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lunes, 6 de noviembre de 2006

ORGULLO Y PREJUICIO


Dianne Barry Wilkins


Orgullo y Prejuicio


Hoy como ayer

Orgullo y Prejuicio es el nombre de una de las novelas más grandes que Hollywood ha llevado a la pantalla grande en los últimos meses. Su estreno ha sido un éxito en todos los países que se ha presentado, y ha sido catalogada por los críticos como una de las mejores películas del año 2005. Pero es mucho más que eso.

Independientemente de la gran fascinación que, en lo personal, me causó, tanto por su profundo contenido como por sus virtudes cinematográficas que lograron pasmar a la perfección el mundo que dibuja Jane Austen en las páginas de esta obra, es un film que puede llevarnos a reflexionar en temas muy profundos.

Con sólo detenernos en el título de la obra, podemos notar que la intención de la autora no fue solamente hacernos disfrutar de una historia de amor al más puro estilo Corín Tellado. Quería ir mucho más allá.

Orgullo y Prejuicio retrata una época, una sociedad, unas costumbres y unas tradiciones características de la Inglaterra de principios del siglo XIX. Una Inglaterra de grandes castillos, de largas historias familiares, de bailes y todo tipo de relaciones sociales. Relaciones que, las más de las veces estaban regidas por dos elementos: precisamente el orgullo y el prejuicio. Había excepciones, claro está, pero la realidad era así, según nos lo muestra Jane Austen.

Lo que personalmente me pregunto es si es estrictamente necesario trasladarnos doscientos años atrás para encontrar estas características en la sociedad. Por mi parte creo que no. Hoy en día, aunque con otros matices y claramente en otro contexto, vemos algo parecido: orgullo y prejuicio tras tantas relaciones sociales, políticas, amorosas, etc. Orgullo y prejuicio que están presentes en una sociedad, pero una sociedad que, sin embargo, clama por la autenticidad.

Los valores falsos y los verdaderos valores

Tantas veces, antes de entablar una relación de cualquier tipo con una persona, averiguamos de qué familia es, qué estudia, dónde vive, cuál es, más o menos, su situación económica, cómo es su aspecto físico… cuando se busca trabajo, cuando se conoce a alguien en una fiesta o en un bar… en tantas situaciones. Muchas veces esos son nuestros criterios para “aceptar” o no a una persona. Pero, ¿son verdaderamente relevantes estas “pautas de aprobación”?

Personalmente, y espero coincidir con quien esté leyendo esto, creo que definitivamente no. Mucho más importantes son valores como la sinceridad, la lealtad, la bondad… en fin, la calidad humana en general. Pero pese a su importancia ¡Qué poco nos fijamos en esto! Y vienen en seguida las desilusiones, los fracasos, los quiebres… porque no buscamos en el otro lo que realmente vale la pena.

Sin un afán proselitista, creo que es hora de que las sociedades hoy en día den un giro y dirijan la mirada a este tipo de valores. Tanta depresión, relativismo, tanta gente que no encuentra el sentido de su vida… tantos y tantos problemas que acaecen hoy a las personas pueden deberse, en gran medida, a que han hecho vista gorda de aquellas cosas que en realidad son importantes en la vida y a que se han dejado guiar por criterios que muchas veces pueden volverse en contra del mismo ser humano: el afán de poder, de dinero, la infructífera búsqueda de la felicidad en cosas tan fugaces como el placer y la fama.

Si queremos encontrar la verdadera felicidad, hemos de volver a mirar en el interior del hombre y juzgar con la mayor sinceridad qué es lo que realmente vale la pena. Después de eso, seremos capaces de tomar las mejores decisiones en nuestra vida. Para quienes han tenido la posibilidad de ver la película (los que no, les recomiendo que se la den), piensen qué hubiera sido de Mr. Darcy y Elizabeth si hubiesen permanecido cegados por el orgullo y determinados por lo que cada uno pensaba del otro sin descubrir la verdad, la realidad. Y ahora, cómo cambiaría la vida de cada persona si fuera capaz de hacer lo mismo y dirigir su vida al compás de lo verdaderamente importante, que es, a fin de cuentas, lo único que puede dirigir al hombre a la verdadera felicidad.

¿EXISTE EL ALMA?


EL ALMA

En este artículo se habla del alma, que es algo muy serio. En la teología católica, y también en la filosofía, la palabra alma significa el elemento espiritual que informa al cuerpo humano (elemento material); constituyen ambos una unidad substancial que es la persona humana. El alma es espiritual, individual e inmortal, y ha sido creada inmediatamente por Dios, en cada persona; no procede -como el cuerpo- por vía de generación, de los padres.

La palabra "alma" -dice el autor del texto que se publicó en la revista Nuestro Tiempo (nº 603, IX-2004)- encierra el misterio de la vida y sus sorprendentes propiedades; el misterio del más allá y las aspiraciones humanas más profundas; y el misterio de la conciencia humana, de la inteligencia y la libertad. La palabra "alma" indica también a la persona, al ser espiritual, querido por Dios y constituido, por su amor, como un interlocutor para siempre. El alma humana no es un duende, ni una cosa que esté en el hombre, ni una parte del hombre. Es el sujeto espiritual, con su forma y sus propiedades, la persona querida por Dios. Todo esto es lo que lleva dentro la palabra alma.


por Juan Luis Lorda, Prof. de Teología Dogmática y Antropología, Universidad de Navarra
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Con las grandes palabras, especialmente si tienen mucho uso, hay que tener cuidado. Porque a medida que pasan de boca a boca y de mente a mente, se confunden, pierden sus conexiones con la realidad y flotan en el mundo de las ideas como globos a la deriva. Sugieren demasiadas cosas a la vez. Para trabajar con las grandes palabras, hay que anclarlas en la realidad: acudir a los lugares originales de donde procede su sentido.

