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lunes, 29 de enero de 2007

La sensación de desgana




Alfonso Aguiló

Abandonarse a los deseos y apetencias suele conducir al hombre a la desgana generalizada y acabar creando un grave problema para la vida sentimental.

—Supongo que también puede ser al revés, y que la desgana generalizada esté provocada por una crisis afectiva.

Por supuesto, ya que todos esos elementos influyen mucho unos sobre otros. Una tendencia al pesimismo, por ejemplo, o una sucesión de diversas frustraciones, puede producir una fuerte sensación de desgana. Y también al revés: una situación de desgana que no se aborda debidamente puede conducir a un sentimiento de frustración, pesimismo o abatimiento.

En torno a la sensación de desgana generalizada suele haber bastantes actitudes y comportamientos equivocados: excesiva autoindulgencia, escasa resistencia a la decepción, baja consideración de uno mismo, u otras razones que llevan a abordar mal los problemas afectivos y provocar un estilo de reacción sentimental autolesiva.

Consentir pasa factura

Una persona que sea, por ejemplo, demasiado condescendiente consigo misma acabará siendo dominada por su pereza, por su mal carácter, por su estómago, o por lo que sea, pero nunca conseguirá tomar verdaderamente las riendas de su vida.

Un estilo de vida excesivamente permisivo e indulgente con uno mismo es quizá una de las mayores hipotecas vitales que se pueden padecer.

Cuando se actúa así, pronto se advierte que la supuesta satisfacción que iban a producir todas esas blanduras y contemplaciones con uno mismo, son satisfacciones efímeras y vaporosas, y que –paradójicamente– llevan a una vida de mayor sufrimiento.


El peligro de la pereza

Cada vez que esa persona, en contra de lo que sabe que debe hacer, cede un poco más a las pretensiones que su pereza, su estómago o su mal carácter le presenten, se siente un poco más débil, un poco menos dueña de sí, un poco más a disgusto consigo misma y un poco más tentada a volcar después ese disgusto con los demás a la primera oportunidad.

Y como esa debilidad, si no se pone remedio, es una debilidad que se alimenta a sí misma y tiende a crecer cada día más, las perspectivas de futuro para quienes así viven son realmente desoladoras. Todo su horizonte vital será como una continua decepción, que se incrementa cada vez que comprueban que van quedando a merced de su propia debilidad.

Así se lo decía a su hija la protagonista de aquella novela de Susanna Tamaro: «Cada vez que, al crecer, tengas ganas de convertir las cosas equivocadas en cosas justas, recuerda que la primera revolución que hay que realizar es dentro de uno mismo, la primera y la más importante. Luchar por una idea sin tener una idea de uno mismo es una de las cosas más peligrosas que se pueden hacer.»

domingo, 21 de enero de 2007

Vídeo sobre Santa María de la Paz, iglesia prelaticia del Opus Dei

VIDEO EN INGLÉS: breve paseo por la Iglesia de Santa María de la Paz (Roma). Miles de personas acuden a rezar en ella ante los restos del Fundador, San Josemaría Escrivá.

LA ATROFIA AFECTIVA


Por Alfonso Aguiló

Como ha señalado Dietrich von Hildebrand, existen diversos tipos de personas en los que la afectividad está mermada o frustrada.


Unos son aquellos que parecen incapaces de desprenderse de su actitud intelectualista de todo lo que ven. Su espíritu observador les domina hasta tal punto, que todo se convierte inmediatamente para ellos en simple objeto de interés para su conocimiento, habitualmente como mero espectador. No suelen sentirse implicados. Por ejemplo, ante un hombre que sufre, en vez de sentir compasión o intentar ayudarle, se fijan en su expresión o su comportamiento, con una simple curiosidad, poco o nada comprometida. Les domina la actitud de observación, como si cada suceso que contemplan fuera sólo una nueva e interesante ocasión de aprender más.

Como es obvio, en la medida en que esta actitud cuaja en la vida de una persona, su corazón queda cada vez más reducido al silencio, más incapacitado para comprender que muchas de esas situaciones debían generar en él una respuesta afectiva (y a veces también una intervención activa). En su afán patológicamente intelectualista, no advierte que, además, al prescindir del corazón, acaba también obteniendo un conocimiento pobre y sesgado de la realidad.

Situaciones patológicas

Otro tipo de afectividad mutilada es la del hombre excesivamente pragmático que, en su actitud utilitarista, considera que toda experiencia afectiva suele ser superflua y constituye una pérdida de tiempo. Sólo lo útil le atrae. Sólo conoce la afectividad enérgica, como la ambición o la ira, pero desdeña todo lo que requiere un poco de sensibilidad, y le parece sentimentalismo cualquier manifestación de emotividad.

Un tercer estilo de atrofia afectiva sería el basado en una actitud voluntarista. Este empequeñecimiento de la esfera afectiva puede deberse a un modo un poco kantiano de entender la moralidad, que mira con recelo cualquier respuesta afectiva; o a un planteamiento semejante al ideal estoico de la lucha por la aphateia (indiferencia), que reclama también un silenciamiento de la afectividad; o al propio del hombre que, por temor a los desórdenes de los sentimientos, cierra su corazón en vez de procurar educarlo.
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El problema y su origen


—¿Y a qué puede deberse ese temor a la afectividad?

A experiencias negativas del pasado, a un ideal ético mal enfocado, a un exceso de prevención ante las razones del corazón, etc. De modo general, cabría decir que la solución no es sellar el corazón, ni ignorarlo, porque sin el corazón no se puede vivir: la solución es conocerlo y educarlo.

Además de esos tres estilos de atrofia afectiva (que podríamos llamar hipertrofia intelectual, pragmatismo utilitarista y actitud voluntarista), hay algunos otros estilos en los que esa carencia afectiva es especialmente severa. Por ejemplo, el estilo propio del hombre pasivo, que no consigue apasionarse con nada. O del hombre despiadado o duro de corazón, egoísta, casi incapaz de sentir verdadera compasión porque vive dominado por el orgullo y sus apetencias personales: a ese tipo de personas les cuesta mucho amar realmente, y aunque a veces se muestren apasionadas en ese sentido, suelen serlo de modo sólo aparente, y puede decirse que el verdadero amor es un mundo bastante desconocido para ellas, puesto que el amor requiere la donación del propio corazón, y el suyo no pueden ponerlo en nadie porque está poseído por unas fuerzas oscuras que lo tiranizan.

—¿Y a qué puede deberse esa falta de corazón?

A una educación tiznada de egoísmo o de indiferencia, o de falta de reflexión. O a una forma de pensar rígida y simple. También puede deberse a una mentalidad de carácter más o menos fanático, que les lleva a encaminarse hacia determinados objetivos sin reparar en la legitimidad de los medios que emplean.

Las riquezas del corazón

—¿Y qué tiene que ver el fanatismo con la educación del corazón?

El fanático considera la voz del corazón como una tentación a la que siempre debe resistir. Es parecido a los que sucede a las personas resentidas o amargadas, cuyo corazón ha sido acallado y cerrado por unas heridas que el rencor no deja curar.

—Pero tener mucho corazón a veces también traiciona...

Está claro que el hecho de tener mucho corazón no garantiza un nivel moral elevado, puesto que hay numerosos vicios y defectos que pueden coexistir con un gran corazón (hay gente de gran corazón que son alcohólicos, irascibles, mentirosos o poco honrados, por ejemplo).

Pero de modo general puede decirse
que la riqueza y la plenitud
de una persona
dependen en gran medida
de su capacidad afectiva.

Lo más propiamente humano es ser persona de corazón, pero sin dejar que éste nos tiranice: es decir, sin considerarlo la guía suprema de nuestra vida, sino haciendo que sea la inteligencia quien se encargue de educarlo. Educarlo para que nos lleve a apasionarnos con cosas grandes, con ideales por los que merezca la pena luchar. Es verdad que las pasiones hacen llorar y sufrir, pero no por eso han de ser algo negativo, porque ¿acaso se puede dar una buena clase, o sacar adelante un proyecto importante, o amar de verdad a otra persona, desde la indiferencia? Sin apasionamiento, ¿habrían existido los grandes hombres que han llenado de luz y de fuerza nuestra historia, nuestra literatura, nuestra cultura? Educar bien nuestras pasiones nos hace más humanos, más libres, más valiosos.

sábado, 20 de enero de 2007

También lo intentaron con el papa Wojtyla


El nombramiento y posterior dimisión de monseñor Wielgus y la sensación que ha causado la confesión de su colaboración con los servicios secretos polacos, me han hecho pensar en dos anécdotas que me ocurrieron hace algunos años.
JOAQUÍN NAVARRO-VALLS
EL PAÍS



Era el mes de junio de 1988 y me encontraba en Moscú junto al cardenal Casaroli, con motivo de la celebración del Millennium cristiano de Rusia. Habían pasado sólo tres años desde que Gorbachov llegara al poder, Wojtyla y su perestroika aún no era más que una hipótesis. A las 16.30, recibí una llamada en la habitación del hotel Sovietskaya, donde me alojaba. Al principio la voz empezó a hablarme en ruso, pero después, ante mi petición de pasar al inglés, oí que me respondía: "¡Niet!". Entonces le pedí que me hablara en francés, italiano o español, pero a cada una de mis propuestas la voz repetía: "¡Niet!". La conversación habría terminado allí si, en ese momento, no me hubiese pedido que hablara en latín. Yo respondí con cierto embarazo: "Intelligo". Él continuó diciendo: "Ego episcopus ucrainum sum" [Soy un obispo ucraniano].

Cuando todas las precauciones son pocas

Me dijo que se llamaba Ivan Markitis. Me explicó que había leído en Pravda un artículo sobre la presencia en Rusia de una delegación católica y que había viajado a Moscú desde Ucrania para reunirse con nosotros. Yo pensé que seguramente el KGB había grabado la llamada. Dos días después Gorbachov nos iba a recibir en el Kremlin, ocasión que fue la primera piedra del recorrido que condujo, un año más tarde, al histórico encuentro con Juan Pablo II en el Vaticano. Luego comprobé el nombre que la persona me había dado y vi que no correspondía a ningún obispo que conociéramos. En ese momento, después de haber reflexionado largo rato, decidí no reunirme con él. Pensé que nuestro encuentro habría supuesto su fin.

También en otra ocasión tuve una experiencia semejante. Era 1995 y yo estaba en Pekín para participar en la Conferencia Internacional sobre la Mujer, organizada por la ONU. En el Palacio de Congresos, donde tenía lugar la iniciativa, se me acercó una joven china, quizá fingiendo ser periodista, que hablaba un inglés muy rudimentario. Me dijo que era católica y que quería informarme de que tres obispos underground [clandestinos] habían sabido de nuestra presencia y querían vernos.

Expliqué a mi interlocutora que nosotros no tendríamos problemas para reunirnos con esos prelados, porque nos protegía el estatus diplomático, pero que esas personas habrían sido detenidas inmediatamente. También en aquella ocasión decidí no mantener ese encuentro.

Una peculiar presión sobre las personas

En definitiva, según he aprendido, también directamente, durante mis estancias en Polonia a principios de los años ochenta, hay que conocer bien la situación de esos mundos para situar los hechos en su justa perspectiva. En este sentido, los motivos que ha dado el nuevo obispo polaco sobre la posibilidad de estudiar en el exterior o de garantizar su propia seguridad personal describen una situación, una lógica, que en ese momento estaba muy difundida en los países del Este. Wielgus nunca habría podido obtener los visados para estudiar en la Universidad de Múnich si no hubiera aceptado el compromiso que le ofrecía el régimen. Y esta condición era común a muchos otros conciudadanos suyos, sacerdotes o no.

En esos países, la situación para muchos sacerdotes y obispos era muy difícil de llevar y muy fácil de explicar: se vivía en una tensión continua entre el heroísmo y el compromiso. Y no era una lucha en la que hubiera que decidir una vez por todas: la decisión debía renovarse al menos cada día y a menudo varias veces al día. Todo dependía del capricho ideológico del poder. Antes de 1957, muchos sacerdotes fueron torturados o desaparecían y eran asesinados. Después de 1957, primero con Gormulka y luego con Gierek, sólo se arriesgaban al ostracismo, la soledad impuesta, la prohibición sistemática de estudiar en cualquier universidad extranjera y la imposibilidad de tener un pasaporte de su propio país.

Porque no tenía nada que ofrecer ni que perder

La percepción de toda esta realidad estaba muy clara también para el hoy más famoso sacerdote de Polonia: Karol Wojtyla. Pero él nunca había aceptado ningún compromiso con el régimen comunista. Hay que decir que tenía una gran ayuda en su extrema pobreza, lo que le hacía inmune a cualquier chantaje: no tenía nada, no le podían ofrecer nada. No deseaba nada; por lo tanto, no se le podía chantajear. Él nunca accedió a implicarse, aunque conocía a fondo las dificultades que había que afrontar para sobrevivir en Polonia.

Se puede decir que, en el fondo, su comprensión de las dificultades del prójimo formaba parte de su profunda espiritualidad, de su profunda libertad y, finalmente, de su misma vida de fe. Su reacción frente a los hechos que veía era un ejemplo de su forma de ser y de su rica experiencia vital, muy comprensiva hacia los demás. "Hay que aprender a perdonar", me dijo una vez refiriéndose a estos hechos. Y lo decía él, que no necesitaba ningún perdón por las "culpas" de tantos en aquellos años. Y esta actitud para justificar algunas elecciones de esos años permaneció en él también cuando, años después, tuvo que ejercer el perdón en nombre de toda la Iglesia.

Pero él, ciertamente, había elegido otro camino. Wojtyla había vivido en el ecosistema de la mentira institucionalizada, desde el día de su ordenación como sacerdote hasta el de su elección como Papa. Todos los años de su formación y desarrollo de su personalidad habían tenido como humus este ambiente social y cultural. Creo que sólo las características de su persona han sido el verdadero motivo por el que Wojtyla eligió un camino distinto del de tantos otros.

Desde luego, tuvo que recurrir a pseudónimos para publicar sus poesías, sus obras de teatro y sus ensayos de antropología personalista, incluso para realizar su estrategia de enfrentamiento al régimen. Pero no recurrió al anonimato para esconderse o para aceptar subterfugios, sino para poner en práctica con mayor libertad su lucha, centrada en el sentido de la cultura, por la educación y los valores en los que creía, sin tener que exponer pública y oficialmente a la Iglesia a riesgos inútiles.

