciente (expresado por las escenas surrealistas de Camino, que pretenden descubrir un mundo imaginario en el que la protagonista es feliz). Es necesario salir de ese reducido ámbito de nuestra psicología y advertir que la fuente que sacia nuestros anhelos está fuera de nosotros, tal y como lo descubrió Alexia en su vida real. De ahí que muchos psicólogos humanistas actuales (Viktor Frankl, Daniel Goleman, Oliver Sacks, Lou Marinoff o Enrique Rojas) hayan superado las deficiencias del psicoanálisis al reconocer que la madurez humana no se basa en el equilibrio obtenido por la satisfacción de los impulsos primarios (el célebre y triste tópico: ¡comamos y bebamos que mañana moriremos!), sino en el esfuerzo por trascenderse, ir más allá de sí mismo y buscar un sentido a la vida.

Este sentido no es creado por la persona, más bien es algo o alguien que encuentra en su vida. A Fesser se le escapa que el amor, el trabajo creativo, la religión e incluso el sacrificio constituyen aspectos de la realidad que otorgan significado y sentido a la vida humana.

El supuesto ateísmo de Fesser


Javier Fesser es muy libre para alegar que no existe la verdad, o que no cree en ningún ser trascendente a este mundo. Lo que sí se le puede exigir es que sea consecuente con esas afirmaciones y no las esgrima como si fueran algo inocente e inocuo como cualquier otra opinión.

La verdad es que muchos ateos son muy hábiles en el juego de tirar la piedra y esconder la mano. Por fortuna, algunos pensadores de nuestra historia más o menos reciente reconocen las consecuencias que acarrea para la vida humana la negación de Dios. “Si Dios no existiera, todo estaría permitido”, se afirma en la novela de Dostoievski Los hermanos Karamazov. La negación del Absoluto hace que todo se vuelva relativo.

A la misma conclusión llegan Nietzsche y Sartre.

Estos autores irrumpen en el escenario de la historia de nuestra cultura como lúcidos delatores de las incongruencias de una ética basada en la negación de la existencia de Dios. Sirva de ejemplo el caso de Sartre: “El existencialismo se opone decididamente a cierto tipo de moral laica que quisiera suprimir a Dios con el menor gasto posible.(...) El existencialista, por el contrario, piensa que es muy incómodo que Dios no exista, porque con él desaparece toda posibilidad de encontrar valores en un cielo inteligible; ya no se puede tener el bien a priori, porque no hay más conciencia infinita y perfecta para pensarlo; no está escrito en ninguna parte que el bien exista, que haya que ser honrado, que no haya que mentir” (El existencialismo es un humanismo).

La única norma que regiría las conductas sería la voluntad del más fuerte: llámese ciencia, opinión pública o política. Por eso la muerte de Dios anunciada por Nietzsche, dio lugar a la muerte del hombre anunciada por los filósofos estructuralistas y llevada a cabo en los genocidios nazis y soviéticos. El siglo XX tal vez pase a la historia como uno de los más crueles que haya habido nunca. Y los inicios del XXI no están siendo muy halagadores al respecto.

El nihilismo ateo (a veces disfrazado de verborrea religiosa o nacionalista) y el subjetivismo producen conductas como la del terrorista que disimula su horrenda masacre con la sofística afirmación de que actúa en nombre de Dios o de la nación. El miembro suicida de una secta cree que está haciendo un acto meritorio para llegar al más allá, cuando nadie es dueño absoluto de su propia realidad. También el defensor de la eutanasia cae en el subjetivismo cuando opina que el enfermo terminal ya no puede encontrar un sentido para su vida.

Si Dios no existiera –algo de lo que Fesser pretende convencernos con su filme– nuestros derechos serían muy precarios, por no decir inexistentes. El ser humano más débil (no nacido, anciano o enfermo terminal) dependería siempre de la decisión de los demás para conquistar su derecho a existir. Es algo que empieza a ser habitual en la coyuntura presente, en la que cierta parte de la sociedad, y algunos parlamentos, han asumido el papel de la divinidad. Pero nuestro mundo no tendrá la suficiente fuerza moral para salir del infierno iniciado en el siglo pasado –y llegar a respetar el valor incondicional de toda vida humana– mientras no se reconozca que el fundamento último de esa vida es un ser personal absoluto y trascendente: Dios. J.J.M.G.