La palabra alma es una palabra enorme, un globo gigantesco. Muy venerable, porque está relacionada con lo más sublime. Pero también pintoresca, cuando la mentalidad popular se la representa como un duende dentro del hombre. Una cultura tan científica como la nuestra no está para duendes. Entia non sunt multiplicanda praeter necessitatem (Ockham: "no hay por qué admitir más cosas que las necesarias"). Chesterton o Tolkien protestarían al unísono, y defenderían también la necesidad de los duendes, precisamente para contrarrestar una visión exclusivamente científica del mundo. Pero yo me voy a limitar a defender la existencia del alma.

Si comenzamos preguntando por lo que evoca la palabra, flotaremos. Tenemos que tomar tierra y relacionar la palabra con la realidad. En su origen, la palabra "alma" está relacionada con tres experiencias humanas muy importantes. La primera es el misterio de la vida y la diferencia entre la vida y la muerte. La segunda es la pregunta por el más allá, y en concreto por la supervivencia personal. La tercera se refiere a lo característico del espíritu humano , a la vida de la inteligencia y al ejercicio de la libertad y de la creatividad. No se trata de duendes.

La vida tiene una maravillosa riqueza de propiedades. Hay muchos cuentos donde los protagonistas se suben a una roca y resulta ser un elefante o creen llegar a una isla y se encuentran sobre el caparazón de una tortuga. Desde luego, en los cuentos y en la realidad, hay mucha diferencia entre subirse a un montón de tierra o a un elefante. El elefante o la tortuga pueden hacer cosas que no cabe esperar de la montaña o la isla.

El niño que está entusiasmado con su perrito se llevará un disgusto terrible si se le muere: se acabaron los juegos, se acabó el correr, se acabó esa mirada y los saltos de alegría cuando vuelve a casa. Al tocar el cuerpo frío del animal, notará la diferencia. Se asomará a la tragedia de la muerte, a esa amenaza tan tremenda para lo vivo. El cuerpo inmóvil que tiene delante, parece el mismo, pero ya no es el mismo. Ha dejado de estar animado: ha perdido la vida. En este primer sentido, alma es lo mismo que animación. Todo lo vivo está "animado". Es lo que se ve a simple vista.

Como vivimos en una sociedad ilustrada por los conocimientos científicos, ya no podemos quedarnos con lo que se ve a simple vista. Sabemos mucho más sobre la realidad. Esto es una ventaja, pero también un inconveniente. Desde luego, saber más, es siempre una ventaja. El inconveniente consiste en que el conocimiento de los detalles puede impedirnos la visión de conjunto. Los árboles pueden ocultarnos el bosque: el bosque sólo se ve a simple vista, sin análisis.

La materia

La mentalidad científica moderna es, en mucha parte, "constructivista" , perdón por la palabra. Es decir, entiende que explicar una cosa es lo mismo que decir cómo está hecha, cuáles son sus componentes y como se combinan. Desde luego una gran parte de la ciencia moderna, la química, la física atómica y la biología, han progresado a base de analizar los compuestos y encontrar los elementos y su estructura. Esto lleva a que muchas personas con mentalidad científica al ver la realidad, piensen siempre en su composición. Ven un mineral y recuerdan de qué está compuesto. Ven un árbol y recuerdan sus estructuras. Y lo mismo al ver un perro o una persona. Hoy sabemos que, con diferentes grados de complejidad, todo está compuesto de los mismos elementos de la tabla periódica que puso en orden, hace más de cien años, Mendeleiev (+ 1907).

Cuando una persona con mentalidad científica ve que muere un animal o una persona, piensa en las alteraciones orgánicas que se han producido y que hacen imposible la vida. Tiene razón: para explicar la muerte basta fijarse en la alteración de los componentes orgánicos. El problema es que, cuando ven un ser vivo o a una persona piensan que está vivo sólo porque está construido con estos componentes. Y lo ven como si fuera una enorme estructura bioquímica que funciona ordenadamente. Muchos dirán que, "en el fondo", es una aglomeración de materiales que funciona gracias a las propiedades físicas y químicas de sus elementos. Y aquí no tienen razón. O, por decirlo mejor, tienen sólo una parte pequeña de razón. Porque esta explicación es muy reductiva: oculta el misterio de la vid a. Es como si dijéramos que El Quijote es un conjunto ordenado de letras o una casa un conjunto ordenado de materiales de construcción. Es verdad, pero ocultamos mucha más verdad de la que decimos.

Ningún materialista aceptaría de buen humor que le cambiaran a su hijo por un cubo de agua y un saquito de polvo. Y, sin embargo, es verdad que, desde el punto de vista de los materiales, el hijo es, "en el fondo", como toda la materia viva, 80 por ciento de agua y unos pocos kilos de calcio, carbono y otros elementos químicos. Si fuera consecuente con lo que piensa, tendría que aceptar el cambio sin pestañear. Pero algo nos dice que no aceptaría. Y hace bien. Quizá defienda en teoría que es lo mismo, pero no se atreverá a vivir como si fuera lo mismo. Sólo unos pocos canallas en la historia han sido capaces de ser consecuentes hasta el final. Los demás se han sentido paralizados por sus sentimientos humanitarios, por su intuición espontánea sobre las cosas. Es que algo no cuadra. Quizá los árboles nos ocultan el bosque.