Ante todo lealtad a la Iglesia

Su elección "diplomática" fue en el fondo muy poco diplomática, aunque al final se vio coronada por el éxito, por ser portadora de una visión más rica en humanidad. En efecto, el profundo respeto que todos tuvieron a Juan Pablo II, también con ocasión de su muerte, estaba muy ligado a su carisma y a su peculiar forma de ser tan comprensivo hacia los demás, pero tan intransigente en las elecciones fundamentales. Esta actitud la entendían perfectamente también quienes no le amaban: infundía respeto y, al final, admiración. En aquellos años, el cardenal Wyszynski pedía sistemáticamente a los jóvenes sacerdotes que suscribieran un compromiso formal de lealtad hacia la Iglesia en Polonia. A Wojtyla no se lo pidió nunca y Wojtyla nunca formalizó compromisos de este tipo. No era necesario. Wyszynski lo sabía y lo sabían también todos los demás sacerdotes. Y lo sabía él mismo. Una vez le oí hablar, con un velo de ironía, sobre las veces en que le había convocado la policía y sobre los inevitables y frecuentes interrogatorios. Le preguntaban sobre su posición en política, en la sociedad, en la estructura del poder. Él no tenía prisa en sus respuestas. Y hablaba del hombre con una concepción personalista, citando a algunos de los pensadores contemporáneos, pero también la ética de Aristóteles, e incluso la política de Platón. Luego distinguía entre la ética de los valores en Max Scheler y los peligros de un solipsismo que se concretaba en el "reflexionar sobre la reflexión". Naturalmente, los funcionarios no entendían nada de esos largos monólogos. Al final le dejaban irse: "No es peligroso", anotaban en sus apuntes. "Y pensaban –me decía años después riendo– que algún día yo habría podido colaborar".

Porque vivía en la verdad

No es casualidad, por ejemplo, que Karol Wojtyla haya sido el único obispo polaco que obtuvo el pasaporte con el visado para participar en todas las sesiones del Concilio Vaticano II. Al principio, las autoridades polacas pensaban erróneamente que habría cedido y aceptado alguna forma de encuentro con el régimen, y se pasaría, si no a su bando, al menos a una parte gris e intermedia; es decir, a ese ámbito borroso que normalmente llamamos "tierra de nadie". Probablemente el aparato político había tenido en cuenta la habilidad diplomática y la grandeza de pensamiento del interlocutor, pero desde luego se le escapaba su visión del hombre y sobre todo su libertad espiritual.

Cada vez que se ponían en duda los valores fundamentales, ya no era el momento de discutir sino de afirmar la verdad. Cuando no existe libertad en el aire que se respira, pensaba, la única forma de sobrevivir consiste en no traicionar la verdad que se lleva dentro, porque en la defensa y la protección de la verdad interior está la única forma de libertad que es realmente esencial al ser humano. Wojtyla no sólo decía la verdad, sino que más bien vivía en la verdad: la verdad que el ecosistema totalitario de esos años ahogaba de forma sistemática con la mentira estructurada. Y al ser tan libre interiormente, nunca fue sometido a ninguna esclavitud, ni siquiera a esas formas de pequeña esclavitud que tan comunes eran a su alrededor para, como decían, poder seguir adelante. Escuchando sus narraciones de aquellos años, se tenía la evidencia de la extraordinaria elegancia con la que había llevado el peso que de una u otra forma todos soportamos: el peso de ser hombres. El valor y la coherencia hasta el heroísmo, como todos sabemos, son virtudes, y no todos disponen fácilmente de ellas.

Por esto, y sobre todo por ese "hay que aprender a perdonar" que más de una vez escuché a Juan Pablo II al referirse a aquellos años, creo que la mayor dificultad consiste no en juzgar –empresa siempre arriesgada– sino en comprender. O al menos en intentar comprender. Lo que no excluye la admiración y quizá también la gratitud hacia quienes, en la ambivalencia entre la comprensión y el heroísmo, han elegido el camino de la verdad.

Joaquín Navarro-Valls fue director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede desde 1984 a 2006, 21 años de ellos bajo el Papado de Karol Wojtyla.

miércoles, 17 de enero de 2007

Gran Bretaña lanza un programa para formar mejor a los alumnos más brillantes



El Gobierno británico ha dado un nuevo paso que parece alejar el sistema educativo del país del principio igualitarista que lo ha inspirado durante las últimas décadas. La primera semana de enero ha comenzado en Gran Bretaña un plan para que los alumnos de primaria y secundaria más dotados reciban formación extraescolar adicional. Se trata de un sistema de cheques con el cual el 10% con mejores notas del alumnado de cada colegio tendrá la posibilidad de participar en cursos adicionales que mejoren la formación recibida en su centro.



Hasta ahora, sólo el 5% de los alumnos que lograban las mejores calificaciones en el examen nacional que se realiza a los 11 años recibían fondos de los programas para los mejor dotados. El hecho de que a partir de ahora se conceda al 10% de todos los colegios busca que este apoyo para los alumnos más brillantes sea igual con independencia de la escuela a la que cada uno acuda.

Con el plan actual, los alumnos de un 30% de escuelas británicas se quedaban fuera de estos programas de búsqueda de talentos. Y las investigaciones demuestran que la mayor parte de ese 5% procede de familias con buenos recursos, que se pueden permitir una formación adicional como la que el nuevo programa quiere ofrecer. Incluso el 20% de escuelas se verían excluidas de esos beneficios si se aumentase al 10% el número de alumnos beneficiados por el actual sistema.

"Nadie puede pretender que el 10% de los alumnos con mejores notas en la Grammar School para chicas de Kendrick es el mismo que el de la "comprehensive school" Lilian Baylis en Lambeth", dijo Tim Emmett, en palabras que recoge "The Daily Telegraph". "Pero habrá alumnos en Lambeth que tienen algo que necesita ser cultivado y alentado y es algo que en este momento no se está haciendo en muchas escuelas".

Emmett es el director de desarrollo del Centre for British Teachers (CfBT), la organización sin ánimo de lucro que ha ganado el concurso para gestionar el proyecto. El programa tendrá un presupuesto de 65 millones de libras (97 millones de euros) y se beneficiarán de él en torno a 800.000 alumnos. El Gobierno tiene previsto invertir más dinero, que saldrá de los 930 millones de libras (1.385 millones de euros) presupuestados para "aprendizaje personalizado".

El sistema consiste en cheques sin valor monetario que constan de 151 créditos con los cuales los alumnos podrán participar en cursos y planes de formación. Éstos serán ofrecidos por las instituciones con las que el CfBT llegue a acuerdos. Los alumnos, por ejemplo, podrán gastar 50 de los créditos en un curso vespertino "on line", 80 en un curso de mandarín las mañanas de los sábados o 100 en la plaza para una escuela de verano. La NASA misma proveerá cursos y programas educativos sobre ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas.

El proyecto ha sido criticado por una de los principales sindicatos de profesores, la National Association of Schoolmasters Union of Women Teachers (NASUWT), por considerarlo elitista. Duda que la medida eleve los niveles educativos.

La medida puede provocar también controversias entre los laboristas que se oponen a la idea de que los alumnos sean como consumidores de un mercado educativo. Los medios británicos han relacionado el lanzamiento de esta medida con el plan propuesto recientemente por la oposición conservadora de dar a los padres un cheque escolar universal de 5.000 libras anuales (7.500 euros) para destinarlo a la matrícula de la escuela que deseen, sea pública o privada.

La medida llega en un momento en el que los debates sobre el nivel del sistema educativo son constantes. Se han levantado voces de alarma desde las universidades por las claras sospechas de que se está rebajando la exigencia en la enseñanza secundaria, puesto que el número de alumnos con la máxima calificación para acceder a la enseñanza universitaria es mayor que hace unos años (aproximadamente del 12% al 19% en diez años, según datos publicados por "The Times" en junio de 2006), y sin embargo existe la difundida convicción de que el nivel educativo no es mejor, ya que el sistema "comprensivo" perjudica a los mejor dotados.

miércoles, 10 de enero de 2007

¿Por qué Hollywood promueve la causa gay?


Hollywood, presión tras las cámaras.

Primero, insensibilizar. Segundo, insistir en que los gays son víctimas. Y tercero, satanizar a los defensores de la familia.

Michael Medved

Es fácil notar que en los medios de comunicación, en especial cine y televisión, últimamente abundan los personajes y tramas homosexuales. No es necesario suponer una especie de conspiración. Tan sólo, el movimiento gay está librando con energía una batalla de opinión pública.

Quisiera abordar tres cuestiones fundamentales con respecto a los medios de comunicación, en especial el cine y la televisión, y su modo de tratar el tema de los homosexuales y la homosexualidad.


La primera cuestión es si los mensajes negativos contra la familia que muchos observadores detectan en los medios se deben, sobre todo o en gran medida, a la desproporcionada presencia de homosexuales en puestos de influencia en los mismos medios.

Tras la publicación de recientes biografías, resulta bastante claro que el gran actor, cómico y cantante Danny Kaye era bisexual. Tuvo diversas relaciones y murió de SIDA, enfermedad que contrajo, al parecer, a causa de una transfusión sanguínea. El hecho de que Danny Kaye fuese bisexual no constituye para mí, de ninguna manera, un motivo para privar a mis hijos de que disfruten con sus estupendas películas. Lo mismo ocurre en el caso de Howard Ashman, que también murió de SIDA y era un homosexual declarado: fue uno de los creadores más destacados de La Bella y la Bestia (Beauty and the Beast), en mi opinión una de las mejores películas infantiles de los últimos tiempos.

Sería injusto, impropio y engañoso culpar a los gays de las películas repugnantes que produce Hollywood. Los que las hacen son, en su gran mayoría, heterosexuales acérrimos.

PRESIÓN MÁS QUE PRESENCIA

El problema en Hollywood no es la presencia gay, sino la presión gay. Y esa presión es ejercida, en buena medida, por gente ajena a la industria cinematográfica.

Yo mismo experimenté esa presión social en abril de 1992, cuando cubrí la entrega de los premios Oscar. Era el año de mayor saturación del omnipresente lazo rojo del SIDA, que todo el mundo estaba obligado a llevar.

Un productor me puso el lazo del SIDA en la solapa. Le dije: «no voy a llevar el lazo del SIDA». Él contestó: «¿es que eres un intolerante que odias a los gays y quieres que se mueran todos?». Le repliqué: «de ninguna manera. Sin embargo, recientemente mi abuela ha fallecido de Alzheimer, y tengo muy presente que las víctimas del Alzheimer son muchas más. Si existiese un lazo del Alzheimer, yo lo llevaría; pero me opongo a que me obliguen a llevar éste».

Después, fue una satisfacción para mí ver que hubo otra persona, Clint Eastwood, que esa noche subió al estrado sin el lazo del SIDA. De todos modos, al final tuve que oír la histérica reprimenda de «usted no volverá a trabajar en esta ciudad». Y ese fue, de hecho, el último año que cubrí la entrega del Oscar en directo; pero, pese a las amenazas e imprecaciones, aparecí ante las cámaras sin llevar el lazo del SIDA.

Aquella misma noche, mientras llegaban los invitados a la ceremonia, a las puertas se manifestaba un grupo muy numeroso de indignados gays. Uno de los blancos de su protesta era Jonathan Demme, que ganó la estatuilla al mejor director por El silencio de los inocentes (The Silence of the Lambs). Portaban pancartas y coreaban lemas contra Demme por su falta de sensibilidad y su odio hacia los gays. La consecuencia de esa repulsa fue una película llamada Philadelphia. Este film sirvió para congraciar por completo a Jonathan Demme con la comunidad gay.

Ahora bien, ¿por qué hizo esa película? ¿Creyó acaso que la comunidad gay del país, verdaderamente minúscula, podía acabar con su carrera? No: acababa de ganar un Oscar. Pero se convenció de que tenía que ofrecer un sincero gesto de arrepentimiento, una sincera demostración de que no era un intolerante. Por eso hizo Philadelphia.

Toda esa compleja combinación de expectativas, críticas y manifestaciones provocó que un cineasta heterosexual hiciera Philadelphia, e hizo que unos productores heterosexuales se avinieran a promover algunas de las demandas y objetivos fundamentales del programa gay. No fue por la orientación sexual, sino por la presión social.

¿POR MOTIVOS COMERCIALES?

Esto nos lleva a la segunda cuestión que quiero examinar. ¿Se puede explicar la actual plétora de mensajes gays en los medios como una simple respuesta a la demanda del mercado? Una buena manera de comenzar la reflexión es considerar el caso de Philadelphia, pues, para muchos, se trataba de un proyecto muy difícil de vender, pero resultó ser un notable éxito de taquilla.

Creo que, en parte, el éxito se debió a que muchos americanos pensaron que ir a ver Philadelphia era algo así como una buena acción. Como si al verla y pagar la entrada, uno hiciera algo para afrontar la crisis del SIDA, que todos consideramos como un lamentable y doloroso problema.

Pero Philadelphia no es la única película reciente de tema gay que ha obtenido gran éxito de taquilla. Al menos, su éxito se puede explicar porque es un film bastante bueno. Sin embargo, hay una película totalmente penosa titulada A Wong Foo, ¡gracias por todo!, Julie Newmar, que es de verdad una de las peores películas que he visto en los últimos años, y he visto muchas.

Para mayor sorpresa, el film titulado La jaula de las locas (The Birdcage), protagonizado por Robin Williams y basado en el viejo musical francés La cage aux folles, llegó a convertirse en un gran éxito de taquilla.

Así que la gente de Hollywood podría alegar: «un momento; lo que estamos haciendo no es de ningún modo plegarnos a un determinado grupo o a unos intereses concretos. Simplemente es una respuesta inteligente a lo que pide el mercado. Existe un público para este material, de modo que lo producimos: ¿no es así?».

No, no es así. Porque las películas que he citado son excepciones bastante raras entre las producciones de tema gay. La mayor parte de ellas reciben un contundente rechazo por parte del público, que parece no tener el menor interés por tales películas.