 

Dirección: Javier Fesser. Intérpretes: Nerea Camacho, Carmen Elías, Mariano Venancio, Manuela Vellés, Pepe Ocio, Ana Gracia, Lola Casamayor, Jordi Dauder. Guión: Javier Fesser. Música: Rafael Arnau, Mario Gosálvez.Fotografía: Alex Catalán. País: España. Distribuye en Cine: Altafilms. Duración: 143 min. Género: Drama.Publico apropiado: Adultos. Estreno: 17-10-2008.

miércoles, 8 de octubre de 2008

El principio de Eva

La autora del libro


El principio de Eva (Das Eva Prinzip)
Autor: Eva Herman
Ediciones B. Barcelona (2008). 255 págs. 18 €. Traducción: Irene Saslavsky Niedermann.


Cristina Abad Cadenas, Aceprensa, Fecha: 4 Junio 2008


¿Dónde reside el núcleo de la felicidad de la mujer y qué le ocurre a esta Europa envejecida llena de féminas agotadas de perseguir su autorrealización personal? Plantearse esta cuestión y responderla al margen de la ortodoxia feminista de izquierdas le valió a Eva Herman una persecución que acabó con su despido como locutora del informativo más popular de la radiotelevisión pública alemana tras 18 años de veteranía.

El libro –un gran éxito de ventas en Alemania– ha despertado fobias entre las feministas a ultranza y filias entre muchas mujeres deseosas de ejercer sin presiones políticas ni mediáticas su derecho a quedarse en casa o ir a trabajar. En sus páginas la autora desvela las claves que permiten “convertir el desconcierto en energía para actuar y decidir nuestro destino de manera consciente”.

Pero, ¿qué le ocurrió a esta periodista de rutilante carrera profesional para poner patas arriba los postulados feministas de los años sesenta y setenta de los que ella misma se había alimentado? Alcanzar el ecuador de su vida, cosechar tres divorcios y tener un hijo.

Desde su experiencia de maternidad, Eva Herman bucea en los datos científicos, antropológicos y sociológicos según los cuales la capacidad de ser madre es núcleo constitutivo del ser mujer y no una esclavitud superable. Y concluye: “Parece absurdo, pero es innegable: las mujeres hemos olvidado que somos mujeres. Desde muchos puntos de vista, hemos perdido nuestra feminidad, aquello que podía conformarnos”.

Más adelante pone el dedo en la llaga: “La sociedad es incapaz de llamar la atención sobre esta realidad, porque no encaja con el discurso con el que las feministas, en su mayoría solteras, pretendían convencernos hace algunos decenios: todo es planificable, nos decían, y, para realizarnos, debemos superar ese vínculo con un marido y un hijo. Digámoslo con toda tranquilidad: nosotras mismas nos cargamos el peso de esas contradicciones a las espaldas, nosotras mismas nos convertimos en el juguete de los ofrecimientos seductores y las promesas de una carrera profesional. Al emprender la batalla por nosotras mismas, por nuestra independencia… y la batalla contra los hombres, pasamos por el aro que nos pusieron delante de las narices en vez de detenernos y plantearnos las auténticas preguntas vitales”.

La alarmante reducción de la natalidad en Europa y en Alemania, la crianza despersonalizada de los niños y su relación con el incremento de la violencia juvenil, la llamada del reloj biológico, las alteraciones hormonales y sus consecuencias fruto de la adopción de roles masculinos, los efectos en la pareja de la separación entre sexualidad y reproducción, y la relación entre guerra de sexos y fracaso matrimonial son algunas de las cuestiones que Eva Herman pone sobre el tapete de la responsabilidad social de las propias mujeres.

“Se trata de avanzar” –asegura a las desconfiadas desde su óptica esperanzada–. “Si logramos recordar cuál es nuestro auténtico punto fuerte, podremos cambiar el mundo. ¿Grandes palabras? Quizá. Pero resulta que son las mujeres quienes pueden forjar una convivencia más humana gracias a su inteligencia social y emocional”.

Y una llamada de atención a las “peleadoras”, sin acritudes: “Dejad que las mujeres vuelvan a encontrar su propio ca-mino y guardaos de tildarlas de bobas que viven sometidas a los hombres. Dejad que elijan libremente, porque entre las distintas opciones también está la de tener marido e hijos”.

¿Qué le pasa a la ONU?

   Por    Stefano Gennarini, J.D       La ONU pierde credibilidad con cada informe que publica. Esta vez, la oficina de derechos humanos de ...