La forma

¿Por qué la materia organizada y en funcionamiento es más que la materia suelta? Plantearse la pregunta así, honradamente, ya es un gran paso, casi una voltereta, porque nos puede llevar a ver las cosas al revés. Pero es la única manera de defender que el hijo "es más" que el cubo de agua y el saquito de polvo.

Bien mirado, es asombroso que la naturaleza resulte ser como un inmenso juego de construcción, con tanta complejidad y con tantísimas propiedades. Esto lo entienden mejor los aficionados a las arquitecturas y los mecanos. Hay muchos juegos de construcción muy buenos. Y se pueden hacer muchas cosas con piezas simples. Aunque, desde luego, no tantas cosas como las que hace la naturaleza. No se vende ningún juego con unas piezas tan polivalentes, capaces de formar tan sorprendentes estructuras.

No existe un juego que permita construir un perro ni nada parecido. Hay mecanos que permiten construir coches. Te dan las piezas y los planos para ponerlas en su sitio. Si tienes imaginación, puedes construir también cosas que no están previstas en los juegos de construcción: palacios estupendos o mecanismos curiosos. Caben variantes sin límite, infinitas. Sólo estás limitado por las posibilidades de las piezas. Pero ningún juego de arquitectura permite construir, por ejemplo, un motor de explosión. Las piezas no tienen las propiedades mecánicas y térmicas necesarias.

Si tuviéramos piezas de metales muy resistentes y con la forma adecuada, podríamos acoplarlas y hacer un motor de explosión. Pero sólo si tienen la forma adecuada. No sirve cualquier pieza. Para hacer un motor de explosión, primero necesitamos la idea del motor de explosión y luego, con poca libertad, podemos hacer las piezas. Lo curioso es que aquí vamos en sentido contrario que el análisis científico normal. No explicamos el motor por las piezas que lo componen, sino al revés: las características de las piezas se explican porque las necesitamos para el motor. Lo que manda es la idea del motor.

Sería ridículo explicar el motor de explosión diciendo que es una acumulación de piezas. Antes que nada, el motor es una idea. Podemos hacer las piezas con distintas formas y materiales, pero tenemos que respetar la idea. Se da la curiosa circunstancia de que las propiedades del motor de explosión son propiedades de la idea del motor , no de las piezas. Las piezas sueltas no tienen esas propiedades: si alguien las viera sueltas, no podría deducir las propiedades del motor. Sólo cuando están unidas según la idea del motor, tienen las propiedades del motor. El motor tiene más propiedades que las piezas.

Las personas con mentalidad exclusivamente científica están acostumbradas a explicar la vida por sus elementos. Y dicen que todo es, en el fondo, una combinación de piezas elementales con propiedades elementales. Todo lo de arriba se explica por lo de abajo; y, en el fondo, se reduce a lo de abajo. Lo verdaderamente real es lo de abajo.. Esto lo dicen científicos serios (S. W. Hawking, S. Weinberg, F. Crick) y también otros (C. Sagan, E. O. Wilson, R. Dawkins) que se dedican a la divulgación de la ciencia y a la extrapolación (a veces incontrolada) de los conocimientos. Pero es un reduccionismo , tan grande como explicar una casa sólo por sus ladrillos o El Quijote por sus letras.

Es más: pudiera ser muy bien que el mundo se explicara al revés, como el motor. Que las características de las piezas elementales se expliquen por las ideas superiores. Puede ser que haya que comprender los elementos de la materia como las piezas de algo superior , que tiene muchas más propiedades que las piezas. Si no, no se puede justificar la extraordinaria capacidad y polivalencia de este juego de construcción.

Es interesante notar que las ideas, las formas tienen propiedades (el motor de explosión). Aprovechan las propiedades de sus componentes, pero se comportan como un conjunto que tiene más propiedades que sus componentes. En la misteriosa diferencia entre lo vivo y lo muerto, sucede esto, con un nivel de complejidad fabuloso. Lo vivo, con todo el organismo en su sitio, tiene muchas más propiedades y muy superiores a lo no vivo. A esto, se le llama, a veces, emergentismo (M. Bunge): aunque la palabra sugiere una dirección de abajo arriba.

Quizá haya que dar la vuelta. Quizá sea más sensato pensar que los elementos de la materia son, en realidad, las piezas de lo vivo. Si la idea de lo vivo no estuviera de alguna forma prevista en el juego de construcción, ¿cómo se va a producir ese enorme salto hacia arriba? En los juegos de construcción, nunca se producen estos saltos de calidad. Y menos por casualidad. Si metiéramos millones de piezas de arquitectura, en una hormigonera y dieran vueltas durante miles años, se produciría de vez en cuando un trozo de pared, pero nunca un castillo y mucho menos un caballo. Por más vueltas que demos. Y si metiéramos canicas, nunca se produciría nada. No hay problema en admitir que la forma de un montón de tierra se ha producido por casualidad. Pero parece absurdo decir que la forma de los seres vivos se ha producido por casualidad. Las formas superiores tienen que estar previstas de alguna manera en el juego; tienen que ser posibles. ¿No habrá que pensar el mundo desde arriba en lugar de pensarlo desde abajo?

El espíritu

Los seres vivos son seres animados. Y con esto se expresa toda su capacidad de obrar, de moverse, de conservarse en unas condiciones, de protegerse del medio, de alimentarse y de reproducirse. Hay un salto enorme entre las propiedades de lo vivo y lo que no está vivo. No sólo de orden de complejidad, de cantidad de materiales puestos en su sitio. Es que, además, hay "ideas nuevas", formas superiores, con propiedades nuevas. A medida que subimos por la escala de la vida, nos encontramos con una conducta cada vez más compleja e interesante. Una conducta que no se explica por las piezas, que siempre son las mismas, sino por las formas que integran las piezas.