DESCALABROS EN TAQUILLA

Las películas que he mencionado pueden abonar la tesis de que «lo gay es rentable». Pero están otras como ¡Con plumas y a lo loco!, que trata de ocho gays que un verano pasan juntos tres fines de semana en un bosque, junto a un lago. Comparan sus dolencias y, sobre todo, hablan en tono mordaz pero bastante deprimente de sus problemas y dificultades, y de su medicación contra el SIDA.
Cuando se estrenó la película, obtuvo magníficas críticas en toda la prensa, excepto en el New York Post, donde la reseñé. Me pareció realmente aburrida, pretenciosa y casi insoportable. Es la adaptación de una obra de teatro galardonada con el premio Tony. En cualquier caso: la película se estrenó y hubo poco menos que obligar a la gente para que fuera a verla. No tuvo apenas ingresos de taquilla.

Lo mismo se puede decir de Priest, película sobre un sacerdote católico británico, derechista, que lleva una doble vida. Los viernes por la noche se viste de cuero negro y va a bares gays y alterna con jovencitos, lo que da pie a escenas de sexo muy explícitas.

La película se estrenó con mucho bombo, porque es profundamente anticatólica: no sólo por mostrar a un sacerdote gay, sino también por el modo de presentar la Iglesia y sus enseñanzas en general.

Pude hablar con propietarios de cines, que tenían que exhibir la película porque así lo exigían sus contratos con la distribuidora, y puedo asegurar que en varios lugares del país hubo sesiones sin otro espectador que el proyeccionista, y eso porque él estaba contratado y tenía que pasar la película aunque no hubiese un alma en la sala. Ese film no fue un gran éxito de taquilla.

Quien diga que tales producciones responden a la realidad social o a un fenómeno de taquilla, simplemente no sabe de lo que habla. Porque, con franqueza, si uno quiere ante todo ganar dinero, hay mejores maneras que tratar temas gays. Para los anunciantes, es un asunto delicado.

La serie Ellen, en que la protagonista revela que es homosexual, perdió cientos de miles de dólares en publicidad de Chrysler, J.C. Penney, Wrigley y de otras empresas patrocinadoras, que prefirieron no mezclarse con el programa. La propia ABC, cadena emisora, reconoció que con Treinta y tantos (Thirty-something) —tal vez recuerden que tenía una breve escena de cama con dos gays— había perdido más de un millón de dólares en publicidad sólo en esa noche.
Sería muy equivocado decir que la abundancia de personajes y temas gays en los medios norteamericanos responde a la demanda del público.

INSENSIBILIZAR AL PÚBLICO

Llegamos así a la última pregunta. Si no se debe a la orientación homosexual de la gente de Hollywood ni al simple deseo de ganar dinero, ¿por qué este repentino y tremendo auge de temas y personajes gays, casi siempre, por cierto, presentados de modo muy positivo? ¿Existen, de hecho, algunos mensajes y valores sistemáticamente transmitidos por los medios de comunicación en Estados Unidos, y que están influyendo en el público en general?

A propósito de esto, me parece muy significativo un artículo que apareció en una revista gay, llamada Christopher Street, en diciembre de 1984. Refleja con gran exactitud lo que ha ocurrido en los medios norteamericanos. El artículo se titula «Waging Peace: a Gay Battle Plan to Persuade Straight America». Los autores son dos dirigentes del movimiento gay, Marshall K. Kirk y Erastes Pill.

En una parte del artículo, los autores dan seis principios para persuadir a los heterosexuales. Podemos reducirlos a tres objetivos básicos. Primero, insensibilizar y normalizar. Segundo, insistir en que los gays son víctimas. Y tercero, satanizar a los defensores de la familia.

He aquí, en concreto, lo que proponen: «creemos que lo primero es insensibilizar al público con respecto a los gays y sus derechos. Insensibilizar al público es ayudarle a ver la homosexualidad con indiferencia, y no ya con apasionamiento.
»Casi cualquier comportamiento empieza a parecer normal si se satura al público. El modo de entumecer la sensibilidad espontánea hacia la homosexualidad es que haya mucha gente que hable mucho sobre el tema en términos neutrales o favorables. Que se hable del tema continuamente da la impresión de que la opinión pública, al menos, está dividida, y de que un sector considerable admite o aun practica la homosexualidad. Incluso los enconados debates entre detractores y defensores sirven para insensibilizar, siempre que salgan a la palestra gays "respetables" que hablen a favor. Lo principal es hablar de lo gay hasta que el tema llegue a resultar tremendamente aburrido».

LOS GAYS COMO VÍCTIMAS

Respecto a este primer punto, yo diría: «misión cumplida». La premonición y exactitud de esta descripción del programa gay es absolutamente extraordinaria. Los autores prosiguen:

«Dónde hablamos tiene su importancia. Los medios audiovisuales, el cine y la televisión, son claramente los más poderosos creadores de imagen en la civilización occidental. El hogar medio norteamericano consume siete horas diarias de televisión. Esto abre un portillo en el mundo privado de los heterosexuales, por el que se puede introducir un caballo de Troya.

»En lo que toca a quitar sensibilidad, el medio es el mensaje de la normalidad. Hasta ahora, el Hollywood gay ha resultado ser nuestra mejor arma secreta en la batalla por insensibilizar a la mayoría. Poco a poco, en los diez últimos años, se han ido introduciendo personajes y temas gays en los programas de televisión y en las películas. Ha sido, en conjunto, un proceso alentador».

Recordemos que esto se escribió en 1984. A continuación, los autores hablan sobre sus oponentes: «podemos minar la autoridad moral de las iglesias homofóbicas presentándolas como retrógradas y anticuadas, desfasadas con los tiempos y los últimos descubrimientos de la psicología. Frente al enorme empuje de la religión institucional, hay que oponer el poder de atracción, aun mayor, de la ciencia y la opinión pública. Semejante no-santa alianza ha demostrado ser una buena arma contra las Iglesias en temas como el divorcio o el aborto. Si se habla abiertamente y en dosis suficientes de la prevalencia y respetabilidad de la homosexualidad, esa alianza puede volver a funcionar».

Después, los autores nos llevan al segundo punto: «hay que presentar a los gays como víctimas y no como revolucionarios agresivos. En toda campaña para ganarse al público, los gays deben aparecer como víctimas necesitadas de amparo, para que los heterosexuales se sientan espontáneamente inclinados a adoptar el papel de protectores.

»Si, por el contrario, se presenta a los gays como un grupo fuerte y orgulloso que promueve un estilo de vida rígidamente inconformista y desviado, entonces será más fácil que sean vistos como una amenaza pública, a la que estaría justificado resistir y reprimir. Por eso debemos vencer la tentación de hacer alarde público de nuestro "orgullo gay" cuando esto entre en conflicto con la imagen del gay como víctima».

SATANIZAR AL OPONENTE

Entonces los autores abordan el último punto. Han hablado de entumecer la sensibilidad y de normalizar; luego, de presentar a los gays como víctimas; finalmente, hablan de cómo satanizar a sus oponentes.

«En una fase posterior de la campaña por los derechos de los gays, habrá que arremeter contra los que todavía se opongan. Hablando claro: hay que vilipendiarlos. Aquí nuestro objetivo es doble.

»Primero, hemos de procurar cambiar su arrogancia en sentimiento de vergüenza y de culpa por ser homófobos. Segundo, hay que mostrar al público imágenes de homófobos acérrimos que tengan otros rasgos y creencias desagradables para el americano medio. Entre tales imágenes podrían estar: el Klu Klux Klan pidiendo que se queme vivos a los gays o se los castre; pastores fanáticos del sur que babean de odio histérico hasta el punto de que parezcan cómicos y trastornados; punkies, matones y criminales que hablen en tono amenazador y descarado de los «maricas» que han matado o les gustaría matar; un recorrido por los campos nazis donde se torturaba y gaseaba a homosexuales».

Yo diría que los efectos han sido devastadores. Al ver el plan de batalla tan brillantemente trazado en este artículo, ¿quién pondría en duda que parte del problema, en ésta que algunos han llamado guerra cultural, consiste en que un bando está preparado, organizado y firmemente decidido, mientras que el otro bando no está más que empezando a despabilarse poco a poco?

A FAVOR DE LA FAMILIA

¿Qué hemos de hacer? Hemos de responder con el mismo esfuerzo coordinado y deliberado que han empleado los radicales del movimiento gay. Ellos han insistido en insensibilizar y normalizar, en presentar a los gays como víctimas y en satanizar a los oponentes.

Lo que debemos hacer es renormalizar la vida familiar. La lección más importante —de una importancia crucial— es que no llegaremos a ninguna parte si este conflicto se plantea entre defensores y detractores de la homosexualidad. Porque, en ese caso, resulta muy difícil convencer de que no somos simplemente gente hostil, intolerante y antipática.

Nosotros no debemos definirnos como anti-gays, sino como pro-matrimonio, y ésta es una diferencia esencial. Porque yo soy una de esas personas que creen que la homosexualidad es una amenaza contra la familia, el matrimonio y nuestro concepto de la eminente santidad de la unión monógama, perpetua y sagrada entre hombre y mujer. Éste es un criterio primordial que hemos de sostener.
Pero seamos claros: la mayor amenaza contra la familia no viene de la comunidad gay. Viene de la infidelidad, del divorcio, de todas las tentaciones que temen y padecen los heterosexuales en una cultura hedonista. Nuestra respuesta no debería ir específicamente dirigida a los homosexuales o a las cuestiones homosexuales, sino a la necesidad de dignificar, santificar y defender la familia y la institución del matrimonio.

En el segundo aspecto, el de la victimización, tenemos que mostrar cómo se victimiza a la familia. Tenemos que hacer ver cómo se ataca a los padres que intentan defender la inocencia de sus hijos: no sólo en los medios de comunicación, sino también en los colegios, por parte de un Estado cada vez más hostil, y por grupos que promueven todo tipo de libertad de expresión, excepto la de afirmar que el matrimonio heterosexual y monógamo es, sin comparación, algo valioso e importante, por lo que merece la pena luchar.

DESTACAR LO POSITIVO

La tercera parte de la estrategia gay, la de satanizar, es la única que no debemos adoptar. No necesitamos satanizar a nadie. Nuestra táctica no debe basarse en la satanización, sino en el amor y la compasión, y ha de destacar lo positivo, en vez de arremeter contra lo negativo de aquellos con quienes estamos en desacuerdo o caricaturizarlos grotescamente. Es una tentación que especialmente las personas de conciencia y de fe deben rechazar de plano.

¿Podemos ganar en esta controversia? Podemos; más aún: debemos. Por el bien de nuestra fe, por el bien de nuestras familias y por el bien de nuestra civilización. Y, sobre todo, por nuestros hijos y nietos, y por su futuro.

Fe y cultura imperante


Juan Manuel de Prada, uno de los autores escritores más jóvenes y galardonados de España, confiesa que redescubrió el cristianismo como «provocación» ante «la doctrina imperante». Nacido en Baracaldo (Vizcaya) en 1970, ganó el premio Planeta de 1997 con «La tempestad», el premio Primavera de Novela de 2003 y el premio Nacional de Literatura 2004 en la modalidad de Narrativa con «La vida invisible». Su labor como articulista le ha hecho merecedor de los premios Julio Camba, el de Periodismo de la Fundación Independiente, el José María Pemán y el González Ruano. En esta entrevista explica cómo ha descubierto a Dios y cómo ha interiorizado su adhesión a la propuesta cristiana.


¿Podría dar unas pinceladas de cómo fue su aproximación al cristianismo?

Yo recibí de mi familia la fe católica, hubo un momento en el que rompí con esa fe católica, no es que llegase a ser una «noche oscura», sino más bien un proceso transformación natural, propio de los años de la adolescencia, y más diría necesario y beneficioso porque cuando crecemos con esa fe heredada corre el riesgo de quedarse en una fe inerte. Es necesario un proceso de purificación y un proceso personal de búsqueda. Si nos conformamos con esa fe heredada no vamos a ninguna parte.

Precisamente creo que uno de los problemas de los católicos de nuestro tiempo es que se conforman con mantener unos ritos más o menos desganados. Y siguiendo con ese proceso personal llega un momento en el que empiezo a escribir y empiezo a percibir la hostilidad que suscita lo religioso y más concretamente lo católico. Es percibido de manera hostil especialmente por los sectores intelectuales.

Entonces surge en uno la necesidad de plantar cara a esa corriente gregaria que se dedica a denigrar a la Iglesia. De ahí surge un interés de llevar la contraria y de intentar actuar como contrapeso a todas esas voces. Pero paulatinamente descubres que ya no te conformas con refutar las falsedades sino que empiezas a redescubrir tu propia fe.

Pero entonces esa actitud, ¿es más por vocación o por provocación?

Bueno las dos cosas no son incompatibles ¿no? A G.K. Chesterton (1874-1936) muchos de los escritores de su época sostenían que él era católico por su gusto por la paradoja, en el sentido de llevar la contraria. Y quizá mi primera aproximación hacia lo católico sí es posible que nazca de un instinto de provocación, de oponerme a la doctrina imperante. Pero llega un momento que no solo sientes la necesidad de combatir los ataques que recibe la iglesia sino que no puedes ser neutral, te sientes atraído hacia ella y ahí surge la vocación.

De sus manifestaciones destaca especialmente el énfasis y la extensión que ha dedicado en sus alegatos en defensa de la vida ¿existen motivos de historia personal que justifiquen o expliquen esta especial atención a este tema?

Creo que es uno de los temas más candentes de nuestro tiempo, y... bueno, cuando nació mi madre murió mi abuela en el parto, y probablemente hoy día a lo mejor hubieran matado a mi madre y por lo tanto yo no existiría. Pero no creo que mi interés nazca tanto de esta circunstancia personal como del hecho de que creo que es el caballo de batalla de nuestro tiempo.

El cristianismo siempre se ha destacado por aportar ideas nuevas a la sociedad a pesar de que la sociedad se haya empeñado en tacharlas de viejas, así en un momento dado de la historia fue el tema de la esclavitud, en otro ayudar a sentar las bases de la democracia, en otro de la justicia social, y hoy en día este tema es nuestra vergüenza social.

Antes apuntaba cómo descubrió el rechazo que lo religioso provoca socialmente. ¿Está vigente todavía el divorcio entre fe y cultura que ya constataba Pablo VI?

Creo que la situación se ha agravado porque a la falta de diálogo se ha añadido una aversión desde el ámbito de la cultura. Pero tiene una solución y como siempre tiene que partir de los cristianos de base. Tenemos que asumir que, si de verdad queremos ser protagonistas de nuestro tiempo, tenemos que tener unas inquietudes intelectuales y culturales. Esto es algo que me preocupa, y citando nuevamente a Chesterton decía que convertirse al catolicismo era una incitación a pensar de forma más libre y a tener más curiosidad.