Y llega un momento en que nos encontramos con otro salto. El nuestro. Cuando escalamos la vida orgánica, en el nivel más alto nos encontramos con la conciencia. Y entramos en un terreno increíble. Estamos acostumbrados. Ese es el problema. Vivimos ahí y todo lo contemplamos desde ahí. Nuestra conciencia tiene propiedades completamente sorprendentes, pero no nos llaman la atención, porque estamos acostumbrados a ellas.

En la conciencia, se dan tres propiedades concatenadas: la inteligencia, la libertad y la causalidad espiritual o creatividad. Nuestro yo tiene las tres propiedades a la vez. La inteligencia es la capacidad de conocer y pensar con ideas abstractas. La libertad (voluntad) es la capacidad de diseñar la conducta concreta al pensarla en abstracto. La causalidad espiritual o creatividad es un efecto de todo esto. Por el dominio que tenemos sobre nuestra inteligencia y nuestro cuerpo, podemos intervenir en el mundo físico. Nos movemos en él, cambiamos las cosas de sitio, manejamos herramientas y construimos. Con esas propiedades, el ser humano ha transformado la superficie del planeta. Todo lo que vemos alrededor, todo lo que es la cultura humana, ha nacido de ideas manejadas por nuestra conciencia y ejecutadas moviendo nuestras manos (y herramientas) con un plan diseñado libremente.

Nos parece normal. Pero, si lo pensamos científicamente, es extraordinario. Nuestra capacidad de formar, transmitir y manejar ideas es un misterio. También lo es nuestra capacidad de concretar previendo y diseñando nuestra conducta (libertad). Y también lo es nuestra capacidad operativa: es decir, que la conciencia mueva la materia, empezando por nuestro propio cuerpo y nuestras manos. Si hemos estudiado física, sabremos que, después de un esfuerzo de investigación gigantesco, hemos llegado a la conclusión de que todo lo que sucede en el universo se debe a la acción de cuatro fuerzas elementales. Pues bien, además de las cuatro fuerzas, está nuestra conciencia que es capaz de mover un cuerpo, el nuestro, y, a través de él, con herramientas, todo lo demás.

El sujeto

Hoy somos más conscientes de lo misterioso que es todo esto cuando queremos hacer ordenadores que imiten la conducta humana. Nos tropezamos con que los ordenadores no pueden formar ideas ni entienden las palabras (inteligencia), y no son capaces de decidir una conducta concreta a partir de ideas abstractas (libertad). En cambio, son capaces de mover cosas. Un programa de ordenador, que es algo así como un poco de inteligencia condensada (ideas, formas), es capaz de obrar, siguiendo un proceso. Por supuesto que obra de una manera muy rudimentaria y sin creatividad. Tampoco tienen las delicadas relaciones con el cuerpo que nosotros tenemos: no tienen emociones. Y desde luego no tienen sentido estético; no tienen sentido del humor; no tienen sentido de la justicia; y no pueden amar al prójimo como a uno mismo. Esto son sólo propiedades de nuestra conciencia.

Un ordenador es sólo un procesador de programas. Los ordenadores siguen procesos, pero no "entienden" las ideas ni las palabras, sólo las usan. No hay un "yo" que entienda. No hay un yo que forme ideas, que obtenga analogías, que pase de lo concreto a lo abstracto ni de lo abstracto a lo concreto. No hay un yo que entienda y piense en abstracto, que obtenga analogías y las cambie de plano. No pueden aprender en abstracto y usar lo que ha aprendido en otro contexto, de manera analógica. Y, como no manejan ideas en abstracto, tampoco pueden concretar pensando (libertad): no pueden decidir, no pueden ser creativos, no pueden enfrentarse a problemas nuevos. Son un conjunto de piezas montadas, con una idea de construcción y algunas ideas prestadas de funcionamiento. Son capaces de ejecutar procesos pensados por otros. Pero no hay un sujeto, no hay un protagonista, no hay un yo que sepa lo que está haciendo.

En cambio, cada uno de nosotros somos un sujeto. Nuestras operaciones espirituales, la inteligencia, la libertad y la causalidad espiritual tienen un sujeto y nos convierten en sujetos. Obramos como un sujeto. Es un modo peculiar y distinto de estar en el mundo. Seres que piensan, que entienden, que extraen experiencia y conocimiento, y que pueden obrar abriendo caminos. Por eso, cada hombre es una singularidad en el mundo , que no está explicado por su entorno y que no se puede reducir a sus piezas. Es un centro de operaciones en el universo, creativo y autónomo, con un universo mental dentro de la cabeza. Un universo mental capaz de transformar el mundo físico con ideas y acciones.

La filosofía griega, desde Platón, ya se dio cuenta de este argumento: el sujeto humano hace operaciones inmateriales y, por tanto, no es material. El proceso de formación y uso de las nociones abstractas (ideas) no es material; el uso de la libertad, que permite trazar un camino concreto pensando en abstracto no es material y contradice el determinismo de la materia; la causalidad de la conciencia, que opera libremente sobre el cuerpo, no es material. El comportamiento inmaterial, nos señala que el sujeto es inmaterial. En los demás seres vivos, no hay sujeto, no hay espíritu, sólo hay una forma con propiedades espectaculares, una forma que se desvanece cuando se corrompe el cuerpo (aunque la idea permanece, porque se puede repetir). Pero el ser humano no es sólo una idea, una estructura repetible, sino un sujeto inmaterial y autónomo. Y como es inmaterial, no se puede corromper, tiene que ser inmortal. Este es el argumento clásico de la espiritualidad humana que han usado todos los espiritualistas, desde Platón hasta Bergson, pasando por Santo Tomás de Aquino o Descartes.