Yo percibo en muchos católicos españoles que viven su religión de una forma muy apática muy pasiva. Yo siento que han perdido la curiosidad y con ello la capacidad de influencia en nuestra época y esto es lo provoca que esa ruptura entre fe y cultura se esté agigantando. Si los católicos no manifestamos un interés cultural desde estos ámbitos se les posterga. Es importante que los católicos recuperemos posiciones de vanguardia.

En alguna ocasión ha dicho que la literatura tiene algo de religión. ¿Es por aquello de que «El Verbo [la Palabra] se hizo carne…»?

A través de la literatura o de cualquier expresión artística, el hombre se revela más que nunca imagen de Dios. El hombre participa de esa capacidad creadora del Dios del Génesis. El acto de crear es en sí mismo un acto religioso. Y por otro lado la dedicación literaria tiene algo de vocación religiosa en el sentido de que exige una serie de renuncias, de sacrificios, de preparación, una ascética y una mística.

Como buen escritor será también buen lector y crítico: ¿que juicio literario haría de los sermones y de los textos que se utilizan hoy día para la evangelización, especialmente los textos episcopales?

Hay de todo. Y si me permite vuelvo a citar a Chesterton: la anécdota surge a raíz de su visita a una iglesia católica en la que asiste a un sermón desastroso, y él se hace la siguiente reflexión: una religión que ha sobrevivido dos mil años a ministros tan deplorables como este sin duda tiene que ser la religión verdadera.

Creo que los sacerdotes en general hacen un gran esfuerzo por aproximarse a la gente que les está escuchando. Y respecto a nuestros obispos y sus documentos... creo que una de las grandes ventajas de los escritos de nuestros obispos es que la escritura eclesiástica preserva el sabor originario de las palabras, en un mundo en el que el lenguaje está tan banalizado. La formación de sus autores, esa sintaxis latina, todo ello hace que los textos tengan una fuerza primigenia.


Zenit.org

Cómo educan en España las series de TV

EL MEDIO MÁS EFICAZ DE DIFUSIÓN DE LA CULTURA

Este artículo constituye un análisis muy interesante y necesario para los padres y los educadores.Como dice el autor: "...se constata una vez más que en la educación –como en todo arte– no hay recetas mágicas. Los padres son los primeros responsables, sin que esto exima de su responsabilidad al Estado o a los medios de comunicación, y tienen que enseñar a los hijos a poner la televisión en su sitio, para evitar que la televisión se ponga en el suyo y sea ella la que termine educando." Publicado en Nuestro Tiempo (marzo, 2005)

La tradicional lista de “los 25” programas más seguidos en 2004 se puede reducir aquí a la de “los 9”: “Aquí no hay quien viva” (8,3 millones), “Los Serrano” (8,1), “Cuéntame cómo pasó” (5,7), “Ana y los 7” (5,5), “Liga de Campeones” (5,3), “El comisario” (4,9), “Hospital Central” (4,6), “Gran Hermano 6” (4,6) y “7 vidas” (4,4). De los nueve, siete son series españolas. Audiencias millonarias para unos productos de calidad. Porque la tienen. La pregunta que hay que responder ahora podría ser: ¿Y qué ideas transmiten a esos millones de telespectadores? Aunque sus responsables hablan de entretener, lo cierto es que forman. Y si todas tienen audiencias millonarias y si todas parece que lo hacen en la misma dirección...

“El vamos a la cama de los Lunnis ya no se lo cree nadie” (Juan Menor, ex director de TVE). “Sólo uno de los veinte programas más vistos por los niños es infantil” (Heraldo de Aragón, basado en datos de un informe de GECA, 1 de diciembre de 2004)...

Cuando se habla de “telebasura” y de la necesidad de defender al menor frente a esta, no todo el mundo entiende lo mismo. Hay una cierta unanimidad en incluir dentro de este concepto a programas como “Salsa rosa”, “Aquí hay tomate”, “Gran Hermano” o “Crónicas Marcianas”.

Sin embargo, series como “Los Serrano” o “Aquí no hay quien viva” tienen un gran éxito entre el público infantil y juvenil y se consideran productos de calidad (las dos han sido galardonadas con el premio Ondas 2004, la segunda ha obtenido hace unas semanas el TP de Oro, y tanto en 2004 como en 2005 lideran con holgura los índices de audiencia, a pesar de que este año compiten en la noche de los miércoles). Premios y aplausos aunque los modelos que presentan dejan bastante que desear desde el punto de vista educativo.

La defensa del menor no es sólo un problema de horario

El problema de la defensa del menor suele plantearse en clave de horarios de emisión. El pasado mes de diciembre el Gobierno llegó a un acuerdo con TVE, Tele 5, Antena 3 y Canal + para suscribir un código que proteja a los menores de la telebasura. Se trata de un pacto voluntario de autorregulación que fija unos criterios generales y unos horarios de precaución, en los que no pueden emitirse determinados espacios.

Al margen de la eficacia que tenga este pacto (el 21 de enero de este año, en elmundo.es se podía leer este título: “Las televisiones mantienen sus programas más polémicos”. Y esta entradilla: “Un mes después de que las cadenas sellasen el Pacto sobre contenidos televisivos e infancia, los niños siguen viendo los mismos programas. Según las organizaciones de telespectadores, en las parrillas continúan los espacios más polémicos y los cambios en sus contenidos son prácticamente inapreciables. En su defensa, los operadores afirman que disponen de un periodo de adaptación y que no se trata de cambiar programas sino de adecuar los ya existentes”), ya puede considerarse un éxito haber puesto de acuerdo a las cadenas para que asuman voluntariamente un código de autorregulación, que siempre es preferible a la intervención directa por parte del Estado.

Sin embargo, con los datos de audiencia en la mano, es fácil darse cuenta de que esta medida, aunque positiva, deja abiertas muchas cuestiones que sólo pueden resolverse con un cambio de los hábitos familiares en el consumo de la televisión. Sin ir más lejos, las 10 de la noche es la hora preferida por los niños para ver la televisión (III Estudio de Audiencias Infantil y Juvenil en España, elaborado por la Asociación para la Investigación en Medios de Comunicación, sobre una muestra de 4.055 entrevistas).

Los últimos datos señalan que más de 800.000 españoles menores de catorce años ven la televisión a partir de las 10 de la noche. En un estudio de GECA de finales del mes de noviembre, se recogía el significativo dato de que entre los veinte programas más vistos por los niños sólo había uno infantil –Zon@ Disney (TVE)— y además en el séptimo puesto.

Ettore Bernabei, ex director general de la RAI y actual productor televisivo, considera que el problema de fondo no se resuelve con medidas cosméticas, como limitar horarios: “Se necesita un cambio en la dirección artística y la producción, para liberar a los programas de entretenimiento del modelo general de un consumo hedonista”.

“Si no sale nada...”

En ocasiones, al preguntar con cierto tono de sorpresa a un adolescente cómo es que ve una determinada serie de televisión (que el adulto considera inconveniente) la respuesta es: “¡Si no sale nada…!”. Esto indica por su parte la percepción de que los contenidos sexuales explícitos no son adecuados para él y, por otro lado, la constatación de que —al menos desde su punto de vista– en dicha serie no los hay. También puede reflejar una cierta deformación, al considerar que los únicos contenidos inapropiados para él son los de este tipo.

Aunque las escenas de sexo explícito no abundan en las series españolas, se trata de un elemento implícito habitual y que con frecuencia sostiene el peso de la trama. Por otro lado, los productores y guionistas son conscientes de los riesgos de un producto con demasiado sexo explícito: no se consideraría apto para todos los públicos y podrían perder parte de su audiencia.

Manuel Ríos, productor de “Mis adorables vecinos”, explica su punto de vista: “Intentamos que funcione la imaginación del espectador: insinuar, pero no mostrar, porque la serie la ven los niños”. David Sánchez, productor ejecutivo de “Siete vidas”, declaraba en una entrevista: “No ponemos límites, sólo tenemos en cuenta el horario. En lugar de mostrar a los actores con menos ropa, jugamos con sus problemas sexuales. Puede haber desnudos, pero no integrales” (El Semanal TV, 1.10.04, pp. 20-21).

Un recurso narrativo muy frecuente —tanto, que a veces se convierte en el asunto más importante de los episodios de una temporada— es la tensión sexual no resuelta, que consiste en hacer que dos personajes se atraigan irresistiblemente, pero sin que esta atracción culmine o no lo haga hasta el final, fundamentalmente, porque daría fin a una de las subtramas que consiguen una mayor fidelización.

En “Los Serrano” hay un claro ejemplo en la relación entre Marcos y Eva, su hermanastra, que dio lugar a la trama horizontal con más fuerza desde el comienzo de la serie. Se quieren, la cosa va avanzando y cuando parece que, por fin, va a culminar, retroceso y vuelta a empezar.

Y lo mismo ha sucedido —quién no recuerda las historias de “Periodistas”, por ejemplo— y ocurre con todas las demás. Incluso en las que, en principio, el “tema” parece que es otro. ¿Cuál fue uno de los principales argumentos en 2004 de “Cuéntame cómo pasó”? La relación de Antonio, el padre, con una atractiva asesora. ¿Y cuál es el gran asunto esta temporada? La “relación” del sacerdote —“progresista”, claro está— con la hija hippy. A este asunto se le puede añadir otro: el hijo acabará saliendo con... (con su novia —fotógrafa del diario— o con su ex —a punto de casarse, pero con la que mantiene una relación...—). Incluso una tercera: la prima llegada del “pueblo”, ¿accederá a tener relaciones sexuales con su novio o seguirá siendo una “carca”?

Y es que, aunque se procura evitar las escenas demasiado explícitas, son muy frecuentes las situaciones sensuales, los comentarios y bromas de doble sentido, el presentar como algo completamente “normal” las relaciones precoces entre adolescentes, las relaciones homosexuales, las infidelidades matrimoniales, etc.

Cuando uno lee en El SemanalTV el primer párrafo de “El amor está en el aire” —que habla sobre la serie “Un paso adelante”—, cualquier lector se puede situar perfectamente en lo apuntado: “Como Pedro ha dejado tan vacía de emociones la Academia de Carmen Arranz, alumnos y profesores se han puesto manos a la obra para hacer crecer los romances...”.

Pero hay mucho más. En “Ana y los siete”, serie de gran éxito entre el público infantil, la protagonista es una bailarina de striptease; al comienzo de esta temporada estaba embarazada y se desconocía quién era el padre.

Y en uno de los capítulos de “Aquí no hay quien viva”, varios adolescentes se burlan de Emilio porque hace más de un mes que tiene novia —la cartera— y todavía no se ha acostado con ella. Eso sí, lo ha hecho varias veces con una vecina. De nuevo, el espectador ante la gran pregunta: ¿con quién acabará el portero?

Más datos relevantes: los gays y las lesbianas aparecen insistentemente representados en las series, y lo hacen siempre de modo políticamente correcto (Diana, en “Siete vidas”; Mauri, en “Aquí no hay quien viva”; Macarena y la enfermera —antes no lo eran—, en “Hospital Central”, etc.). Suelen ser personajes amables, muy humanos, dotados de una gran sensibilidad. Se subraya la “normalidad” de relaciones homosexuales y a todo aquel que no le parecen bien se le tacha de homófobo. Parece imposible sostener una opinión contraria sin convertirse en un salvaje intolerante que pretende imponer sus creencias a los demás y violentar su libertad, su felicidad.

A finales del curso pasado un profesor de Primaria mostraba su perplejidad por el hecho de que varios alumnos de 8 y 9 años le habían preguntado si uno podía casarse con su hermana. Lo saqué de su desconcierto explicándole que probablemente esos chicos serían asiduos a “Los Serrano”. La familia protagonista de la serie está formada por un viudo y una divorciada; él tiene tres hijos de su primer matrimonio y ella dos hijas. Los dos mayores (Marcos y Eva) se enamoran. Le animé a explicar a sus alumnos la diferencia entre hermana y hermanastra, aunque me quedé con la duda de si eso resolvería su verdadero problema.

El fin de las series de televisión es el entretenimiento. No cuentan teorías, sino historias. Precisamente por esto, su influencia entre el público infantil y juvenil es mucho mayor. Cualquiera que haya tenido una cierta experiencia educativa habrá comprobado que los alumnos retienen con facilidad las anécdotas y los ejemplos, mientras que son más impermeables a los conceptos abstractos.

Eso sucede con las series: dejan de lado las abstracciones y se centran en las anécdotas. Por eso los niños y los adolescentes absorben con gran facilidad los modelos que presentan estas series.

El modo de argumentar es enormemente sentimental. Siguiendo con el ejemplo de Marcos y Eva, cuando ellos explican a su padre que están enamorados, Marcos insiste en que “no se pueden poner diques al mar”; Eva dice que se quieren y que no pretenden engañar a nadie. La sinceridad con los propios sentimientos se convierte en la guía moral. Si uno se siente feliz, todo vale. En capítulos anteriores y posteriores, han tenido otros novios y novias, romances, líos, etc. Si se convierte el sentimiento en la norma moral, no hay compromisos estables. Si mañana siento distinto, las reglas del juego habrán cambiado totalmente y lo que es válido para hoy, mañana puede no serlo. El sentimentalismo es un recurso narrativo fácil, pero muy eficaz y con un gancho extraordinario, especialmente entre la gente joven. Facilita la fidelidad de las audiencias y en todas las series se emplea reiteradamente.

Por otro lado, la cultura del esfuerzo, del sacrificio y del trabajo brilla por su ausencia. Los protagonistas más jóvenes son malos estudiantes en la mayor parte de los casos. En cambio, se anima a dejarse llevar por el sentimiento como el camino para alcanzar la felicidad. Es muy difícil —por no decir imposible— que se llegue a una comprensión madura del amor si se deja de lado todo lo que tiene que ver con el sacrificio.