Combinando elementos de las filosofías de Platón y Aristóteles, Santo Tomás dedujo que el alma es, a la vez, el sujeto espiritual (Platón) y la forma del cuerpo (Aristóteles). Es una fórmula feliz, aunque, para entenderla bien, hay que hacerse una idea de lo que significa el sujeto espiritual en Platón y de lo que significa la forma en Aristóteles. Otros pensadores modernos han recurrido a algunas analogías más o menos felices, para señalar la diferencia entre alma y cerebro. Eccles y Popper, decían que es como el piano y el pianista. Pero es sólo un ejemplo. El piano puede ser una prolongación del cuerpo, pero no es el cuerpo. Todas las analogías son defectuosas porque el caso de la relación del alma y el cuerpo es único. Tenemos una forma con un nivel de unidad y de estructura tal, que tiene la propiedad de ser un sujeto; es una idea como el "motor de explosión", pero con tal categoría que es una persona.

La tradición filosófica entronca la idea del sujeto humano espiritual -la persona- con una aspiración permanente y espontánea de la humanidad, la supervivencia tras la muerte: es la tercera raíz de lo que entendemos por alma. La idea de un más allá, donde las personas perviven es una aspiración que nos encontramos por todas partes y se expresa en todas las culturas, aunque de distinta manera. Muchas culturas y muchas religiones afirman que el sujeto humano permanece tras la muerte de algún modo. Y a lo que permanece, al sujeto, le llaman "alma".

Es muy difícil pensarse como no existiendo. Esto lo sabía muy bien Unamuno, que no dejaba de pensar en ello. Es muy difícil pensar que las personas que uno ha querido son nada cuando mueren. Que esos sujetos libres y únicos, que hemos querido tanto desaparecen sin más. ¿Cómo he podido querer tanto a un poco de agua y polvo? ¿Por qué no me da lo mismo que otro poco de agua y polvo? El más allá es una cuestión oscura, porque no sabemos cómo pueda ser, pero el deseo de pervivir y el amor a las personas más allá de la muerte son tendencias claras.

La persona desde la fe cristiana

El mensaje cristiano no es filosofía. Pero entronca directamente con las aspiraciones personales de supervivencia y con las convicciones del amor. También con las otras raíces que han dado sentido a la palabra alma.

Para la fe cristiana, Dios, que es un ser espiritual, ha creado el mundo. Y lo ha organizado de arriba abajo, con todas sus propiedades que se despliegan en la historia del cosmos. Por eso, porque procede de una inteligencia creadora, el mundo está tan lleno de inteligencia y de altas propiedades. Por eso, el juego de construcción es tan maravilloso y capaz de tantas cosas.

Además, el mundo visible y material está ordenado al hombre , que es su cumbre, y, probablemente, la clave de todas sus propiedades. En el ámbito de la filosofía de las ciencias, se llama "principio antrópico", a esta idea: a pensar que el mundo se explica porque está ordenado al hombre: las curiosas características de la materia, la sorprendente historia de la evolución, la existencia misma de la tierra (que es un sistema bien curioso). Pero la Biblia lo da por supuesto desde sus primeras páginas: el hombre es la cima del mundo visible, y todo está ordenado a él.

Pero es una cima que supera lo que tiene debajo, porque el hombre ha sido hecho "a imagen de Dios". Esta expresión aparece en el primer relato de la creación, en las primeras páginas de la Biblia, y es muy importante en la tradición judía y cristiana. Indica que el hombre se parece a Dios y refleja su imagen sobre el mundo. A semejanza de Dios, el hombre es un sujeto, un ser inteligente, capaz de obrar creativamente.

El ser humano tiene algo de divino. El segundo relato de la creación, lo expresa con una imagen: Dios introduce su aliento y espíritu en el hombre. El hombre no sólo viene de abajo. Viene también de arriba, del espíritu de Dios. Aunque tenga materia, no se explica por la combinación aleatoria de las fuerzas de la materia. Tiene algo que viene de Dios y refleja lo que es Dios.

Pero además, Dios lo ha creado con un fin eterno. El ser humano ha sido creado para conocer y amar a Dios por toda la eternidad. Ha sido preparado para ese destino. Dios ha hecho al hombre capaz de conocer y amar, y de durar eternamente. Este es el argumento religioso para fundamentar y entender que el hombre es un sujeto espiritual (destinado a conocer y amar) y que es inmortal (destinado a durar para siempre).

A la religión no le asusta pensar en un sujeto espiritual, no le asusta pensar en una existencia que no es material, porque cree que Dios es un ser espiritual. La idea de persona, que es una idea cristiana, expresa la dignidad de un sujeto espiritual. La calidad de un ser que no se explica por las analogías y las propiedades de la materia. Ni su ser ni su obrar se pueden expresar con el vocabulario que se utiliza para la materia.

Al mismo tiempo, el hombre es un ser corporal. Esto no es un añadido. Es su modo de ser, pertenece a su forma, a su idea, tal como Dios la ha querido. Sabemos por experiencia que, para que el espíritu pueda expresarse en el cuerpo, el cuerpo tiene que estar en condiciones. Es preciso que la base orgánica se haya desarrollado. Si el cerebro no se ha constituido bien, la conciencia no puede expresarse , no puede abrirse al mundo. Porque el funcionamiento normal del hombre es una conciencia con un cuerpo; y el cuerpo sitúa a la persona en el mundo, y sirve de expresión e instrumento a la conciencia. La fe cristiana cree que el sujeto espiritual permanece tras la muerte, privado de su cuerpo, pero cree también que su perfección es con el cuerpo, y la alcanzará al final, en la resurrección. Tiene su modelo en la resurrección de Cristo.