Los modelos que presentan las series

“Siete vidas” cerró la temporada a finales de diciembre y es la serie más longeva de la historia de la televisión española (más de 170 capítulos emitidos). En ella se narran las peripecias de siete personajes que conforman un abanico de estereotipos exagerados. El personaje del frutero podría calificarse de “desecho de virtudes”: machista, racista, frecuenta prostíbulos, se ha cargado su matrimonio y como no tiene donde ir, termina viviendo con Gonzalo, un amigo ingenuo al que su mujer acaba de abandonar por otro hombre. Sole es una roja convencida y militante anti PP. Sergio es un pijo a la última moda, que vuelve locas a las chicas y está en un tira y afloja continuo con su novia. Vero, la novia de Sergio, es una moderna, superficial y celosa. Diana es lesbiana e ingenua, y Aida —ahora con serie propia, también en Tele5 y también en prime time— una ex alcohólica obsesionada con encontrar al hombre de su vida.

En “Aquí no hay quien viva”, la serie que ha encabezado las audiencias en el último trimestre de 2004, Emilio (un Fernando Tejero al que el público ha premiado con el TP de Oro al mejor actor y que se ha convertido, según un reciente estudio de GECA, en “el personaje favorito de la televisión”, seguido por Imanol Arias, Amparo Baró —TP de Oro a la mejor actriz—, Antonio Resines y Emilio Aragón) –el portero del inmueble– se enamora de Belén (Malena Alterio) y se va a vivir con ella al 3ºB; Alicia vivía con Belén, pero al instalarse allí Emilio, no lo soporta y se traslada al 3ºA, donde Roberto y Lucía acaban de romper (y él se ha mudado al ático). En el 1ºB está Mauri, el homosexual de la serie, enamorado de Diego, hermano de Lucía, y recién casado con una chica lesbiana —con la que ha tenido un hijo por inseminación artificial—, lo cual no parece un obstáculo para su relación con Mauri. Las historias que se narran son de lo más truculento, pero los guionistas conocen su trabajo y saben hilvanar muy bien las tramas para provocar, sobre todo, la constante risa del espectador.

El tono de comedia disparatada que se ríe de todo muestra una realidad distorsionada, suavizando conductas y situaciones que no es que se puedan considerar precisamente modélicas para los jóvenes. Casi siempre rozan el umbral de lo chabacano —en ocasiones lo sobrepasan–, pero tienen su gracia.

Algunos adultos restan la importancia negativa que estos contenidos puedan tener para sus hijos argumentando precisamente que “es muy divertida, y lo otro, tampoco es para tanto: ya se ve que van de broma”. Cuando se hacen referencias a la religión católica, lo habitual es que sean para ridiculizarla. En uno de los capítulos de “Los Serrano” de la temporada pasada, aparece un sacerdote tonto y borracho. Se presenta la función de monaguillo como algo ridículo; Guille sustituye el cáliz por un trofeo de fútbol, y el vino por cava; el pan ácimo lo cambian por un tipo de papel, que los tontos católicos mascan y tragan como pueden. Guille y su amigo se cuelan en el confesionario y escuchan a su abuela relatar un sueño erótico con un familiar.

Si este asunto se hubiera referido al Islam, probablemente se habría organizado un lío considerable –y además con toda justicia–, pero parece que al tratarse del Catolicismo el rasero es diferente. En esta misma serie uno de los personajes habituales (Lourdes) es profesora de Religión en un instituto. Podríamos describirla con dos adjetivos: ñoña y rancia. Mientras sus alumnos y los telespectadores se ríen de ella, en la opinión pública se debate el futuro de la asignatura de Religión en los colegios...

Lo pretendan o no, las series de ficción tienen una influencia extraordinaria. Por un lado, reflejan la sociedad —aunque en ocasiones sea un reflejo distorsionado–, y al mismo tiempo son un elemento de configuración social de gran influencia. En los estudios de la opinión pública se ha constatado desde hace bastantes años que para ganar unas elecciones lo más eficaz es controlar los informativos, mientras que para cambiar los modelos sociales tiene más influencia la ficción, especialmente en el cine y la televisión.

Pequeños adultos precoces

Volviendo al terreno educativo, un fenómeno reciente que preocupa es el adelanto de la adolescencia, especialmente en las niñas. Es un problema de ellas y ellos, pero las niñas empiezan antes y se les nota más. Tienen prisa por crecer. Con diez años la niñez se les ha quedado pequeña. Visten minifalda o pantalones bajos y tops hiperajustados, esforzándose por marcar un tipín del que todavía carecen. Les gusta ir fashion; aunque aún están lejos de cumplir los 14 son ya una fotocopia reducida de las adolescentes “genuinas”. Su juguete preferido ya es el móvil repleto de tonos bajados de internet, le “pegan” duro al SMS, están preocupadas por llevar el peinado a la última y ya van preocupándose por hacerse con un piercing.

Una historia recogida en el suplemento semanal del diario El País puede servir para ilustrarlo mejor. “El lunes siguiente al sábado de su primera comunión, Natalia le dijo a su madre que se iba a jugar, caminó doce manzanas hasta el centro de belleza Kyon y pidió cita para hacerse un corte moderno. Llevaba meses planeándolo, y sólo había esperado por dos razones: conservar su melena para las ondas del peinado de comunión y recaudar ese día dinero para pagarse una peluquería de lujo. Cuando Luisa, de 36 años, se enteró de la jugarreta, se quedó tan perpleja –y admirada– por el desparpajo de su hija, que no tuvo cuerpo de negarle el capricho. (...) Natalia tiene nueve años y es más lista que el hambre, aunque sus notas de cuarto de Primaria no lo atestigüen. Para ella es cuestión de prioridades. El cole está bien para pasar el rato, pero yo quiero disfrutar de la vida. Según sus cálculos, le quedan cinco años. A los 14 ya puedes entrar en la XL –una discoteca light de moda–, aunque si vas arreglada y pareces mayor te dejan entrar antes”.

La niña en cuestión no es un caso único. Cada vez hay más “Natalias”. Aunque probablemente no será la única causa, la influencia de las series de televisión en este asunto parece indudable. Los niños ven la televisión de dos a cuatro horas diarias –algo menos que los adultos–, y quieren hacer lo que ven. Hace unos años crecían viendo a sus padres y a sus hermanos. Ahora los modelos de vida son los que les presentan la publicidad y la televisión. En “Los Serrano”, “Aquí no hay quien viva”, “Un paso adelante” o “Siete vidas” los chicos un poco mayores que ellos salen, gastan y ligan. La visión del estudio y del trabajo no suele ser demasiado positiva.

Además, los actores que encarnan en las series a personajes de dieciséis años, en la vida real pasan de los veinticinco (por ejemplo Fran Perea, que representa a Marcos Serrano, o Verónica Sánchez, en su papel de Eva). Tanto en las series como en la sociedad se produce una adultización de los niños y adolescentes y una infantilización de los adultos.

Hace unos días, Petra María Pérez, catedrática de la Universidad de Valencia, apuntaba las mismas ideas en una entrevista publicada por periodistadigital.com: “El botellón a edades tempranas, la afición a los móviles, ver programas de adultos, ir a discotecas antes de tiempo, ponerse ropa que no corresponde a su edad, las niñas que se pintan a los 11 años. Todo son manifestaciones de la misma realidad. Estamos asistiendo a la reducción de la infancia”.

Un cambio de hábitos

Ante este panorama se puede sentir una cierta desazón por parte de los padres y educadores. La solución es compleja y articulada. Probablemente, la propuesta más eficaz sea cambiar el modo de ver la televisión en los hogares. Podría resumirse en “no poner la televisión para ver qué hay, sino para ver algo concreto que resulte interesante”. Se trata de una cuestión ardua y al mismo tiempo accesible, porque no requiere el cambio de toda la sociedad, ni de los medios de comunicación, ni de las productoras, sino que se centra en el ámbito familiar. La tentación de utilizar la televisión como “canguro” es cómoda, pero ésta puede moldear a los hijos en una dirección totalmente contraria a la deseada por los padres.

Después de un duro día de trabajo, muchos encuentran relajante ver la televisión porque, a diferencia de leer un libro, no exige por nuestra parte más que una presencia pasiva. Esta pasividad sin esfuerzo es lo que hace tan atractiva la televisión a los jóvenes. Cuando son pequeños, es conveniente educarlos para que no echen tanto en falta la televisión. Se puede establecer la costumbre de no ver la tele entre semana para leer, pintar o cualquier otra cosa en su lugar. Como toda dependencia, la de la tele se debe prevenir a edades tempranas y con el ejemplo del esfuerzo personal. En el recuadro “Algunas sugerencias para educar en el uso de la TV” se recogen algunas ideas en esta línea.

Al mismo tiempo, sería deseable seguir avanzando en la línea del acuerdo de autorregulación para proteger al menor de la telebasura, anteriormente señalado, y evitar que éste se convierta en un mero cosmético (por ejemplo, Tele 5 no ha renunciado a emitir resúmenes de “Gran Hermano” en horario protegido, y para justificarse ha dicho que serán versiones light del programa). En España hay cientos de productoras, pero al final todas tienen que pasan por el filtro de la distribución que son las grandes cadenas. En su mano está elegir el tipo de contenidos que emiten. Es falso que la calidad esté reñida con la audiencia: los buenos programas suelen tener buenas audiencias (otro asunto es que también haya muchos programas-basura que también las tengan). Tenemos un ejemplo reciente en Italia, donde “Gran Hermano” (Tele 5) tenía una audiencia de nueve millones. El canal 1 de la RAI emitió a la misma hora una serie sobre Don Bosco, un santo italiano que ayudó a los jóvenes con problemas a principios del siglo XX, y la audiencia de “Gran Hermano” bajó a 6,8 millones, mientras que “Don Bosco” tuvo un audiencia de ocho millones. Cuando hay programas de mejor calidad, la gente suele elegirlos.

Las cadenas intentan desentenderse de esta responsabilidad trasladándola a la audiencia: sostienen que emiten lo que la gente quiere ver, porque cuando la audiencia baja, retiran el programa. Los padres pueden aprovechar los cauces que proporciona la democracia para opinar, protestar y hacer valer sus criterios. Se pueden detener o modificar determinados programas mediante el rechazo social.

Las productoras –y dentro de ellas los guionistas– tienen también un papel y una responsabilidad importantísima, ya que en última instancia constituyen el primer eslabón en la cadena de la oferta.

Pero al final se constata una vez más que en la educación –como en todo arte– no hay recetas mágicas. Los padres son los primeros responsables, sin que esto exima de su responsabilidad al Estado o a los medios de comunicación, y tienen que enseñar a los hijos a poner la televisión en su sitio, para evitar que la televisión se ponga en el suyo y sea ella la que termine educando.


RECUADRO 1

Amarillismo televisivo en horario infantil

En horario infantil se emiten algunos programas tan chabacanos, que resulta difícil elegir un color para calificarlos: cambian vertiginosamente del rosa al verde, del verde al amarillo y del amarillo al marrón. Ninguna de las cadenas nacionales queda al margen. En una emisión del programa “Gente” (TVE, 20.00 h) se relata el caso de una juez que entrega a los hijos a un hombre acusado de malos tratos. La mujer maltratada participa en el programa: “Tengo marcas de cuchillo, un tímpano perforado y me decía que me iba a matar como a una perra”. En “El diario de Patricia” (Antena 3, 19.00 h) aparece llorando un hombre: “Quiero recuperar a mi ex mujer aunque esté con otro”. Ella aparece en la pantalla riéndose de sus súplicas. En “A tu lado” (Tele 5, 17.30 h) se discute sobre una supuesta amante de Francisco Rivera diciendo que “es una guarra de las que se van a la cama por dinero”.

Por desgracia, estos ejemplos no son casos aislados, sino botones de muestra de los contenidos habituales en este tipo de programas emitidos en horario de protección del menor. Son precisamente este tipo de programas los que han provocado una reacción por parte del Defensor del Menor para garantizar “unos mínimos” en el horario protegido.


RECUADRO 2

Algunas sugerencias para educar en el uso de la TV

A continuación se recogen algunas sugerencias que pueden ayudar a los padres a educar en el uso de la televisión, que es, tan sólo, un aspecto más de la educación de los hijos. No se pretende que sean recetas o fórmulas mágicas Hay que tener presente que, a veces, educar es enseñar a ir contracorriente. Entre otras sugerencias, cabe enumerar:

1. Establecer una programación de TV familiar.

—Acostumbrar a los hijos a que la TV no se enciende “para ver qué echan”, sino para ver programas concretos.
—Para informarse de la programación puede ser útil acudir a publicaciones con buen criterio (Pantalla 90, Aceprensa, Mundo Cristiano, Arvo, boletines de Asociaciones de Telespectadores, etc.).
—En algunas familias ha resultado útil “pactar” con los hijos el número de horas a la semana que dedicarán a ver la TV (incluyendo en el mismo pacto películas en vídeo, vídeojuegos, etc.). El número adecuado de horas dependerá de la edad de los hijos y del propio criterio de los padres. (Por ejemplo, diez horas semanales puede parecer bastante, pero al final esto se reduce a dos películas, un partido de fútbol y un capítulo de una serie). Cuando se empieza este sistema, es frecuente que los padres se den cuenta de que en su casa se veían más horas semanales de TV de las que se imaginaban.
—Además de “pactar” el número de horas semanales de TV, es bueno fijar con los hijos los programas que quieren ver, y estar pendientes de la elección que hacen de los mismos.

2. Tener el aparato de TV sólo en la sala de estar y, en la medida de lo posible, enseñar a los hijos a no ver solos la TV.

3. Ver la TV con los hijos.

Dependiendo de la edad y de la madurez de los hijos, en alguna ocasión puede ser aconsejable ver con ellos algún programa en el que estén interesados y que a los padres no les parezca apropiado, para comentarlo y explicarles los motivos. Sin embargo, es preferible no ver estos programas con regularidad, aunque sea en compañía de los padres, por su gran capacidad “de enganche”.

4. Utilizar con frecuencia el vídeo para grabar los programas.

Algunos programas –por ejemplo, emisiones deportivas– pueden perder interés si no se ven en directo, pero en el caso de las películas, series, documentales o programas de entretenimiento apenas altera su interés verlos en otro momento. Si se graban en vídeo, esto facilita mucho la elección: se evitan los anuncios, se pueden pasar con facilidad las escenas inconvenientes, se elige el horario, etc. Requiere un poco de previsión, pero al final se ahorra mucho tiempo y uno elige realmente lo que quiere ver.



RECUADRO 3

Ver la tele como si fuera un frigorífico

por Jokin de Irala

domingo, 7 de enero de 2007

PENSAR LA MODA

La moda es medio de expresión cultural. Las modas nacen de la cultura y la conforman hasta el punto de incidir decisivamente en el modo en que las sociedades se comprenden.