Creemos que en todo ser humano, desde su origen, hay un sujeto espiritual, aunque todavía no se pueda expresar. Pero hay más. La experiencia nos enseña que para que la conciencia comience a funcionar, necesita ser hablada. Necesita ser estimulada por la palabra, despertada por la palabra, por así decir, o por lo menos por el signo (como el caso de Hellen Keller). Esto lo vemos al observar cómo se desarrollan los niños, y, por contraste, nos lo confirma la triste experiencia de los llamados "niños salvajes" (Enfants sauvages, Feral Children); niños que no han sido criados en un ambiente humano. Sin una relación humana, la conciencia humana no se puede desplegar (o lo hace muy rudimentariamente). Esto es asombroso. Es una manifestación de que el espíritu humano es relacional. La tradición de pensamiento cristiano ve en esto una huella de que el hombre es un ser para la relación: procede de la relación con Dios y está destinado a la relación con Dios.

Para el cristianismo, es un asunto muy serio. La relación humana tiene su perfección en el amor. La moral cristiana se resume en amar a Dios sobre todas las cosas; y a los demás como hijos de Dios. Cada persona humana aspira en lo más hondo a amar y a ser amada, y no le parece que hay mejor bien que éste.

Cuando se entiende el valor de cada persona, se entiende que merece ser amada. Juan Pablo II le llama a esto la "norma personalista". Muchos pensadores cristianos (Marcel, Pieper) se han dado cuenta de que todo amor encierra un deseo de eternidad. Amar es decir "no morirás". En los hombres es sólo un deseo Pero en Dios es una promesa que crea la realidad. El amor personal de Dios es lo que nos convierte en sujetos para siempre. Este es el fundamento personal del peculiar modo de ser del hombre: un sujeto delante de Dios: un tú creado para siempre por un Yo que es todopoderoso y eterno (Buber).

Hay que terminar. Nos hemos acercado a las experiencias que enraízan la palabra "alma" y nos habremos dado cuenta de que estamos hablando de algo muy serio. La palabra "alma" encierra el misterio de la vida y sus sorprendentes propiedades; el misterio del más allá y las aspiraciones humanas más profundas; y el misterio de la conciencia humana, de la inteligencia y la libertad. La palabra "alma" indica también a la persona, al ser espiritual, querido por Dios y constituido, por su amor, como un interlocutor para siempre. El alma humana no es un duende, ni una cosa que esté en el hombre, ni una parte del hombre. Es el sujeto espiritual, con su forma y sus propiedades, la persona querida por Dios. Todo esto es lo que lleva dentro la palabra alma.

Creación. ¿Por qué?

La vida misma

Las conferencias no eran precisamente lo que más atraía a Julián, pero no le quedaba más remedio que asistir a una que iba a haber en el instituto sobre "Las respuestas del feminismo", porque era parte de la preparación para un trabajo que le había correspondido hacer para exponerlo luego en clase. También le parecía interesante comprobar cuáles eran los argumentos de fondo sobre un tema del que tanto hablaban algunas de las chicas de su curso, incluida Paz, su hermana gemela.

El turno de preguntas sirvió para que se reafirmase la conferenciante. Sólo hubo dos intervenciones que la pudieron poner en aprietos. En la primera, una preguntó si esas investigaciones eran propiciadas por la "dotación instintiva" de sus agentes, pero la respuesta estaba llena de tecnicismos que Julián no entendía –ya antes el significado de algunas palabras se le escapaba, y había suplido por intuición–. La segunda consistió en preguntar si la experiencia familiar de la conferenciante confirmaba sus teorías, pero ésta –que parecía algo irritada al oír eso– vino a contestar elegantemente que eso era irrelevante para el tema.

—"¿Qué tal la conferencia?", preguntó uno de sus compañeros a Julián cuando se vieron antes de clase al día siguiente.

—"Uf, esa mujer sabía un montonazo", contestó, y pasó a explicar lo que había expuesto, o lo que había entendido de ello. El tema pareció interesar a su hermana Paz y a unas amigas suyas que también estaban por allí, y pronto se formó un nutrido y animado grupo, centrado sobre el tema de la famosa conferencia. Para sorpresa de Julián, entre las chicas había bastante menos admiración que críticas hacia las tesis de la conferenciante.

—"¡Pero si eso es lo mismo de Frankestein! ¡Como en la película, igual!", dijo Paz.

—"Mira, ¿sabes lo que te digo? Que cuando me toque, ya procuraré mirar bien con quién me caso, pero cuando me case quiero tener algún niño, no encargar un prefabricado" –fue la réplica de otra–. Julián no era de los que rectifican fácilmente, y mantenía que "a lo mejor es que yo no sé explicarlo muy bien, pero si la hubierais oído seguro que le dabais la razón en bastantes cosas".

Al día siguiente, Julián y Paz volvían a su casa acompañados por Miriam, una de las amigas de Paz. Salió de nuevo el tema de la conferencia, sobre todo porque Paz se sentía incomprendida.

—"Mira –le dijo Miriam–, de verdad que lo he estado pensando, y fríamente. Hace poco leí un artículo sobre ecología, y venía a decir que queríamos hacer un mundo nuevo fabricado, y cuando nos hemos dado cuenta nos estaba saliendo una porquería, y estábamos dejando el mundo hecho un asco. Y ésa quiere hacer lo mismo con la gente. Pues conmigo no, gracias".

—"Vaya, si lo ves así..."