"La moda -dice Montserrat Herrero- ya no es algo meramente relativo al vestir. La moda es, según la conocida tesis, un fenómeno social total. Por eso, esforzarse por comprenderla supone ampliar la reflexión al contexto sociocultural y antropológico." Con esas palabras comienza un artículo que concluye con estas otras: "Se hace necesario a comienzos del nuevo siglo volverla a pensar [la moda] integrándola dentro del sentido global de una vida humana plena. Sólo entonces encontrará la verdadera fuerza que permita para ella un despliegue auténticamente creador."

Una experta en el mundo de la moda es Covadonga O’Shea que, como es bien sabido, fundó la revista Telva y fue su directora durante más de cinco lustros. Desde el año 2001 hasta la actualidad es presidenta del ISEM (Instituto Superior de Empresa y Moda) . En una entrevista a La Nueva España, de Oviedo, explica lo que es el Instituto y hace otros interesantes comentarios sobre el mundo de la moda. Entresacamos algunas ideas:

Es una escuela de negocios para formar empresarios en moda. El Instituto cuenta con el único máster que se imparte en España en empresas de moda.


El centro nació como respuesta académica a una necesidad creciente de tejido industrial en torno a la empresa de moda y el textil.


Es algo muy nuevo. Tratamos de unir la poesía de la creación con la prosa de la empresa. Para que la moda salga adelante es necesario conjugar talento y gestión empresarial.

Han triunfado modelos de negocio que han llenado las calles de moda a buenos precios. Es el caso de Zara, Mango o Pronovias. En España hay talento, pero falta gestión.

La evolución es impresionante. Buena prueba de ello es que las noticias sobre el mundo de la moda vienen en los diarios económicos. Se da todo un entramado industrial y social.

Se lleva todo y todo lo contrario. Aunque suene paradójico, cada vez más, la moda no sigue la moda. Cada uno pone su personalidad.

La gente no tiene tiempo ni dinero para comprar todo lo que se le pone ante los ojos. La oferta es inmensa. A la hora de comprar hace falta sentido común, inteligencia y buen humor. A nadie le cambia llevar un logo determinado.

La falta de valores está clara. Los padres deben dar argumentos inteligentes. Hay que educar. Un padre simpático y listo que tenga confianza con su hija sabrá cómo hacer ver a la niña que no puede salir a la calle pareciendo una cualquiera.


También la Universidad de Navarra investiga desde 1992 sobre el fenómeno de la moda a través de diferentes actividades, entre las que se encuentra la organización periódica de Congresos.

Este año, en noviembre, se ha celebrado el VI Congreso de Moda bajo el título Comunicar moda, hacer cultura. Han asistido más de 300 personas y se presentaron 30 comunicaciones procedentes de Inglaterra, Italia, Portugal, Filipinas y México, además de España. Entre otros, participaron Elena Silva, de Elizabeth Arden; Ayna Estrany, diseñadora de Philippe Laporte, Mercedes Moral, de Llongueras; Elena Teindas, de Tous; y Diego Valisi, de Uomo Vogue.

En palabras de la profesora Mónica Codina, directora del Comité organizador, los Congresos constituyen "una gran ocasión para el intercambio de ideas, líneas de estudio y contactos con profesionales que trabajan los mismos temas desde diferentes perspectivas". Académicos y profesionales del diseño, la arquitectura, la comunicación y la empresa reflexionaron sobre creatividad y tendencias sociales de consumo.

Reproducimos la comunicación de apertura de ese Congreso que lleva por título Pensar la Moda, del arquitecto Juan Miguel Otxotorena, Director de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Navarra y de su Departamento de Proyectos, desde 1994.
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Constituye para mí un honor esta oportunidad de dirigirles la palabra, abriendo este VI Congreso sobre la moda. No oculto que la tesitura me abruma. Me siento como un bardo que se apresta a improvisar sobre el estrado unos esforzados ripios acerca de un tema elegido al azar. Supone para mí un compromiso, y no sé si estaré a la altura. Por eso aprovecho desde ahora para endosar parte de la responsabilidad correspondiente a quienes me llamaron.


He de reconocer que el tema me interesa. Y me he visto movido a abordar la cuestión con una perspectiva general.


En realidad, la cuestión vendría a ser: ¿qué hacemos aquí? ¿Por qué la Universidad promueve hoy unos encuentros sobre moda? ¿A qué se debe la consiguiente persuasión de que la moda merece una atención monográfica, y exige un esfuerzo de reflexión del tipo del que propicia el entorno académico? Parece, en fin, que la pregunta por la moda sensibiliza algunos de los aspectos más visibles de nuestro momento cultural. Y acaso la cuestión esté en si no es una de las preguntas más directas sobre él.


Lógicamente, no aspiro ahora sino a esbozar una composición de lugar impresionista que nos permita intuir la entidad de las reflexiones que suscita. Esperemos que los debates de estos días permitan ahondar en ellas.



I. LA ESCENA CONTEMPORÁNEA

La moda ha venido siendo estudiada últimamente con progresivo interés. y hay que enmarcar la cuestión en la atención a la configuración de nuestra denominada sociedad de consumo.


La conocida cadena de grandes almacenes El Corte Inglés acaba de abrir un nuevo centro en una ciudad como Pamplona, cuya cuenca suma no más de 250.000 habitantes. La provincia (Navarra) apenas pasa de los 500.000. Sin embargo, la previsión de afluencia de público que la empresa manejó de cara a su implantación fue la de una media diaria de entre 15.000 y 18.000 personas. Y acaso el cálculo no parezca tan iluso si se tiene en cuenta que el día en que abrió sus puertas acudieron al establecimiento más de 40.000.


La empresa gallega Inditex constituye uno de los exponentes más vistosos y espectaculares de los nuevos derroteros de la industria del vestido. Ha crecido enormemente en poco tiempo, hasta convertirse en una de las de mayor facturación mundial. Su cifra de ventas fue de 2.820 millones de euros en 2004. Agrupa varias marcas, lideradas por la célebre Zara. Y presenta una estructura operativa con varios elementos originales. Como es sabido, se basa en la combinación de un sistema de precios muy ajustado, un programa de crecimiento vertiginoso, una esmerada definición del producto, un sistema logístico revolucionario y altamente informatizado, y una filosofía comercial que consigue introducir al público en sus tiendas de manera casi constante.


Les invito a adivinar el número de veces que las mujeres españolas visitan a lo largo del año una tienda de Zara, compren o no. Según los datos que proporciona la propia firma, el promedio es de 22. Y he podido corroborar la verosimilitud del dato: conozco gente que dice ir todas las semanas, e incluso cada vez que llega el camión con el género (en Pamplona, los lunes y miércoles). “El cliente de Zara —se nos asegura— va a darse una vuelta por allí de vez en cuando, aunque no vaya a comprar, pero acaba haciéndolo por la variedad de la oferta”. Su constante renovación es un elemento esencial del modelo: las colecciones son muy cortas para evitar repeticiones y estancamientos, los escaparates cambian cada tres semanas y el 40% de los productos está rotando continuamente en las tiendas, de modo que siempre hay cosas nuevas que ver. Entre todas sus secciones, Zara presenta cada año más de 12.000 productos diferentes. Busca llevar la moda al gran público, y tiene ya más de 2.500 tiendas distribuidas en todos los conti­nentes. Un joven equipo de más de trescientos diseñadores estudia con el rabillo del ojo las innovaciones de las firmas más pujantes y exclusivas; y sigue en tiempo real las oscilaciones del gusto del público, pulsando sus tendencias en los diversos puntos de venta. Se trata de asegurar al máximo la eficacia, la agilidad y la capacidad de reacción del sistema productivo.


El caso de Zara ejemplifica a la perfección el modo en que la gestión de las indus­trias del entorno de la moda se ve impelida a renovarse en profundidad, en una loca carrera en la que sólo se sobrevive a base de esfuerzos supletorios de imaginación y autoexigencia. La enorme competitividad del sector las fuerza a apurar cada uno de los márgenes de espacio y tiempo asignados a sus complejos procesos. Han de pulirlos una y otra vez, arañando pequeñas diferencias llamadas a convertirse en bazas decisivas para el éxito, en una trayectoria aferrada al filo de la continua huida hacia adelante.


Los nuevos modelos empresariales, en fin, hacen que la relación del público con el vestido cambie de manera radical. Así, la moda se ha vuelto mucho más indispensable, cambiante, significativa, ágil y asequible que nunca, aunque también mucho más comprometedora.


Vivimos el hábito de “ir de tiendas” como una necesidad insaciable. En lugar de un placer, representa más bien la expresión de un desesperado empeño ligado a interminables inseguridades y zozobras, a riesgos y sufrimientos incontables. Nunca estaremos satisfechos con nuestra imagen externa, y tampoco suficientemente al día en relación con “lo que se lleva”; y tener los armarios a rebosar es compatible con el frenético grito de guerra de quien exclama cada mañana, al menos en su interior: “¡no tengo nada que ponerme!”.


Con estos ingredientes, tanto la moda como nuestras actitudes hacia ella entran en una nueva dimensión. La pregunta por sus consecuencias se asocia a algunas inquietudes de nuevo cuño que explican su urgencia. Y podrían resumirse en la idea de que la moda tiene hoy una fuerza incontenible y nos arrastra tras de sí hasta extremos inéditos, obviamente alarmantes.

La épica de la alta costura


Nuestra contemporánea visión de la moda vive aún del recuerdo idealizado de las venerables firmas familiares nacidas en el siglo XIX, y en los umbrales del XX, en torno a la marroquinería y la alta costura. Tal es el caso de Vuitton, Hermès, Loewe, Gucci, Chanel o Dior. Pero ya apenas queda algo de su imagen clásica.


Como es sabido, la alta costura es un fenómeno relativamente reciente, y se debe a una iniciativa de Charles Frédéric Worth, del año 1858. Hasta entonces, las mujeres encargaban vestidos según sus gustos y necesidades; pero él propuso el esquema inverso, basado en la exposición de una serie de modelos ya diseñados que se adaptaban después a las medidas de las compradoras. La alta costura trajo consigo la aparición del diseñador creativo. Y se convirtió en un gran negocio para Francia: en 1925 suponía el 15% de sus exportaciones globales y empleaba a 35.000 personas. En 1953 todavía se producían unas 90.000 piezas en los talleres de las diversas casas de moda parisinas. Pero enseguida empezó el ocaso: los agitados años 60 llegarían a asfixiar tan boyante industria. Son varios los factores que menoscabaron su éxito comercial; entre ellos, la llegada de las clases medias a la moda, el avance de la industrialización y la producción seriada, y la nueva generación de diseñadores que afrontó con nueva ambición el género de la ropa prèt-à-porter. El declive fue inexorable: en 1947 la alta costura tenía unos 15.000 clientes; en 1974, sólo 3.000. Una década después, 1.500. Y lo mismo sucedió con las marcas: según la Cámara Sindical, de las 106 que existían en 1946 apenas que­daban 19 en 1967.


La decadencia de la alta costura se atajó en los años 90 gracias a la inyección eco­nómica de los grandes conglomerados del lujo que pasaron a verla como interesante en tanto laboratorio creativo e inversión publicitaria. Y el cambio de registro parece haber funcionado.


Seguramente hayamos de concluir que el proceso no podía ser más lógico. Quizá no cabía otro destino para unos trajes imposibles que exigen entre 100 y 1.000 horas de trabajo manual, no bajan de los 20.000 euros de coste, y en el caso de un vestido de noche pueden alcanzar los 75.000.

Democratización del lujo


El éxito de los profundos cambios experimentados por el sector, en todo caso, se asocia a la alteración de nuestra relación con él. Su conexión con el gran público ha trascendido el plano de la mera fascinación curiosa.


Decía hace muy poco Martina Klein que la moda “… tiene siempre que rayar el límite de lo rico y lo prohibido”. Pero su intensiva explotación publicitaria, unida a la redefinición de sus productos, opera tendiendo puentes, tímidos pero efectivos, para la verificación de un contacto más vivo de su oferta con las masas. Y este fenómeno da pie a la idea de la “democratización del lujo”, que quiere dar cuenta de una realidad presuntamente característica de nuestra nueva coyuntura social.


Acaso sea Gilles Lipovetsky el intelectual contemporáneo que se ha interesado de manera más directa e incisiva por la moda. Profesor de filosofía en Grenoble, destaca por su activa insistencia en las tentativas de interpretación de nuestra difusa postmodernidad. E intuye que uno de los rasgos que identifican nuestra época es la progresiva conversión del consumo suntuario y estético en la ocasión de un goce íntimo y privado, unida a su difusión. Estaríamos asistiendo a la paulatina sustitución de buena parte de los fines tradicionales de los artículos de lujo por su aptitud para dar lugar al tipo de disfrute personal e intransferible que proporciona su posesión. Esta es la tesis a cuyo desarrollo ha dedicado sus célebres libros El imperio de lo efímero y El lujo eterno; e identifica un cambio de coordenadas que se complementa con el que representa su popularización.

En el año 2002, la proporción de los europeos que compró algún producto de los considerados aún como de lujo superó el 50%. La moda alcanza ya hasta al más profano; e incluso es valorada y experimentada sobre todo por éste, que empieza a atreverse a elegir por sí mismo. No es que toda la esfera del lujo se haya vuelto accesible a todo el mundo, sino que habría un sector del lujo que se ha democratizado: el de aquellos que cabe llamar “productos de acceso”. No se han democratizado los Rolls-Royce, los jets y los yates, sino que se ha extendido un consumo de calidad cargado de la mitología de las marcas más exquisitas.

Espectáculo e irreverencia


La reflexión relativa a los nuevos horizontes de la alta costura, a su vez, enlaza con la que atiende al choque entre las tendencias sujetas a los paradigmas respectivos de lo chic francés y lo fashion anglosajón, presuntamente más frívolo, casual y descomprometido.


Yves Saint Laurent se despedía recientemente de su profesión y de su público convencido de que su venerada alta costura “... se ha convertido en un espectáculo circense”. Hablar hoy de la moda con mayúscula es hablar de
Pinault-Printemps-Redoute y Louis Vuiton-Moët-Hennessy, los dos grandes conglomerados del ramo que pelean por monopolizar el negocio del diseño de lujo. En sus últimos años, el mítico diseñador galo ha pasado por ambas megaempresas, protagonizando un intenso culebrón adobado de litigios en los tribunales, cruces de participaciones empresariales, vanidades enfrentadas y variados desplantes. Y tal es el marco en que le fue arrebatada la marca que lleva su propio nombre, confiada a Tom Ford, un joven creador estadounidense de acreditada vocación comercial.