—"¿Y cómo quieres que lo vea? Las cosas son lo que son, ¿no? ¿Y ésa qué pretende? Para liberar a la mujer, al final lo que quiere es fabricar otra cosa que ya no se sabe si es mujer o qué es. ¡Pues vaya plan! ¿O es que tal como somos no servimos? Si ése es su feminismo, por mí se lo puede quedar para ella solita".

—"Sí, supongo que sí", contestó esta vez Paz, un poco decepcionada por tener que darle la razón. En el fondo, empezaba a darse cuenta de que la solución a sus problemas pasaba por quejarse menos y aprender a madurar

Interrogantes

—¿Puede el universo ser resultado de la "combinatoria del azar"? ¿Por qué? ¿Es compatible con que haya una "línea evolutiva"? ¿Cuál es la razón? ¿Es la creación por Dios la única explicación posible del universo? ¿Podría deberse a algún otro ser? ¿Por qué? ¿Se pueden conocer estas verdades por la razón? ¿Añade la Revelación algún conocimiento? ¿Es la creación compatible con la teoría evolucionista? ¿En qué sentido?

—¿Es el ser humano simplemente una especie superior más evolucionada que las demás? ¿Qué le distingue? ¿Cómo se puede conocer que además de materia tiene espíritu? ¿Pueden explicarse inteligencia y voluntad como funciones corporales? ¿Por qué? ¿Es materialista la conferenciante? ¿Es congruente con ello lo que dice del comportamiento necesario determinado por su "dotación instintiva"? ¿Niega con esto la libertad? ¿Es certera la objeción que se le pone? ¿Por qué?

—¿Puede afirmarse que en la naturaleza hay desequilibrios e injusticias? ¿Por qué? ¿Puede decirse que todo lo creado es bueno? ¿Qué se quiere decir con ello? ¿Cómo se compagina con el hecho de que haya catástrofes naturales, defectos físicos, enfermedades, etc.?

—¿Tiene consecuencias prácticas el saberse una criatura? ¿Puede decirse que tenemos un derecho a la disposición absoluta de nuestro cuerpo o de nuestra vida? ¿Por qué? ¿Se niega así la libertad? ¿Por qué? ¿Tenemos derecho a intentar cambiar nuestra naturaleza? ¿Por qué? ¿Resultaría posible? ¿A qué resultados daría lugar? ¿Tienen razón las amigas de Paz en sus críticas a la conferencia? ¿Por qué?

—¿Tiene el hombre dominio sobre el universo creado? ¿Por qué? ¿Tienen los animales algún derecho sobre el hombre? ¿Cuál es el motivo? ¿Es ese dominio absoluto? ¿Tiene el deber de respetar la naturaleza? ¿Supone ese deber el reconocimiento de Dios como Creador? ¿Tiene la ecología algún papel en la doctrina católica?

—¿Es acertado lo que piensa Miriam? ¿Qué juicio te merece el feminismo de la conferenciante? ¿Sería verdaderamente liberador? ¿Por qué? ¿Es la diferenciación sexual un enriquecimiento para la especie humana? ¿Forma parte de la personalidad? ¿Se empobrece ésta si se pretende suprimir o atenuar su modalidad sexual? ¿Por qué? ¿Puede existir un feminismo fundamentado en la doctrina cristiana? ¿Qué vendría a decir?


Así es la vida

La primera cuestión que surge con este caso es precisamente su tema: ¿trata esta lección de la Creación, o del hombre? La Creación abarca todo el universo creado. Por encima del ser humano están los ángeles, pero de estos se tratará en otro momento. Por debajo están los seres irracionales, pero éstos no presentan problema alguno, salvo en su relación con el hombre.

La conferenciante no se refiere a Dios ni a si el mundo es creado o no por Él, pero implícitamente lo niega. Tal como lo concibe, en su visión del universo Dios no tiene cabida. Esta conferenciante, afirma que el orden del universo puede deberse al azar o a otra causa, pero no considera a Dios. Para ella, la explicación última está en la materia. La materia no es inteligente, y por tanto su evolución no obedece a un plan, sino al azar. La materia en sí misma es uniforme, y sólo varía en cantidad y extensión: de ahí que los cambios queden reducidos a puras combinaciones "de lo mismo". Y eso nos da lo que para ella es la clave del universo: la "combinatoria del azar". Esto, en sí mismo es contradictorio, pues sólo un principio ordenador inteligente puede generar orden; decir que el azar es causa –por tanto, que el orden se da por casualidad– supone "personificar" la materia, dotarla de "intencionalidad".

¿No cabe por tanto admitir la evolución? Sí que cabe, pero el cristianismo ve más allá de las leyes de la evolución –que corresponde a la ciencia investigar, y sobre lo que hoy por hoy hay muchas incógnitas por despejar– el plan creador, más perfecto en cuanto incluye en los seres vivos un dinamismo perfeccionador. Desde la perspectiva cristiana, lo que sucede es que la evolución sin Dios sería un absurdo, pues de lo inferior, por sí sólo, no puede salir lo superior: nadie da lo que no tiene. Es más, en la misma narración del Génesis, se pueden descubrir indicios de una cierta evolución, no arbitraria, sino según los planes de Dios.