Suele verse en el gibraltareño John Galliano al pionero y líder de la nueva moda-espectáculo en que parece desembocar el ejercicio de ese tipo de vocación. A ella tiende a endosarse la responsabilidad de la actual afición de las escuderías más fuertes a un intercambio de talentos que emula la fiebre de los fichajes multimillonarios de la elite del fútbol. Al ser nombrado jefe de diseño de Givenchy en 1995, Galliano se convirtió en el primer británico reclutado como estrella de referencia por una firma francesa, aunque la abandonó enseguida para pasarse a Christian Dior. Críticos y admiradores le consideran el precusor de todo un nuevo modo de entender la moda, relacionado con la provocación y el escándalo. Pasa por ser un peculiar agente ‘antisistema’ situado en el centro mismo del sistema, y en consecuencia un perfecto cínico. Pero este calificativo no tiene en el mundillo un significado meramente descalificador sino más bien algo así como específicamente contemporáneo.


Tal cinismo parece ser visto como un ingrediente de lo más 'in' para muchas caras conocidas del fashion world, como la lánguida maniquí Kate Moss —hoy en el candelero por haber sido fotografiada consumiendo drogas—, capaz de renunciar a su astronómico caché para pasearse gratuitamente en los desfiles de su amigo. Los 'megaejecutivos' de la moda también aplauden cada irreverencia del extravagante y perturbador modisto como algo semejante a una nueva muestra de arte reivindicativo. Sin embargo, para los mendigos de París, su colección Dior 2000, inspirada íntegramente en la estética de los 'sin techo' parisinos, representa la esencia de la más brillante, insensible y depurada depravación. Harapos, trajes aderezados con desperdicios, suéteres agujereados, pantalones extra-anchos, kits de supervivencia con vasos y cubiertos emergiendo de la ropa, o latas vacías colgando de la cintura, fueron algunas de sus provocativas propuestas. Lo que para Galliano aparecía como defendible en tanto “muestra del refinado glamour de la pobreza y metáfora de la decadencia de la Alta Costura”, para los mendigos significó la más sarcástica e insufrible de las faltas de respeto. Indignados y dolidos, se manifestaron a las puertas de la boutique de la firma en París con pancartas que rezaban "El cinismo no es cool".


Quizá haya aún creadores como La Croix o Valentino que “… optan por lo bello, con lo que no piden ser permanentemente interpretados”. Pero el proceso de reconversión de la alta costura parece favorecer la consolidación de un perfil especialmente histriónico para las encarnaciones más visibles de la figura del diseñador. Se caracterizan por vivir del espectáculo que ofrecen con sus poses desafiantes, enfáticas e insumisas. Y éste colma las expectativas de las firmas que lo patrocinan, en la medida en que rinde indudables beneficios en forma de resultados publicitarios añadidos.


Tal espectáculo presenta, sin duda, un sesgo fuertemente paradójico. Pero se impone advertir que forma parte de los usos característicos de nuestro clima cultural. No está lejos, incluso, del que protagonizan ciertos programas de televisión; o del que ofrecen algunos deportes que se sostienen a través de los contratos publicitarios, directos e indirectos, o de los meros derechos de retransmisión. De ahí que la constatación de esa deriva no pueda terminar en sí misma, ni pueda redundar por sí sola en posicionamientos solventes. Ha de completarse con la observación de los procesos en los que se enmarca y, en definitiva, del dinamismo global de nuestra sociedad de la información, que es también la del llamado mercado evolucionado.


De todos modos, la cosa no acaba ahí. La peculiar siembra de “destellos de futuro” de los rutilantes astros del ramo ejerce aún su confusa pero indudable influencia en los usos indumentarios dominantes, predispuestos para reaccionar con oleadas de invariable fervor. El ciclo se cierra con un ingrediente de gravedad añadida, que trasciende con mucho la calificación moral del orgulloso autismo, las ironías vacuas, las insensibles bromas, las poses banales y las eventuales interpelaciones insultantes de un mero carrusel de varietés. Resulta pasmosa la facilidad con que la marea nos maneja a su antojo y nos lleva a asumir dócilmente sus peregrinos dictados, a menudo ni razonables ni inocuos, ni por supuesto inocentes.


II. UNA DENUNCIA EN TRES FASES

Compulsividad, insatisfacción y anorexia


Vamos viendo ya que son varios los aspectos preocupantes de la evolución reciente de la moda. Pero hay que empezar por los relativos a la afección que causa en sus destinatarios. Destacan en este apartado, concretamente:


— en primer lugar, la trágica experiencia de la anorexia, presuntamente asociada a una obsesión enfermiza por la apariencia física y a los excesos esteticistas de la industria de la pasarela, ligados a sus rígidos dictados sobre el canon de la figura deseable;


— en segundo término, la sistemática e impía inducción al consumo, a un consumo con frecuencia compulsivo, que ejerce sobre nosotros la evolución de una industria presa de una competitividad salvaje, y de la obsesión por aumentar sus ventas que le impone su mera aspiración a mantenerse a flote;



— y, por fin, la propia sensación de insatisfacción permanente, en relación con su imagen externa, que esa industria se ve obligada a forzar en sus clientes.


La incansable agresividad de la oferta late sin duda tras la radical asociación de la autoestima a la imagen física, correlativa de una dependencia destructiva. La doctora Nancy Etcoff, catedrática de la Universidad de Harvard, llega a esta conclusión en su libro Survival of the Prettiest (La supervivencia de los más apuestos): “Demasiadas mujeres tienen poca autoestima debido a complejos relacionados con su aspecto físico, y así son incapaces de alcanzar su pleno potencial en la vida”.


Según refleja un estudio encargado por la firma Dove, 4 de cada 10 mujeres aseguran que cuando se ven menos guapas se sienten peor en general; y “... sentirse bien en el propio físico explica al menos el 25% de la autoestima”.


No parece exagerado concluir que el dinamismo de la moda, tal como lo vivimos, lleva a la frustración. Y acaso sobrevive únicamente en tanto aún mantiene la capacidad de seducirnos por la vía del engaño, mediante el recurso a los espejismos más crueles. Lo menos que cabe decir al respecto es que su vertiginosa aceleración nos impide tener con el vestido y el cuidado de nuestro aspecto un tipo de relación presuntamente normal, equilibrada y serena.

El ‘todo vale’: descaro, conculcación, frivolización


No obstante, eso no es todo. Hay que atender también al detalle de los contenidos u orientaciones de la moda. Procede denunciar, entre otras cosas, algunos de los efectos de la aludida asimilación del mundo de la pasarela a un puro espectáculo de objetivos eminentemente publicitarios; por ejemplo:



— su autonomía de funcionamiento, que impone un producto definido al compás de las apremiantes demandas internas de la industria, con independencia de su significado y sus consecuencias, directas e indirectas;


— la recurrente incursión del mundo de la alta costura en el terreno de lo inten­cionadamente estrafalario y lo meramente experimental, de acuerdo con la prioridad que reconoce a sus objetivos comunicativos;

— la subsiguiente pérdida del horizonte de referencia constituido por lo que siempre se llamó el sentido de la elegancia o el decoro, ligada al ingenuo rechazo de todo lo que suene a formal o convencional;


— el progresivo menosprecio de conceptos como los de pudor y decencia, objeto a menudo de un desafío reactivo, así como la ligereza y hasta el descaro desinhibido con que dialoga con la lógica de la seducción sexual;


— y la inquietante reafirmación de aquellos recursos de caracterización física (tatuajes, piercing, lenguas bífidas...) cuya elocuencia se basa en su insolencia, la cual se extrema en tanto rozan la condición de irreversibles.


Según reconoce una conocida actriz española que declara que el mundo de la moda le encanta, en él “... hay cosas estupendas y otras superficiales, como pagar un dineral por unos vaqueros rotos o un jersey de marca con enganchones”. Pero esta peculiar superficialidad parece inundar el centro del cuadro.


Los nuevos diseñadores reniegan de los criterios tradicionales en su visión de la moda y de la alta costura. Y se caracterizan no ya por su mero desaliño sino por un afanoso look hiriente, agresivo e indómito: llevan botas militares, cinturones con pinchos y vaqueros raídos. “Van de rebeldes”, justo en el ápice del establishment. Venden su show. Han disparado los ingresos de las grandes firmas, y es de este modo como afianzan sus fabulosos contratos.


En el colmo de su desatada inventiva escénica, el incansable Galliano ha vuelto a dar la nota en su último pase en París, el correspondiente a la colección Dior de ‘Primavera y Verano 2006’. El enfant terrible de la alta costura internacional apareció ataviado como un piel-roja con algo de hippy de los años 60. E hizo desfilar a una grotesca troupe de ancianos, obesos, enanos y personas de cuerpos extraños, luciendo prendas inverosímiles, bajo el lema Todo el mundo es hermoso.


El modisto Alexander McQueen, que no por casualidad ha sido llamado alguna vez “el hooligan de la alta costura”, no dudó en declarar en tono programático, al suceder a Galliano en Givenchy: "… me gustaría que la gente saliera vomitando de mis desfiles". Su pasión por escandalizar le ha llevado a atar a sus modelos con cinta adhesiva, colocándoles crestas y marcándolas con huellas de neumático. No dudó en disponer un desfile en el que aparecían manchadas de sangre y con faldas escocesas rasgadas. Y una maniquí con piernas ortopédicas protagonizó otro de sus famosos pases. No obstante, su jactanciosa irreverencia no le ha impedido venderse luego a Gucci por una escandalosa cifra.


La obsesión por la transgresión caracteriza también al belga Martin Margiela, famoso por sus colecciones con materiales de desecho que pretenden simbolizar —cosa que, por cierto, no hacen sus precios— su presunto “rechazo de la sociedad de consumo”; su propensión a presentar su ropa sobre gente corriente, numerar sus prendas o realizar desfiles en lugares insólitos representa la peculiar rebeldía de quien aparece como el gran deconstructivista de las pasarelas. Y la cosa no queda ahí, en el empeño de explotar el margen de maniobra que proporciona la excitabilidad de cualquier posible pasión o emoción. Rei Kawakubo, por ejemplo, habría alcanzado sus ambicionados minutos de fama al poner sobre la pasarela a varios modelos con la cabeza rapada, disfrazados de prisioneros judíos, en la 50ª conmemoración del Holocausto.


Desde luego, la receptividad de este mundo ante cualquier llamada al orden, al sentido común o a lo que llamaríamos buen gusto, queda de antemano descartada. Pero el escándalo podría no bastar. Sería insuficiente. No deja de hacer bueno el célebre “¡ladran, luego cabalgamos…!” del Quijote. Quizá esté previsto y resulte inocuo. Es el efecto directamente pretendido por sus causantes. Constituye aquello que buscan. Quizá parte de su éxito, incluso, estriba en que los citemos aquí, haciendo bueno el célebre lema que dice que “lo importante es que hablen de uno, aunque sea bien”.

Gigantes con pies de barro


Con todo, la observación de los avatares de la industria de la moda detecta también con preocupación la dramática complicación de sus condiciones de viabilidad, llena de repercusiones indeseadas y a menudo objetables.


El diseñador Alber Elbaz —actualmente encuadrado en Lanvin— observa al respecto: “Trabajamos en una industria básicamente instantánea. Todo tiene que ser rápido. Entras en una marca e inmediatamente tiene que crecer en ventas, disparar su popularidad...”. Y los responsables de la firma Mango explican cómo todo se está globalizando y el detallista está cansado de pelear; la tienda tradicional está en decadencia y los proveedores plurimarquistas están llamados a desaparecer, porque el consumidor no tiene ninguna misericordia y mira al bolsillo.


Quizá el caso de Zara sea el más llamativo desde el punto de vista de los nuevos parámetros de agilidad y escala que imponen las circunstancias. Pero no es en absoluto el único. En su apretada carrera, las marcas rivalizan con sus competidoras en la explotación de los mismos recursos.


No es raro, al cabo, el carácter dudoso de la imagen contemporánea del sector. Ha recurrido con insistencia a estrategias de producción éticamente insalvables, como aquellas que incurren en los abusos laborales y la explotación de los proveedores. Y hay que citar, al respecto:


— por un lado, las pautas operativas criticables desde el punto de vista de las implicaciones de la globalización, ámbito en el que proliferan las denuncias relativas a proteccionismos, mercados cautivos y conflictos arancelarios;


— en segundo término, los sistemas de producción basados en políticas de mano de obra abusivas, con un apoyo indiscriminado en las ventajas competitivas de la radicación de la producción en países en vías de desarrollo, y acaso con prácticas rayanas en atropellos flagrantes como la explotación de mano de obra infantil;


— y por fin, los procedimientos de resultados negativos o cuestionables desde el punto de vista medioambiental.




III. REACCIONES EN MARCHA



La aguda constatación de todas estas realidades ha disparado de diversos modos nuestros dispositivos de alarma ante el curso de los acontecimientos. Y ha suscitado diversas tentativas de respuesta. Hay que mencionar, por ejemplo, la puesta en primer plano de la pregunta por la pulcritud y dignidad de las empresas en su funcionamiento interno, desde el punto de vista de las exigencias del mercado laboral y su balance ecológico; o también la paulatina diferenciación de los productos asociados a un expreso control de calidad referido a los métodos de su fabricación y dispensación, con la difusión de categorías como las de ‘Ropa Limpia’ y ‘Comercio Justo’.


Al parecer, en Estados Unidos y en los países nórdicos la moda ‘sostenible’ es casi una obligación; y los más comprometidos eligen con sumo cuidado sus adquisiciones en materia de ropa. No se visten ya, por ejemplo, con pieles y lana. Ni aceptan confecciones basadas en materias primas vegetales que no procedan de cultivos de agricultura ecológica. No hay que olvidar que esto afecta de lleno al lino y al algodón, en el que se basa la composición del 48% de las prendas que se fabrican en el mundo.


En Europa, Camper, H&M o Marks & Spencer fueron de las primeras firmas en apuntarse a la moda verde. Con la creación de la Ecoetiqueta, por parte de la Unión Europea, muchas se han subido al carro del interés medioambiental.


Y Greenpeace llama sistemáticamente la atención no sólo sobre los costes colaterales nocivos de los procesos químicos empleados en la producción textil, sino también sobre el hecho de que las coloraciones, los estampados o las fibras sintéticas liberan emisiones tóxicas al medio ambiente en el curso de la degradación que sufren las prendas con el uso, el lavado y el paso del tiempo.

Limitaciones de perspectiva: formulismos y parches


Quizá porque consideran que la moda tiene muchas connotaciones frívolas, los empresarios más audaces del mundo del vestido parecen anticiparse a los de otros sectores en su idea del compromiso social. Cabe que lo hagan por puro esnobismo, o por seguir la corriente de lo políticamente correcto, pero su ‘ejemplo’ parece cundir.


Tampoco las marcas esconden su motivación inmediata. Lo reconocen con claridad en Adolfo Domínguez: ”Si no tienes responsabilidad social, es mejor que no te dediques a la empresa... Si tú no sirves a la gente, la gente no te compra. La dimensión ética del empresario es muy importante”.


No faltará quien piense que hay oportunismo en esas actuaciones, pero tampoco quien sepa observar que quizá el dilema apunte también a la alternativa entre hacer algo
o no hacer nada.


Sin duda es una difusa combinación de ambas razones lo que está promoviendo últimamente una mayor sensibilidad social en el conjunto del mundo empresarial, instando su reflexión acerca de sus específicas responsabilidades sectoriales. En la última cumbre del Foro Económico Mundial, celebrada en Davos, Bill Gates —el empresario con una carrera más fulgurante y el hombre más rico del mundo— compareció en escena para donar a bombo y platillo la suma de 750 millones de dólares para vacunas contra enfermedades acuciantes en países pobres, abriendo una subasta en la que animó a participar también a otros cuantos multimillonarios. El 64% de los líderes participantes en la cumbre coincidió en la idea de que nuestro problema más grave es la lucha contra la pobreza; y un 55% eligió como objetivo prioritario la globalización justa, algo impensable en los años 90, en medio de lo que hay quien no duda en identificar como “el pleno auge del neoliberalismo despreocupado”.


La pregunta por las motivaciones que encierra este tipo de sensibilización lleva a confrontar las diversas actitudes que alienta, en la línea de los argumentos del memorable diálogo entre Norberto Bobbio y Maurizio Viroli sobre “el poder de la caridad”. Tal diálogo, como es sabido, sitúa frente a frente a la reivindicación por parte de Bobbio de la caridad como un poderoso motor de la acción individual y colectiva y a la postura más bien refractaria hacia ella de Viroli, teórico político de orientación republicanista y abanderado de lo que podríamos llamar la justicia laica.



Dicha pregunta desemboca, en consecuencia, en el contraste entre las exigencias simultáneas de realismo y utopismo que imponemos a nuestros propios planteamientos, mucho más llenos de ingredientes paradójicos de lo que acaso podríamos suponer. Y remite, a su vez, a la consideración de las limitaciones y eventuales contradicciones internas de un “altruismo endocéntrico” como el denunciado por Helena Béjar en su libro de expresivo título El mal samaritano. Tal altruismo no sería sino el de todo voluntariado anclado en un psicologismo individualista —y eventualmente ‘postmaterialista’— regido por motivaciones internas aglutinadas en torno a la idea de la ‘autorrealización’ de sus sujetos.


Sin duda es decisivo, en cualquier caso, fijarse con la mayor atención en la eventual dimensión de ese tipo de contradicciones internas, dadas nuestras fundadas sospechas sobre su profusa incidencia y su grado de difusión y protagonismo. Aunque sea por un mero criterio de rigor intelectual, no podemos permitirnos cejar hasta identificarlas y esclarecer su papel.

El éxito comercial de la contracultura

Un reciente libro de Joseph Heath y Andrew Potter, excelentemente documentado y titulado Rebelarse vende, se ha fijado por ejemplo en lo que cabría denominar el paradójico negocio de la contracultura. Se dedica a mostrar cómo los viejos progresistas contraculturales no sólo son como los viejos rockeros que nunca mueren sino que últimamente, además, con el tiempo se vuelven millonarios, merced a las pautas de funcionamiento de un sistema que aseguran que pretenden destruir o transformar de manera radical. Y lo hace señalando ejemplos clamorosos como los de unas presuntas zapatillas alternativas, cierto arte subversivo o unos libros de contenido anticonsumista que consiguen una importante cuota de mercado, con el consiguiente beneficio económico. De esta manera, a la vez, se convierten en objetos de consumo y consolidan el mismo sis­tema que en teoría combaten. La conclusión del estudio no tiene desperdicio; y viene a decir que la contracultura, lejos de alcanzar ningún avance en la realización de sus objetivos de transformación social, acaba constituyendo poco menos que uno de los auténticos motores del capitalismo consumista.


Según hemos podido ver, el panorama estético y empresarial del mundo de la moda forzaba no hace mucho la retirada de una figura de tanto peso histórico como la de Yves Saint Laurent, para quien su mundo ha sido intolerablemente invadido por una mera pandilla de cínicos. Y no se pueden ignorar ni la deriva de frivolización que padece el universo de la moda culta, entregada a un espectáculo que vive expresamente de su agresividad hacia los valores socialmente establecidos, ni el ingrediente de cinismo que la rige, en tanto trata de aprovecharse de ellos en beneficio de unos puros objetivos comerciales, con un helador e inconfesable pragmatismo.


Sin embargo, de acuerdo con lo dicho, seguramente conviene apresurarse a concluir que el escándalo ante él resulta escaso, en el sentido de que se queda corto y acaso hasta le hace el juego.


La conclusión no es sencilla. Parece necesario prevenirse frente a toda posible precipitación a la hora de cerrarla. Y, finalmente, ni siquiera está en la idea de que la alta costura necesita revisar sus principios más íntimos y lavar de una vez sus trapos sucios. A todas luces, la cuestión apunta más allá; y si algo hay claro es que no puede resolverse en los estrechos términos de estas percepciones inmediatas.




IV. APOCALÍPTICOS O INTEGRADOS



El lenguaje de los gestos puede ser hipócrita, formulario y hueco; y, además, resulta insuficiente. Lo es en términos objetivos y en una perspectiva absoluta. Pero quizá haya que conceder que acaso sea también, en ocasiones, el único posible. Lo que hay que subrayar es el carácter extraordinariamente pobre y limitado de la postura de quien se limita a constatarlo con sulfurados aspavientos, conformándose con tomar cumplida nota de su obvia teatralidad y de su margen de potencial ambivalencia.


La célebre alternativa entre ‘apocalípticos’ e ‘integrados’ acuñada por Umberto Eco en relación con las actitudes culturales modernas se queda sin duda corta para hacer justicia a los términos del problema; y se queda corta justo en tanto pretende encerrarlo en los rígidos límites del dilema y, en definitiva, de una disyuntiva radical.


Como es sabido, el cantante Bono acaba de implicarse en el lanzamiento de una marca de ropa “con conciencia social”, llamada Edun, convirtiéndose así en la enésima celebridad que da el salto al mundo del vestir. Eso sí, a diferencia de Jennifer López, no se ha atrevido a meterse a diseñar. Sólo aporta la filosofía que late detrás del logo.


Edun quiere ser una marca diferente: una línea de diseño y de producción basada en los principios del denominado Comercio Justo y en la creación de empleo en países en vías de desarrollo. Y es parte del plan vital que Bono se impuso cuando se convirtió en estrella de rock a principios de los años 80, cuando declaró sin titubeos: “Tengo dos objetivos: divertirme y cambiar el mundo”. Bono espera que el ejemplo sensibilice a una industria que a veces esconde, tras el fulgor del glamour, unos métodos de producción y gestión inaceptables. Y que contribuya a su anunciado empeño de “cambiar el mundo”: “En el siglo XXI —asegura— no hay que esperar una gran revolución. El mundo hay que cambiarlo a pasitos pequeños. Hoy, ir de compras es política. El lugar donde decides comprar las cosas o lo que escoges puede cambiar el mundo a largo plazo. Lo que estamos haciendo es, de forma sencilla, a pequeña escala, algo que dentro de unos años verás a gran escala. La gente está cada vez más interesada en saber en qué se gasta su dinero...”.


No cabe duda de que este tipo de tomas de posición representan, en relación con la dimensión inconmensurable de su objetivo, un movimiento paradójico. Parece que apuran el margen de lo factible: “Intentamos cambiar las reglas. La gente de la izquierda europea debe darse cuenta, por ejemplo, de que los subsidios a la agricultura no son justos para los africanos. Lo que nosotros conseguimos es que las ideas se vuelvan populares; y, cuando eso ocurre, los políticos se ponen nerviosos”. Precisamente a este respecto, sin embargo, se publicaba hace muy poco en la prensa una Carta al director de esas que nos reconcilian con el sentido común y el buen criterio de la gente corriente (en el mejor sentido de la palabra). Se refería a la reciente aparición en el mismo medio de una entrevista al vocalista y líder del conjunto U2. Su autora es María Asensio Navarro. Y decía así: “Frases como ‘estoy podrido de dinero’, ‘tengo casas en diversas ciudades del mundo’, ‘me encanta esta gran vida’, ‘no le tengo apego al dinero’ y ‘repartirlo no es la solución’, que leí en el reportaje a Bono, tocaron mi fibra. Sé que repartir el dinero no es la solución, pero ayuda; y reconozco que no hay que tenerle apego al vil metal, pero me gustaría saber qué pensaría el señor Bono de gente como él si no estuviera podrido de dinero. Desconozco su vida y obras; y, al margen de que prefiero que gaste su tiempo libre en realizar estos actos humanitarios, estoy un poco cansada de gente similar a él que aparece en los telemaratones pidiendo dinero a gente como yo, o como ustedes, que a veces no llegamos a fin de mes; es decir, que no estamos podridos de dinero. Me planteo si todo esto es porque les sale del corazón o porque para ellos es un juego más en esa excéntrica vida que llevan o, sin ánimo de ofender, existen delirios de grandeza que hacen que se crean los nuevos mesías del siglo XXI. Quizá cuento todo esto en un ataque de envidia hacia esa gran vida que yo no tengo. Aquí nadie es tan bueno ni tan malo como hacemos creer, y quizá por esto último prefiero creer en gente que se desprende de todo apego, incluso del afectivo, y se juega la vida por ir a lugares donde el corazón les dicta para ayudar a quien lo necesita”. La reflexión no puede ser más atinada, equilibrada, ponderada, atenta, clarividente y sintética. Refleja con pasmosa exactitud el orden de las difíciles disyuntivas a que nos enfrenta nuestro mundo, y apunta un resultado incontestable.

El escándalo, su alcance y su horizonte


Nos escandaliza enormemente la redundancia del dinamismo de la moda en la anorexia y en el consumismo compulsivo; pero también la artifiosidad y frecuente insolencia del show de las pasarelas; y no podemos cohonestar algunas de las prácticas empresariales a que recurren las marcas para poder competir en nuestro mundo globalizado.


Nuestra percepción de las contemporáneas evoluciones de la moda desemboca en una especie de escándalo acumulativo. Y éste redunda en los consiguientes recelos y temores ante una trepidante vorágine que, queramos o no, nos envuelve e incluye. Comprende también, en este marco, cierta experiencia perpleja del emergente protagonismo social de posturas como las de Bono. Y ella, a su vez, nos termina enfrentando a la cuestión del sentido de nuestra vida.


Hacerlo, entre otras cosas, supone revisar las dimensiones más llamativas del variopinto espectáculo de la moda contemporánea, de su esfera de influencia y del conjunto de sus implicaciones, sobre el fondo del agudo dramatismo de la coyuntura histórica del planeta, con todos sus ingredientes de injusticia, miseria y sufrimiento. Significa también, en este marco, detectar las sistemáticas evasivas que nuestro momento cultural opone a tal empeño. Y eso es lo mismo que salirles al paso. El reto está en superar la tentación de conformarnos con conclusiones provisionales que se demostrarían no sólo insuficientes sino también integradas en el dinamismo de la misma espiral cuyo trazado se trata de identificar.


Según vimos, hay algunos escándalos —no menores pero sí superficiales (en el sentido de que aparecen en la superficie, no de que quepa considerarlos triviales)— que resultan predecibles y se nos ofrecen sospechosamente prefabricados. Y hemos de concluir que son más bien señuelos que responden a una maniobra defensiva del sistema. No cabe olvidar que éste tiende a contar con nuestra complicidad. De hecho, el intento de llegar hasta el fondo del asunto puede afectarnos personalmente, a título individual, poniendo a prueba nuestras motivaciones últimas; y es mucho más cómodo quedarse en la fácil identificación de un enemigo exterior común —bien llamativo: gesticulante hasta la caricatura—, aunque sospechemos que se queda corta por insuficiente, eminentemente formularia y sólo parcialmente cierta.


La insistencia en la necesidad de unas actitudes responsables en y ante el consumo, por ejemplo, se revela pertinente y oportuna. Y encuentra un terreno muy fértil en nuestra sensibilidad, ampliamente escandalizada ante los derroteros de la cultura contemporánea. Sin embargo, y sin que esto vaya en detrimento de su aplauso, a nadie escapan las fuertes limitaciones de esta línea de respuesta. Cuesta creer que todo nuestro escándalo pueda llegar a saldarse con la mera recomendación de un consumo orientado. Oímos hablar a menudo del enorme poder del consumidor, pero vamos sabiendo también cómo el mercado mismo explota, y aun probablemente induce, nuestras propias reacciones indignadas contra sus designios, cuya condición de impíos e inclementes no hace mucho por ocultar. La insistencia en la necesidad de un consumo responsable precisa de un horizonte de referencia más abarcante: el de la identidad cultural, en el sentido más profundo del concepto.


Nuestra pregunta por la moda, en definitiva, es mucho más que la pregunta especializada por algunas manifestaciones más o menos marginales de nuestra civilización. Alcanza a la relativa a la globalidad de nuestra coyuntura social, y ha de empezar por responder de su lugar en ella y ante ella. Ya Eduard Fuchs, el denominado historiador ‘universal’ del siglo XIX, se refirió a la relevancia sociocultural de la ropa como “la más exacta expresión de toda la cultura”. Y parece que es ahora cuando esto se ha hecho cierto en plenitud.

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