Pero la evolución tiene un límite: el espíritu. Éste no puede salir de la materia, sino sólo de un acto creador de Dios. Por eso, en el hombre, aunque el componente material pudiera ser el resultado la evolución –hipótesis no del todo comprobada aún por la ciencia–, no lo puede ser el componente espiritual, el alma. De ahí que negar a Dios conduce a negar el alma espiritual (la espiritualidad del alma se conoce, entre otros modos, por la espiritualidad de sus operaciones: las operaciones de la inteligencia y de la voluntad, aunque se expresen materialmente, trascienden la materialidad del cuerpo, del mismo modo que las potencias de las que proceden no pueden ser orgánicas, aunque tengan un comienzo orgánico). ¿Qué sería entonces el hombre? Un animal más, que sólo se distinguiría del resto por haber evolucionado más deprisa. Esto es lo que piensa la conferenciante, cuando afirma que el comportamiento humano viene determinado por su "dotación instintiva": puro instinto, que, por ser lo único determinante, no deja sitio para la inteligencia y la voluntad, ni siquiera para la propiedad fundamental de la voluntad: la libertad. Es una curiosa liberación la que apoya esta mujer, que nos rebaja al nivel de los animales: puro instinto, y determinado, sin libertad. Por eso dice que propiamente no hay culpables de la "injusticia" (otro concepto que indirectamente excluye a Dios: si el creador es Dios, difícilmente se puede concebir un Dios "injusto"): para que exista culpa debe haber libertad.

Aquí radica la principal contradicción de la conferenciante, que se pone de manifiesto en la primera de las intervenciones que se mencionan. Si todo es una línea evolutiva ciega, y el comportamiento mera función del instinto, no hay cabida para proponerse cambiar nada. Ni siquiera tendría sentido intentar convencer –la conferencia misma–, pues sólo cabe dejarse llevar.

Tampoco tendría sentido hablar de "derechos". Sólo los tienen las personas, los seres con inteligencia y voluntad, que tienen un valor en sí mismos. Los animales no tienen derechos –por mucho que algunos se empeñen en concedérselos, al menos en algunos casos– y en el mundo animal el individuo se subordina completamente a la especie. Es lo mismo que ha sucedido en las sociedades que han pretendido hacer un "paraíso" partiendo de una ideología que sólo veía en el hombre a una especie más evolucionada que otras: en nombre de "la utopía" han sacrificado muchas vidas. El marxismo y el nazismo han sido claros ejemplos de ello.

Lo que dice Miriam a Paz en el último párrafo es muy sensato, y nos pone en contacto con un tema que va cobrando una creciente importancia: la ecología. En un sentido amplio, significa respeto a la naturaleza. El hombre es el rey de la Creación. Es el dueño del mundo. Pero eso no significa que sea el dueño absoluto del universo. En primer lugar, no llega a abarcarlo, por mucho que cada vez sepa más de él y amplíe su dominio. En segundo lugar, debe cuidar de él, respetando su naturaleza. No se trata sólo de pensar que hay que legar a las generaciones futuras un lugar habitable. Hay que pensar también que la naturaleza misma se resiste a ser cambiada: cada vez que se intenta, no sale una naturaleza nueva, sino una degeneración de la que había. Esto debe hacer pensar al hombre, que ha de verse como un administrador de la naturaleza, situación que remite a un Dueño que nos la ha dado. La ecología, bien entendida, conduce a aceptar un Dios Creador.

Pero el homo sapiens, a diferencia de los animales, no siempre escarmienta. Cuando pretender sustituir a la naturaleza por la técnica –cosa distinta de desarrollar la técnica cuidando la naturaleza– está mostrando su fracaso en el mundo, hay quien quiere repetir la experiencia con el hombre mismo, quizá pensando en que ese tipo de experimentos "no contaminan". La conferenciante no lo disimula: quiere cambiar la naturaleza humana. Y deja entrever que uno de los aspectos de la naturaleza que quiere cambiar es la sexualidad misma: quiere eliminar la diferencia sexual. Aciertan las amigas de Paz en comparar esta pretensión con la historia de Frankestein: un producto fantástico inventado en el siglo pasado, cuando el descubrimiento de la electricidad podía hacer pensar que serviría para fabricar una especie de "superhombre". El resultado fue un monstruo. La conferenciante también pretende fabricar –el medio propuesto lo confirma: ingeniería genética– un "nuevo" ser humano. Si se le hiciera caso, se harían monstruosidades, y saldrían monstruos.

Hay por tanto también una ecología humana. La misma ley natural es ecología humana: pide al hombre que respete su misma naturaleza. Y esta ecología humana proporciona fundamentos para entender correctamente el feminismo. La naturaleza misma nos enseña la igualdad radical como personas del hombre y de la mujer en dignidad, en derechos y en deberes: y esta ha sido también la enseñanza de la Iglesia desde su Fundación –aunque en algunas épocas esta doctrina haya quedado oscurecida–. Pero también enseña que hay una diversidad sexual por naturaleza, que configura íntimamente la persona masculina y femenina. Y, para lograr plenamente lo primero, el camino no pasa por pretender ignorar lo segundo, y menos aún por pretender cambiarlo. Bien lo entienden las amigas de Paz cuando consideran la maternidad como una riqueza –para la conferenciante era sólo una carga–, y su sustitución por una fabricación como una aberración (de modo que implícitamente, por sentido común, es rechazado el aborto, que desde una perspectiva ecológica coherente debe considerarse como un atentado contra la misma naturaleza humana). Quieren hacerse valer como son, y es ése el auténtico feminismo: hacerse valer como mujeres, con sus riquezas propias, y no en la medida en que dejen de serlo, en su comportamiento, su actitud y su misma naturaleza; hombre o mujer son complementarios pero no incompletos (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, 372).

El caso debe servir también para aprender a no dejarse deslumbrar por quienes se presentan con un cuidado atuendo de intelectualidad, porque a veces lo que se esconde tras toda esa apariencia puede ser... una monstruosidad.

Julio de la Vega-Hazas Ramírez

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